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Red Internacional
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TRIBUNA ABIERTA. ¿Quiénes son realmente los comunistas?

Publicamos una contribución que nos hiciera llegar Carlos Pérez Soto, Profesor de Estado en Física, conocido por sus cátedras sobre marxismo y algunos de sus libros como "Proposiciones para un marxismo hegeliano".

Miércoles 31 de agosto de 2016

1. En 1848 los comunistas eran los que veían a la propiedad privada de los medios de producción como origen de los males del capitalismo. Carlos Marx propuso llamar “Liga de los Comunistas” a la que hasta entonces se llamaba “Liga de los Justos” porque entendió que no sólo se trataba de la justicia en general, a la manera de una exigencia moral, sino que el asunto era organizar una oposición directa, política, al sistema dominante como conjunto.

Marx llamó comunistas a quienes habían reconocido el movimiento profundo de la realidad, las posibilidades materiales liberadoras trabadas por el interés capitalista, las posibilidades políticas que abría la conciencia organizada de los trabajadores.

Sostuvo que el poder también había notado ese gran cambio histórico en el presente, escribió que los poderes dominantes ya habían empezado a temer sus posibilidades revolucionarias, escribió que, cual un fantasma amenazante, el comunismo había empezado a recorrer Europa:

“Contra este fantasma se han conjurado en santa jauría todas las potencias de la vieja Europa, el Papa y el zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes. No hay un solo partido de oposición a quien los adversarios gobernantes no motejen de comunista, ni un solo partido de oposición que no lance al rostro de las oposiciones más avanzadas, la acusación estigmatizante de comunismo.”

Marx llamó comunistas a un tipo de revolucionarios que eran temidos por el poder, a pesar de lo precarias e incipientes que pudieran parecer sus organizaciones e iniciativas políticas concretas. Temibles por su programa radical. Temibles por su voluntad de acción política radical.

2. En marzo de 1918, Lenin propuso llamar Partido Comunista al partido bolchevique para enfatizar sus diferencias con los que no creían que la revolución de Octubre pudiera convertirse en un gran paso adelante en las luchas del proletariado. En diciembre de 1918 la “Liga Espartaquista” encabezada por Rosa Luxemburgo y Karl Liebnecht se transformó en el Partido Comunista Alemán, reconociendo su apoyo a la revolución de octubre, a sus posibilidades democráticas, y su oposición al marxismo reformista de Karl Kautsky.

Varios Partidos Comunistas se formaron a lo largo de 1918 y 1919 en el mismo espíritu del Partido Alemán. En marzo de 1919 se llevó a cabo el Primer Congreso de la Tercera Internacional, que se llamó a sí misma Internacional Comunista. En ese momento se llamaron comunistas aquellos que reconocían la necesidad de la acción radical para el derrocamiento del sistema dominante, aquellos que reconocían la necesidad de una dictadura revolucionaria del proletariado en contra de la dictadura, democrática o no, del capital, expresada en un Estado de Derecho que favorecía sistemáticamente a la burguesía, en contra de los intereses del conjunto del pueblo.

Entre 1918 y 1929, a pesar de la guerra revolucionaria, a pesar del cerco capitalista, a pesar de las dificultades económicas, los comunistas soviéticos levantaron por primera vez en la historia, un sistema nacional de educación laica y gratuita, un sistema médico general gratuito abocado a las necesidades de todos y cada uno de los ciudadanos, establecieron, por primera vez en la historia humana, los plenos derechos jurídicos y políticos de las mujeres, establecieron las bases de un orden jurídico que favoreciera sistemáticamente los intereses del proletariado, es decir, una dictadura del proletariado. Quisieron dar los pasos más grandes, los más radicales, para perseguir aquello que, justamente, establecía su nombre: una sociedad comunista, un mundo en que ya no haya lucha de clases.

3. La manía autodestructiva que nos ha acostumbrado a pensar desde la lógica de la derrota, nos ha llevado a destacar hasta el cansancio las múltiples razones por las que esa grandiosa iniciativa del proletariado condujo a la dictadura burocrática y al totalitarismo.

Las razones son muchas, contundentes, y la deriva del comunismo resultó trágica y destructora. Esto es algo que sabemos, y que nuestros enemigos se solazan en señalar, omitiendo con ellos las consecuencias desastrosas para toda la humanidad de lo que ellos mismos defienden. Y esto es algo que nosotros mismos, a la hora de justificar nuestras políticas de compromiso, nos hemos acostumbrado a señalar, como si estuviéramos condenados a ser derrotados una y otra vez.

Pero el aspecto, meramente puntual, sólo inicial, que me interesa aquí, en este recurso a la historia, que nunca me ha convencido demasiado, es lo que la larga sombra del socialismo burocrático ha significado para este nombre originario y fundante. Lo que ha significado para la idea de lo que es ser comunista.

4. El socialismo burocrático distorsionó profundamente la lógica del llamamiento comunista de la III Internacional. Convirtió en comunistas a dos tipos, aparentemente opuestos, de militantes. Por un lado los que, bajo el imperativo primero de defender la realidad y el ejemplo de la Unión Soviética, procuraron reproducir una y otra vez los caminos y las acciones políticas concretas que condujeron a la revolución de Octubre, y luego a otros, que bajo esta misma lógica, buscaron llegar al socialismo a través de los vericuetos y resortes de las democracias de tipo parlamentario que se desarrollaron a lo largo del siglo XX. Mao Tsé Tung y Palmiro Togliatti, son los dos mejores ejemplos, perfectamente simétricos de estas políticas. El reformismo keynesiano del comunismo italiano, y la conversión masiva al capitalismo del comunismo chino, son hoy el testimonio de lo que esos comunistas burocráticos significaron históricamente.

Con ellos se llevó a una política comunista en que, curiosamente, lo primero que desapareció, del discurso y la acción, fue justamente el objetivo comunista. Todo se convirtió en transición. Y las transiciones no se discutieron nunca de acuerdo a su objetivo, sino simplemente en función de su acercamiento o alejamiento relativo, más o menos formal, al modelo soviético.

Comunista pasó a ser sinónimo de estatalismo, de industrialización, de verticalismo organizativo, de convicciones críticas en que las necesidades de la unidad de acción pesaban siempre más que la vocación crítica misma.

Las políticas comunistas mantuvieron una posición ambigua respecto de la violencia revolucionaria, aceptándola para la periferia, negándola para los países desarrollados. Una posición ambigua respecto del Estado de Derecho burgués, atacándolo directamente cuando había correlaciones de fuerza favorables, aceptándolo como marco de hierro cuando se pensaba que no había posibilidades de poder efectivo.

Como se ha señalado tantas veces, la política comunista se volvió reivindicativa, en particular, economicista. Y los militantes comunistas, educados en una cultura homogeneizadora, tuvieron dificultades sistemáticas para apropiarse de manera integral de todo ámbito que no fuese el de la reivindicación económico-social.

Por esa vía los problemas del medio ambiente, de las diferencias étnicas y de género, los problemas derivados del uso de las tecnologías de la información, les resultaron difíciles, quedando en manos, afortunadamente, de otros militantes radicales, no marxistas, que supieron ver en ellos las fuentes de crítica y acción política que contenían, abriendo la oposición al sistema hasta un amplio espectro de luchas a las que los militantes llamados comunistas siempre llegaron tarde, mal y con la infaltable vocación estalinoide de ponerlos al servicio de su propia política.

Muy lejos de querer continuar esta política llorona, pegada al masoquismo que se llama pomposamente “autocrítica”, y que encubre a penas su vocación oportunista, lo que me interesa aquí no es enumerar una vez más las razones y sin razones de lo perdido, sino pensar directamente en el futuro. Pensar directamente en la gran tarea que la humanidad tiene por delante, y cuyas premisas materiales constatamos todos los días, sin estar a la altura de la necesidad de una política que la haga verosímil y viable.

5. ¿Cuánto de esto debería aún ser llamado “comunista”? En el sentido de Marx, en el sentido de los bolcheviques, más allá de los timbres y las marcas registradas, ¿Quiénes deberían ser llamados propiamente comunistas?

En primer lugar, antes que nada, son comunistas aquellos que creen que el comunismo es posible. Que una sociedad sin clases sociales no es ni un sueño, ni una utopía, ni el resultado inercial de un progreso económico y técnico indefinido. Aquellos que ponen al centro de su política esta perspectiva, y son capaces de explicarla y promoverla de manera eficaz, explícita, sin el cuento de que se trata de un límite, de que es una meta extremadamente lejana.

Sin el cuento de una transición, primero a la democracia avanzada, luego al socialismo, luego a las bases de algo, y allá, más allá de lo que es imaginable, a una sociedad que hoy no podría ser imaginada. Sin el cuento de una transición que no termina jamás, en el curso de la cual el sólo perseguir ese límite se convierte en una profesión política, en un oficio eterno, nada inocente, que es más bien una manera de ganarse la vida que de luchar por el futuro.

Comunistas son los que pueden explicar a las personas comunes y corrientes, de manera simple y directa, que la abundancia de bienes materiales ya es real, y que la humanidad ya ha alcanzado el estado en que podría compartirla de manera justa e igualitaria. Los que son capaces de explicar que no hay impedimentos de principio, ni en la naturaleza ni en la condición humana que nos limiten para siempre, que nos obliguen a aceptar la injusticia abierta, o la simple mediocridad de la vida de las capas medias como único horizonte posible.

Comunistas son los que a cada paso declaran, y construyen su política pensando en una sociedad en que haya intercambio, pero no mercado, en que haya familias pero no matrimonio, en que haya gobierno pero no Estado, en que las normas sociales no requieran estar cosificadas en la forma de un Estado de Derecho.

6. Pero nada de esto es posible sin un programa. Deberían llamarse comunistas los que tienen un programa comunista. Los que pueden expresar de manera concreta, actual, real, políticas que conduzcan de manera efectiva a sus objetivos históricos.
No estoy sosteniendo esta ponencia aquí, hoy, para señalar quejas históricas, o emplazamientos morales. Lo que quiero sostener, de manera sustantiva, es cuáles deberían ser esas políticas reales y concretas. En torno a qué clase de política podemos llamarnos en verdad comunistas. Lo que me importa no es quiénes tienen derecho a ostentar ese nombre o a resguardar esa marca, sino el problema sustantivo de qué contenidos son los que su concepto requiere y exige.

7. En primer lugar una política comunista debe sostener la necesidad y el derecho de que la enorme abundancia material que se produce hoy en el planeta sea apropiada y repartida entre sus productores directos, no por la vía del consumo enajenado sino por el reparto efectivo de las tareas y los beneficios de la producción material directa.

Esto sólo es posible si se ejerce una des tercerización radical de la economía, que nos aleje del trabajo estupidizante, que nos convierta a todos en productores de bienes materiales, y que libere completamente a los servicios de la lógica del mercado de trabajo.

Que nadie gane salario por educar, por desarrollar el saber, por hacer arte, o prestar servicios médicos. Que el único principio del salario sea la producción de bienes físicos, y que los servicios se conviertan por fin en derechos básicos, que se puedan ejercer libremente, por fuera de cualquier lógica de mercado.

La consecuencia inmediata de esto, y a la vez un principio paralelo, es que se baje radicalmente la jornada laboral, para repartir de manera general el trabajo físico necesario entre todos los integrantes de la fuerza de trabajo. Durante una larga época de transición, para esto, será necesario, mantener, o incluso mejorar, los salarios. La única forma de hacer esto es que el costo de tal operación sea extraído de la plusvalía, es decir, que los enormes aumentos de la productividad del trabajo sean apropiados por los productores efectivos, directamente en contra de su apropiación capitalista.

Cualquier disminución de la jornada laboral que se obtenga, manteniendo los salarios, no es sino una operación de reapropiación de la plusvalía creada por los trabajadores, una apropiación social de los efectos del desarrollo tecnológico que hemos creado entre todos. La disminución de la jornada laboral es, directamente y de manera efectiva, el inicio de la larga marcha hacia el comunismo.

8. La política comunista debe trazar un horizonte de medidas concretas, viables y reales, que atiendan a las necesidades más inmediatas, que permitan la progresiva construcción de hegemonía y autonomía material y política del conjunto del pueblo.

En primer lugar, en el ámbito material, una política de desconcentración radical de la producción de alimentos. A la vez, una política de desconcentración radical de la producción de energía. Y también, una política de desconcentración radical de las ciudades.

En segundo lugar, y paralelamente, una iniciativa de desconcentración radical de la gestión y el aparato del Estado.

Todas las políticas que apunten a la autonomía y autosuficiencia alimentaria y energética de la comunidad de base, todas las que apunten a disminuir la envergadura y aumentar el poder efectivo de los municipios, todas las que apunten al control ciudadano de la educación, la salud, la vivienda, la gestión cultural, están directamente en la vía de la larga marcha hacia el comunismo.

9. La lógica de la derrota, y el oportunismo burocrático nos han acostumbrado a mirar políticas como estas con una lejanía bien intencionada, paternalista e irónica. Nos han acostumbrado a pensar que nada realmente importante puede ocurrir desde ya. Nos han acostumbrado a pensar en chiquitito, de manera inmediatista, en el corto plazo mediocre, en el circuito político pequeño en que se mueve la política burocratizada de los poderes dominantes.

Nosotros mismos nos hemos acostumbrado al cuento pequeño burgués de lo “utópico”, nos hemos resignado a la lógica sentimental y un poco hipócrita de ser “soñadores” e incluso, frecuentemente, nos hemos acostumbrado a ni siquiera soñar, a dedicarnos simplemente al día a día, como si todo lo importante estuviera en un futuro indefinido, o peor, como si lo importante fuesen las mediocridades impuestas por el presente, y por el poder.

Es por eso que las formulaciones, las políticas que he enunciado, no bastan, aunque sean las esenciales, para sacar al espíritu comunista de su marasmo. Es necesario formular también otro ámbito de políticas inmediatas, que tengan la concreción poco imaginativa a la que el espíritu comunista ha sido reducida, pero que tengan la radicalidad necesaria que las haga dignas de llamarse comunistas. Un programa que haga temer de manera efectiva a los poderes dominantes, que les recuerde que el viejo topo no descansa, y está dispuesto a aflorar una y otra vez con su desafío.

10. Los comunistas deben, por eso, y por que es necesario por sí mismo, formular también un plan estratégico que pase por lo inmediato, que conecte ese gran horizonte de construcción progresiva de hegemonía popular, con las tareas y dificultades del presente.

En ese orden, el primer enemigo que se debe enfrentar es el capital financiero. Bajar radicalmente las tasas de interés bancario y comercial, subir radicalmente los impuestos a la banca, prohibir de manera contundente las formas de reproducción del capital abiertamente improductivas y especulativas, quitar todo aval estatal a las deudas privadas, impedir desde ya toda operación de “salvataje” de los bancos a costa de los estándares de vida del conjunto de los trabajadores. Esta es hoy una cruzada mundial. Los más amplios sectores políticos, de casi todos los signos, están por llevar a cabo estas reformas, incluso de manera radical. Los comunistas deben ser los primeros, y los de cada día, en esta lucha de todos.

El segundo gran enemigo que es necesario enfrentar es el capital trasnacional rentista, el que usufructúa de manera privada de las riquezas que la naturaleza pone a disposición de todos. Derogar el régimen de concesiones plenas, anular de inmediato las concesiones de recursos naturales hechas a espaldas del pueblo en la minería, la pesca, los bosques, los recursos hídricos. Los comunistas deben ser los primeros en esto, y no sólo formalmente, a través de proyectos inviables en el sistema institucional establecido.

Por eso, el tercer gran enemigo que es necesario enfrentar es el sistema político mismo, la maquinaria de las instituciones del Estado organizadas de tal manera que su única función real es la de su propia reproducción, y la de operar al servicio del interés privado. No hay futuro político posible sin una nueva constitución, construida por el conjunto de los chilenos de manera democrática. Y no vamos a avanzar hacia ese objetivo en el marco de las leyes de quórum calificado, ni en el contexto de la participación binominal. Estar fuera de un sistema viciado y antidemocrático nos legitima, pretender estar dentro sólo conduce a legitimarlos a ellos.

11. Destercerizar la economía, reducir la jornada laboral manteniendo los salarios, terminar con el régimen de concesiones plenas, restringir de manera radical las operaciones y el lucro usurero de los bancos. Se trata pues de medidas radicales. De una política audaz. Se trata de representar efectivamente lo que, hoy sin mucha razón, temen en nosotros. Se trata de ser comunistas porque buscamos el fin de la sociedad de clases.

No tengo que aclarar que es perfectamente probable que a los poderes dominantes no les guste demasiado, ni siquiera a nivel meramente retórico, una política como esta. Los enemigos de la democracia nos llamarán “enemigos de la democracia”, los que han privado de propiedad a la mayor parte de los seres humanos nos llamarán “enemigos de la propiedad”, los que han creado un sistema profundamente violento nos llamarán “violentistas”. Y, desde luego, no se conformarán con declararlo. Pasarán, como siempre lo han hecho, a la violencia directa contra los que se levanten en contra de su violencia. No hay ni habrá novedad alguna en eso.

Pero entonces, ante la violencia de las clases dominantes, se deberían llamar comunistas a los que reconocen nuestro derecho a la violencia revolucionaria en contra de la violencia institucionalizada.
La miseria en los hospitales públicos es la violencia, la destrucción del sistema educacional es la violencia. Los salarios precarios, el endeudamiento usurero, el regalar al capital extranjero las riquezas de todos, el poner al Estado completamente al servicio del capital, el que los funcionarios del Estado velen por su propio interés por sobre el de aquellos que dicen representar, eso es la violencia.

Criticaremos la violencia vanguardista, haremos legítima nuestra violencia haciéndola violencia de masas, buscaremos las formas de luchar que no lleven al crimen y al sacrificio, reconoceremos a nuestros enemigos todos y cada uno de los derechos humanos que ellos mismos nos niegan. Pero se trata de dar esta lucha con todo lo que tengamos a mano.

Sólo pueden llamarse comunistas los que reconozcan y ejerzan nuestro derecho a responder a través de la violencia revolucionaria la violencia a la que somos condenados por el sistema de dominación. Sólo de esta manera los comunistas volveremos a ser auténticamente temidos, como corresponde, por aquellos que nunca han olvidado que aún estamos aquí, dispuestos a disputarles puño a puño, marcha a marcha, sangre a sangre, el mundo que nos niegan.