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Coronavirus. Pandemias: pasa en las películas, pasa en la vida real

Un virus desconocido y letal se expande por la ciudad. La población, desesperada ante la propagación de la infección y las muertes repentinas, saquea los supermercados, mientras los políticos subestiman la pandemia, perdiendo un tiempo precioso para frenar sus efectos. Cuando deciden poner a la ciudad en cuarentena, quizás es demasiado tarde. Recurren a las fuerzas represivas para someter a una población desesperada y aterrorizada por el contagio de una enfermedad mortal de la cual no se difunde información fehaciente.

Andrea D'Atri

Andrea D’Atri @andreadatri

Viernes 13 de marzo de 2020 07:32

PORTUGUÊS | FRANÇAIS

Probablemente a partir de ahora, Virus, la película del surcoreano Kim Sung Su estrenada en 2013, deberá incluir en sus créditos aquella leyenda que acalara: "Los personajes y hechos retratados en esta película son completamente ficticios. Cualquier parecido con personas verdaderas, vivas o muertas, o con hechos reales es pura coincidencia." Porque las coincidencias con la pandemia del coronavirus COVID-19 son asombrosas.

Las pandemias han surcado la imaginación de los pueblos, desde el Antiguo Testamento hasta Netflix, pasando por las grandes producciones hollywoodenses. Las fuentes de inspiración han sido, probablemente, algunas de las pandemias más letales de la Historia que, a pesar de sus grandes diferencias, sorprenden más por las similitudes que guardan entre sí.

La peste negra: cuando los cadáveres fueron armas biológicas

Una de las pandemias más devastadora ha sido la conocida como "la peste negra", que se expandió durante varios años del siglo XIV y se calcula que acabó con la vida de 25 millones de personas solamente en Europa, lo que equivale a un tercio de la población del continente en ese entonces. La hipótesis más aceptada es que se trató de la propagación de una bacteria a través de las ratas y las pulgas.

Sin embargo, hay quienes sostienen que esa epidemia no se hubiera propagado tan drásticamente, si no fuera porque la economía agraria se hallaba estancada como consecuencia de factores climáticos pero también porque se habían puesto en cultivo tierras de bajo rendimiento agrícola, produciéndose una caída de la productividad que llevó a un empeoramiento de la nutrición. En este contexto, la bacteria arrasó con una población que había visto descender drásticamente sus defensas inmunológicas. La presión impositiva de los señores feudales sobre el campesinado sumido en la hambruna habría acelerado los acontecimientos que, finalmente, desmoronaron el sistema y dieron paso a la Edad Moderna.

La peste negra pudo haber sido el escenario donde se originaron las armas biológicas que hoy alimentan los guiones de ciencia ficción, las teorías conspirativas y son el secreto mejor guardado de los desarrollos científicos militares de las grandes potencias. Una ciudad que hoy es ucraniana pero que, en el medioevo se la disputaban entre genoveses y venecianos, fue asediada por los tártaros en 1346.

Con bajas en sus filas, producidas por la peste negra y sin poder lograr la rendición de la ciudad sitiada, los tártaros arrojaron los cadáveres ’apestados’ de sus soldados, por encima de las murallas, con las catapultas.

Y, como en toda pandemia, también los prejuicios sociales fueron alimentados por las clases dominantes para encontrar, rápidamente, un "chivo expiatorio". Rápidamente, en Europa se acusó a los judíos de ser los causantes de la epidemia, iniciándose las persecuciones y la expulsión de estos de las ciudades.

La gripe española: cuando los modernos medios de transporte propagaron una infección a lugares muy distantes

La pandemia de gripe de 1918, alcanzó una gravedad inusitada ya que, actualmente, se calcula que entre 50 y 100 millones de personas de todas las edades murieron en un solo año como consecuencia de este virus, lo que se calcula que corresponde a entre un 10% y un 20% de los infectados.

Basándose en estas hipótesis, se puede calcular que un tercio de la población mundial de 1918 estuvo infectada por esta gripe letal que pudo haber matado a 25 millones de personas apenas en los primeros seis meses. En algunas regiones de China, murió el 40% de la población, en España el 1%. En la India se calcula que murieron 17 millones de personas. En una población originaria de Alaska, de 80 habitantes, 78 murieron en una semana.

A pesar de no tener una de las más altas tasas de morbimortalidad, España le dejó el nombre a esta gripe para la Historia. Es que al ser un país neutral durante la Primera Guerra Mundial en curso, fue uno de los países que no censuró la información sobre la gripe y sus consecuencias letales.

Como en las peores películas de ciencia ficción, los soldados combatientes de la Primera Guerra Mundial ayudaron, involuntariamente, a la propagación de la gripe más mortífera que los ejércitos beligerantes. Y así como hoy los gobiernos se apresuran a cancelar vuelos internacionales, por la propagación del coronavirus a través de los viajeros, la modernización del sistema de transporte a principios del siglo XX fue uno de los factores que posibilitó la propagación más rápida de la pandemia a zonas geográficas distantes.

La peste rosa: castigos divinos, homofobia, racismo y teorías conspirativas

Desde 1983, cuando se identificó el síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA), varios millones de personas murieron en todo el mundo sin que pueda conocerse, aún, la cantidad de personas que se vieron afectadas por el virus (VIH) desde entonces, ya que no todos los portadores desarrollan el síndrome que tiene manifestaciones observables.

El primer registro de la infección es un informe médico de 1981 que aludía a una extraña afección parecida a una neumonía, observada en cinco hombres blancos, homosexuales, de California, que no tenían relación entre sí. Muy pronto, se registró la relación de estos síntomas con otros que se asemejaban a un cáncer de piel.

Los pacientes morían y, muy rápidamente, los prejuicios homofóbicos alimentados por los fundamentalismos religiosos y la derecha conservadora se propagaron más velozmente que el virus de inmunodeficiencia adquirida.

Se empezó a hablar de "peste rosa", aunque pronto, quedó en evidencia que el virus afectaba a usuarios de drogas intravenosas, receptores de transfusiones sanguíneas y mujeres heterosexuales.

Sin embargo, la OMS no tomó cartas en el asunto hasta 1988, cuando creó el Programa Mundial del SIDA. En 1996 fue el momento máximo de nuevas infecciones, con 3 millones y medio de contagios. Actualmente, el SIDA afecta a más de 40 millones de personas y aunque en los países más desarrollados, el número de infectados por el VIH disminuyó notablemente por la educación sexual y la información sobre prácticas preventivas, y a pesar también de que las terapias redujeron notablemente el índice de mortalidad, en los países pobres las cifras siguen siendo alarmantes. En algunos países africanos, el 25% de la población se encuentra infectada.

En los inicios, las teorías conspirativas apuntaban a un accidente producido en algún laboratorio donde se estarían desarrollando armas biológicas para ser utilizadas en la "Guerra Fría" entre Estados Unidos y la entonces Unión Soviética. Sin embargo, ya entrado el siglo XXI quedó totalmente demostrada la hipótesis que se suponía desde el principio, acerca de que el origen se encontraba en un tipo de chimpancés africanos. Esta hipótesis también tuvo su correlato de racismo, homofobia y xenofobia aunque las evidencias indican que la infección pudo haber pasado de los monos a los seres humanos a través del contacto sanguíneo en heridas causadas durante las cacerías.

Actualmente, la ciencia sostiene que el origen de la pandemia se puede remontar a 1920 y que las transformaciones del transporte y otros cambios sociales, propagaron mundialmente el virus en los años ’60.

Según las cifras de la ONU, apenas la mitad de las personas afectadas actualmente tiene acceso a un tratamiento. Por lo que el SIDA, lejos de ser un castigo divino -como señalan aun algunos representantes de credos fundamentalistas- parece un azote propio de un sistema donde rigen las reglas dictadas por la apropiación privada de las ganancias, mientras las pérdidas económicas, ecológicas, pero también de la calidad de vida, se socializan sin reparos.

Socialismo o Barbarie

Como todas las pandemias de la Historia, a pesar del desarrollo científico, el coronavirus no se ha librado de las hipótesis conspirativas que lo asociaron con la guerra comercial entre China y Estados Unidos y la elaboración de armamento biológico, ni de los episodios violentos de xenofobia contra los que se suponen agentes de contagio, como los migrantes y turistas chinos en distintos países europeos. También, como en otras épocas, el desarrollo del transporte colaboró con su rápida propagación y, a pesar de la información con la que contamos más ampliamente que en épocas medievales, siguen circulando "bulos" que recomiendan tratamientos ridículos para evitar la infección, sin ningún fundamento científico.

Es que, como escribía Albert Camus en su novela La peste, de 1947, "la plaga no está hecha a la medida del hombre, por lo tanto el hombre se dice que la plaga es irreal, es un mal sueño que tiene que pasar." Quizás allí radica la proliferación de fantasías, bulos, hipótesis que rodean a todas las pandemias.

Aunque la bacteria de la peste negra no se parezca a la gripe española ni ésta comparta el genoma con el virus de inmunodeficiencia adquirida o el Covid-19, todas estas pandemias tienen algo en común: se propagaron y siguen propagándose en sociedades donde la infraestructura y los recursos disponibles para enfrentarlas son desiguales.

No es igual atacar la infección en los países imperialistas que en los países expoliados por el imperialismo; el acceso a tales recursos tampoco es el mismo para las clases dominantes que para el pueblo trabajador, las poblaciones migrantes y otros sectores afectados por la discriminación.

Como escribió la revolucionaria internacionalista Rosa Luxemburgo en 1915, en su conocido Folleto Junius: "Friederich Engels dijo una vez: ‘La sociedad capitalista se halla ante un dilema: avance al socialismo o regresión a la barbarie.’ (…). Hemos leído y citado estas palabras con ligereza, sin poder concebir su terrible significado. (…). Así nos encontramos hoy, tal como lo profetizó Engels hace una generación, ante la terrible opción: o triunfa el imperialismo y provoca la destrucción de toda cultura y, como en la antigua Roma, la despoblación, desolación, degeneración, un inmenso cementerio; o triunfa el socialismo, es decir, la lucha consciente del proletariado internacional contra el imperialismo, sus métodos, sus guerras.”

Y por qué no, también contra las pandemias. Porque, un poco diferente, en algunos aspectos y muy parecida, en otros, el coronavirus será otra pandemia más en la que se demuestra que, aunque sus raíces se encuentren en la biología, la sociedad capitalista tiene su cuota de participación para transformarla, propagarla y dotarla de un sesgo letal que afecta diferenciadamente a los sectores más explotados y oprimidos.


                       

Andrea D’Atri

Nació en Buenos Aires. Se especializó en Estudios de la Mujer, dedicándose a la docencia, la investigación y la comunicación. Es dirigente del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS). Con una reconocida militancia en el movimiento de mujeres, en 2003 fundó la agrupación Pan y Rosas de Argentina, que también tiene presencia en Chile, Brasil, México, Bolivia, Uruguay, Perú, Costa Rica, Venezuela, EE.UU., Estado Español, Francia, Alemania e Italia. Ha dictado conferencias y seminarios en América Latina y Europa. Es autora de Pan y Rosas. Pertenencia de género y antagonismo de clase en el (...)

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