Durante la Revolución Mexicana los trabajadores no eran lo suficientemente poderosos y organizados como para encabezar la revolución. De todos modos, supieron aprovechar la situación para conquistar sus propias demandas, sumándose a la guerra revolucionaria con sus propios métodos.
Jueves 23 de noviembre de 2017
Fuente: "México y el mundo del trabajo" de Jeffrey Bortz y Marcos T. Águila
La revolución mexicana por fin explotó en 1910, cuando las contradicciones del gobierno de Díaz ya no podían sostenerse más. La clase obrera era aún joven, numéricamente débil, poco cohesionada social y políticamente, y geográficamente difuminada por el territorio nacional. A causa de esto, o sea, a causa de la falta de un potente movimiento obrero articulado a nivel nacional y numeroso, consciente de guillotinar el régimen caduco de Porfirio Díaz, quienes ocuparon el centro del proscenio fueron las burguesías rurales disidentes, los intelectuales procedentes tanto de las clases medias como de la fracción escindida de la élite y, sobretodo, los ejércitos campesinos.
La revolución que inició en 1910 fue más que nada una insurreción de las masas campesinas, que eran la gran mayoría de la población. Éstas fueron las que sostenían los poderosos ejércitos revolucionarios que derrotaron armas en mano al ejército federal. Y fueron en particular los agrupados en las filas de los generales más radicales, Emiliano Zapata y Francisco Villa, los que sembraron más miedo a burgueses y terratenientes, tanto porfiristas como antiporfiristas.
No obstante, a pesar de la preponderancia del campesinado, debemos sacudirnos de la cabeza el mito de los trabajadores mansos que no tomaron parte en la revolución, o que a lo sumo sólo fueron carne de cañón. La clase trabajadora, aunque joven, no fue indiferente a la situación de miseria y represión que sufría en carne propia. Los trabajadores intervinieron en el proceso revolucionario con sus propios métodos de lucha, y en el transcurso crearon organizaciones sindicales para guerrear.
La rebelión de la clase obrera mexicana
Mucho antes de la revolución constantemente los trabajadores se rebelaban contra el trato injusto de patronos y gerentes y contra los códigos de trabajo carcelarios que los volvían prisioneros de las máquinas. Sin embargo, siempre topaban contra la pared de la represión de las fuerzas de Díaz, en todo momento dispuestas a colaborar con los patrones. La represión sangrienta que sufrieron las huelgas de Cananea y Río Blanco es un ejemplo.
Antes de la revolución, los obreros trabajaban 14 o 16 horas diarias, 6 días a la semana. En muchas fábricas se les obligaba quedarse al término de su jornada laboral para limpiar las máquinas, y no recibían ningún pago extra. Además, cuando el producto tenía algún desperfecto, los patrones imponían costosas multas a los obreros. También, muchas fábricas contaban con viviendas para trabajadores dentro del terreno donde estaban instaladas, pero estaba prohibido recibir visitas de los familiares. Como escribió Marx en “El Capital”, dentro de las fábricas "el látigo del capataz de esclavos deja el puesto al reglamento penal del vigilante".
Fue la revolución mexicana la que parió la rebelión de los trabajadores. La eclosión del régimen mexicano, la huida de Porfirio Díaz y la inestabilidad estatal que le sucedió dejó a los industriales sin la capacidad de reprimir las rebeliones en las fábricas, que cobraron un nuevo impulso a raíz de la insurrección que incendiaba el país todo.
Al colapsar el gobierno central, las huelgas ya no eran tan fácilmente reprimidas. Esto se tradujo en más y más huelgas triunfantes, más beneficios conquistados por la lucha trabajadora y así enrachados, los trabajadores se radicalizaban.
El 21 de diciembre de 1911, como quien arrebata el látigo del amo los trabajadores textiles de las quince fábricas más importantes de Puebla y Atlixco, el corazón de la industria manufacturera de México, se fueron a huelga por mejores salarios y 10 horas de trabajo. Ésta ponía de relieve que los mecanismos clásicos de hegemonía del porfirismo caducaban, y la burguesía ya no podía seguir dominando como hasta entonces lo venía haciendo.
La huelga se extendió a trabajadores rurales de varias partes del país. En tan sólo unas semanas, obreros de la industria textil y empleados del campo en Jalisco, Chihuahua y Tlaxcala se sumaron a la huelga. El Bajío, con sus propias demandas, también fue a paro. La primera huelga general de México estaba consumada, y la burguesía, a la que la revolución le privó de represión, tenía que tener otra actitud ya con los trabajadores. Entonces la huelga general triunfó. Gracias a la revolución, los trabajadores conquistaron mayor salario y menos horas de trabajo.
El historiador Jeffrey Bortz afirma: “Si los eventos en Chihuahua y Morelos demostraban el deseo y la capacidad de los campesinos de perseguir una Revolución, las huelgas de río Blanco y Atlixco sugerían que los trabajadores textiles tenían también la energía y el deseo de un cambio social radical.”
“La época de la tiranía había terminado”
El desmembramiento del Estado después de la caída de Madero, el avance implacable de los ejércitos campesinos por todo el territorio y el vacío de gobernabilidad resultante no fueron sólo telón de fondo de la épica obrera dentro de las fábricas, sino la causa misma de sus heroicas acciones.
El marxismo nos enseña que en épocas de guerra revolucionaria la conciencia de los explotados avanza a saltos, mientras que en tiempos de "paz" su pensamiento evoluciona más bien lentamente. La revolución condensa el tiempo, las décadas se transforman en meses, los meses en días, los días en suspiros.
Esta ley de la historia se cumplió con milimétrica precisión durante la revolución mexicana. La revolución, insistimos, desarticuló al Estado para reprimir las huelgas.
La autoconfianza que los trabajadores ganaron con el triunfo de la huelga general los motivó a ir por más, y para 1912 y los años siguientes, olas de huelgas brotaban principalmente de los centros manufactureros del país, en esa época concentrados en la industria textil de Puebla, Veracruz y Ciudad de México. El movimiento obrero pasó de las demandas de salarios y horas de trabajo a buscar el control del piso en las fábricas, a exigir el despido de despóticos gerentes y la supresión de las listas negras. Envalentonados, los trabajadores cuestionaban la autoridad misma de los patrones.
El salto de conciencia experimentado por los obreros y obreras alarmaba a la burguesía. Los sindicatos por empresas se convertían en alianzas nacionales, y éstas en poderosas federaciones: los sindicatos eran el principal armamento de su rebelión.
La “anarquía” de gobernabilidad gozada durante la guerra revolucionaria trajo como consecuencia que los comandantes militares regionales sustituyeran (haciendo malabares, eso sí), la autoridad de un ausente gobierno central. Para pacificar su región, los comandantes se vieron obligados a emitir decretos que concedían muchas de las demandas de los trabajadores y sus sindicatos. Los empresarios, aunque enfurecidos, poco podían hacer. Cuando éstos no querían cumplir las nuevas reglas de trabajo la pagaban caro. En una carta los trabajadores de Cocolapam le exigían al jefe del Departamento de Trabajo que “les dejara saber a los industriales que la época de la tiranía había terminado”.
Los trabajadores y la Constitución de 1917
La rebelión en las fábricas no podía ser ignorada por las fuerzas carrancistas que se reunieron desde 1916 para preparar una nueva constitución. Si Carranza y la élite sonorense querían estabilizar su naciente gobierno, más les valía contar con los nuevos y fuertes sindicatos.
Carranza, como buen terrateniente, era enemigo de los trabajadores y campesinos insurrectos. Fue Carranza quien asesinó a Emiliano Zapata y quien, por medio de la represión y cooptación, le dio garantías a los empresarios que el Estado posrevolucionario defendería por sobretodo la propiedad privada.
Sin embargo, la radicalidad de los obreros y campesinos impuso a Carranza y a la victoriosa burguesía norteña a ir más allá de su programa. Para gobernar un país que se encontraba sumido en la violencia, con el ejército federal hecho pedazos, con cientos de miles de campesinos armados, sedientos de tierra y, por si fuera poco, con trabajadores organizados enrachados, los carrancistas tenían que ceder un poco para no ser desbordados por los desarrapados. En pocas palabras, recurrir a la máxima "perder un poco para no perderlo todo".
Sólo así se explica por qué la constitución de 1917 fue de las más avanzadas en todo el mundo, y el artículo 123 (referente al tema laboral) en particular el más progresista de todo el continente americano, incluyendo Estados Unidos. El 123 legalizaba los sindicatos, otorgaba el derecho a huelga a los trabajadores, limitaba la autoridad de los patrones, establecía salarios dignos para los trabajadores y reducía la jornada laboral a 8 horas y 7 para el turno nocturno.
Estas conquistas eran hijas de la nueva relación de fuerzas en las fábricas y no un acto benevolente de las fracción burguesa triunfante, que en el futuro no dudaría en reprimir al movimiento obrero como antaño lo hacia el porfiriato.
El Estado naciente tenía que adaptarse a la nueva realidad impuesta por los trabajadores sublevados, y al mismo tiempo el movimiento obrero, sin una vanguardia revolucionaria como en Rusia, se tuvo que adaptar al nuevo Estado posrevolucionario.
Otra diferencia con la revolución rusa, fue que en la mexicana jamás existió una alianza político-militar entre el campesinado insurrecto y el movimiento obrero, fundamental para mantenerse independientes de la burguesía. Sin esta unidad, el gobierno burgués de Carranza pudo cooptar a campesinos y obreros, para luego derrotar militarmente a los ejércitos campesinos y consumar el triunfo de la burguesía norteña sobre los explotados y oprimidos.
Sin duda hubo más gestas importantes de la clase obrera durante la revolución. Por ejemplo la militancia binacional de los Flores Magón, o la huelga general de 1916, duramente reprimida por el gobierno constitucionalista. También hubo grandes tragedias, como la inmediata corporativización del movimiento obrero. Por cuestiones de extensión, decidimos enfocarnos en el tiempo y el espacio (la estratégica industria textil) en el que ocurrieron los saltos de conciencia más importantes de los trabajadores, donde conquistaron mayor confianza en sus métodos de lucha y organizaciones y, de esa forma, mostrar que la difundida "buena voluntad" de los constitucionalistas en realidad no fue tal.