En el último número de la revista Jacobin Latinoamérica, Eric Blanc nos interpela con un título que aborda un tema fundamental: “El Partido que necesitamos”. Tomaremos el caso de la socialdemocracia alemana y finlandesa a principios del Siglo XX para profundizar el debate: ¿De qué lecciones históricas nos podemos valer los socialistas del siglo XXI para crear una herramienta política de las y los trabajadores?
En el último número de la revista Jacobin Latinoamérica el historiador estadounidense Eric Blanc nos interpela con un título que aborda un tema fundamental: “El Partido que necesitamos”. ¿De qué lecciones históricas nos podemos valer los socialistas del siglo XXI para crear una herramienta política de las y los trabajadores?
El punto de partida de la argumentación de Blanc es el siguiente: si hubo una fuerza que pensó el problema del socialismo en estructuras “occidentales” y “complejas” fue la socialdemocracia alemana. Sin embargo, nos dice Blanc, la posterior burocratización de aquella fuerza y su contribución para que el imperialismo alemán se embarcase en la Primera Guerra Mundial ha generado una confusión sobre su legado. Según su lectura las críticas leninistas a esta organización, posteriores a 1917 partían de un supuesto equivocado: la idea de que “solo los partidos estrictamente homogéneos y compuestos por ‘verdaderos revolucionarios’ son capaces de hacer progresar efectivamente la lucha de clases”.
En pos de alejarse de esta lectura, Blanc propone retomar la visión sobre el partido que tuvieron los miembros de la socialdemocracia internacional hasta 1914, incluyendo indistintamente en ella no sólo a Karl Kautsky sino también a Rosa Luxemburgo y a Lenin.De este modo, se suma a los autores que han intentado señalar, como Lars Lih, una equiparación entre el modelo “leninista” y “kaustskista” de partido durante aquellos años iniciales, los cuales sólo se diferenciarían durante este periodo por las condiciones específicas en las que le tocó actuar a cada uno (un régimen democrático parlamentario en un caso, el zarismo autocrático en el otro).
El objetivo de esta operación es claro. Por un lado, transformar al caso bolchevique en una excepcionalidad histórica cuyo éxito estuvo dado por determinadas circunstancias como la falta de instituciones democráticas bajo el zarismo, pero no por premisas teóricas, políticas y estratégicas que condujesen a la victoria y que puedan generalizarse. Por el otro, abonar a la idea de que partidos de tipo “leninista” sólo pueden conducir a una disciplina e intransigencia asfixiante que llevarían a quienes lo adopten a la marginalidad en las modernas sociedades capitalistas, frente a las cuales es preferible aplicar modelos menos rígidos, partidos “amplios”, de contornos de clase más imprecisos. Todo esto desemboca en una conclusión política: los socialistas actuales, en particular los estadounidenses, no deben temer a intervenir en estructuras políticas “amplias” que cuenten con el apoyo de sectores masivos de los trabajadores, (refiriéndose nada menos que al Partido Demócrata) que sirvan como base para construir partidos obreros independientes.
A partir de las premisas enunciadas realizaremos un contrapunto tanto con la concepción de Blanc sobre el modelo kautskista (y su aplicación tanto en Alemania como en Finlandia), y con sus consecuencias políticas para el debate actual.
La práctica del partido socialdemócrata
¿Cuáles son para Blanc las características del “tipo de partido” compartidas en aquel “modelo” de la socialdemocracia de los orígenes? Aquí Blanc nos presenta a un Kautsky a la medida de su tesis: “Los partidarios de esta estrategia estaban comprometidos con el objetivo de construir un partido marxista cohesionado y disciplinado que incluyera sólo a la vanguardia de la clase”. Y señala que este modelo se apoyaba en el programa de Erfurt, escrito por Kautsky en 1891, el cual en su lectura establecería que “el partido debía constituirse en función de los estratos menos numerosos del proletariado que comprendían la necesidad de desarrollar una lucha de clases intransigente y su objetivo final, el socialismo”. Según Blanc, para el caso alemán, este modelo recién empezaría a mostrar sus fallas en 1905 a causa del desarrollo del reformismo y el oportunismo que Kautsky habría combatido “hasta su giro centrista” en 1910. Siguiendo su argumentación, Blanc añade que el desarrollo de la socialdemocracia finlandesa, fue un ejemplo “exitoso” de aquel modelo kautskista de los orígenes.
¿Pero qué pasa cuando miramos su práctica? Es decir, no sólo lo que el partido socialdemócrata y Kautsky decían que era, sino lo que efectivamente hacía. Allí el modelo de Blanc empieza a tambalear, y a partir de esto podemos observar la influencia de la acción concreta en la fisonomía del partido “kautskista” y “leninista”.
Para analizar la práctica concreta de la socialdemocracia, en primer lugar, hay que dar cuenta de los cambios históricos ocurridos en aquella etapa, particularmente la emergencia del Imperialismo y sus consecuencias para el capitalismo alemán (ambas cuestiones que Blanc omite por completo). La relativa estabilidad en la economía alemana durante aquella etapa, permitió la obtención de ciertas conquistas (legislación del trabajo, aumentos de salario) en franjas de la clase obrera, creando la ilusión en un sector de la socialdemocracia, de una etapa de desarrollo evolutivo y gradual de sus conquistas. Entre estos trabajadores, una capa vinculada a los sectores de mayor desarrollo de la economía se fue constituyendo como un sector particularmente privilegiado en cuanto a sus ingresos y condiciones de vida: lo que años más tarde Lenin llamaría la “aristocracia obrera”. Uno de los principales problemas del análisis de Blanc es no ver el peso del Imperialismo en la práctica política de la socialdemocracia alemana.
Fue esta realidad social y económica en la que se desarrolló la socialdemocracia alemana entre fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, la que explica la consolidación de una práctica, denominada posteriormente la “vieja táctica probada”, en la cual la intervención del partido se debía centrar en la participación electoral, la organización de nuevos obreros, de sindicatos y la intervención en movimientos de lucha, todo lo cual iría “educando” al proletariado hasta el momento en que conquistara una mayoría capaz de consolidar una sociedad socialista. Esa práctica comenzaba a establecer una doble escisión: por un lado entre las distintas “ramas” del partido, en la cual el trabajo en los sindicatos cobraba cada vez mayor autonomía de la intervención política y parlamentaria; por otro entre la actividad “cotidiana” y el objetivo socialista.
La socialdemocracia alemana, luego del final de la gran crisis económica de 1893, periodo que coincidió con el final de la era Bismarck y las leyes antisocialistas, fue consiguiendo importantes conquistas que coincidían con el período de mayor desarrollo de Alemania como potencia imperialista. Eso provocó fuertes presiones al interior del SPD a adaptarse a la rutina cotidiana parlamentaria y sindical. Fueron surgiendo elementos oportunistas pegarían un salto importante a partir de 1910, con la perspectiva de obtener la mayoría parlamentaria, y se generalizarían y transformarían en la norma a partir de 1914, con el estallido de la Primera Guerra Mundial y la colaboración del SPD con el gobierno.
Los signos de que esta práctica tenía su correlato en una mayor adaptación al régimen burgués eran observables desde antes de 1905 y se cristalizaron en un cambio en el “centro de gravedad” de la actividad partidaria. En 1894, pese al desacuerdo del partido, los legisladores socialdemócratas de Baviera votaron íntegramente el presupuesto de aquél reino, cuestión que luego se repite en los estados de Hesse y de Baden. Esto respondía en parte al avance de una tendencia municipalista en algunas seccionales regionales, que suponía el involucramiento en problemas “públicos”, como la administración de la salud y la educación locales en común con los partidos de centro y pequeño burgueses. Hacia 1903 con el éxito electoral del SPD (obtiene 3 millones de votos y 81 bancas en el Reichstag) la presión a la incorporación del partido al régimen parlamentario se cristalizó en la propuesta de Bernstein (finalmente derrotada) de establecer un bloque con los liberales para asumir el presidium del parlamento.
En paralelo, al interior del partido se produce el avance de un nutrido grupo de “funcionarios permanentes” del partido, militantes rentados (que superaban por mucho el salario obrero promedio) que, alejados de la vida obrera, se encargaban de administrar el aparato partidario como un fin en sí mismo y no como un medio para la acción. Para dimensionar el problema podemos decir que hacia 1914 a estos funcionarios se sumaba la actividad de los 110 diputados del Reichstag, los 220 pertenecientes a los Landtag y los 2886 representantes municipales.
Junto a este enorme aparato, previamente fue desarrollándose el ala “sindical” del partido, compuesta por dirigentes gremiales que administraban enormes organizaciones compuestas por miles de afiliados, pero cuya práctica estaba concentrada en la lucha económica “inmediata” y su vínculo con la política se limitaba al apoyo electoral al SPD. Este grupo se fue desarrollando hasta reclamar una “autonomía” dentro del partido y una escisión de hecho entre los asuntos sindicales y los políticos. Esta dinámica tendría su correlato concreto en la lucha de clases hacia 1905, el año de la primera revolución rusa. Ese año, cuando en Alemania estallan en paralelo movilizaciones por la reforma electoral contra el Kaiser y una oleada de huelgas con centro en la acción combativa de los mineros del Ruhr, la burocracia sindical del SPD apostó por la división de ambos movimientos y levantó la huelga, intentando cristalizar esta práctica a partir de la idea de prohibir la agitación política en el movimiento obrero.
Estas mismas prácticas son las que, no casualmente se había asentado con fuerza en Finlandia (experiencia reivindicada también por Blanc): fundado en 1899, el partido socialdemócrata de aquel país contaba en 1907 con cien mil afiliados convirtiéndose en el principal partido de Finlandia y en 1916 obtiene la mayoría absoluta en el parlamento. Esto, para Blanc permitiría el desarrollo de la tarea educativa y paciente de organizar a la clase obrera para el momento de la toma del poder lo cual, como veremos más adelante, no ocurrió.
En el propio SPD, el Programa de Erfurt, que para Blanc representa el modelo kautskista, si bien se había constituido en oposición al revisionismo, expresaba ya, en parte, aquellas adaptaciones en la práctica del partido: el programa establecía una división entre la lucha por el socialismo, “el programa máximo” y la lucha por las reivindicaciones inmediatas, “el programa mínimo”, de reformas económicas, sociales y políticas. Es decir, que mientras se “derrotaba” al revisionismo reafirmando enunciativamente la idea de “socialismo”, en la práctica no se establecía ninguna conexión entre la práctica cotidiana y aquel objetivo.
En este sentido, si bien Kautsky no hace “la vista gorda”, como dice Blanc, a los problemas planteados por el revisionismo, no extrae las conclusiones necesarias de aquel fenómeno y su incidencia en la acción concreta y cotidiana del Partido. Esta es una diferencia fundamental con el Lenin de 1902 y su combate contra los economicistas rusos desarrollado en el ¿Qué hacer? Para el líder bolchevique un revolucionario no debía ser un “sindicalista”, limitándose a los problemas del gremio, sino un “tribuno popular’, capaz de reaccionar contra cualquier manifestación de arbitrariedad y de opresión […] capaz de aprovechar el menor detalle para exponer sus convicciones socialistas y sus reivindicaciones democráticas, para explicar a todos la importancia histórica mundial de la lucha emancipadora del proletariado”. Los tribunos debían agitar las denuncias al régimen y canalizar las explosiones espontáneas y la bronca generalizada para transformarla en organización colectiva.
Esta concepción se volvía aún más fundamental en “Occidente”, donde el desarrollo de una burocracia sindical apoyada en la aristocracia obrera penetraba en las propias filas socialdemócratas. Pero la política de Kautsky frente a estas tendencias, aunque con críticas, fue la de la negociación y establecimiento de acuerdos de “no injerencia” entre los líderes del partido y los sindicalistas. Esta se vio reflejada en el congreso de Mannheim de 1906 donde se establece una “paridad” entre sindicatos y partido al interior del SPD, lo cual daba poder de veto a la burocracia sindical sobre la política del partido. Mientras la actividad parlamentaria quedase en manos de los primeros y los segundos aportasen la movilización de los votos para las elecciones, la maquinaria podía seguir su rumbo. La “unidad del partido” que Blanc toma como un valor en sí mismo, se había constituido en base a conservar un status quo en el que como denunciaría Rosa Luxemburgo, se negaba toda tentativa revolucionaria ante la espera pasiva de una “madurez”, considerando “la madurez política y la energía revolucionaria latente de la clase obrera”, únicamente “por medio de estadísticas electorales y de cifras de miembros de las secciones locales”.
Blanc reivindica esto para el caso finlandés. Según su visión, la presión sobre los “moderados” y el ala derecha de aquella organización, si bien implicó ceder posiciones “principistas” fue compensada políticamente por las victorias electorales obtenidas. Lo que no dice Blanc es que esa política supuso todo tipo de adaptación a una política de colaboración de clases transformando a esa organización no en un partido de combate del proletariado, sino en un ala izquierda del régimen.
Por el contrario, Lenin desarrolló su lucha fraccional dentro de la socialdemocracia, atravesando momentos de mayor unidad y ruptura tanto con las diversas facciones surgidas al interior de la Socialdemocracia rusa, siempre en función de imponer una política revolucionaria contra las adaptaciones legalistas, economicistas y parlamentaristas del partido. Nunca privilegió la conservación de un “status quo” al costo de renunciar a la pelea contra las desviaciones de la lucha revolucionaria.
Kautskismo y leninismo en la lucha de clases
Estas diversas formas de enfrentar las presiones “revisionistas” y “economicistas” por parte de Lenin y Kautsky como también de Rosa Luxemburgo, tendrían su correlato en la lucha de clases. En 1910, los elementos oportunistas dentro del SPD pegan un salto en calidad. Para el ala izquierda del SPD en torno a la figura de Rosa Luxemburg ya no se trata de combatir solo al revisionismo de Bernstein, sino que ahora se suma un nuevo adversario: el propio Kautsky, que se ubicaba entre la izquierda y la derecha. A diferencia de Bernstein, no revisaba abiertamente la teoría marxista, sino que se ubicaba desde la defensa de su ortodoxia. Sin embargo, Kautsky gira a la derecha a partir de ceder a las presiones de la burocracia sindical y partidaria y de la aristocracia obrera que buscaban adaptarse al régimen y busca darle un sustento teórico a una práctica que se aleja cada vez más de poner el centro en la lucha de clases.
El contexto de todo esto se da en ese mismo año cuando tienden a confluir luchas sindicales con un movimiento a favor de la reforma del derecho electoral prusiano (el Reino de Prusia abarcaba casi 3/4 del territorio y de la población del conjunto del Imperio), que consistía en un voto calificado. Kautsky se opone a la confluencia de ambas luchas y de aprovechar la oportunidad para desarrollar la pelea hasta el final, algo que postulaba Rosa Luxemburg. Kautsky buscó una justificación teórica para esto que es retomada como inspiración por los actuales "socialistas democráticos" del DSA donde milita Blanc: en Occidente, (Alemania) debido a la existencia de tradiciones democráticas y ciertas libertades había que adoptar en la lucha cotidiana una "estrategia de desgaste" que consistía en evitar todo lo posible el combate, porque el movimiento obrero supuestamente tenía todas las de ganar apostando a esa estrategia. Kautsky la contraponía a algo que llamaba "estrategia de derrocamiento" que le adjudicaba a Rosa Luxemburg y que consideraba una política irresponsable. Para ésta, la teorización sobre la "estrategia de desgaste", en realidad era una cobertura teórica para que el SPD fuera abandonando la lucha de clases y tuviera como táctica única simplemente presentarse a elecciones y conseguir una mayoría parlamentaria.
Por su parte Lenin sacó conclusiones fundamentales de la revolución de 1905. En ella se había dado una combinación “imprevista” en los términos de la táctica socialdemócrata: la situación revolucionaria se había abierto por la acción directa de las masas, pero de unas masas que, lejos de quedarse en la mera espontaneidad, habían conformado organismos de autodeterminación propios como los Soviets. De ahí que se abriera un debate en la socialdemocracia rusa sobre los mismos. ¿Debían los socialistas intervenir en aquellos organismos formados “espontáneamente” o debían sostener una actividad independiente? Si se trataba de una acción “espontánea” de las masas ¿De qué manera esto podría conducir a una perspectiva socialista? ¿De qué manera acompañar la experiencia de unas masas que aún carecían de una “conciencia socialista”? Luego de aquella experiencia Lenin concluía que el dilema planteado entre Soviets o partido era erróneo y que la clave era descifrar las formas de articulación entre Soviet y partido.[1] Y es más: sostenía que el partido debía intervenir en los mismos en función de desarrollarlos como organismos “embrionarios” de poder revolucionario, ante el poder del zarismo. Por su dinámica no sólo habían planteado problemas económicos (demandas mínimas comunes a la clase) sino un cuestionamiento político que permitía establecer una alianza entre el proletariado y otras clases sociales oprimidas por el zarismo.
En ese sentido la visión de Blanc sobre el bolchevismo es doblemente errónea. Por un lado, por identificar al modelo “leninista” únicamente con la vanguardia, desconociendo las elaboraciones sobre la articulación entre clase, partido y dirección establecidas por Lenin (y desarrolladas por Trotsky en otro momento histórico). Por otro, por asociarlo con un monolitismo que no fue tal durante la historia del bolchevismo hasta 1917, cuya fisonomía y orientación se fue adaptando a los distintos momentos de la lucha de clases y las novedades que ofrecía la etapa histórica, en oposición al modelo kautskista que en pos de conservar el statu quo y la “unidad” entre las distintas alas del partido, subsume a la organización en la rutina de la “vieja táctica probada” que fue el caldo de desarrollo para el avance del chovinismo y la burocratización dentro del partido.
Por el contrario Lenin veía que la vanguardia obrera, organizada en un partido revolucionario, podía intervenir mediante múltiples engranajes sobre el conjunto de la clase y los diferentes momentos de su conciencia. Esta será justamente la dinámica que adopten los soviets de obreros, soldados y campesinos en 1917.
Estos elementos fundamentales en el análisis leninista están ausentes en la reflexión de Blanc lo cual lo lleva a plantear el problema de la “conciencia” y de la “mayoría” de la clase obrera omitiendo nada más ni nada menos que el problema de los soviets rusos. Para Blanc la adaptación a una clase “real” y no “ideal” implica apostar a conquistar la mayoría de la clase “tal cual es” omitiendo todo tipo de referencia al problema de la burocracia sindical y a la capacidad de autoorganización de los trabajadores. Además, estas lecciones, lejos de ser una excepción “rusa” o un problema “oriental” se mostraron fundamentales en los procesos revolucionarios de las décadas siguientes y de todo el siglo XX. Los “consejos” obreros (Soviets) van a aparecer ya en Hungría, Alemania e Italia en el ciclo revolucionario de 1918-1921. En la segunda mitad del siglo XX tenderían a surgir organizaciones similares o que iban en esa perspectiva, como lo demuestran los Cordones Industriales en Chile o los Consejos en la Revolución Portuguesa.
Son estas conclusiones omitidas por Blanc las que lo llevan a obviar lo elemental: el resultado de la política socialdemócrata en 1914 fue una consecuencia del avance de los elementos oportunistas que en comienzo señalaban potenciales peligros de una adaptación a las presiones de la legalidad y del régimen, y que finalmente se generalizaron transformándose en la norma, debido a que Kautsky y el aparato dirigente del SPD consideraron cada vez más al partido y sus conquistas no como un medio en los cuales apoyarse en función del objetivo revolucionario, sino como objetivos en sí mismos que debían ser conservados a toda costa de todo "peligro" proveniente de la lucha de clases.
La “paz civil” sellada por los sindicatos y el aparato partidario mediante la cual los primeros se abstenían a realizar huelgas que afectasen la producción para la guerra y los segundos a perseguir a la oposición interna que rechazaba su apoyo a los créditos de guerra, era al mismo tiempo un salto en calidad de una política cuyo “centro de gravedad” había pasado a estar en la actividad parlamentaria y “legal” renunciando a toda lucha ilegal y que enfrentase a la burocracia sindical, pero también un desarrollo lógico y la generalización de los elementos oportunistas previos. Allí se vio que en momentos más agudos esa burocracia era la herramienta de la burguesía para desviar los procesos revolucionarios, asesinando a sus dirigentes políticos y encauzando al movimiento de masas. Por el contrario, la política del “derrotismo” planteada por Lenin, que sostenía la necesidad de transformar la guerra imperialista en guerra civil entre el proletariado y las clases dominantes, supuso el rechazo a toda política de “unidad nacional” y conciliación de clases, la cual hubiera sido imposible actuando sólo en el terreno legal o parlamentario.
Para el caso Finlandés se puede decir algo similar: años de intervención meramente parlamentaria por fuera de la lucha de clases, tuvieron un costo concreto en el momento fundamental en el que estuvo planteada la toma del poder en 1917/18. En ese entonces, el Consejo Central Revolucionario elegido por los comités de trabajadores y compuesto en gran medida por la dirección del Partido Socialdemócrata, decidió tomar el poder. Si bien la mayoría había votado a favor de esta medida la misma se canceló, posponiendo la realización de la huelga que la llevaría adelante por “falta de apoyo de la minoría”. Para el momento de la toma del poder, dos meses después, la burguesía había tomado nota del poder de los trabajadores y decidió formar una guardia nacional y contar con el apoyo de armamento y soldados alemanes. La idea de “unidad de partido para la conquista de las mayorías obreras” en este ejemplo histórico no fue más que una atadura para el desarrollo del ala más radical que osciló y se mantuvo indecisa durante la revolución desarmando a los trabajadores para luchar contra las fuerzas burguesas.
Retomando la reflexión del comienzo de este apartado, se puede establecer que Blanc al escindir analíticamente el programa de la estrategia, no reconoce la incompatibilidad existente en la socialdemocracia entre medios y fines. La renuncia a preparar grandes combates contra el capital, el refugio en las viejas estructuras y “tácticas”, negando la posibilidad de adoptar giros bruscos, y la espera a que la “conciencia socialista” se produzca entre los trabajadores previo a la toma del poder, implicaba renunciar a toda lucha decisiva, y por lo tanto a toda política insurreccional que plantee el problema del poder.
¿Un kautskismo para el siglo XXI?
La reivindicación de aquellas experiencias por parte de Blanc no es un mero anecdotario histórico. Tiene la intención de justificar y abonar una perspectiva política: la incorporación del Democratic Socialist of América (DSA)como ala “izquierda” dentro del Partido Demócrata, funcionando como un apéndice de uno de los dos principales partidos de la burguesía en el corazón del imperialismo internacional. Para esta perspectiva hacemos dos críticas puntuales.
En primer lugar, el intento de comparar al Partido Demócrata con la vieja socialdemocracia por parte de Blanc, es algo completamente irrisorio. Entre ambas organizaciones hay una diferencia de clase. El SPD, con todos los problemas señalados anteriormente, se trataba de un partido obrero que en sus orígenes incluía tendencias revolucionarias, reformistas y centristas; y que a partir de la Primera Guerra Mundial, se volvió una organización obrera directamente reformista. Por el contrario, el Partido Demócrata norteamericano se trata, desde sus orígenes, de un partido burgués imperialista. A pesar de todas las críticas que le hacemos a Kautsky, es difícil imaginarse al teórico alemán militando dentro de un partido así.
En segundo lugar, el DSA, que en los últimos años al calor de las crisis económicas y políticas en Estados Unidos tuvo un enorme crecimiento entre la juventud, fue un centro de confluencia de decenas de miles de activistas que se reivindican socialistas. Pero lejos de ser un impulsor de los procesos de la lucha de clases que se han desarrollado en los últimos años (las enormes movilizaciones del Black Lives Matter o las recientes luchas de sectores de trabajadores) esta organización ha convocado a la juventud a que haga campaña electoral por Bernie Sanders y luego que se transforme en un respaldo “por izquierda”, mediante sus legisladores y diputados, al gobierno de Joe Biden.
Esta política de integración al Partido Demócrata se justifica para Blanc en la idea de que es necesario adaptarse al nivel de conciencia de los trabajadores y las “posibilidades reales” de obtener mejoras bajo las democracias parlamentarias. Blanc admite que esto puede implicar cierto “oportunismo”, pero en su lectura esta precaución ha llevado históricamente a la izquierda a resguardarse en el sectarismo, en pos de una búsqueda por apelar a una clase obrera “idealizada” y no a la existente, con sus contradicciones y con su conciencia real.
Sin embargo, este balance, arrastrando los errores mencionados en los apartados anteriores omite lo esencial: la inclinación del “centro de gravedad” de la actividad del DSA hacia el terreno parlamentario y electoral en detrimento de la lucha de clases lo ha alejado de toda perspectiva socialista, transformándolo, entre otras cuestiones, en cómplice de las políticas imperialistas del Partido Demócrata, como en el recientemente apoyo de algunos de sus diputados al incremento del presupuesto destinado a la “ayuda” militar a Israel, que se traduce en el fortalecimiento del apartado de represión y aniquilamiento del pueblo palestino. Es que al igual que el viejo SPD, la idea de confluencia de intereses con la burguesía imperialista, aceptando los marcos del estado capitalista nada menos que en Estados Unidos, implica ubicarse en el bando opuesto de la lucha del resto de los pueblos oprimidos del mundo que luchan contra el imperialismo.
A su vez, al propio interior de Estados Unidos, esta política implicó avalar al que ha sido históricamente el gran partido de la cooptación de todos los movimientos progresivos que han surgido en aquel país y que han impedido la unidad de las filas obreras. Mediante sus tentáculos en la burocracia sindical y su política de pasivización de movimientos como el de los derechos civiles o de las mujeres, el Partido Demócrata ha defendido los intereses de la burguesía evitando que estos tomen un filo disruptivo y se radicalicen. Hoy el DSA funciona como una cobertura de aquella política, en la medida en que frente a los procesos de lucha que se han desarrollado en los últimos años ha planteado que sus demandas se canalicen por la vía del voto y la presión parlamentaria, sin siquiera poner sus enormes recursos (diputados, dinero, activistas en todo el país) a disposición de su victoria.
La idea de “pelearla desde adentro” de estos regímenes putrefactos y sus partidos, implicó ubicarse junto al mismo Partido Demócrata cuyas políticas provocaron muchas de las demandas que han movido a las masas a salir a las calles como la represión racista o la precarización de la juventud.
Pareciera que frente a cambios en la realidad, Blanc nos invita a probar con la “vieja táctica” fracasada una y otra vez a lo largo de la historia: la de frenar el impulso de la lucha en pos del avance paulatino de una conciencia “socialista” que en los hechos sólo es útil a la conservación del status quo. La única consecuencia de esa política puede ser la desmoralización de quienes salen a pelear a quienes se les recomienda “confiar” en sus verdugos, y posponer sus reclamos estructurales para un futuro indefinido, mientras se deben contentar con el “aquí y ahora” que suelen ser migajas. Todo esto en el contexto de una “democracia” capitalista que lejos de estar “más fuerte que nunca” como dice Blanc, muestra a cada paso sus debilidades: un régimen que expresa la decadencia de la hegemonía norteamericana en los últimos años, expresada en el “bonapartismo” trumpista, pero también en el retorno a la lucha de clases en el corazón del imperialismo.
Para finalizar, queremos marcar un contraejemplo a la tesis de Blanc (que valga la pena decir: la revista Jacobin ignora sistemáticamente) que niega la equiparación entre “principismo” y “marginalidad”. Es el desarrollo del Frente de Izquierda-Unidad en Argentina. Esta coalición de partidos de la izquierda trotskista fue catalogada por el periodista del diario derechista La Nación Carlos Pagni como “la izquierda más radicalizada del mundo”. Compuesto de partidos con inserción entre trabajadores, jóvenes precarizados, intervención en distintos movimientos de lucha y sindicatos, el FIT es una izquierda clasista, con un programa anticapitalista y de lucha por el socialismo que lejos está de la “marginalidad”. No sólo por sus resultados electorales sino porque en sus diez años de existencia ha tallado en la escena política nacional como una “tercera fuerza” frente a los dos grandes bloques que han gobernado el país en las últimas décadas, haciéndose presente en los principales procesos de lucha que han atravesado al país durante los últimos años e interviniendo en los debates políticos nacionales.
Esta experiencia es un importante punto de partida en la tarea de construir un partido que se nutra de las principales experiencias de la lucha de clases tanto a nivel nacional como internacional, que colabore en desarrollar las tendencias a la autoorganización y autoactividad de las masas en función de que sus luchas triunfen.
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