A propósito de la creación de una aplicación para controlar el cumplimiento de la cuarentena en la Argentina y dar el alerta cuando los individuos salen de su casa a través de la geolocalización. ¿La herramienta? Nuestros teléfonos.
Jueves 2 de abril de 2020 23:31
Si estás leyendo esto es porque contamos con dispositivos tecnológicos, tal vez en algunos casos sea desde una computadora fija, una notebook, una tablet, etc. La realidad es que hoy la amplia mayoría nos informamos y comunicamos a través de nuestros celulares. En ellos se concentra hoy nuestra información sintetizada y compacta, nuestras relaciones pueden medirse por interacción, nuestros conocidos por lista, nuestras ideas por intereses clasificados en algoritmos y nuestra ubicación por geolocalización.
No es una novedad la tecnología aplicada al tratamiento de la pandemia, la inteligencia artificial recorre el mundo en este momento aportando imágenes históricas. Fueron virales las fotos de los robots en China rociando individuos en el metro, cámaras inteligentes que miden la temperatura corporal de los transeúntes, sistemas de reconocimiento facial que se amontonan en las listas de formas de detectar si quienes están diagnosticados pisan la vía pública.
En China se implementó una aplicación conocida como “detector de contacto cercano”, que produce una alerta con un señalador en el dispositivo móvil para avisar cuando se está cerca de una persona que contrajo el virus o presenta los síntomas. El Estado chino tiene un convenio único en el mundo con las empresas de telefonía, por el que puede acceder sin restricciones a toda la información que haya en los dispositivos, aplicaciones, etc. En su oscuro pronóstico, el filosofo sur-coreano Byung Chul Han alertaba de la posibilidad de que estos sistemas de control social chino empiecen a exportarse al resto del mundo.
Ya hoy mismo vemos como ya se están desarrollando nuevas herramientas. ¿El objetivo? Determinar el peligro potencial de una persona. ¿El medio? Big data: a través de la suma de interacciones de una persona en sus redes sociales -es decir de su entorno- se determina su nivel de exposición al Covid-19 y de esta manera su riesgo. Así, se procesa y señala, a quien la está utilizando, el nivel de “peligrosidad” de cada una de las personas que tiene alrededor.
En Argentina, se conoció la creación de una nueva aplicación que busca aumentar el control en medio de la cuarentena dictada por el Gobierno. La empresa Urbetrack desarrolló una aplicación que se llama “Cuidate en casa”, que tiene el objetivo de reforzar el cumplimiento de la cuarentena obligatoria, alertando a la persona cuando se está alejando de su domicilio y llamando a la policía si la geolocalización detecta que la persona no cumplió la orden emitida por el gobierno.
“Cuidate en casa” está a disposición del Gobierno y espera su aprobación. Es importante poner la alerta sobre los nuevos mecanismos de control social que hoy se implementan y que en tiempos de pandemia encuentran rápida aprobación por parte de la opinión publica, sobretodo cuando el discurso sanitario refuerza el punitivismo y la vigilancia. Consenso y coerción en tiempos de algoritmos ¿Qué pasa en un mundo donde “el algoritmo es la nueva ley”? Cuando se introducen tecnologías de este tipo que quedan a disposición de futuras y diferentes finalidades. Las aplicaciones que hoy se introducen ante el riesgo del Covid-19, mañana pueden ser utilizadas para intervenir sobre cualquier otra categoría considerada "peligrosa”.
Tecnología y monitoreo en una sociedad de clases
El capitalismo implica la dominación de una clase sobre otras, desde ahí es importante entender que toda decisión tecnológica implica principios políticos. Marx planteaba que lejos de ser neutral, la técnica y la tecnología son expresión de las relaciones sociales que las engendraron. En el fragmento del Capítulo VI, inédito de El Capital, analizó como la tecnología forma parte de lo que llamó la subsunción, que implica el “secuestro de la totalidad de capacidad productiva del trabajador” por parte del capital. Dice Marx: “La técnica secuestra la capacidad total del trabajador, la reducción del tiempo de trabajo por la productividad es una abstracción marchita (...) convierten al obrero en un autómata dotado de vida. (...) el obrero se ha convertido en un componente vivo del taller”.
Este análisis lo realizó en tiempos de desarrollo de la técnica y las tecnologías necesarias para que el trabajador se convierta en una extensión de la máquina, prácticamente parte de la misma, en lugar de liberarlo, lo desposeía de su creatividad y aumentaba la forma y los ritmos de explotación. En un muy buen artículo, Javier Occhiuzzi actualiza en tiempos de pandemia lo que Foucault definió como un nuevo “contrato social”. En la sociedad capitalista, el castigo ya no se define por un poder divino digno del látigo y el infierno, si no que se justifica en la defensa de la “sociedad de conjunto” y su utilidad para el cuerpo social, de ahí el “panóptico”, forma arquitectónica -a propósito de decisiones tecnológicas- en la que quien observa puede verlo todo, pero quien es observado nunca puede saber qué “le esta tocando”, porque no se puede ver al “vigilante”.
Foucault aplicó esta lógica al análisis, entre otras instituciones, de las cárceles. Como sabemos, las cárceles jamás estuvieron pobladas de quienes explotan a la mayoría de la población mundial, de quienes fugan cotidianamente el ahorro nacional de países como el nuestro, ni siquiera de quienes instrumentaron golpes genocidas; igualmente las fábricas, con la dictadura patronal: su panacea son obreros que trabajen más por el mismo salario.
En el último tiempo (aunque ahora parezcan años), se viralizaban las fotos y videos de miles enfrentando estos métodos, multitudes que cuando salieron a luchar en Hong Kong tiraban las cámaras de seguridad, o jóvenes chilenos apuntando con lásers a drones y helicópteros para distraerlos en el marco de la brutal represión de Piñera. La lógica de la no neutralidad de la tecnología de Marx, hoy es perfectamente aplicable al perfeccionamiento de la vigilancia.
Pero no se trata de que exista una dicotomía per se entre el interés de las mayorías populares y el avance de la tecnología, ni esto se escribe con objetivos “conspiranoicos”, o pensando en que un retroceso al mundo pre-tecnológico sería beneficioso. Todos los avances realizados, que son riqueza social producto de la creatividad humana, posibilitarían mejorar enormemente nuestra calidad de vida de conjunto, pero el capital los usa con el objetivo contrario.
La tecnología puede aplicarse para que las impresoras 3D puedan fabricar viviendas de manera muy rápida y así resolver la emergencia habitacional, o imprimir las mascarillas faciales que tanta falta hacen; o pueden servir a las nuevas formas de precarización como las “economías de plataforma”, las conocidas “aplicaciones” como Rappi.
La tecnología ya existente permitiría resolver grandes problemas sociales como la falta de insumos básicos necesarios para combatir la pandemia, la crisis habitacional o el acceso al agua. ¿La tarea? Arrancarla de las manos de quienes la utilizan para perpetuar la opresión y explotación.
El Coronavirus expresó las contradicciones de un mundo profundamente desigual, un mundo en el que 27 personas tienen la misma riqueza que la mitad de la humanidad, y un sistema sanitario absolutamente colapsado.
Hoy la misma clase que lo dirige política y económicamente, y que nos trajo hasta aquí, impulsa múltiples mecanismos de control social. Así como la “guerra contra el terrorismo” se utilizó políticamente para multiplicar las intervenciones militares, en la pandemia, los propósitos sanitarios pueden introducir también nuevas formas de dominación.
Las crisis sanitarias implican respuestas sanitarias y estructurales, fundamental es entender esto para no aceptar ni aplaudir que mañana, en nombre de la salud, nos metan panópticos de bolsillo, o policías móviles.