A 40 años de la guerra de Malvinas, este aniversario redondo ha concitado pocos debates. Con todos los partidos del régimen sosteniendo el pacto de coloniaje con el FMI, no extraña que la agenda pública oficial haya estado más abocada a las peregrinaciones a Washington y a las conmemoraciones a la reina Isabel II en cadena nacional.
En este marco, fue más que oportuna la publicación del libro Si quieren venir que vengan. Malvinas: genealogías, guerra, izquierdas de la editorial Autonomía. Los diferentes ensayos que lo componen van trazando un recorrido por muchos de los debates fundamentales que atraviesan la cuestión Malvinas hasta el día de hoy. Se trata de una obra colectiva escrita por Federico Mare, Ariel Petruccelli, Andrea Belén Rodríguez, Ariel Pennisi y presentada por Santiago Roggerone. Un aporte al debate que, más allá de los acuerdos y diferencias que se pueda tener con los autores, invita a reflexionar sobre aspectos nodales de un hecho fundante en la historia nacional. En estas líneas vamos a recorrer algunos de sus ejes.
Coordenadas histórico-políticas de la cuestión Malvinas
El libro se encarga, entre otras cosas, de situar histórica y culturalmente el reclamo de la soberanía argentina sobre Malvinas. En el primer capítulo, Federico Mare explora argumentos geográficos e históricos. En su racconto, se remonta hasta la ocupación francesa en 1764, que pronto sería revertida a favor de España. Las islas quedarían incorporadas al Virreinato del Río de la Plata en su creación en 1776. Deshabitadas durante gran parte de la guerra de la independencia, cuando Argentina se independizó formalmente de España en 1816 pasarían a formar parte de las Provincias Unidas del Río de la Plata y, en junio de 1829, Luis Vernet sería nombrado su gobernador. Pocos años después, en enero de 1833, el imperio británico invadirá las islas y se impondrá ante una exigua guarnición rioplatense.
Desde aquel entonces, la Argentina no ha dejado de reclamar su devolución. Mare realiza un amplio repaso de las peripecias de este reclamo que, para 1965, la ONU encuadró dentro de su resolución 1514 (XV) que habla del “anhelado propósito de poner fin al colonialismo en todas partes y en todas sus formas”, sin demasiadas consecuencias para el Reino Unido que cuenta con poder de veto como miembro permanente del Consejo de Seguridad. Como destaca el autor, hay muchos intereses en juego: controlar el tráfico marítimo meridional Atlántico-Pacífico; fundamentar la pretensión británica de perpetuar su jurisdicción sobre la Antártida; recursos naturales, sobre todo pesqueros; y la existencia de la mayor base militar aérea de Gran Bretaña en todo el Atlántico Sur que, según se ha denunciado, albergaría armamento nuclear. Mare agrega que el “orgullo imperial” no debe ser subestimado en este listado, así como tampoco la cuestión fáctica de los Kelpers.
Ahora bien, “durante mucho tiempo (una centuria cuanto menos), el irredentismo malvinero fue solo un reclamo diplomático, no una causa popular” [p. 23]. Este pasaje será analizado en el tercer capítulo del libro escrito por Andrea Belén Rodríguez. La autora analiza los antecedentes, desde las primeras referencias en José Hernández –donde la cuestión de las islas, aparece asociada a términos como “usurpación”, “despojo”, “injusticia”– hasta la publicación de Paul Groussac de Les Iles Malouines que consagra su elevación a “causa nacional”. La década de 1930, marcada por el tratado Roca-Runciman y los intentos por mantener a la Argentina dentro de la órbita del imperialismo británico, será un momento importante de esta historia que la autora repasa a partir de intervenciones de Alfredo Palacios, los hermanos Irazusta, Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz, entre otros.
Rodríguez analiza el salto en el impacto popular de Malvinas como causa nacional a partir de su introducción en la escolarización primaria bajo los primeros gobiernos de Perón y su consagración en los 60 y 70 como “la causa”:
… fue la coyuntura en la que se inscribió el surgimiento de nuevas agrupaciones de izquierda y del peronismo revolucionario con un discurso nacionalista y latinoamericanista, en el que Malvinas pasaba a ser la metáfora perfecta para las consignas de la época: “Liberación o dependencia” o “Patria sí, colonia no”[p. 102].
Este recorrido tiene un punto de llegada durante la guerra. Según la autora, el acontecimiento que “dejó más en evidencia el éxito de la construcción de la ‘causa nacional’ fue el respaldo popular al desembarco en las islas en 1982, llevado a cabo por el mismo régimen que había secuestrado, torturado y asesinado a miles de personas en la década del setenta” [p. 104].
Rodríguez, quien además es autora de Batallas contra los silencios. La posguerra de los ex combatientes del Apostadero Naval Malvinas (1982-2013), también se aboca al análisis de la posguerra –que ha contado en las últimas décadas con estudios como los de Federico Lorenz o Rosana Guber– marcando el pasaje del discurso sobre la “guerra justa” al de “aventura militar” que caracterizó los 80 y 90, relegando la cuestión de la soberanía a un espacio marginal. Este mapa comenzará a modificarse a partir del vigésimo aniversario de la guerra en un contexto marcado por la crisis económica, social y política donde “la revalorización de los tópicos tradicionales vinculados a la nación se generalizó” [p. 111]. Bajo los gobiernos kirchneristas, Malvinas volverá como “causa nacional” en el relato oficial. La autora remarca en ello una contradicción entre los discursos sobre la memoria, verdad y justicia respecto al terrorismo de Estado y la política hacia el conflicto en sí que, según nos dice, “se ancló en un discurso antiimperialista, latinoamericanista y nacionalista que reivindicaba la guerra por su causa más allá de las circunstancias en que se dio…”[p. 112].
Ahora bien, aunque el kirchnerismo vuelve a jugar con la idea de “causa nacional”, es necesario remarcar que las consecuencias de la guerra en cuanto a subordinación al imperialismo –legada por la dictadura y desplegada con el menemismo– quedaron prudentemente fuera de foco. Uno de los ejemplos más ignominiosos en este sentido, fue la participación de las FF. AA. por más de una década en la intervención militar en Haití bajo la égida de los imperialismos norteamericano y francés. Pero sobre las consecuencias político-sociales de la guerra volveremos más adelante, antes vayamos al análisis de la conflagración misma.
¿Era imposible que Argentina ganara una guerra en el Atlántico Sur?
Esta espinosa pregunta, la aborda Ariel Petruccelli en el segundo capítulo. Se trata, a mi modo de ver, de uno de los capítulos más interesantes, no solo por el recorrido bibliográfico sobre aspectos militares de la guerra sino porque, de algún modo, pone en tensión varias de las conclusiones que atraviesan el libro. El autor señala que durante años su respuesta a si era posible que Argentina ganara la guerra fue negativa y, a continuación, nos presenta una serie de fundamentos por los cuales cambió su opinión al respecto.
A partir del análisis de Informe Rattenbach (denominado oficialmente: Comisión Nacional de análisis y evaluación de las responsabilidades en el conflicto del Atlántico Sur. Informe Final), retoma el planteo de Flabián Nievas y Pablo Bonavena sobre que “la guerra de las Malvinas, aunque provocada, no fue buscada y por ello no fue prevista”. Sostiene que:
La Junta Militar ocupó las islas Malvinas pensando en dar un golpe de fuerza para negociar desde una posición favorable. “Ocupar para negociar”, esa era su perspectiva. Jamás se le ocurrió la posibilidad de “ocupar para defender”, que es lo que tuvo que hacer a pesar de sus expectativas y en medio de la mayor improvisación. No había un plan B, lo cual pone de manifiesto el alto grado de irresponsabilidad de la Junta, tratándose de una cuestión tan delicada donde muchas vidas y recursos estaban en juego [p. 68].
El autor señala que la tesis de que Argentina estuvo a punto de vencer en la guerra siempre tuvo algún grado de aceptación en círculos castrenses, aunque no como postura oficial o cuasi-oficial. El Informe Rattenbach consideraba “no factible” la defensa militar de las islas ante un ataque británico. Petruccelli advierte que las pretensiones de militares argentinos en torno a la posibilidad de la victoria son sospechosas de arbitrariedad y subjetivismo. Otro tanto señala respecto a los testimonios británicos –como analizados por Cisilino, García Larocca y Garriga Olmo– que han sostenido que sus fuerzas podían haber sido derrotadas, aunque en este caso por fundamentos inversos: no disminuir su propio triunfo en la guerra.
Con estos fundamentos, decide recurrir a especialistas militares ni británicos ni argentinos, enfocándose especialmente en el testimonio del almirante estadounidense Harry Train, quien era el Comandante en Jefe de la Flota del Atlántico de los EE.UU. y Comandante Supremo de la OTAN en el Atlántico al momento de las hostilidades. Según Train, se puede afirmar que Argentina perdió la guerra entre el 2 y 12 de abril. Los motivos: no aprovechó la oportunidad de emplear buques de carga para transportar artillería pesada y helicópteros, tampoco el equipo pesado que hubiera permitido ampliar la pista de Puerto Argentino para que puedan operar los A4 y Mirage. Petruccelli, siguiendo a Train, reafirma estas consideraciones frente a quienes como el Brigadier Lamidozo sostenían que la extensión de la pista de aeronaves era inviable; el hecho de que ya a fines de junio los británicos pudieran hacer operar sus F-4 Phantom muestra que aquello era posible.
Petruccelli encuentra muchos puntos de contacto entre los análisis de Train y aspectos señalados en el propio Informe Rattenbach, aunque la conclusión del almirante norteamericano es muy diferente. Para él: “La indecisión basada en el preconcepto argentino de que era imposible derrotar a los británicos en un conflicto armado, fue el elemento dominante en el resultado final” [citado en p. 74]. En su opinión, si las fuerzas argentinas hubieran preparado con éxito la pista para operar aviones de combate, las fuerzas británicas no hubiesen pasado más al sur de la Isla Ascensión, ya que hubiera significado una amenaza para su Flota, lo cual ameritaba seguir otro curso de acción, tal vez conduciendo a una guerra de desgaste.
Indudablemente no había paridad entre las fuerzas militares de Argentina y el Reino Unido, pero eso no es necesariamente decisivo, afirma Petruccelli. Trae ejemplos como la retirada de las tropas estadounidenses de Vietnam o más recientemente de Afganistán. Los ejemplos podrían multiplicarse pero lo que le interesa al autor es evitar una conclusión basada en preconceptos generales. En el análisis de Train que retoma está presupuesto que los barcos argentinos no navegarían aguas abiertas, lo que los haría vulnerables a los submarinos nucleares británicos, pero esto no era necesario para la estrategia argentina. Aquella superioridad británica se veía relativizada por varios factores como la distancia de 12.000 kilómetros de sus bases y la posición defensiva de las tropas argentinas. Todo esto bajo las premisas de que el Reino Unido no iría a una guerra total atacando el continente o empleando armamento nuclear; que Chile no atacaría a la Argentina; y que EE. UU. no se involucraría directamente en la guerra, lo cual Train afirma de primera mano.
La idea que resalta Petruccelli a partir de diversos análisis es que, a pesar de los errores estratégicos del alto mando argentino, el Reino Unido obtuvo su victoria al límite de sus capacidades y con pérdidas muy superiores a las previsibles. Es claro en este sentido que las 14 bombas sin explotar sobre los cascos de los buques británicos podrían haber duplicado sus pérdidas. Pero también resalta dos oportunidades favorables en combates terrestres decisivos como en Pradera del Ganso, donde según Train las tropas argentinas se rindieron “justamente cuando el jefe británico se consideraba en el límite de su capacidad para seguir combatiendo” [citado en p. 80] o en ocasión del fracasado desembarco británico en Bluff Cove y Fitz Roy que ofreció una oportunidad de contraataque factible a las tropas argentinas que no fue aprovechada. Todo ello, en el marco de una flota británica que había agotado sus armas antisubmarinas, sus armamentos antiaéreos, municiones de cañones y comenzaba a sufrir fallas mecánicas.
Según el testimonio de Train, cualquier cosa que hubiese frenado el avance británico, hubiese redundado en una victoria Argentina. Petruccelli señala que podría pensarse que un cambio de curso favorable a las fuerzas argentinas solo hubiera sido un “primer round” pero un “segundo round” hubiera sido fatal. Sin embargo, lo considera poco probable siendo que el Reino Unido había enviado más de la mitad de su flota de combate y casi la totalidad de sus fuerzas anfibias. A lo que agrega que, según Train, solo la intervención directa con un portaviones norteamericano podría haber dado un nuevo impulso necesario, y el almirante Train, quien tenía aquellos portaviones a su cargo, advierte que esa posibilidad no fue siquiera evaluada por EE. UU.
En este capítulo el lector o la lectora del libro podrán encontrar un esfuerzo, a mi modo de ver bien logrado e informado, por analizar las vicisitudes de la guerra en términos estratégicos y tácticos. Petruccelli combina estos análisis con la caracterización del conflicto bélico como “guerra absurda”. Señala que:
La guerra me parece absurda por varias razones cuyo peso varía de acuerdo a los principios ético-políticos de los que se parta. Pero incluso me parece absurda –y esto es decisivo– tomando como base los principios y las creencias de la derecha nacionalista y de la Junta Militar encabezada por Galtieri. Aquí voy a prescindir de los argumentos que se podrían ofrecer contra la guerra desde perspectivas pacifistas “a ultranza” (que no comparto, pero son atendibles) o desde un ángulo socialista internacionalista (que es el mío) [p. 65].
Ahora bien, ¿caracterizar la guerra como “absurda” desde este punto de vista, no devalúa las enormes consecuencias políticas de la guerra? ¿No esquiva la ríspida disyuntiva política planteada una vez que los militares largaron su operación aventurera –y siendo el reclamo por Malvinas un reclamo justo contra un enclave colonial– entre las alternativas limitadas de los actores en esa situación dada (tomar partido por Argentina semicolonial o por el imperialismo inglés)? Creo que, en buena medida, sí. Estas preguntas obviamente llevan a otras, también espinosas: ¿qué significaba tomar partido por Argentina cuando el gobierno estaba en manos de los milicos genocidas? ¿Se podía estar en un mismo campo militar sin dar apoyo político? ¿Cómo sería y qué significa esto?
Para una aproximación a las mismas me parece indispensable vincular estrechamente los aspectos militares –y geopolíticos– con los propiamente políticos –internos y externos–, ambos tratados en el libro aunque, en mi opinión, en forma relativamente separada.
Lo militar y lo político
En el capítulo dedicado a las posiciones de la izquierda, tanto argentina como británica, Federico Mare realiza un repaso que incluye las diferentes posturas en el conflicto; abarca desde la “izquierda nacional”, el Partido Comunista, el Partido Comunista Revolucionario, el Partido Socialista de los Trabajadores, Política Obrera, Montoneros, la “Internacional Socialista”, Militant Tendency, entre otros. Este mapa establece algunos trazos generales de las posiciones sostenidas por las diferentes corrientes, aunque por momentos la adjetivación conspira contra una reflexión más en profundidad de los problemas que analiza. Muchos de ellos, justamente, hacen a la complejidad de un conflicto donde se entrelaza la derrota en manos del imperialismo británico cruzada por el carácter aventurero de una Junta Militar en crisis, la acción genocida de la dictadura y las amalgamas con la causa justa de Malvinas.
En este marco, critica las posturas en la izquierda nacionalista, stalinista, maoista y socialdemócrata que se plegaron a una política de “unidad nacional” más o menos “crítica” durante la guerra. En relación a las corrientes del trotskismo, señala que su actitud era menos esperable “habida cuenta de su tradición marcadamente clasista e internacionalista”. Y afirma que:
Desde luego no se sumaron a la embriaguez patriotera, pero sí al optimismo bélico anticolonial. Un optimismo que hacía la vista gorda ante el detalle de que, en Argentina, regía una dictadura militar que había conculcado a sangre y fuego todas las libertades públicas; mientras que en el Reino Unido existía una democracia parlamentaria que había reducido la realeza a funciones simbólicas y protocolares, y que respetaba –en general– los derechos civiles y políticos... [p. 122].
Coherente con esta crítica, Mare concluye el capítulo haciendo suyas las palabras de Carlos Brocato cuando ve en la derrota, esencialmente, la apertura del camino para una reinstitucionalización de la democracia. En todo el abordaje del autor, la relación entre guerra y política es pensada centralmente en términos de regímenes políticos. Un razonamiento que deja sin responder preguntas fundamentales sobre el contenido político-social de la guerra, sobre los otros efectos perdurables que tuvo aquella derrota, sobre qué tipo de caída de la dictadura provocó y cómo afectó todo esto al tipo de democracia (burguesa) que surgió en 1983.
El resultado del conflicto aparece así como una sumatoria de aspectos negativos y positivos. Entre los primeros, incluye tanto aquellos que lo fueron por razones humanitarias como por razones políticas. A saber: que el colonialismo británico salió ganador y fortalecido, que Thatcher resultó reelecta dos veces consecutivas (1983 y 1987) lo cual representó una desgracia para la clase obrera en pie de lucha que fue derrotada, que significó un duro revés para la causa de Irlanda del Norte, así como la consolidación de la hegemonía neoliberal-conservadora dentro del bloque capitalista que lideraban los Estados Unidos de Reagan.
Entre los aspectos positivos –no buscados–, resalta que: “La derrota del ochenta y dos hundió a la dictadura procesista en una ignominia definitiva, acelerando la restauración democrática”. Agrega que la debacle bélica facilitó los juicios a la Junta por los crímenes de lesa humanidad y afirma que: “Si Argentina ganaba la guerra de Malvinas, la dictadura militar hubiera tenido, casi seguro, cuerda para rato. El terrorismo de estado y el modelo económico neoliberal hubieran continuado con funestos resultados” [p. 38].
Al detenerse en este balance de doble entrada, el autor realiza una serie de afirmaciones que sería necesario problematizar. Según Mare, si Argentina obtenía una victoria militar en Malvinas “el modelo económico neoliberal hubiera continuado con funestos resultados”, pero ¿no fue esto lo que sucedió justamente con la derrota, no solo en la propia Argentina sino a escala global? Otro tanto podría decirse de la afirmación sobre que “la derrota aceleró la restauración democrática”, pero ¿qué tipo de “restauración democrática” aceleró? ¿No se trató de una transición pactada entre los militares y la “Multipartidaria” (PJ, UCR, MID, PDC y PI) que afianzó las cadenas que atan al país al imperialismo, la estatización de la deuda de los grandes grupos económicos y todas las continuidades que llegan hasta hoy?
A su vez, los efectos que señala como positivos de la derrota parecen opacar el papel de las propias luchas que tuvieron lugar. El autor afirma que “facilitó los juicios a la Junta”. Claro que la desastrosa y cobarde actuación de la Junta en la guerra que llevó a la derrota, dio un golpe definitivo a una dictadura en crisis. Pero, teniendo en cuenta el carácter pactado de la transición, también es necesario analizar ¿qué sucedió, justamente, con aquellos juicios? Por otro lado, ¿lo que efectivamente se logró conquistar –antes y después– no fue principalmente por la lucha de las Madres de Plaza de Mayo y los organismos de DD. HH.?
Desde este mismo ángulo, otro tanto cabe decir sobre el peso de la derrota en Malvinas para la discontinuidad del terrorismo de Estado ¿esta discontinuidad no tiene causas profundas que se remontan al período anterior a la guerra? El propio libro, en otro capítulo, aporta una mirada consistente al respecto, cuando señala que: “se puede observar que del setenta y seis al setenta y nueve se concentra la mayor cantidad de desapariciones, que después decrece progresivamente. Este umbral coincide con la pérdida de capacidad de la dictadura de gobernar” [p. 159].
La crisis de la dictadura, como menciona el propio Mare y desarrolla en el capítulo siguiente Ariel Pennisi, estuvo marcada por la creciente oposición a partir de 1979. Uno de sus puntos más altos fue la multitudinaria manifestación del 30 de marzo de 1982 en el marco del paro general de la CGT donde podía escucharse el cántico “Se va a acabar, se va a acabar, la dictadura militar”. Si esto es así, por qué resultaría más pertinente pensar que una victoria en la guerra de Malvinas daría a la dictadura “cuerda para rato” para redoblar el terrorismo de Estado y el neoliberalismo, como supone Mare, y no pensar que una victoria contra el imperialismo británico, lejos de una supuesta sumisión popular, daría nuevo impulso a aquellas luchas que se venían desarrollando contra una dictadura proimperialista, genocida y neoliberal hasta la médula.
Guerra sucia y guerra limpia
En el último capítulo a cargo de Ariel Pennisi –y a lo largo de diferentes partes del libro– se hace un repaso de las posiciones de diversos intelectuales en torno a la guerra. Estarán presentes Adolfo Guilly, Carlos Brocato, Beatriz Sarlo, Osvaldo Bayer, Néstor Perlongher, entre otros. Un autor que atraviesa el libro es León Rozitchner, al que Pennisi dedica buena parte de su capítulo. Bajo el título “Filosofía de la disidencia”, retoma el debate de Rozitchner con el Grupo de Discusión Socialista de México, conformado por Juan Carlos Portantiero, José Aricó, José Nun, Emilio De Ípola, entre otros.
El autor ve en Rozitchner la resistencia al “llamamiento a la veneración de la guerra, al apoyo crítico o fanático, [que] era un llamado a deponer el deseo concreto de resistencia, de libertad, de democracia, en nombre de una unidad nacional abstracta” [p. 173]. Es un acierto del libro traer a la discusión los planteos de Rozitchner por varios motivos. Mientras que muchos de los intelectuales del Grupo de Discusión Socialista, que en aquel momento todavía conservaban ciertos tintes izquierdistas, protagonizaron el amplio proceso de transformismo que los llevó a hipostasiar a la democracia capitalista y convertirse en comparsa del alfonsinismo, Rozitchner se mantuvo en sus posiciones. Su libro Malvinas: de la guerra sucia a la guerra limpia representa una denuncia implacable a la cobardía de los milicos genocidas. A su vez, cabe resaltar que fue uno de los contados intelectuales argentinos que realizó un estudio de la relación entre guerra y política a partir de la obra de Carl Clausewitz.
Ahora bien, en la visión de Rozitchner la guerra de Malvinas estaba perdida de antemano, tesis que en el propio libro se rebate. El filósofo argentino, retomando las virtudes de la posición defensiva analizadas por Clausewitz, señalaba que la defensa es la forma más fuerte, “invencible”, porque cuenta con “las fuerzas físicas y morales de la población”. Y agregaba:
Y eso también lo comprendieron nuestros militares, y había que derrotar también esta invencibilidad interior acudiendo a una estratagema, puesto que era un ejército nacional: aparecer defendiendo simbólicamente la soberanía del país. Recurrieron para ello a un viejo anhelo presente desde siempre en la conciencia nacional: la recuperación de ese trozo de soberanía que los había congelado como la única reivindicación nacional que les quedaba inscripta como común con la población del país. Esa soberanía residual y simbólica es la que se puso en juego para recuperar su propia situación de entrega real de la soberanía nacional... [1]
Desde este punto de vista, parece difícil ver en Malvinas una “guerra absurda”. Más bien podríamos decir que la Junta se valió de una reivindicación nacional, de una soberanía residual y simbólica para impulsar una guerra cuya derrota estaba establecida de antemano, con el fin de consolidar otra derrota, la del pueblo, y poder entregar totalmente la soberanía real.
Ahora bien, si fuera así –y esto podría pensarse desde la categoría de “falsa dirección” de la guerra señalada por Clausewitz y retomada por Lenin– ¿cuál era entonces la forma de desbaratar aquella estratagema una vez iniciada la guerra desde la clase trabajadora y los sectores populares? Esta es la gran pregunta que abordajes como el de Rozitchner –y otros parecidos pero de menor calidad– no pudieron responder. Frente aquella estratagema, por qué el deseo de que los militares fueran derrotados pasaba por aceptar una derrota frente a la armada inglesa y no por buscar la victoria –militar y política– sobre el imperialismo. No era cuestión de “suspender” las hostilidades con la Junta Militar, sino apoyándose en el justo sentimiento antiimperialista como forma de desarrollar aquella fuerza material y moral formidable de la que hablaba el propio Rozitchner.
Como reza bien el título del libro, recortando la frase de Galtieri, la política de los militares fue “si quieren venir que vengan”. La otra parte, la de “le presentaremos batalla” era la estratagema. El hacerla realidad no dependía de los militares –que fueron los grandes “derrotistas” en la guerra–, solo podía surgir de una amplia movilización popular, argentina y latinoamericana. Lo que Rozitchner consideraba un “delirio colectivo que arrastró su propia destrucción en su coherencia alucinada” [2] era en realidad un atisbo de la fuerza material y moral para salir de la encerrona en la que había colocado a las masas populares la propia dictadura.
El libro Si quieren venir que vengan. Malvinas: genealogías, guerra, izquierdas logra llevar a sus lectores y lectoras por todo este recorrido de debates que fuimos reseñando y varios más, los cuales, sin duda son fundamentales no solo para pensar la guerra, sino también para pensar la realidad Argentina marcada hasta hoy, en muchos sentidos, por aquellos acontecimientos.
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