Durante la década del 30, antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, tres hechos relacionados con el racismo y la discriminación, producidos en dos países diferentes, tuvieron implicancias muy fuertes.
Martes 15 de noviembre de 2016
Por un lado, en Alemania asumió el poder Adolf Hitler como canciller en 1933 y Berlín fue seleccionada sede de los XI Juegos Olímpicos. Por otro, la asunción ese mismo año de Franklin Delano Roosevelt como presidente en los Estados Unidos. Estos tres hechos serán trascendentales para un joven atleta afroamericano nacido en Alabama llamado Jesse Owens.
Owens fue el séptimo hijo de once hermanos, que además de estudiar en el instituto Fairview Junior, trabajaba arreglando calzados para colaborar económicamente con su familia. Respecto a sus inicios en el atletismo, sus biógrafos sostienen que vivía tan ajeno a esa actividad, como su rutina diaria le permitía. Fue Charles Riley, uno de sus profesores, quien al verle condiciones para este deporte, le cambió la hora de entrenamiento y la adaptó a su horario particular. Esta modificación en los tiempos de entrenamiento fue crucial para su futuro deportivo.
Durante los años 30 y antes del comienzo de de la Segunda Guerra Mundial, tanto en Estados Unidos como en Alemania se vivía un clima de fuerte racismo y discriminación. En el primero se vivía la segregación a personas de color negro, producto de las secuelas de la Guerra Civil que afectó a este país entre 1861 y 1865. Hay que tener en cuenta que cuando se abolió la esclavitud, los Estados del sur, perdedores en esta contienda, redactaron leyes donde se garantizaba la supremacía del hombre blanco por las personas de otro color que vivían en ese país. La constitución avalaba los derechos de los denominados colored, por eso se creó el término segregación bajo el concepto “Separated but Equal” (Separados pero iguales).
“Las denominadas leyes de Jim Crow, fueron promulgadas entre 1876 y 1965, asignaban la segregación racial en todas las instalaciones públicas (tiendas, escuelas, hoteles, restaurantes) donde los espacios estaban divididos para evitar que el hombre blanco se ’contaminara’ por la influencia del hombre negro o cualquier otro grupo étnico. Bajo el amparo de estas leyes se negaba el derecho al voto de los colored imponiendo una serie de requisitos como saber leer y escribir, tener posesiones o pagar un impuesto electoral”. (The Strange Career of Jim Crow, Woodward, C. Vann y McFeely, William S, 2001).
Estados Unidos, a lo largo de su historia, tuvo presidentes que no estaban de acuerdo con la integración de los negros, así como tampoco la inmigración de otras personas de color. “Estoy convencido de que la actual invasión de mano de obra china […] es perniciosa y debería ser atajada. Nuestra experiencia con las razas más débiles –negros e indios, por ejemplo– es una buena muestra de ello”, declaró Rutherford Hayes, 19º presidente de EE.UU. (1877-1881).
Por su parte, Theodore Roosevelt, el presidente número 26º (1901-1909), afirmó que: “[…] las tribus salvajes esparcidas, cuya existencia era solamente unos pocos escalones menos insignificantes, escuálida y feroz que la de otras bestias. [Dicha guerra sería] beneficiosa para la civilización y en interés de la humanidad”.
En tanto que Calvin Coolidge, el 30º presidente de EE.UU. (1923-1929) sostuvo que: “América debe conservarse americana. Las leyes biológicas demuestran que los nórdicos se deterioran al mezclarse con otras razas”.
Tanto Theodore Roosevelt, del partido republicano, como Franklin Delano Roosevelt, del partido demócrata, si bien no tenían coincidencias ideológicas, los unía una firme convicción racista.
Hitler, Owens y los judíos
Por otro lado, en Alemania, Adolfo Hitler, preparaba sus propios Juegos Olímpicos para demostrarle al mundo la supremacía de la "raza" aria. Joseph Goebbels, ministro de propaganda, fue el que planificó, que los atletas alemanes estén en la mayoría de premios. No se tuvo en cuenta a los afroamericanos, y menos a un desconocido llamado Jesse Owens.
Alemania había sido expulsada de los tres Juegos Olímpicos anteriores por las condiciones impuestas después de la Primera Guerra Mundial. Este país tenía en el atleta Carl Ludwig “Luz” Long su gran figura, el mismo fue ganador de los tres últimos campeonatos de Alemania de salto en largo. Luz era el gran prototipo de atleta alto, rubio y blanco.
En ese momento Owens ya era una figura destacada en la Universidad de Ohio, donde batía cualquier récord mundial que se pusiera a su alcance. A pesar de esos logros no tenía el mismo privilegio que los atletas blancos: no accedía a becas, no compartía alojamiento con los otros atletas, así como tampoco podía sentarse en la misma mesa durante las concentraciones. A pesar de esas situaciones, fue para representar a los Estados Unidos en los Juegos Olímpicos de la Alemania nazi.
El 1 de agosto de 1936 se inauguraron los Juegos Olímpicos en Alemania, y la primera medalla fue para un atleta alemán donde Hitler se hizo cargo la entrega. Lo mismo sucedió con la segunda medalla, también colgada de un cuello ario. El ganador de la tercera medalla ya no fue para a un atleta alemán, por eso Hitler se negó a ponerle su premio. El comité olímpico solicitó a Hitler que hiciera lo mismo con todos los atletas. Hitler optó por no volver a colgar una medalla.
A pesar de que la delegación alemana obtuvo el primer puesto en cantidad de medallas y el segundo lugar quedó para Estados Unidos, el gran dolor de cabeza para el régimen nazi se lo dio un joven de veintidós años de tez negra llamado Owens, que logró su primer medalla de oro al batir el récord del mundo en los 100 metros llanos con un tiempo de 10.3 segundos. El segundo lugar quedaría para otro atleta negro llamado Harold Metcalfe.
Jesse Owens en el podio de Munich
El hecho trascendental de esos juegos y que fue un duro golpe para nazismo fue la prueba de salto en largo. Owens, hasta ese momento récord del mundo, estaba por perder con el campeón alemán Luz Long. Jesse, muy presionado, comete dos saltos nulos. Uno más y la competencia terminaba para el estadounidense. En ese momento ocurrió un hecho que solamente puede ocurrir en el deporte. El atleta alemán aconseja a Owens dar el salto un palmo antes con la intención de que no arriesgara tanto. Luz era consciente que los jueces no iban a permitir que un negro derrotara al campeón de "raza" aria. Cualquier salto próximo a la marca sería declarado nulo. La imagen de ambos atletas confraternizando dio la vuelta al mundo. Owens hizo caso a su rival y amigo, y consiguió clasificarse para la final, y con un salto de 8,06 metros se colgó el oro ante la indignación de los dirigentes nazis. El estadio en pleno coreaba la hazaña del atleta negro. Luz fue el primero en felicitarlo en medio de la pista. Así se consumó la gran derrota personal de Hitler y la gran victoria del deporte por encima de todo.
El único momento de felicidad para Owens fue que, una vez finalizado los juegos, y ya de vuelta en los Estados Unidos, participó del desfile de la victoria por la Quinta Avenida de Nueva York. Una vez finalizada la fiesta, volvía a ser un ciudadano de tercera. Owens, que compartió el hotel, habitación, mesa, y ducha con atletas estadounidenses en territorio del nazismo, volvía a viajar en la parte trasera del autobús con la gente de su "raza". “Cuando volví a mi país natal, después de todas las historias sobre Hitler, no pude viajar en la parte delantera del autobús. Volví a la puerta de atrás. No podía vivir donde quería”, declaró el atleta.
Durante la campaña electoral Roosevelt, no se mostró con Owens, ya consagrado a nivel mundial en ese momento, por miedo a perder votos. En ese sentido sólo invitó a la Casa Blanca a los atletas blancos.
Roosevelt no recibió a Owens en la Casa Blanca
Por su actuación de confraternidad en los Juegos Olímpicos de Munich, Luz, fue castigado por el gobierno de Hitler a luchar en la Segunda Guerra Mundial, contrariamente al resto de atletas alemanes que quedaban exentos. Antes de su muerte, un 13 de julio de 1943, internado en un hospital de campaña, envió una última carta a Owens en la que decía:
“Mi corazón me dice que quizás esta sea la última carta que escriba en mi vida. Si así fuera, te ruego que hagas algo por mí. Cuando la guerra acabe, por favor, viaja a Alemania, encuentra a mi hijo y explícale realmente quién fue su padre. Háblale de los tiempos en los que la guerra no logró separarnos y dile que las cosas pueden ser diferentes entre los hombres de este mundo. Tu hermano, Luz".
Jesse Owens y "Luz" Long
El caso de los atletas judíos Marty Glickmann y Sam Stoller
En la mañana que comenzó la competición de relevo de 4 x 100, los altletas judíos Marty Glickmann y Sam Stoller fueron retirados del evento. La versión oficial en ese momento fue que los entrenadores alemanes ocultaban sus mejores velocistas y que por eso había que hacer un esfuerzo para ganar esa competencia, y los más rápidos que tenía Estados Unidos eran Jesse Owens y Ralph Metcalfe.
Glickmann y Stoller estaban asombrados por la decisión y respondieron que algo había oculto en esa decisión. Glickmann sostuvo que era imposible que los alemanes oculten velocistas de reputación mundial.
Glickmann y Stoller
El final de esa controversia es que Estados Unidos ganó la competencia con un nuevo récord mundial. Stoller no vio esa final y luego de la competencia se juró a sí mismo que nunca más participaría en ningún juego olímpico.
Ante la controversia que se desató por ese hecho, el entrenador norteamericano Robertson negó que haya habido una cuestión de prejuicio antisemita en esa medida. Reafirmó que su objetivo era correr con los mejores atletas que tenía ese país.
En un informe oficial realizado en 1936 por el entonces presidente del Comité Olímpico Internacional, Avery Brundage, se rechazó las versiones de que Stoller y Glickmann habían sido excluidos debido a su religión. Alegó que fue erróneo pensar que dos atletas quedaron fuera del equipo por ese tema. El argumento fue que la decisión del entrenador estuvo motivada únicamente por conformación de un equipo de relevos los más fuerte.
Sin embargo, este episodio ocasionó duros cuestionamiento y controversias por más de de 60 años. En 2001, el diario Los Ángeles Times señaló que abundan las teorías, aunque "los historiadores y los autores nunca han sido capaces de dar una respuesta definitiva. Sin embargo, Stoller y Glickmann fueron los únicos judíos en una delegación de 66 personas. Y los únicos que quedaron afuera de la competencia.
El mismo Glickmann comentó, años más tarde, que se había enterado que el ministro de propaganda nazi Joseph Goebbels le comentó a Brundage que a Hitler "no les gustaría nada ver a competir a judíos en sus juegos olímpicos", y que Brundage dio la orden a Estados Unidos que retire a esos dos atletas de la competencia.
En abril de 2000, The Jerusalem Report realizó una investigación donde llegó a una conclusión: "Sólo años más tarde, el cambio quedó aclarado: el equipo estadounidense había cedido ante la presión nazi para mantener a los judíos fuera de los juegos".