Desde la publicación del libro Hegemonía y lucha de clases. Tres ensayos sobre Trotsky, Gramsci y el marxismo (Bs. As. Ed. IPS, 2017), de Juan Dal Maso, hemos publicado distintos debates con intelectuales y militantes de la Argentina y otros países. En esta oportunidad publicaremos sucesivamente tres artículos sobre este libro de destacados investigadores como Panagiotis Sotiris, Warren Montag y Pietro Basso, quienes hacen cada uno su propia valoración de este trabajo, estableciendo un diálogo crítico con sus elaboraciones para pensar sobre la actualidad. En esta edición, le cedemos la palabra a Panagiotis Sotiris.
Oponer a Gramsci a las tradiciones del marxismo revolucionario e intentar presentar su obra como una especie de anti-leninismo, ha sido un lugar común en las discusiones marxistas desde finales de la década de 1960 y en el intento de Norberto Bobbio de oponer a Gramsci a algunos de los principios de una teoría marxista clásica del Estado [1]. Este fue también un elemento muy fuerte en la forma en que se lo interpretó como justificación de la política reformista de los años setenta, ejemplificada en el uso de Gramsci como punto de referencia en los debates sobre el eurocomunismo y, en particular, en los debates en el seno del Partido Comunista Italiano [2]. La posibilidad de encontrar alguna conexión entre algunas de las tensiones del pensamiento de Gramsci y las variantes posteriores del comunismo reformista fue el punto central del conocido artículo de New Left Review de Perry Anderson sobre las antinomias de Antonio Gramsci, recientemente reeditado [3]. A finales de los años setenta, Louis Althusser fue también bastante crítico con la noción de hegemonía, insistiendo en que podría llevar a una concepción reformista del Estado [4]. En escritores que simpatizan más con las corrientes neo-anarquistas que emergen en los movimientos sociales contemporáneos, como Richard Day, podemos encontrar una crítica a la conceptualización gramsciana de la hegemonía como exponente de los problemas más generales de una posible concepción marxista de la política [5]. Por otro lado, hemos tenido una serie de lecturas de Gramsci que, a pesar de sus diferentes alcances o referencias políticas, han tratado de subrayar la originalidad e incluso la singularidad de Gramsci, pero también su constante diálogo con las diversas tradiciones del marxismo revolucionario [6]. Todo esto es un testimonio de que la obra de Gramsci sigue siendo un terreno en disputa de lecturas opuestas [7].
En este sentido, Hegemonía y lucha de clases de Juan Dal Maso es un retorno más que bienvenido a la relación entre Gramsci y las tradiciones del marxismo revolucionario, y un importante recordatorio de la pertinencia de Gramsci para los debates estratégicos contemporáneos de la izquierda. El libro está compuesto por tres artículos de Dal Maso, uno sobre los usos de la noción de hegemonía en los escritos de Trotsky, el segundo sobre las referencias a Trotsky en los Cuadernos de la cárcel de Gramsci y el tercero es un retorno crítico al texto de Perry Anderson sobre las antinomias de Antonio Gramsci.
1. Trotsky sobre la hegemonía
El primer ensayo es una contribución importante a la literatura sobre Trotsky y el concepto de hegemonía. Como es bien sabido, la noción misma de hegemonía surgió en los debates de la socialdemocracia rusa y representó un intento de pensar la dirección del proletariado sobre el campesinado y otros estratos en la lucha contra la opresión zarista. Más tarde reaparecerá en los debates dentro del Partido Bolchevique en el período de la NEP [8]. Es a partir de este período (y de las referencias críticas que hace Gramsci con respecto a Trotsky en los Cuadernos de la Cárcel) que surge la acusación de que Trotsky no tenía una estrategia para la hegemonía. Así es como Bujarin formuló esta acusación en ese debate:
Por lo tanto, a pesar de lo que dice el camarada Trotsky, el camarada Lenin consideró que la teoría de Trotsky subestimaba el papel del campesinado. Y por mucho que el camarada Trotsky quiera evitar reconocer este fundamental y cardinal error, no puede. No se puede jugar a las escondidas. Hay que decir clara, precisa y definitivamente quién tiene razón. Porque está perfectamente claro que ante nosotros hay dos teorías diferentes: según una teoría, el campesinado es un aliado, según la otra, es un enemigo inevitable; según una teoría, podemos llevar a cabo una lucha exitosa por la hegemonía sobre el campesinado, según la otra teoría, esto fracasará; de acuerdo con una teoría, un conflicto agudo con el campesinado es inevitable; según la otra teoría, este conflicto puede ser evitado si nuestra política es dirigida de una forma inteligente, etcétera.
¿No está claro que esta cuestión “permanente” de una teoría “permanente” es la contradicción “permanente” entre el trotskismo y el leninismo? [9]
Dal Maso asume la tarea de responder a esta crítica. Subraya que la hegemonía tiene una larga historia en los debates de la socialdemocracia rusa y que Trotsky realizó una importante contribución en los mismos, haciendo un uso complejo de la noción de hegemonía para referirse a las relaciones internacionales y a las jerarquías interestatales, pero también a las cuestiones de la alianza obrero-campesina y al desafío de la dirección del proletariado en esta alianza. Dal Maso destaca el hecho de que Trotsky tuvo una aproximación muy interesante a la cuestión de la hegemonía con respecto a las relaciones entre los Estados en el terreno del imperialismo moderno. Refiriéndose a la descripción de Trotsky de la hegemonía estadounidense en términos no sólo de fuerza político-militar sino también de superioridad técnica y financiera, presenta la relación dialéctica de la economía y la política en el plano internacional.
Dal Maso ofrece una lectura muy detallada e informada de los debates sobre la revolución de 1905 y la cuestión de la hegemonía proletaria. Destaca la importancia de las observaciones de Trotsky con respecto a los soviets, como instituciones de lucha:
En la perspectiva de Trotsky, el soviet se constituía como un órgano de poder revolucionario que ejercía la hegemonía en la ciudad y garantizaba a su vez la hegemonía del proletariado en la revolución (p. 48).
Vuelve a la noción de revolución permanente y a su desarrollo en el pensamiento de Trotsky después de la experiencia de la Revolución rusa, pero también a la luz de los acontecimientos posteriores, los debates dentro del partido Bolchevique y acontecimientos como la Revolución China de 1925-27. Insiste en que la lógica de la revolución permanente es, en efecto, una lógica de hegemonía.
En síntesis, manteniendo la estrecha conexión entre hegemonía, lucha de clases, tareas de la revolución democrático-burguesa y de la revolución proletaria, la hegemonía era un momento en la dinámica de la revolución permanente, que a su vez era la única que permitía que la hegemonía no se detuviera, avanzando hacia la dictadura del proletariado apoyada en el movimiento campesino (p. 59).
El autor subraya la importancia de los escritos de Trotsky sobre el Frente Único, insistiendo al mismo tiempo en que la cuestión de la revolución socialista supone la cuestión de la hegemonía y no una negación de la misma, y subrayando la importancia de la oposición entre el Frente Único y el Frente Popular en la que Trotsky insistió. De particular importancia es el regreso de Dal Maso a la conceptualización de Trotsky de la noción de la dualidad de poderes y su relación con la cuestión de la hegemonía. Con respecto a este punto, vuelve también sobre las lecturas del poder dual y de la dualidad de poderes como parte de cualquier proceso de transición, en las obras de Carlos Nelson Coutinho, René Zavaleta Mercado y Daniel Bensaïd en su original contribución sobre este tema a finales de los años setenta, criticando la posición de Zavaleta Mercado sobre la tendencia de Trotsky a generalizar la noción de la dualidad de poderes.
Dal Maso conecta la “última batalla” de Lenin con los análisis de Trotsky sobre el surgimiento de la burocracia como intentos de pensar una estrategia revolucionaria. Su conclusión es que la noción de hegemonía puede ser parte integral de una estrategia de revolución permanente y hace hincapié en que la lucha por la hegemonía sigue siendo crucial en el proceso de transición, a diferencia de cualquier concepción de la hegemonía como simple dirección antes de la revolución.
2. La crítica de Gramsci a Trotsky revisitada
El segundo ensayo del libro trata de la cuestión de cómo leer las referencias a Trotsky en los Cuadernos de la cárcel. Este es un ensayo importante con un sólido enfoque "filológico", que incluye la revisión de la cuestión abierta de la extensión del conocimiento real de Gramsci sobre los escritos de Trotsky después de su encarcelamiento [10].
Dal Maso lee cuidadosamente los párrafos de los Cuadernos de la cárcel en los que Gramsci discute algunas de las posiciones de Trotsky. Comienza con las conocidas referencias críticas de Gramsci a la noción de revolución permanente y cómo ésta fue “sistematizada, desarrollada, intelectualizada por el grupo Parvus-Bronstein” [11]. Dal Maso subraya que esta oposición entre la teoría abstracta y el realismo político en relación con la noción de revolución permanente será un tema recurrente en Gramsci. Luego pasa al rechazo de Gramsci de la crítica de Trotsky a Labriola, que él atribuye a la oposición de Gramsci a cualquier materialismo vulgar como el de Plejánov. Partiendo de las referencias críticas de Gramsci a las posiciones de Trotsky sobre la militarización del trabajo, Dal Maso insiste en que se trata de intervenciones coyunturales y que, de hecho, hay una mayor convergencia entre Gramsci y Trotsky en cuanto a la relación entre la cultura, la industria, la política y la hegemonía en el período de transición. Dal Maso intenta responder a la consideración de Gramsci sobre Trotsky como el teórico por excelencia de la “guerra de movimiento” en contraposición a la “guerra de posición”, señalando el hecho de que Gramsci probablemente no tuvo acceso a los escritos posteriores de Trotsky que ofrecían un enfoque mucho más equilibrado a tales preguntas. Al mismo tiempo, resalta que las referencias de Gramsci al primer Plan Quinquenal y la forma en que insiste en un plan que “se ejecute democráticamente y con la participación de los trabajadores” también se acercan a las críticas de Trotsky al estalinismo. Además, Dal Maso dirige nuestra atención a la importancia del C13 §14 donde se puede encontrar una apreciación más positiva de Trotsky, más cercano a la distinción de Gramsci entre ‘Oriente’ y ‘Occidente’, ‘guerra de movimiento’ y ‘guerra de posición’.
Un intento de comenzar una revisión de los métodos tácticos actuales fue quizás el esbozado por L. Dav. Br. [Trotsky] en la cuarta reunión, cuando hizo una comparación entre los frentes oriental y occidental. El primero había caído de inmediato, pero entonces se habían producido luchas sin precedentes; en el caso del segundo, las luchas tendrían lugar "de antemano". La cuestión, por lo tanto, era si la sociedad civil se resiste antes o después del intento de tomar el poder; dónde tiene lugar este último, etc. Sin embargo, la cuestión se planteó sólo de forma brillante, literaria, sin directrices de carácter práctico [12].
Esta es una visión menos negativa de Trotsky y un reconocimiento por parte de Gramsci de que Trotsky estaba considerando la estrategia y las tácticas del Frente Único, es decir, la estrategia política que es el punto de referencia para el pensamiento de Gramsci de una “guerra de posición” que apunta a la hegemonía proletaria. Por otro lado, en C14 §68 Gramsci es de nuevo más crítico con Trotsky insistiendo en que con la teoría de la revolución permanente no podía entender la importancia de la hegemonía y la necesidad de la clase obrera de “nacionalizarse” (en el sentido de “nacional-popular”) como parte de la lucha por la hegemonía. Dal Maso insiste en que tales pasajes representan el lado más débil de la crítica de Gramsci a Trotsky, en la forma de una asociación de la revolución permanente con el ataque frontal y con la ausencia de una práctica política hegemónica. Por último, Dal Maso se ocupa de los famosos párrafos sobre el “parlamentarismo negro”. Estos son algunos de los pasajes más densos de Gramsci, una teorización paralela tanto de la evolución del fascismo como del estalinismo, con la expulsión de Trotsky presentada como evidencia de que la Unión Soviética se mueve incluso más allá de la versión soviética del “parlamentarismo negro”.
Dal Maso insiste en que algunas de las críticas de Gramsci a Trotsky estaban más dirigidas a una cierta caricatura de Trotsky, cuando en realidad ambas intervenciones surgieron en el mismo contexto histórico y trataron problemas similares. En particular, subraya el hecho de que la teoría y la práctica de la revolución permanente requieren de hecho la problemática de la hegemonía, en el sentido de que una estrategia para la hegemonía no sólo puede fortalecer la unidad de las clases subalternas, sino también el potencial para avanzar hacia posiciones revolucionarias.
3. “Las Antinomias de Antonio Gramsci” nuevamente en debate
Finalmente, Dal Maso retoma el texto de Perry Anderson sobre las antinomias de Antonio Gramsci. Dal Maso subraya la importancia que tuvo este texto, con su apoyo a Trotsky sobre los presuntos límites de Gramsci y las formas en que reforzó la posición errónea de que había una continuidad estratégica entre Gramsci, Togliatti y el eurocomunismo. Su crítica comienza con el rechazo de la elección metodológica de Anderson de describir las antinomías en términos de deslizamientos que acercan a Gramsci a las posiciones reformistas. Dal Maso no se limita a la reproducción de la demostración [13] de Gianni Francioni de los errores que Anderson comete en su cronología de los pasajes de los Cuadernos de la cárcel en los que basa su análisis de los tres enfoques diferentes de Gramsci sobre la cuestión de la relación entre el Estado y la sociedad civil. En cambio, quiere examinar todos los aspectos del argumento de Anderson. Critica a Anderson por tergiversar la profundidad y riqueza de la lectura de Gramsci sobre el papel del Estado y el papel del parlamentarismo en el fortalecimiento de la hegemonía de la burguesía. Del mismo modo, y en contra de la crítica de Anderson, expone la complejidad de la teorización de la hegemonía de Gramsci y el hecho de que para Gramsci la hegemonía no sólo es “ético-política”, sino que también está relacionada con la estructura económica, en el mismo sentido de que no se trata sólo del Estado, sino también de las formas autónomas de organización de las clases subalternas. En este sentido, la hegemonía está directamente ligada a la cuestión de la independencia política y al partido revolucionario o “Príncipe Moderno”. Además, recuerda la importancia de las referencias de Gramsci a la “relación de las fuerzas militares” [14], que también ofrece una manera de darse cuenta de que Gramsci tenía un enfoque bastante dialéctico tanto de la hegemonía como del poder. Por eso Gramsci no tiene una concepción de la “hegemonía cultural”, sino una concepción compleja del Estado y la hegemonía que incluye a la cultura como terreno de lucha.
Dal Maso insiste en que, en contraste con la posición de Anderson, hay distancia entre la guerra de posición de Gramsci y la estrategia reformista de Kautsky. Desde su óptica, la guerra de posiciones no se refiere a una estrategia parlamentaria, no se trata de conseguir el apoyo electoral de la mayoría, sino de un proceso de movilización global, social, política y militar con el centro puesto en la relación de las fuerzas políticas tal y como están definidas por la relación de las fuerzas militares. Además, para Dal Maso una lectura detenida y atenta de los Cuadernos de la cárcel puede aportar la complejidad de la relación entre la guerra de movimiento y la guerra de posición, pero también la importancia de la vinculación entre la noción de revolución pasiva y la estrategia de la guerra de posición. Es precisamente la noción de revolución pasiva la que permite repensar el surgimiento del fascismo y sus límites, las nuevas formas de parlamentarismo negro y las nuevas condiciones de la lucha política. Todo esto, según Dal Maso, sugiere que en contraste con la posición de Anderson de que Gramsci de alguna manera perdió el rumbo, de hecho abrió nuevos caminos.
Conclusión: repensando la estrategia revolucionaria a través de Gramsci
En resumen, estamos ante una contribución importante. Este libro no trata simplemente de cuestiones filológicas o de interpretación. Hay cuestiones estratégicas importantes, pertinentes para los debates contemporáneos. En este sentido, es un libro que tiene un alcance más amplio que la cuestión de la relación entre Gramsci y Trotsky. De la misma manera que Dal Maso insiste en que algunas de las críticas que plantea Gramsci tienen más que ver con posiciones específicas (o “caricaturas” de posiciones) que con la intervención real de Trotsky, podemos decir que este libro no trata simplemente de restablecer un diálogo entre Gramsci y Trotsky o de encontrar afinidades reales entre sus proyectos teóricos y políticos. Es también un libro que insiste en que la obra de Gramsci debe ser un aspecto integral de cualquier intento de repensar cuestiones de estrategia revolucionaria hoy en día.
Y yo sugeriría que hay aspectos del pensamiento de Gramsci que son cruciales para cualquier intento de repensar la posibilidad de una estrategia revolucionaria en la actualidad. Las dinámicas sociales y políticas contemporáneas, que incluyen la crisis del neoliberalismo, el retorno de la política de masas en ciertas formaciones sociales, el hecho de que en algunos casos la crisis política se haya convertido en crisis de hegemonía de carácter orgánico, los cambios bruscos en la representación política, todo esto ha vuelto a hacer pertinente la cuestión de la ruptura radical y la transición. Ha habido intentos de sugerir que esto puede tomar la forma de una traducción parlamentaria de las dinámicas sociales y políticas y la aparición de formas de gobierno de izquierda, pero al mismo tiempo los límites del gobierno de izquierda han sido evidentes en muchos casos, siendo Grecia uno de los ejemplos con la debacle del gobierno de SYRIZA.
¿Cuáles eran esos límites? Por un lado, tuvimos la ausencia de una estrategia de rupturas, de una transformación social e institucional más profunda que habría afectado aspectos de las relaciones sociales de producción y reproducción y los muchos vínculos con el imperialismo. Por otro lado, hubo una relativa ausencia de formas de poder popular desde abajo con un potencial de movilización masiva contra el chantaje del capital internacional y de organizaciones internacionales como la UE y el FMI y los constantes contraataques de las fuerzas del capital. Todas estas contradicciones y relaciones de fuerzas se condensaron materialmente en el Estado, pero también se expresaron en la condición política real de las clases subalternas y en el hecho de que permanecieron hasta cierto punto desagregadas. Éstas exigían una estrategia de hegemonía y de construcción de un nuevo bloque histórico, en el sentido de una transformación más profunda de la relación de fuerzas y el surgimiento de nuevas formas de politización expansiva, radicalización y transformación cultural de la clase subalterna, y una estrategia de poder que no se limitara a las dinámicas electorales, sino también al surgimiento de nuevas y originales formas de poder dual, en el sentido de las nuevas formas de poder popular que se presentan a continuación, formas de auto-organización, autogestión, solidaridad y, en algunos casos, autodefensa. Esto apunta a la necesidad de una “guerra de posiciones” que no sería una “larga marcha a través de las instituciones” sino la creación de condiciones que permitieran de nuevo formas muy originales de “guerra de movimientos”, una guerra de posiciones que también continuaría después de cualquier ruptura política como un proceso duradero de transformación y experimentación. Esto es exactamente lo que hace urgente un regreso a Gramsci como parte de un regreso a la cuestión de la estrategia revolucionaria. No como una vuelta a la fantasía de una versión idealizada de la “revolución”, sino como una reconexión con las tradiciones del marxismo revolucionario como un medio para repensar la originalidad radical y el carácter experimental de cualquier proceso revolucionario potencial en nuestros días.
Traducción: Federico Roth
Referencias
Althusser, Louis (2006), Philosophy of the Encounter. Later Writings 1978-1986, Londres: Verso.
Anderson, Perry (2017), The Antinomies of Antonio Gramsci, Londres: Verso.
Bobbio, Norberto (1979), “Gramsci and the conception of civil society”, en Gramsci and Marxist Theory, editado por Chantal Mouffe, Londres: Routledge and Kegan Paul.
Buci-Glucksmann Christine (1980), Gramsci and the State, Londres: Lawrence and Wishart.
Corney, Frederick C. (2015), Trotsky’s challange. The ‘Literary Discussion’ of 1924 and the Fight for the Bolshevik Revolution, Leiden: Brill.
Coutinho, Carlos Nelson (2012), Gramsci’s Political Thought, Leiden: Brill.
Day, Richard F. (2005), Gramsci is dead. Anarchist Currents in the Newest Social Movements, Londres: Pluto.
Francioni, Gianni (1984), L’officina gramsciana. Ippotesi sulla struttura dei “Quaderni del carcere”, Nápoles: Bibliopolis.
Gramsci, Antonio (1971), Selections from the Prison Notebooks, Londres: Lawerence and Wishart.
Liguori, Guido (2012), Gramsci conteso. Interpretazioni, dibattiti e polemiche, Roma: Editori Riuniti.
Portantiero, Juan Carlos (1981), Los usos de Gramsci, México: Folios Ediciones.
Poulantzas, Nicos (2000), State, Power and Socialism, Londres: Verso.
Rosengarten, Frank (2014), The Revolutionary Gramsci of Antonio Gramsci, Leiden: Brill.
Thomas, Peter D. (2009), The Gramscian Moment. Philosophy, Hegemony and Marxism, Leiden: Brill.
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