El 22 de junio de 1941 el relámpago nazi golpeó con todas sus fuerzas las puertas de la burocratizada tierra de los soviets. ¿Qué salvó a la Unión Soviética y al mundo de un triunfo fascista?
Viernes 22 de junio de 2018
El imperialismo, un titánico matadero industrial
No fue el "mal", ni un hombre maléfico, ni las buenas intenciones de unas naciones "democráticas" y libertadoras contra otras fascistas y opresoras. Fue la propia naturaleza de las potencias imperiales, y sus capitalistas, que llevó al mundo a su más extraordinaria carnicería en pos de una distribución de los negocios y mercados mundiales, la lucha anárquica por asegurarse mayores ganancias, la que empujó a las grandes potencias a saldar un reparto inconcluso tras la primer gran guerra. Y así como en la anterior, fueron sus ideólogos los que le aseguraron a los trabajadores del mundo que sería la última: la guerra que acabaría con las guerras "sólo" exigía al obrero su sangre para defender los "intereses de su nación", enfrentándolo en la arena de batalla con su par extranjero. Pero lejos de ser una contienda (sólo) entre naciones, la Segunda Guerra Mundial fue una verdadera guerra de clases, y a la hora de aplastar a las grandes huelgas, levantamientos y resistencias obreras, ni los fascistas, ni los "democráticos" ni los estalinistas ahorraron plomo y esfuerzos. Pero eso quedará para una futura nota. Veamos que pasaba en la URSS.
La URSS maniatada desde adentro
Corría el año 1941. El cambio de década amaneció ensangrentado. Las cruentas purgas de Stalin y la burocracia gobernante de la URSS se llevaron a los viejos dirigentes de la revolución de octubre de 1917 (incluyendo asesinatos fuera de la URSS como al mismo Trotsky en México un año antes), a los jóvenes, los mejores hijos de la revolución, críticos y opositores de todos los niveles. También a los generales y veteranos del Ejército Rojo de Lenin y Trotsky. De esta forma el estalinismo intenta cortar los hilos de continuidad de la tradición revolucionaria en su afán de reducir las enormes tensiones y riesgo a una revuelta social dentro de la URSS capaz de voltear a su casta de burócratas y reinstaurar la democracia obrera. La ejecución de Tujachevsky, cerebro del ejército es acompañada por las cabezas del 90% de los altos mandos, curtidos durante la dura guerra civil y las contiendas contra 14 ejércitos invasores, sustituidos por arribistas e incompetentes, serviles al aparato burocrático.
Ya en 1939 quedó demostrada la terrible incapacidad militar del Ejército Rojo en la llamada Guerra de Invierno, en donde la URSS invade Finlandia logrando finalmente algunos objetivos pero con un saldo de alrededor de 48.000 bajas en una operación desastrosa, y perdiendo el apoyo del pueblo finés por su política burocrática y despótica.
Hitler y la apertura del Frente Oriental
Con posterioridad Hitler declararía: "cuando comencé la Operación Barbarroja, abrí la puerta de un cuarto oscuro, sin visibilididad". Los nazis, como los británicos o los norteamericanos calculaban que le llevaría a la poderosa Wehrmatch (las FFAA de la Alemania nazi) entre 3 y 8 semanas doblegar y conquistar la URSS. Esta subestimación del enemigo se debe en parte a la falta de información precisa del Estado Mayor nazi acerca de la capacidad de rearme soviética así como una profunda ignorancia sobre la moral de un pueblo que, aunque degradada y corroída por su burocratización, consideraba a la URSS como SU república y se negaba a ser una colonia alemana.
La Operación Barbarroja sufrió algunos contratiempos. La avanzada de la Luftwaffe (fuerza área alemana) sobre las islas británicas no logró derrotar al Reino Unido, y además, con una lógica aventurerista, Mussolinni, el "duce" de la Italia fascista aliado de Alemania, arriesgó posiciones en el norte de África y Grecia que obligaron a Hitler a intervenir y destinar fuerzas en estos frentes.
Hitler temía la posibilidad de combatir en un frente oriental y otro occidental simultáneos, y para evitar esto en parte necesitaba un tratado de paz con los ingleses. Además era plenamente consciente del inconmensurable potencial industrial y militar norteamericano (que se armaba y preparaba para entrar en combate), y sin la conquista de Rusia y sus recursos no sería lo suficientemente fuerte como para poder vencer al poder del "nuevo mundo". El destino del mundo se jugaba en territorio soviético.
El 22 de junio de 1941 tres grupos de ejércitos alemanes (norte hacia Leningrado, centro hacia Moscú y sur hacia Stalingrado) iniciaron su blietzkrieg (guerra relámpago, consistente básicamente en el avance veloz sobre el territorio y las tropas enemigas encabezada por el cuerpo de blindados) sobre la URSS. El tridente nazi avanzaba con decisión.
La guerra relámpago y "el Jefe" cabeza de avestruz
La invasión tomó por sorpresa a Stalin. El brillante espía soviético en Japón Richard Sorge ya había advertido al "Jefe" sobre la inminencia del ataque. Detrás de las líneas enemigas, el director de la Orquesta Roja (red de espionaje soviética) en territorio nazi, Leopold Trepper también había anticipado el ataque. El burócrata georgiano se negó a creer en esta información y confió en que Hitler no rompería aún el pacto de no-agresión entre la URSS y Alemania. Intentó evitar con todo tipo de maniobras políticas/diplomáticas involucrarse en la guerra, incluso maniatando a las secciones del partido comunista de distintas naciones, cuando no traicionando abiertamente procesos revolucionarios como el de España. Su meta: lograr el visto bueno de las potencias y evitar involucrarse en el conflicto. Su temor: que la guerra produjera un levantamiento de masas que arriesgara su posición como casta gobernante; incluso una revolución triunfante en otro país podría desencadenar el malestar insoportable y provocar el estallido.
Hitler olió su miedo y la desmoralización del Ejército Rojo decapitado y arremetió. Las tropas germanas avanzaron despedazando a los rojos que se retiraban desordenadamente. Durante diez días Stalin desapareció. Luego lanzó un mensaje radiofónico instando a la población a realizar la "brillante" táctica de "tierra arrasada" (que consiste en quemar y destruir todo, emigrar para no dejarle nada a los invasores), y mudar parte de la industria pesada a los Urales.
Así, con miles de bajas, tanques destruidos, casi medio millón de prisioneros, la fuerza aérea diezmada (el grueso de los aviones soviéticos fueron destruidos en tierra), los alemanes dieron por derrotado al Ejército Rojo a casi un mes de iniciado el ataque. Pero el "cuarto oscuro" al que entró el führer depararía muchas sorpresas.
La tenaz y heroica resistencia obrera: ¡No Pasarán!
No fue la vastedad del territorio soviético, ni la cruenta helada lo que derrotó a los nazis en la URSS, si bien fueron factores que operaron en su contra. El esfuerzo colectivo del pueblo soviético, ya sea en batalla donde murieron más de 3.000.000 de combatientes (de los 20.000.000 que cayeron a lo largo de la Segunda Guerra), o en las fábricas que produjeron el "milagro" de reconstruir los aviones, blindados y municiones dejando literalmente la vida en las líneas de producción en muchos casos, fue el factor decisivo.
A la disciplinada y experimentada Wehrmatch y sus generales se le plantó un pueblo decidido a detenerlos hasta las últimas consecuencias. Se formaron milicias obreras en las ciudades donde los escombros de los bombardeos oficiaban de fortalezas peleando metro a metro con escaso armamento pero con una moral inquebrantable. En los bosques y zonas difíciles las guerrillas de partisanos atormentaban permanentemente a los regimientos alemanes. La ciudad de Leningrado por ejemplo sufrió un sitio de casi tres años, muriendo más de 1.000.000 de habitantes de hambre y frío.
Los llamados aliados, apostando al desgaste mutuo entre Alemania y la URSS aportaron una modesta ayuda de provisiones y en menor medida equipos y municiones jugándose a dilatar lo más posible los enfrentamientos y maximizar las pérdidas de ambos bandos.
La resistencia en ciudades como Sebastopol y Rostov, empezaron a mostrar que no está vencido quien pelea, para pasar luego a las victorias en Moscú y Stalingrado. Después de esta última la iniciativa pasaría al bando soviético hasta la batalla de Kursk, donde tras su derrota, a las tropas del führer sólo les queda retroceder desgastando al Ejército Rojo en un interminable camino hacia Berlín.
El final es algo conocido. Las tropas soviéticas llegan a Berlín antes que los Aliados, y ante la inminente caída Hitler se suicida. La Gran guerra llega a su fin, no sin nuevas matanzas, como la de Dresde en el avance aliado hacia la capital alemana, los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, o la "pacificación" en Grecia e Italia de los obreros sublevados, pero eso también quedará para un nuevo artículo.