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Rosa Luxemburg: huelga de masas y estrategia revolucionaria

Guillermo Iturbide

MARXISMO

Rosa Luxemburg: huelga de masas y estrategia revolucionaria

Guillermo Iturbide

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El 5 de marzo de 1871 nació en Zamość (Polonia) Rosa Luxemburg, una de las principales referentes teóricas y políticas del marxismo del siglo XX. En esta oportunidad, a modo de homenaje y reivindicación de su actualidad, publicamos como artículo independiente un fragmento del prólogo del autor a la compilación de sus escritos, titulada Socialismo o Barbarie y publicada por Ediciones IPS en 2021.

El texto aborda los debates sobre huelga de masas, partido y sindicatos, a partir del balance de la Revolución rusa de 1905, la importancia de la huelga de masas como herramienta de la lucha de clases y la polémica de 1910 con Karl Kautsky sobre “estrategia de desgaste” vs. “estrategia de derrocamiento”, dos intervenciones fundamentales de Rosa Luxemburg para discutir los problemas de estrategia revolucionaria desde el marxismo.

Por otra parte, este debate puede ilustrar algunas de las discusiones alrededor de la perspectiva de la huelga de masas en el movimiento que se está dando en estos días en Francia en torno a la lucha contra la reforma de las jubilaciones, un tema tratado en otro artículo de esta edición de nuestro semanario.

La conquista de derechos democráticos por medio de la lucha de clases. Bélgica, 1902

En la controversia con Bernstein, en un comienzo, los dirigentes sindicales no se involucraron abiertamente. Con estrechez pragmática, ellos no veían qué relación podía tener esta polémica con su práctica cotidiana. Sin embargo, de las filas de la fracción de los socialistas franceses simpatizantes del revisionismo surgió Alexandre Millerand, quien entre 1899 y 1902 integró el gobierno de Waldeck-Rousseau como ministro, pasando a la historia como el primer socialista en participar en un gobierno capitalista, una práctica de colaboración de clases que luego sería generalizada entre los socialdemócratas a partir de 1914 y entre los estalinistas más adelante. Luxemburg combatió el “ministerialismo socialista”, dedicándole un folleto considerable, llamado La crisis socialista en Francia (1901).

Poco después, el revisionismo influiría en el resultado de un hecho muy importante de la lucha de clases en Bélgica [1]. En ese país había una monarquía con un parlamento elegido solo por voto masculino y calificado que iba en desmedro de los sectores populares. En abril de 1902 tuvo lugar allí una gran huelga política por la conquista del derecho al sufragio igualitario. La huelga política de masas era un medio de lucha que el movimiento obrero europeo (y en particular el belga, muy combativo) venía utilizando desde la última década del siglo XIX, principalmente para pelear por derechos democráticos. Siendo un hecho de trascendencia internacional, la huelga belga suscitó un debate en la prensa de la socialdemocracia alemana, donde se destacaron las intervenciones críticas de Rosa Luxemburg y Franz Mehring, por un lado, y la del laborista belga e importante dirigente de la Segunda Internacional, Émile Vandervelde, simpatizante de los revisionistas alemanes.

La reforma electoral fue derrotada. A la pelea por las conclusiones de la derrota Luxemburg dedicó dos textos presentes en esta antología, “Una cuestión táctica” y “El experimento belga”, donde combate el frente político de conciliación de clases con los liberales, de lucha “contra los conservadores”. Los revisionistas belgas pensaban que la vía más económica para conseguir conquistas democráticas estaba en las negociaciones parlamentarias sin lucha, sin “asustar a los aliados”. Cuando la lucha estalló de todos modos, los dirigentes sindicales socialistas entraron a la zaga de las masas, y dieron la orden de retirada cuando la pelea apenas estaba comenzando. El aparato político y sindical jugó aquí un rol conservador, de freno de la acción y no de potenciador. Por primera vez en el movimiento socialista se planteó la posibilidad de que este pudiera terminar jugando un rol antirrevolucionario.

“Donde más feliz vivo es en medio de la tormenta” [2]. Huelga de masas, partido y sindicatos, la Revolución rusa de 1905 y Europa Occidental

El estallido de la Revolución rusa de 1905 fue vivido por Rosa Luxemburg como el acontecimiento más importante de su vida hasta ese entonces. En diciembre de 1905 decidió partir en secreto hacia la Polonia rusa, uno de los principales centros revolucionarios. En 1906, fue apresada por varios meses, hasta que logró salir y se dirigió a Finlandia, a muy pocos kilómetros de San Petersburgo, la capital de la Revolución. Allí conoció personalmente a Lenin. A partir de sus propias experiencias y del intercambio amistoso con Lenin, a pesar de las diferencias previas, la revolucionaria polaca escribió Huelga de masas, partido y sindicatos por encargo de los socialdemócratas de Hamburgo.

El folleto de 1906 fue escrito pensando en cómo hacer para traducir la Revolución de 1905 a la socialdemocracia alemana, cómo ponerla a tono con lo que su autora consideraba que era una nueva época que se abría en la que se debería ir abandonando la vieja práctica que se reducía, mayormente, a una combinación entre tácticas electorales y luchas sindicales sin una relación muy diáfana con un futuro socialista y una revolución que se percibía como algo muy lejano. Luxemburg provocó planteando que los “atrasados” obreros rusos tenían muchas lecciones que enseñarles a los “avanzados” alemanes. La principal conclusión que sacó de 1905 es que planteaba una hipótesis revolucionaria articulada en torno a la idea de la huelga de masas. Ya no era una precondición absoluta para una acción obrera eficaz poseer un enorme aparato al estilo de la socialdemocracia occidental. La emergencia espontánea de la huelga de masas como motor de la revolución había sido algo que ninguna organización había podido prever. Era un proceso de luchas que habían ido de lo político a lo económico y volvieron, enriquecidas, al momento político, donde el movimiento obrero a lo largo del país fue haciendo su propia escuela, poniendo en pie instituciones nuevas, más adecuadas para la lucha, y así cobrando conciencia de sus propias fuerzas, al tiempo que mostrándose como una clase capaz de ejercer un poder estatal y reagrupar en torno suyo a otras capas oprimidas del pueblo.

La huelga de masas como organizadora de las “reservas estratégicas”

Una particularidad de la Revolución de 1905 fue la creación de un nuevo tipo de organización obrera, más allá de las ya tradicionales de los partidos socialistas y los sindicatos: los consejos obreros, o soviets, que agruparon al conjunto de los trabajadores y los erigieron como un contrapoder frente al Estado. Los dirigentes rusos como Lenin o Trotsky otorgaron una gran importancia a estos organismos en sus balances. No fue el caso de Rosa Luxemburg, quien en Huelga de masas, partido y sindicatos solo se refiere al pasar al soviet de Petersburgo y, hasta sus escritos sobre la Revolución rusa en 1917, aparecen muy poco en su obra. El peso destacado de los soviets en las hipótesis estratégicas del marxismo revolucionario es posterior a la Revolución de Octubre de 1917. De todas formas, ya Trotsky y Lenin le habían dado peso a partir de 1905, pero esencialmente como una particularidad rusa. En ese sentido, Luxemburg, quien escribió su folleto como una elaboración teórica sobre la Revolución de 1905 destinada a un público alemán, más bien subsumió el rol organizador de los soviets dentro del marco más general de la huelga de masas. Para ella, ya desde las polémicas sobre Bélgica en 1902, luego la revolución de 1905 y las polémicas en el movimiento obrero alemán de esos años contra los dirigentes sindicales conservadores sobre la huelga de masas, esta última, en su concatenación de formas de lucha y como autoeducación del movimiento obrero, tendía a resolver el problema de la organización de las “reservas estratégicas” de la clase obrera que ni los partidos obreros ni los sindicatos llegaban a abarcar: es decir, al conjunto de la clase obrera en todas sus capas [3].

En Huelga de masas, partido y sindicatos, esta idea de la huelga de masas como “organizadora” del movimiento obrero en su conjunto se combina también con los conceptos de “conciencia de clase teórica y latente” vs. “conciencia de clase práctica y activa”:

En el caso del obrero alemán esclarecido, la conciencia de clase sembrada por la socialdemocracia es teórica y latente: en la etapa dominada por el parlamentarismo burgués no puede, por norma, ponerse en movimiento como acción directa de masas; es el resultado, en el terreno de las ideas, de la suma de las cuatrocientas acciones paralelas de las circunscripciones durante la lucha electoral, de las muchas huelgas económicas parciales, etc. En la revolución, cuando las masas irrumpen en el campo de batalla político, la conciencia de clase se vuelve práctica y activa.

Estos conceptos son interesantes, ya que aportan a una visión no lineal ni evolutiva de la conciencia obrera, ya que, como señalamos más arriba, no hay en su formulación un orden férreo donde la primera (si la entendemos en el sentido de un fuerte Partido Socialdemócrata y sindicatos desarrollados) tenga que ser sí o sí el punto de partida para la segunda (como capacidad de acción en la lucha de clases). La revolución muchas veces ahorra y salta etapas en la formación de la conciencia. Luxemburg utiliza esta imagen para discutir contra los dirigentes sindicales alemanes reacios a la acción y que apostaban solo a la educación política pacífica de la clase obrera por medio de las elecciones y, a lo sumo, a acciones sindicales muy limitadas y respetando a rajatabla la legalidad, y le opone la rápida escuela de maduración política del proletariado ruso en el fuego de la revolución. Es un antídoto teórico contra la idea del “partido educador” en sentido escolar.
Se podría decir que el punto hasta donde llega la hipótesis estratégica de Luxemburg le permite estar armada teóricamente lo suficiente como para desafiar tanto a los dirigentes sindicales que veían a sus limitadas organizaciones como el único cauce posible para el movimiento de masas de la clase obrera, así como a los dirigentes del propio Partido Socialdemócrata alemán que iban a la rastra de esos dirigentes sindicales.

A través de la prueba de la Revolución de 1905, las diferencias entre las dos grandes fracciones de la socialdemocracia rusa empezaban a quedar claras. Ahora se trataba del programa y la relación con la burguesía liberal. Estas dos cuestiones fueron puestas al orden del día por la revolución y llevaron a dos balances opuestos. Las dos alas de la socialdemocracia rusa, bolcheviques y mencheviques, mantuvieron desde sus orígenes que la Revolución rusa se dividiría en dos grandes etapas separadas entre sí por un largo período de desarrollo: una primera etapa, democrático-burguesa, y una segunda etapa, socialista. A efectos prácticos, ambas tendencias esperaban y se preparaban para la primera etapa, la burguesa, de la revolución. Esta idea se consideraba una parte incuestionable de la “ortodoxia” marxista, no solo en Rusia, sino en todo el movimiento socialista internacional; a saber, que un país atrasado con un proletariado minoritario –como Rusia– era inmaduro para el socialismo. El único que desafió este “dogma” fue León Trotsky, que ya desde 1905 sostenía que en Rusia, como parte integrante del sistema mundial capitalista, las tareas inmediatas de la revolución serían burguesas, pero que estas, llevadas a cabo por una dictadura del proletariado apoyada por los campesinos, se combinarían rápidamente, articulándose con las primeras tareas de la revolución socialista, dando a la revolución un carácter permanente, sin una división en etapas históricas independientes, un poco en el sentido de lo que ya había adelantado Marx en sus cartas a la populista Vera Zasúlich.

A partir del acuerdo sobre el carácter burgués de la Revolución rusa, bolcheviques y mencheviques plantearon estrategias diferentes. Por ello, los mencheviques sostenían que la burguesía debía dirigir “su” revolución y formar un gobierno provisional revolucionario propio, en el que los socialistas no debían participar ni comprometerse políticamente, sino ejercer una “oposición revolucionaria extrema”, lo que en realidad implicaba una presión desde el exterior para hacer avanzar a la burguesía, pero dejando siempre la dirección de la revolución en manos de esa clase. Por el contrario, los bolcheviques contemplaban un gobierno revolucionario junto a los campesinos (que Lenin resumía en la fórmula “dictadura democrática de los obreros y campesinos”) para que la clase obrera dirigiera la revolución burguesa y convocara una Asamblea Constituyente verdaderamente radical-democrática, llevando la revolución hasta el final, algo que la propia burguesía no podía hacer y ante lo que los sectores intermedios, por sí solos, vacilaban. Una vez que la revolución burguesa se consumara, los bolcheviques se retirarían del gobierno y pasarían a ejercer una oposición extrema para preparar la etapa socialista de la revolución. Luxemburg desarrollaría una perspectiva con muchos puntos de contacto con la de los bolcheviques [4]. Es interesante la formulación que hace al respecto Luxemburg, que si bien sigue aceptando el marco de la revolución burguesa, empieza a ver una forma intermedia que la conecta muy estrechamente con la revolución proletaria, quizás con cierto mayor énfasis que los bolcheviques pero sin llegar a la concepción de Trotsky, afirmando que sería “menos como el último eslabón de la vieja revolución burguesa y más como la precursora de la nueva serie de revoluciones proletarias de Occidente”.

En este sentido es que, superando lo fundamental de sus antiguas diferencias con Lenin, en 1906 escribe el texto en polaco “Blanquismo y socialdemocracia”, donde muestra su acercamiento y colaboración con el dirigente bolchevique.

El debate de 1910 sobre las dos estrategias

Algunos años más tarde, la polémica en torno a la huelga de masas retornaría, pero ahora los contrincantes ya no serían la derecha revisionista y los dirigentes sindicales sino el “centro” y su principal representante, Kautsky, que hasta entonces había estado aliado a la izquierda de Luxemburg. El motivo fue, en 1910, la confluencia de una serie de luchas económicas con las protestas contra la reforma de la ley de voto calificado en Prusia, en lo que se conoció como el “debate de las dos estrategias”, donde las contribuciones más destacadas de Luxemburg son “¿Desgaste o lucha?” y “La teoría y la práctica”, ambas en este volumen. Rosa Luxemburg plantea una discusión muy interesante sobre el tiempo en la política revolucionaria. A pesar de formar parte del mismo partido, en la socialdemocracia alemana convivían dos ideas muy distintas respecto a los ritmos de la política. Hacia comienzos de la década de 1910 la visión oficial, predominante, es cada vez más la que algunos historiadores llaman “atentismo revolucionario” [5]. El SPD, en rasgos generales, creía cada vez más, como buena parte de la Segunda Internacional ya desde entonces, que los socialistas nadaban “con la corriente a favor” y que el objetivo socialista estaba garantizado, por lo cual la actitud de la socialdemocracia debería ser fundamentalmente expectante, relativizando el rol activo de intervención de los socialistas. Este “atentismo revolucionario”, o también “radicalismo pasivo” o “teoría de la espera pasiva”, estos dos últimos términos acuñados por el marxista neerlandés residente en Alemania y también parte de la izquierda del SPD, Anton Pannekoek [6], se fue profundizando a medida que se acercaba la Primera Guerra Mundial. No obstante, esto implicaba todavía una ubicación centrista del conjunto del SPD, que combinaba una política práctica cada vez más parlamentarizada y acotada a los márgenes de maniobra estrechos de la legalidad prusiana, junto con un discurso y una perspectiva aún formalmente revolucionarios y de adhesión al marxismo. Esta evolución crecientemente hacia la derecha del SPD se dio a partir del crecimiento de las enormes conquistas electorales y sindicales de la socialdemocracia y del empoderamiento de la burocracia sindical, la fuerza más conservadora del partido, que ejercía, desde 1906, un derecho de veto permanente respecto de todas las políticas partidarias que involucraran a los sindicatos.

En la discusión de 1910, se trataba de dos cosas. Por un lado, de conducir una lucha por derechos democráticos (la conquista del sufragio universal igualitario) con todos los medios disponibles y de manera consecuente, sin amedrentarse ante los límites de la legalidad o de la “opinión pública” (o como había dicho contra Bernstein en la polémica contra el revisionismo, sin retroceder de miedo ante la leyenda del “ogro socialdemócrata que se come a los niños crudos”), y de esa manera ir forjando la experiencia de la clase obrera hacia la conquista del poder político.

Para Kautsky, la huelga de masas como estrategia estaba descartada en Alemania y en todo Occidente porque, según él, esta había surgido en Rusia debido a sus carencias, a su atraso y a su movimiento obrero poco desarrollado. Acusa a Rosa Luxemburg de romper con la tradición del partido y de buscar remplazar la “vieja táctica probada” basada en el Programa de Erfurt de 1891 por una nueva estrategia completamente nueva y distinta. Es entonces que Kautsky apela a una metáfora militar. A lo que él considera la orientación marxista tradicional de la socialdemocracia, sancionada desde Engels en adelante, la llama “estrategia de desgaste” (Ermattungsstrategie) y le adjudica a la revolucionaria polaca una nueva orientación puramente “luxemburguista”, a la que designa como “estrategia de derrocamiento” (Niederwerfungsstrategie). La fuente de esta terminología de Kautsky es la Historia del arte de la guerra, del académico militar Hans Delbrück, publicada por esos años. Esta obra es una aplicación del pensamiento estratégico del general prusiano Carl von Clausewitz a la historia militar [7]. Para Delbrück, abrevando en ejemplos que partían desde la Antigüedad, la estrategia de desgaste consistía en esquivar los golpes del enemigo, apostando a su desgaste, sin tener como objetivo la decisión de la guerra. La estrategia de derrocamiento consistía, por el contrario, en “reunir todas las fuerzas posibles, o por lo menos tantas como para contar con una victoria cierta” [8]. ¿Cómo traducía Kautsky estas categorías a la política socialdemócrata? Dividía las perspectivas de la lucha política en dos momentos, a los cuales correspondían dos estrategias distintas. En tiempos normales, en ausencia de revolución, la socialdemocracia debía seguir una política de desgaste, evitando entrar en combates con el enemigo y acumulando fuerzas propias, ganando diputados y conquistas sindicales, ateniéndose estrictamente a la ley. La estrategia de derrocamiento se correspondería con el momento de la revolución, apelando a la huelga de masas y a acciones decididas con el fin de conquistar el poder. Por este motivo, Kautsky se negaba en 1910 a que el SPD discutiera, en lo que él consideraba un momento no revolucionario, la perspectiva de la huelga de masas y que se tomaran acciones de lucha de clase decididas para impulsar la pelea por los derechos democráticos de voto universal, y proponía concentrar las energías del partido para preparar la intervención en las elecciones de 1912 (¡faltaban dos años!).

Para Luxemburg, este esquema consistía en una división extremadamente rígida, donde entre el momento no revolucionario y la revolución parecía no haber transición, sino un alto muro. ¿Cómo haría una clase educada en el respeto de la legalidad, en el electoralismo y en evitar el combate para cambiar súbitamente a una “estrategia de derrocamiento” y poner en práctica la huelga de masas confrontando con el Estado cuando llegara la revolución, como caída del cielo? Para la revolucionaria polaca, en ese esquema kautskiano solo contaba como real el primer momento, el no revolucionario. La estrategia de desgaste resultaría ser “nada más que parlamentarismo” y la revolución una consigna relegada a los días de fiesta [9].

Rosa Luxemburg apuntaba contra la burocracia sindical, su enemiga declarada desde 1905. En Alemania esa burocracia formaba parte del propio movimiento socialista y, en lo puramente formal, también decía adherir al “objetivo final”. Nuestra autora consideraba que el rol de Kautsky en esta polémica era el de cobertura teórica de esa misma capa social.


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NOTAS AL PIE

[1Para un desarrollo más exhaustivo de lo que viene a continuación, ver Guillermo Iturbide, “Rosa Luxemburg y Bélgica, 1902: en los orígenes del debate sobre la huelga de masas” y “Rosa Luxemburg, la huelga política y la hidra de la revolución: otra vez Bélgica”, ambos en el Semanario Ideas de Izquierda, laizquierdadiario.com/ideas-de-izquierda, 14/6/2020 y 5/7/2020, respectivamente.

[2Rosa Luxemburg, “Brief an Mathilde und Robert Seidel” (1910), en Rosa Luxemburg, Gesammelte Briefe, Band 3, Dietz Verlag, 1982, p. 160.

[3El concepto de reservas estratégicas proviene de la teoría militar de Clausewitz. En el comienzo del capítulo 13 (Libro 3) de De la guerra dice: “La reserva tiene dos propósitos que bien pueden distinguirse entre sí, a saber: primero, la prolongación y renovación de la lucha, y segundo, el uso contra contingencias imprevistas. La primera disposición presupone la utilidad de una aplicación sucesiva de la fuerza, por lo que no puede darse en la estrategia. Los casos en los que se envía un cuerpo de ejército a un punto que está cerca de ser desbordado deben incluirse, como es obvio, en la categoría de la segunda disposición, porque la resistencia que se ofrecerá en este caso no ha sido suficientemente prevista. De todas formas, un cuerpo destinado a la mera prolongación de la batalla y reservado para ello solo se situaría fuera del alcance del fuego, subordinado y asignado a quien mande en la batalla, por lo que sería una reserva táctica y no estratégica. No obstante, la necesidad de tener una fuerza preparada para casos imprevistos también puede darse en la estrategia, y en consecuencia también puede haber una reserva estratégica: pero solo cuando sean concebibles casos imprevistos”, C. v. Clausewitz, Vom Kriege, Hamburgo, Nikol Verlag, 2016, p. 218. Adaptándolo a los fines de la teoría marxista diremos que se refiere a la utilización del conjunto de la fuerza de la clase obrera, en particular de aquellos sectores de la retaguardia de las amplias masas obreras, en el marco de la estrategia revolucionaria. Sobre este concepto, ver Emilio Albamonte y Matías Maiello, Estrategia socialista y arte militar, Ediciones IPS-CEIP, 2017, p. 87 y ss., “La concentración de fuerzas y el problema de las reservas estratégicas”.

[4Ver Rosa Luxemburg, Was wollen wir? Kommentar zum Programm der Sozialdemokratie des Königreichs Polen und Litauens, 1906, Rosa Luxemburg, Gesammelte Werke, Band 2, Berlín 1972, pp. 37-89

[5Como por ejemplo Dieter Groh, Negative Integration und revolutionärer Attentismus. Die deutsche Sozialdemokratie am Vorabend des Ersten Weltkrieges, Frankfurt, Verlag Ullstein, 1973.

[6Anton Pannekoek, “Acciones de masas y revolución”(1912), marxists.org.

[7Franz Mehring ya había hecho una primera reseña de esta obra en 1908, donde señalaba que los marxistas debían estudiarla críticamente y apropiarse de ella, porque tenía muchas enseñanzas para la política revolucionaria. Ver Franz Mehring, “Eine Geschichte der Kriegskunst” (16/10/1908), en Franz Mehring, Zur Kriegsgeschichte und Militärfrage, Berlín, Dietz Verlag, 1967, pp. 134-200.

[8Hans Delbrück, Geschichte der Kriegskunst im Rahmen der politischen Geschichte, Erster Teil, Das Altertum, Berlín, Verlag von Georg Stilke, 1920, p. 129.

[9Para un desarrollo exhaustivo de la polémica de 1910 sobre las dos estrategias, ver Emilio Albamonte y Matías Maiello, Estrategia socialista y arte militar, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP, cap. 1, “Sobre la estrategia en general”, pp. 41-137. Desde hace unos años viene desarrollándose un debate en torno a intentos de rescatar la estrategia kautskiana en la izquierda norteamericana impulsado por la revista Jacobin. Ver al respecto “(Dossier) Una introducción al debate sobre Kautsky”, Ideas de Izquierda, (11/8/2019). Recientemente se desarrolló otra polémica entre Rolando Astarita y Matías Maiello sobre el Programa de Transición de Trotsky, donde el primero tendía a reproducir el argumento kautskiano; para esto ver, particularmente, dos artículos de Maiello publicados en Ideas de Izquierda: “Una vez más sobre el Programa de Transición y el olvido de la estrategia” (15/8/2021) y “El Programa de Transición y la dinámica de la relación de fuerzas” (29/8/2021).
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Guillermo Iturbide

(La Plata, 1976) Es licenciado en Comunicación Social (FPyCS-UNLP). Compiló, tradujo y prologó Rosa Luxemburg, "Socialismo o barbarie" (2021) y AA.VV., "Marxistas en la Primera Guerra Mundial" (2014). Participa en la traducción y edición de las Obras Escogidas de León Trotsky de Ediciones IPS. Es trabajador nodocente de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la UNLP. Milita en el Partido de los Trabajadores Socialistas desde 1997.