A propósito del libro La revolución (revisión y futuro).
La revolución (revisión y futuro), publicado este año por Rededitorial.com.ar, es un libro corto de Ariel Petruccelli –historiador, docente de la Universidad Nacional del Comahue e integrante del Frente de Izquierda y de los Trabajadores Unidad– que intenta repensar algunos problemas teóricos y estratégicos de la tradición marxista.
Los distintos textos que forman parte del libro remiten a diversas reflexiones llevadas adelante por el autor en años recientes. Algunos fueron publicados con anterioridad y otros, por primera vez con este volumen.
El primer capítulo, titulado “Dilemas y desafíos del socialismo en nuestro tiempo”, fue publicado originalmente en el número 0 de la extinta revista Contratiempos en 2013. En este texto se presentan varios de los tópicos característicos de las reflexiones de Petruccelli. Señala las limitaciones de entender el marxismo en términos de un "socialismo científico", de cuyos análisis se desprenderían previsiones exactas sobre el curso de la historia. Discute el carácter del comunismo en Marx y su relación con las nociones de libertad y justicia. Plantea los problemas que se presentan a la izquierda radical ante un panorama de consolidación de los regímenes liberales en gran parte del mundo y las consecuencias estratégicas de esta situación, por contraposición con el siglo XX en el que las revoluciones se hicieron desde fuera contra regímenes que no ofrecían posibilidades de integración para las fuerzas revolucionarias. En este contexto, Petruccelli consideraba inviables las estrategias del siglo XX (stalinistas, maoístas o trotskistas) y proponía rediscutir las estrategias haciendo eje en la importancia de desarrollar una cultura antisistema, que cuestionase los valores impuestos por el capitalismo, en especial el consumismo. Cierra el texto con algunas líneas dedicadas a los problemas de la crisis ecológica y el surgimiento de movimientos como los de mujeres, LGTBI y pueblos originarios y la necesidad de combinar sus demandas con la perspectiva socialista.
El segundo capítulo, titulado “Filosofía e historia, ciencia y política, ética y dialéctica”, retoma los debates sobre el problema de la perspectiva ética del socialismo y recupera en cierta medida algunos planteos de Bernstein, cuestión ya abordada por el autor en su libro Ciencia y utopía (2016), sobre el que debatimos en su momento.
Parte de señalar que aunque Marx rechazó que su teoría fuera una filosofía de la historia, el marxismo se constituyó en gran parte como si lo fuera, basándose en la idea del desarrollo de las fuerzas productivas. De ahí, las posiciones fatalistas de la socialdemocracia, de las cuales surgió también el "revisionismo" de Bernstein. Aquí Ariel, que reivindica la necesidad de revisión, sin por eso justificar el reformismo, se centra en la cuestión del "socialismo ético", señalando que el socialismo no se desprende de un análisis científico, no en el sentido de que pueda prescindir de él, sino que en tanto es un proyecto político, optar por él se basa en otro tipo de consideraciones, precisamente relacionadas con los valores. Por último, discute contra la posición de Bernstein sobre su rechazo de la dialéctica como un procedimiento que aseguraba resultados necesarios, científicamente válidos y políticamente incuestionables, afirmando que él hacía una trampa parecida, pero desde el punto de vista anti-dialéctico, ya que reclamaba para sus posiciones los mismos atributos, pero con otros procedimientos intelectuales. Concluye reivindicando la posición de Manuel Sacristán sobre la dialéctica como operación de totalización, de la que el marxismo no puede prescindir.
El tercer capítulo, “Socialismo y clase obrera”, retoma la discusión sobre los problemas de la constitución de la clase obrera como sujeto político socialista. Parte de señalar que el automatismo de la economía capitalista constituye los mínimos ideológicos indispensables para la continuidad de la burguesía, a saber, "el respeto de la propiedad privada y el objetivo de la ganancia". Pero para la clase obrera, el socialismo no es resultado natural de su vida práctica, caracterizada por el trabajo asalariado, sino un "sistema alternativo de valores" que debe ser abrazado conscientemente y que surge de la praxis revolucionaria de la clase obrera y no de la clase obrera como tal, de modo que el vínculo entre clase obrera y socialismo es posible pero no necesario, culminando la reflexión sobre el problema de la ambigüedad de la "evidencia histórica" mediante la cual reformistas y revolucionarios buscan fundamentar sus estrategias y haciendo hincapié en lo "indemostrable" de las opciones políticas, en función de lo cual debería propiciarse el diálogo entre tradiciones diversas.
El cuarto capítulo se llama “¿Reforma y revolución? Por un reformismo revolucionario intransigente” y es el que más avanza en plantear una formulación estratégica de los dilemas de la izquierda y una propuesta para pensar una posible salida política, que evite el reformismo integrado en el sistema tanto como la variante de una izquierda revolucionaria marginal.
Retomando la discusión de la Crítica del programa de Gotha, sobre una etapa socialista y otra comunista y la cuestión de la transición, se desmarca del Programa de Transición postulado por Trotsky y la IV Internacional en 1938 (discusión que excede largamente la reseña del libro y que no podemos abordar en detalle acá), pero sostiene que hace falta algún tipo de programa de transición, porque la vuelta al "programa mínimo" termina en un reformismo opuesto a la práctica revolucionaria.
En este contexto, señala la importancia del desarrollo de una cultura política socialista como precondición para una influencia de masas de la izquierda revolucionaria, reivindicando la independencia de clase, pero afirmando la importancia de unirla con una política de masas. Y encuentra la posibilidad entonces de postular un "reformismo revolucionario intransigente", que consiste en una serie de políticas que apunten a conquistar frente al Estado distintas instancias autónomas pero financiadas con fondos públicos, tales como "comisiones de diverso tipo (de género, de medio ambiente, de pueblos originarios, etc.)" con financiamiento del Estado pero autónomas en la elección de sus autoridades y orientación política; la eliminación de la publicidad para el financiamiento de la prensa, sistemas únicos de Salud y Educación, la renta básica universal y una "renta máxima" más allá de cuyo límite el dinero vaya a los impuestos. Esta última consigna es, según su mirada, inviable sin la abolición del capitalismo, lo cual le otorga un carácter transicional.
Los tres componentes de la fórmula se articularían entonces del siguiente modo: reformismo, porque se impulsaría la lucha por ciertas reformas posibles antes de la conquista del poder por el socialismo; revolucionario, porque el objetivo de esas propuestas es "socavar el poder de clase capitalista y la estructura vertical del estado burgués"; e intransigente por su independencia política de cualquier tipo de gobierno burgués o reformista.
La formulación parece equívoca en términos estratégicos. Por un lado porque intenta combinar reforma y revolución de una forma que supone que los reformistas consiguen reformas y los revolucionarios las rechazan y por ello habría que articularlas. Pero en la tradición marxista, el rechazo al reformismo no está ligado al rechazo de las reformas sino a limitarse a ellas y transformarlas en una estrategia, lo cual dicho sea de paso muchas veces incluso impide conseguir las reformas que se proclaman como supuestos objetivos (caso Syriza, nombrado por el propio Ariel). Las demandas específicas a las que hace referencia forman parte, no todas, pero sí la mayoría, de la política de la izquierda trotskista actual, incluso está en discusión en la actualidad el impuesto a las grandes fortunas, para el cual el Frente de Izquierda propone un proyecto propio, de mayor alcance y con objetivos diferentes que el presentado por el oficialismo.
El quinto capítulo, "Algo más que la cancha inclinada" ofrece un breve análisis de las razones por las cuales los gobiernos actuales están cada vez más subordinados al capital, retomando algunos temas de Wolfgang Streeck y señalando el peso que tienen la deuda pública y las inversiones en las economías actuales, así como la manipulación de la democracia. Concluye señalando que ante la crisis ecológica, es necesario priorizar la sustentabilidad por sobre el crecimiento, tema que reaparece en el último capítulo, el cual es un texto titulado "Marxismo y ecologismo: Manuel Sacristán, un precursor más actual que nunca".
Este texto, publicado en Ideas de Izquierda Semanario, repasa los análisis de Sacristán sobre los problemas de la ecología a fines de los años ’70, rescatando su tentativa de incorporar la cuestión en el marxismo desde el punto de vista teórico y práctico.
Entre la expectativa, la intervención urgente y el "denuncialismo"
En una reseña de otro libro de Petruccelli, El marxismo en la encrucijada, Santiago Roggerone señalaba:
Alex Callinicos lleva la razón cuando en su lectura de la tradición del trotskismo define al marxismo deutscheriano-andersoniano como una consecuencia de la renuncia al “proyecto, formulado por Trotsky en 1933, de construir organizaciones revolucionarias independientes del estalinismo y la socialdemocracia”. En efecto, por lo que se caracterizó Deutscher fue por la expectativa de que en la URSS tuvieran lugar reformas que llevaran a cabo “desde arriba la revolución política que Trotsky hubiera querido que surgiera desde abajo”. Ciertamente, Petruccelli esgrime en nuestros días una postura afín. Dotado de una olímpica serenidad, asumiendo la posición de la distancia desde la que todo puede ser contemplado sinóptica y holísticamente, Ariel Petruccelli aguarda, manteniéndose expectante. Pero el riesgo de que su espera en el mundo de las ideas se torne vana ha comenzado a hacerse realidad. En definitiva, si el marxismo se halla en una encrucijada sólo podrá sortearla en el campo de batallas de la historia.
El texto de Roggerone es de diciembre de 2013. A favor de Ariel, diremos que desde ese momento hasta hoy se involucró mucho más directamente en distintas peleas políticas, especialmente estableciendo una posición clara y decidida en apoyo al Frente de Izquierda, siendo acusado de "trosko" o de "hacerse del PTS" por personas menos amigables con el trotskismo.
Pero además, desde 2016 en adelante, Petruccelli hizo un cierto giro hacia la discusión de los problemas estratégicos. Ese año organizó un seminario en la Universidad Nacional del Comahue, en el que invitó a participar a representantes de diversas posiciones para abordar la cuestión de socialismo y las estrategias. Estos temas continuaron siendo parte de posteriores seminarios, en distintos debates de los que participó Ariel y en artículos que escribió sobre problemas del marxismo y sobre perspectivas de la izquierda, entre otros. También hizo algunas políticas muy activas en el ámbito de la Universidad, tanto en la dirección de la carrera de Historia de la UNCo, como con su propia candidatura a Decano de la Facultad de Humanidades con una lista Interclaustros en 2018. El libro que reseñamos en estas líneas es parte de ese intento de volver a discutir las cuestiones estratégicas. Durante estos años, dicho sea de paso, intensificamos mucho los intercambios políticos y teóricos, producto de los cuales escribimos juntos un libro que está en proceso de publicación.
En los últimos meses, Ariel hizo un nuevo giro, esta vez "denuncialista", centrado en "bajarle el precio" a la peligrosidad de la pandemia de coronavirus, y últimamente afirmando que la izquierda revolucionaria coincide casi sin críticas con el "extremo centro" en la necesidad de las cuarentenas. Al margen de que desconoce las innumerables movilizaciones de las que participamos en contexto de pandemia y los planteos más de conjunto que hemos ido presentando (incluyendo la centralización del sistema de Salud, que es parte de sus propias propuestas), lo enigmático de este posicionamiento tiene que ver precisamente con qué lugar se asigna en él a la estrategia, ya que, en términos políticos, se ubica incluso por detrás de su propio "reformismo revolucionario intransigente", optando por una denuncia sin programa y sin acciones prácticas. Un debate que seguirá abierto.
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