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Rosa Luxemburg y el freno de emergencia de la historia

Guillermo Iturbide

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Ilustración: Sergio Cena / Arte de tapa: Hidra Cabero

Rosa Luxemburg y el freno de emergencia de la historia

Guillermo Iturbide

Ideas de Izquierda
“¿Qué nos importa que nos llamen guerreros de la lucha de clases e intenten marcarnos a fuego? Tendremos un suelo bajo nuestros pies para poder saltar. Nos llamamos por el nombre de los pobres, a los que honramos. Pero lo que el nombre dice no es lo que quieren los pobres y aquello por lo que luchan. Espartaco. Somos un ejército de prisioneros que luchamos contra nuestros carceleros. Aquello por lo que lucha nuestro ejército es tan antiguo como el mundo, y por eso llevaremos a cabo la lucha, tenemos que hacerlo, hasta la victoria, y trascenderá al mundo”. Alfred Döblin, {Karl y Rosa} (1950)

Este artículo es el prólogo a Socialismo o barbarie, una compilación de obras de Rosa Luxemburg publicada por Ediciones IPS-CEIP, que ya está disponible a través de la página web de la editorial y próximamente en librerías. El autor estuvo a cargo también de la selección de los textos para el libro y de su traducción directa desde el alemán.

El libro se puede adquirir en esta página

Año tras año, desde hace un siglo, alrededor de la tercera semana de enero, en el crudo invierno del norte de Europa, decenas de miles de personas, a veces llegando a ser hasta cien mil en años recientes, conforman un largo cortejo de muchas manzanas que se dirige al cementerio central del barrio de Friedrichsfelde, en la zona oriental de Berlín, Alemania. Allí se encuentran enterrados los restos de Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht, las dos figuras más importantes del marxismo revolucionario del siglo XX en Alemania. El 15 de enero de 1919 fueron asesinados a manos de paramilitares de extrema derecha bajo el mando de un gobierno socialdemócrata.

¿Quién fue y por qué sigue convocando la figura de Rosa Luxemburg? Se trata de una teórica marxista revolucionaria de primer nivel. Mujer en sociedades patriarcales, conservadoras y asfixiantes como la polaca y la alemana del Segundo Reich (1871-1918), donde no existía siquiera el sufragio femenino. Migrante apátrida y polaca de una nación que había sido borrada del mapa de los Estados desde un siglo antes por los tres poderosos imperios de la región: Alemania, Austria y Rusia. También, y para colmo, judía, en una Europa central donde el antisemitismo y la xenofobia eran propagados desde el Estado, creando esa “atmósfera pogromista” de la que hablaba Luxemburg en la guerra. Rosa Luxemburg es hoy, por lo general, más “citada” que leída, incluso una aforista contra su voluntad [1]. Esta antología que presentamos quiere ayudar a subsanar esta situación.

La obra de Rosa Luxemburg es vasta y diversa, y además se siguen encontrando incluso hoy en día textos inéditos: un siglo después de su muerte, su producción aún no terminó de descubrirse en su totalidad [2]. Hay distintas recopilaciones relativamente breves que tienen como objetivo reflejar esa diversidad temática. Ese criterio nos parece que corre el riesgo de, a veces, echar una mirada algo superficial sobre demasiados aspectos. Nosotros decidimos reflejar sus principales textos sobre estrategia política, que incluyen muchos de los más relevantes del conjunto de su obra [3].

Esta introducción desarrollará el hilo lógico que une entre sí a todos los textos. Además, sugeriremos una clave de lectura a contramano de la interpretación predominante de Rosa Luxemburg, sobre todo en las últimas tres décadas, que la asimila a una tradición de una suerte de marxismo “antibolchevique”, con posturas afines a algo así como una “socialdemocracia de izquierda”. En esta antología tratamos de abarcar la riqueza de una teoría que no se deja domesticar por ese tipo de visiones.

* * *

¿Reforma social o revolución?, la polémica con Bernstein y la necesidad de una realpolitik revolucionaria

Rosa Luxemburg empezó su militancia en el marxismo en la parte de Polonia bajo dominio ruso, llamada “Reino de Polonia”. En Zürich fundó, en 1893, la Socialdemocracia del Reino de Polonia y Lituania (SDKPiL), uno de los dos partidos socialistas de la Polonia rusa, siendo el otro el Partido Socialista Polaco (PPS), fundado un año antes en París.

Luxemburg deseaba, no obstante, estar en primera fila como teórica, dirigente y militante marxista, por lo cual decidió emigrar hacia Alemania para integrarse a las filas de la socialdemocracia de ese país, que constituía el centro de gravedad de toda la Segunda Internacional y era su vanguardia. De todas formas, siguió manteniendo también su relación (y afiliación) a su partido polaco.

Su primer desafío arrancó desde el primer día en que se integró a la socialdemocracia alemana. Ocurría que uno de los principales dirigentes y teóricos, Eduard Bernstein, había escrito una serie de artículos en Die Neue Zeit, la revista teórica partidaria, llamada “Problemas del socialismo”. Allí planteaba que lo central de las teorías de Marx ya no tenía validez, y que las predicciones sobre el colapso inevitable del capitalismo ya no podían sostenerse porque el desarrollo económico y político las habría refutado. Esto, para él, se verificaba en que la polarización social entre burguesía y proletariado y la tendencia a la desaparición de las clases intermedias no se había dado, sino que sucedía lo contrario, y que las crisis económicas se habían vuelto menos frecuentes. Planteaba también que la formación del sistema del crédito, de los grandes cárteles empresarios (las corporaciones, diríamos hoy) y el monopolio mostraban que el capitalismo estaba superando sus tendencias “anárquicas” y que todos estos fenómenos eran “medios de adaptación” que le permitían acomodarse e ir superando las crisis. Estos medios, además, tendían a “socializar” la producción. Por otro lado, también argumentaba que la lucha sindical por la obtención de mayores salarios iría erosionando la tajada de trabajo no remunerado que los capitalistas le extraían a los trabajadores en forma de plusvalía, hasta el punto en que se terminaría eliminando la tasa de ganancia y así la explotación capitalista se volvería imposible, todo esto en forma gradual, sin la necesidad de hacer una revolución socialista. Arremetía también contra la dialéctica y la herencia hegeliana, en donde veía el origen de lo que consideraba ilusiones revolucionarias. Bernstein se disculpaba por sus posiciones diciendo que no serían más que un sinceramiento de que la socialdemocracia había dejado de ser, en la práctica, un partido revolucionario, para transformarse en uno que solo pelea por reformas sociales. Según él, por lo tanto, la teoría marxista, que oficialmente era la que guiaba a la socialdemocracia, había dejado de corresponderse con la realidad cotidiana de la actividad partidaria. Por lo tanto, de lo que se trataba era de revisar la teoría, para ponerla en acuerdo con la práctica. Por esto, de allí en más, la corriente de Bernstein fue llamada “revisionista”. Bernstein se volvió célebre por la frase: “Reconozco abiertamente que tengo muy poca preocupación e interés en lo que generalmente se entiende por ‘el objetivo final del socialismo’”.

La respuesta de Luxemburg al revisionismo bernsteiniano fue una serie de artículos luego recopilados como libro, que es el primer texto de nuestra compilación, ¿Reforma social o revolución?, de 1898. Se trata del texto teórico más famoso de toda la tradición marxista de polémica contra las ilusiones en la vía pacífica y gradual al socialismo, muchas veces (aunque no solo) surgidas de situaciones de aparente estabilidad del capitalismo.

Para Luxemburg, la contraposición entre las reformas y la revolución era falsa. Ambos polos, en realidad, debían complementarse, ya que la lucha por las reformas y la obtención de conquistas democráticas debían ser una palanca, un punto de apoyo, de una estrategia más general que apuntara a trascender el sistema capitalista, ya que esas conquistas no podrían sostenerse en forma duradera y hasta el final si no se articulaban con la conquista del poder político por parte de la socialdemocracia, la destrucción del Estado capitalista y la construcción del socialismo.

La revolucionaria polaca buscaba así prevenir contra lo que hoy llamaríamos “la dialéctica de las conquistas parciales”, es decir, contra el peligro de que las reformas dejaran de ser un medio subordinado a una meta final, el objetivo socialista, y se transformaran en un fin en sí mismo.

Para Luxemburg, lo antedicho se debe a que la conquista de la igualdad política formal, en el sistema capitalista, no puede resolver los antagonismos que son inherentes a un modo de producción guiado por la obtención de ganancia, basado en la explotación y el trabajo asalariado: una genuina democracia en un marco capitalista es imposible [4].

Para Luxemburg, con su rechazo de la dialéctica, Bernstein perdía, antes que nada, el punto de vista cardinal de observar al capitalismo desde la noción de totalidad, y entonces, por el contrario, se concentraba en aspectos particulares y rasgos secundarios, a los que desgajaba del conjunto y daba un valor independiente.

Para la revolucionaria polaca se trataba de demostrar si se podía sostener el “núcleo duro” del marxismo, contra la pretendida invalidación de algunas hipótesis secundarias como hacía Bernstein, las cuales perdían relativa vigencia debido a la coyuntura de estabilidad capitalista en el momento del debate. Luxemburg incluye una muy destacada colección de artículos en el apéndice, donde discute con el revisionista Max Schippel respecto a cierto tabú de la socialdemocracia: el problema militar. Muchos dirigentes partidarios habían declarado, en aras de mantener la legalidad del partido, que la socialdemocracia no haría agitación dentro de las fuerzas armadas, específicamente entre los soldados conscriptos. La revolucionaria polaca combatió la idea difundida por los revisionistas de que era lícito votar a favor de los presupuestos militares a cambio de que el régimen les concediera a los trabajadores reformas económicas. Todo esto era al costo de avalar, en forma implícita, la explotación colonial y el imperialismo alemán en el exterior, así como de ayudar a armar al régimen contra la propia protesta obrera.

De lo que se trataba, en síntesis, era de llevar adelante una política socialista que no recayera ni en el oportunismo ni “en la secta”, es decir, ni disolverse en las peleas cotidianas por obtener conquistas materiales provisorias aunque necesarias ni en una suerte de purismo dogmático maximalista para preservarse de los riesgos de esa práctica, ubicándose al margen del movimiento real. En 1903, Rosa Luxemburg resumió su perspectiva de pelea por reformas como punto de apoyo para la estrategia revolucionaria en una buena fórmula, que llamó “realpolitik revolucionaria” [5].

Frente a la visión del revisionismo, que consideraba que el capitalismo se comportaba como un organismo que tendía a la armonía, Luxemburg le oponía la perspectiva de que las contradicciones del desarrollo de las finanzas, de los monopolios y del militarismo propendían hacia el derrumbe inevitable del sistema, y que la socialdemocracia, por lo tanto, debía ajustar su táctica a esa perspectiva, que ella no veía inscripta en lo inmediato pero sí en un futuro no muy lejano. Más adelante hablaremos de la “teoría del derrumbe” de Rosa Luxemburg, cuando pasemos brevemente por su explicación del imperialismo en su obra de 1913, La acumulación del capital.

La conquista de derechos democráticos por medio de la lucha de clases. Bélgica, 1902

En la controversia con Bernstein, en un comienzo, los dirigentes sindicales no se involucraron abiertamente. Con estrechez pragmática, ellos no veían qué relación podía tener esta polémica con su práctica cotidiana. Sin embargo, de las filas de la fracción de los socialistas franceses simpatizantes del revisionismo surgió Alexandre Millerand, quien entre 1899 y 1902 integró el gobierno de Waldeck-Rousseau como ministro, pasando a la historia como el primer socialista en participar en un gobierno capitalista, una práctica de colaboración de clases que luego sería generalizada entre los socialdemócratas a partir de 1914 y entre los estalinistas más adelante. Luxemburg combatió el “ministerialismo socialista”, dedicándole un folleto considerable, llamado La crisis socialista en Francia (1901).

Poco después, el revisionismo influiría en el resultado de un hecho muy importante de la lucha de clases en Bélgica [6]. En ese país había una monarquía con un parlamento elegido solo por voto masculino y calificado que iba en desmedro de los sectores populares. En abril de 1902 tuvo lugar allí una gran huelga política por la conquista del derecho al sufragio igualitario. La huelga política de masas era un medio de lucha que el movimiento obrero europeo (y en particular el belga, muy combativo) venía utilizando desde la última década del siglo XIX, principalmente para pelear por derechos democráticos. Siendo un hecho de trascendencia internacional, la huelga belga suscitó un debate en la prensa de la socialdemocracia alemana, donde se destacaron las intervenciones críticas de Rosa Luxemburg y Franz Mehring, por un lado, y la del laborista belga e importante dirigente de la Segunda Internacional, Émile Vandervelde, simpatizante de los revisionistas alemanes.

La reforma electoral fue derrotada. A la pelea por las conclusiones de la derrota Luxemburg dedicó dos textos presentes en esta antología, “Una cuestión táctica” y “El experimento belga”, donde combate el frente político de conciliación de clases con los liberales, de lucha “contra los conservadores”. Los revisionistas belgas pensaban que la vía más económica para conseguir conquistas democráticas estaba en las negociaciones parlamentarias sin lucha, sin “asustar a los aliados”. Cuando la lucha estalló de todos modos, los dirigentes sindicales socialistas entraron a la zaga de las masas, y dieron la orden de retirada cuando la pelea apenas estaba comenzando. El aparato político y sindical jugó aquí un rol conservador, de freno de la acción y no de potenciador. Por primera vez en el movimiento socialista se planteó la posibilidad de que este pudiera terminar jugando un rol antirrevolucionario.

La relación entre partido, vanguardia, movimiento y la clase en su conjunto. La división de la socialdemocracia rusa y la discusión con Lenin

En 1903 se realizó el segundo Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata ruso (POSDR). El SDKPiL de Luxemburg participó con mandato de integrarse. La revolucionaria polaca y Lenin tenían en común la lucha contra el revisionismo. En Rusia, quienes seguían a Bernstein eran la corriente llamada “economicista”.

Lenin combatió esta tendencia (con el apoyo de toda su corriente interna, la agrupada en torno al periódico Iskra) en su famoso trabajo ¿Qué hacer? Para él y sus camaradas, el enonomicismo tenía como consecuencia la política de ir a la retaguardia de las masas. Contra los economicistas sostenía que no había un hilo de continuidad inmediato entre las luchas económicas espontáneas del proletariado, por un lado, y la conciencia socialista, por el otro, es decir, que la organización socialdemócrata no surgía necesariamente de la lucha económica. Por lo tanto, para unir la conciencia socialista con el movimiento obrero hacía falta que el Partido Socialdemócrata la introdujera desde afuera, puesto que el proletariado, por sí mismo, solo podía alcanzar una conciencia sindical, pero no socialista [7].

Durante el Congreso surgió una diferencia entre los polacos y el resto del POSDR. Este último sostenía el derecho a la independencia de Polonia del Imperio ruso, mientras que el SDKPiL estaba en contra, porque lo juzgaba como una consigna reaccionaria. Luxemburg creía que la independencia impondría obstáculos artificiales al desarrollo de las fuerzas productivas, que agravarían la miseria del pueblo e irían en detrimento de las precondiciones para el socialismo [8]. Para la revolucionaria polaca este punto era innegociable, por lo cual su organización abandonó el Congreso y no se sumó al POSDR.
Excede el espacio de esta introducción desarrollar todas las vicisitudes de este Congreso [9], pero podemos decir que el mismo finalmente se estancó en las cuestiones organizativas del partido, en torno a los requisitos para ser considerado militante, entre un criterio más estricto y de más compromiso (el de Lenin) y uno más laxo (la fórmula de Mártov), y luego en cuanto a la constitución de los organismos de dirección. Se formaron dos fracciones, la mayoría (bolcheviques) y la minoría (mencheviques). En contra de cualquier criterio mínimamente democrático la minoría vetó a los candidatos de la mayoría a la dirección, y así se cerró el Congreso con los socialistas rusos divididos.

La fracción menchevique, posteriormente, intentó dar una visión del Congreso que justificara su actitud. No obstante, podría decirse que lo que había detrás del bloque de Mártov era un temor, no del todo explicitado, a que el partido adoptara una posición demasiado radical, ya que, además, los sectores del partido que habían formado parte de la derecha antes del Congreso se agruparon con él [10]. Los mencheviques pretendían justificar la exclusión de los bolcheviques acusándolos de seguir una forma de organización autoritaria, que buscaba sustituir al movimiento obrero por la dictadura de un puñado de intelectuales. Lenin respondió con su libro Un paso adelante, dos pasos atrás, donde demuestra, citando las actas, que la verdadera discusión había sido otra.

Rosa Luxemburg intervino en este debate apoyando los argumentos de la fracción menchevique, dándoles un sustento teórico, y escribió Problemas de organización de la socialdemocracia rusa, que incluimos en este volumen. Lenin, a su vez, le replicaría en “Un paso adelante, dos pasos atrás. Respuesta a la camarada Luxemburg” (1904). Analizaremos el folleto de la revolucionaria polaca para ver cómo puede iluminar la discusión sobre la relación entre partido, movimiento y clase obrera, algo que seguirá recorriendo sus reflexiones posteriores.

Luxemburg planteó que, al contrario de lo que pasa en Occidente, con una larga tradición de organización socialista, en el atrasado Imperio ruso aún se trataba de implantar los primeros rudimentos de esa organización. En este sentido, consideró en ese momento que la fracción menchevique expresaba una visión más justa de cómo tenían que darse las relaciones entre el partido y el movimiento obrero. Lenin había escrito que el socialdemócrata revolucionario es un “jacobino que está inseparablemente ligado a la organización del proletariado que ha tomado conciencia de sus intereses de clase”. Consideraba que esa tradición, a la que relacionaba también con la blanquista y con el voluntarismo de los naródniki rusos, era un mal espejo, ya que la vinculaba con una concepción elitista, que desconfiaba de las masas.
Pero Lenin solo hacía esta analogía con los partidos de la Revolución francesa en el sentido de que los marxistas eran el ala más radical del movimiento, como lo habían sido los jacobinos en Francia [11] y descartaba cualquier asociación con una concepción blanquista o elitista. Pero precisamente en esta frase de Lenin se concentraba el desacuerdo teórico profundo entre ambos revolucionarios, sobre todo en la expresión “ligado a”. Escribió Rosa Luxemburg: “Sin embargo, en los hechos, la socialdemocracia no está ligada a la organización de la clase obrera; es el propio movimiento de la clase obrera” [12]. Así, seguía el modelo tradicional de la socialdemocracia occidental, que veía una continuidad directa entre la organización de la clase y la del partido [13].

Lenin, quien para el momento de escribir el ¿Qué hacer? pensaba que simplemente estaba traduciendo la teoría occidental a Rusia, teniendo en cuenta la ausencia de libertades, en los hechos, estaba innovando al pensar de una forma más compleja la relación entre partido y clase. Tendía a ver que el movimiento obrero era más heterogéneo, donde la socialdemocracia revolucionaria sería la organización de lo más avanzado del movimiento, pero no el movimiento obrero mismo.

Luxemburg consideraba que el centralismo de Lenin, lejos de combatir el oportunismo para el que en teoría habría sido concebido, simplemente replicaba sus métodos mediante el control estricto de la base del movimiento, y que eso llevaría al partido a ser un freno a la acción de la clase. Es evidente que la revolucionaria polaca todavía estaba pensando en el “experimento belga” de 1902. De todas formas, puede decirse que sus reparos estaban mal dirigidos hacia Lenin. Por el contrario, este último pronto teorizó, a partir de la Revolución rusa de 1905, una relación más dialéctica entre espontaneidad y partido con el surgimiento de los soviets, que nada tenía que ver con refrenar la lucha de clases, mientras la socialdemocracia occidental iba en un creciente proceso de burocratización.

Los “usos” de Problemas de organización de la socialdemocracia rusa

Hasta el día de hoy, la interpretación hegemónica de la obra de Luxemburg entiende este trabajo como una suerte de primera advertencia de cómo el bolchevismo llevaba, desde sus raíces teóricas en las cuestiones organizativas, el germen de la burocratización estalinista [14]. Se trata de una lectura que fuerza las posiciones de la revolucionaria polaca.

Luxemburg sí veía una continuidad entre la lucha económica y la conciencia socialista, en tanto que el partido no sería más que la expresión consciente del movimiento. Para ella, la formación del partido era como un proceso que se desarrolla a lo largo del tiempo por medio de la experiencia de luchas electorales y sindicales, donde cada vez más capas del movimiento obrero iban tomando conciencia de sus intereses históricos, sin percibir demasiados choques de intereses entre distintas capas del proletariado con experiencias disímiles, más o menos avanzadas, y con una base material más homogénea, sin gradaciones según niveles de ingresos o conquistas materiales. Para Luxemburg, el oportunismo constituía un “momento” necesario dentro del proceso en el que la clase obrera de conjunto deviene en partido. Ese momento surgiría en el punto en el que el partido del proletariado, habiendo conquistado ciertos éxitos, se volviera atractivo para sectores desclasados e insatisfechos de capas intelectuales burguesas o pequeñoburguesas que buscaran un refugio político entre los socialistas que su propia clase social de origen se viera imposibilitada de ofrecerles. Ese momento luego sería superado y corregido por el propio proletariado en la medida en que se desarrollara la lucha de clases, poniendo en caja a esos sectores sociales [15]. Lenin, por el contrario, desarrollaría en lo sucesivo una visión en la cual la fuente en la que se origina el oportunismo se encuentra en las presiones materiales del surgimiento de capas de la clase obrera que incluyen una burocracia profesional y sectores con mejores condiciones de vida, conquistas y beneficios concedidos por el imperialismo producto de la explotación del mundo colonial. Si se trataba de un fenómeno estructural dentro de la propia clase obrera, entonces la “innovación leninista” consistía en la necesidad de la construcción de fracciones revolucionarias en todas sus organizaciones para llegar lo mejor preparadas posible a la apertura de una crisis revolucionaria.

“Donde más feliz vivo es en medio de la tormenta” [16]. Huelga de masas, partido y sindicatos, la Revolución rusa de 1905 y Europa Occidental

El estallido de la Revolución rusa de 1905 fue vivido por Rosa Luxemburg como el acontecimiento más importante de su vida hasta ese entonces. En diciembre de 1905 decidió partir en secreto hacia la Polonia rusa, uno de los principales centros revolucionarios. En 1906, fue apresada por varios meses, hasta que logró salir y se dirigió a Finlandia, a muy pocos kilómetros de San Petersburgo, la capital de la Revolución. Allí conoció personalmente a Lenin. A partir de sus propias experiencias y del intercambio amistoso con Lenin, a pesar de las diferencias previas, la revolucionaria polaca escribió Huelga de masas, partido y sindicatos por encargo de los socialdemócratas de Hamburgo.

El folleto de 1906 fue escrito pensando en cómo hacer para traducir la Revolución de 1905 a la socialdemocracia alemana, cómo ponerla a tono con lo que su autora consideraba que era una nueva época que se abría en la que se debería ir abandonando la vieja práctica que se reducía, mayormente, a una combinación entre tácticas electorales y luchas sindicales sin una relación muy diáfana con un futuro socialista y una revolución que se percibía como algo muy lejano. Luxemburg provocó planteando que los “atrasados” obreros rusos tenían muchas lecciones que enseñarles a los “avanzados” alemanes. La principal conclusión que sacó de 1905 es que planteaba una hipótesis revolucionaria articulada en torno a la idea de la huelga de masas. Ya no era una precondición absoluta para una acción obrera eficaz poseer un enorme aparato al estilo de la socialdemocracia occidental. La emergencia espontánea de la huelga de masas como motor de la revolución había sido algo que ninguna organización había podido prever. Era un proceso de luchas que habían ido de lo político a lo económico y volvieron, enriquecidas, al momento político, donde el movimiento obrero a lo largo del país fue haciendo su propia escuela, poniendo en pie instituciones nuevas, más adecuadas para la lucha, y así cobrando conciencia de sus propias fuerzas, al tiempo que mostrándose como una clase capaz de ejercer un poder estatal y reagrupar en torno suyo a otras capas oprimidas del pueblo.

La huelga de masas como organizadora de las “reservas estratégicas”

Una particularidad de la Revolución de 1905 fue la creación de un nuevo tipo de organización obrera, más allá de las ya tradicionales de los partidos socialistas y los sindicatos: los consejos obreros, o soviets, que agruparon al conjunto de los trabajadores y los erigieron como un contrapoder frente al Estado. Los dirigentes rusos como Lenin o Trotsky le dieron una gran importancia a estos organismos en sus balances. No fue el caso de Rosa Luxemburg, quien en Huelga de masas, partido y sindicatos solo se refiere al pasar al soviet de Moscú y, hasta sus escritos sobre la Revolución rusa en 1917, aparecen muy poco en su obra. El peso destacado de los soviets en las hipótesis estratégicas del marxismo revolucionario es posterior a la Revolución de Octubre de 1917, como veremos más abajo. De todas formas, ya Trotsky y Lenin le habían dado peso a partir de 1905, pero esencialmente como una particularidad rusa. En ese sentido, Luxemburg, quien escribió su folleto como una elaboración teórica sobre la Revolución de 1905 destinada a un público alemán, más bien subsumió el rol organizador de los soviets dentro del marco más general de la huelga de masas. Para ella, ya desde las polémicas sobre Bélgica en 1902, luego la revolución de 1905 y las polémicas en el movimiento obrero alemán de esos años contra los dirigentes sindicales conservadores sobre la huelga de masas, esta última, en su concatenación de formas de lucha y como autoeducación del movimiento obrero, tendía a resolver el problema de la organización de las “reservas estratégicas” de la clase obrera que ni los partidos obreros ni los sindicatos llegaban a abarcar: es decir, al conjunto de la clase obrera en todas sus capas [17].

En Huelga de masas, partido y sindicatos, esta idea de la huelga de masas como “organizadora” del movimiento obrero en su conjunto se combina también con los conceptos de “conciencia de clase teórica y latente” vs. “conciencia de clase práctica y activa”:

En el caso del obrero alemán esclarecido, la conciencia de clase sembrada por la socialdemocracia es teórica y latente: en la etapa dominada por el parlamentarismo burgués no puede, por norma, ponerse en movimiento como acción directa de masas; es el resultado, en el terreno de las ideas, de la suma de las cuatrocientas acciones paralelas de las circunscripciones durante la lucha electoral, de las muchas huelgas económicas parciales, etc. En la revolución, cuando las masas irrumpen en el campo de batalla político, la conciencia de clase se vuelve práctica y activa.

Estos conceptos son interesantes, ya que aportan a una visión no lineal ni evolutiva de la conciencia obrera, ya que, como señalamos más arriba, no hay en su formulación un orden férreo donde la primera (si la entendemos en el sentido de un fuerte Partido Socialdemócrata y sindicatos desarrollados) tenga que ser sí o sí el punto de partida para la segunda (como capacidad de acción en la lucha de clases). La revolución muchas veces ahorra y salta etapas en la formación de la conciencia. Luxemburg utiliza esta imagen para discutir contra los dirigentes sindicales alemanes reacios a la acción y que apostaban solo a la educación política pacífica de la clase obrera por medio de las elecciones y, a lo sumo, a acciones sindicales muy limitadas y respetando a rajatabla la legalidad, y le opone la rápida escuela de maduración política del proletariado ruso en el fuego de la revolución. Es un antídoto teórico contra la idea del “partido educador” en sentido escolar.

Se podría decir que el punto hasta donde llega la hipótesis estratégica de Luxemburg le permite estar armada teóricamente lo suficiente como para desafiar tanto a los dirigentes sindicales que veían a sus limitadas organizaciones como el único cauce posible para el movimiento de masas de la clase obrera, así como a los dirigentes del propio Partido Socialdemócrata alemán que iban a la rastra de esos dirigentes sindicales.

A través de la prueba de la Revolución de 1905, las diferencias entre las dos grandes fracciones de la socialdemocracia rusa empezaban a quedar claras. Ahora se trataba del programa y la relación con la burguesía liberal. Estas dos cuestiones fueron puestas al orden del día por la revolución y llevaron a dos balances opuestos. Las dos alas de la socialdemocracia rusa, bolcheviques y mencheviques, mantuvieron desde sus orígenes que la Revolución rusa se dividiría en dos grandes etapas separadas entre sí por un largo período de desarrollo: una primera etapa, democrático-burguesa, y una segunda etapa, socialista. A efectos prácticos, ambas tendencias esperaban y se preparaban para la primera etapa, la burguesa, de la revolución. Esta idea se consideraba una parte incuestionable de la “ortodoxia” marxista, no solo en Rusia, sino en todo el movimiento socialista internacional; a saber, que un país atrasado con un proletariado minoritario –como Rusia– era inmaduro para el socialismo. El único que desafió este “dogma” fue León Trotsky, que ya desde 1905 sostenía que en Rusia, como parte integrante del sistema mundial capitalista, las tareas inmediatas de la revolución serían burguesas, pero que estas, llevadas a cabo por una dictadura del proletariado apoyada por los campesinos, se combinarían rápidamente, articulándose con las primeras tareas de la revolución socialista, dando a la revolución un carácter permanente, sin una división en etapas históricas independientes, un poco en el sentido de lo que ya había adelantado Marx en sus cartas a la populista Vera Zasúlich.

A partir del acuerdo sobre el carácter burgués de la Revolución rusa, bolcheviques y mencheviques plantearon estrategias diferentes. Por ello, los mencheviques sostenían que la burguesía debía dirigir “su” revolución y formar un gobierno provisional revolucionario propio, en el que los socialistas no debían participar ni comprometerse políticamente, sino ejercer una “oposición revolucionaria extrema”, lo que en realidad implicaba una presión desde el exterior para hacer avanzar a la burguesía, pero dejando siempre la dirección de la revolución en manos de esa clase. Por el contrario, los bolcheviques contemplaban un gobierno revolucionario junto a los campesinos (que Lenin resumía en la fórmula “dictadura democrática de los obreros y campesinos”) para que la clase obrera dirigiera la revolución burguesa y convocara una Asamblea Constituyente verdaderamente radical-democrática, llevando la revolución hasta el final, algo que la propia burguesía no podía hacer y ante lo que los sectores intermedios, por sí solos, vacilaban. Una vez que la revolución burguesa se consumara, los bolcheviques se retirarían del gobierno y pasarían a ejercer una oposición extrema para preparar la etapa socialista de la revolución. Luxemburg desarrollaría una perspectiva con muchos puntos de contacto con la de los bolcheviques [18]. Es interesante la formulación que hace al respecto Luxemburg, que si bien sigue aceptando el marco de la revolución burguesa, empieza a ver una forma intermedia que la conecta muy estrechamente con la revolución proletaria, quizás con cierto mayor énfasis que los bolcheviques pero sin llegar a la concepción de Trotsky, afirmando que sería “menos como el último eslabón de la vieja revolución burguesa y más como la precursora de la nueva serie de revoluciones proletarias de Occidente”.

En este sentido es que, superando lo fundamental de sus antiguas diferencias con Lenin, en 1906 escribe el texto en polaco “Blanquismo y socialdemocracia”, donde muestra su acercamiento y colaboración con el dirigente bolchevique.

El debate de 1910 sobre las dos estrategias

Algunos años más tarde, la polémica en torno a la huelga de masas retornaría, pero ahora los contrincantes ya no serían la derecha revisionista y los dirigentes sindicales sino el “centro” y su principal representante, Kautsky, que hasta entonces había estado aliado a la izquierda de Luxemburg. El motivo fue, en 1910, la confluencia de una serie de luchas económicas con las protestas contra la reforma de la ley de voto calificado en Prusia, en lo que se conoció como el “debate de las dos estrategias”, donde las contribuciones más destacadas de Luxemburg son “¿Desgaste o lucha?” y “La teoría y la práctica”, ambas en este volumen. Rosa Luxemburg plantea una discusión muy interesante sobre el tiempo en la política revolucionaria. A pesar de formar parte del mismo partido, en la socialdemocracia alemana convivían dos ideas muy distintas respecto a los ritmos de la política. Hacia comienzos de la década de 1910 la visión oficial, predominante, es cada vez más la que algunos historiadores llaman “atentismo revolucionario” [19]. El SPD, en rasgos generales, creía cada vez más, como buena parte de la Segunda Internacional ya desde entonces, que los socialistas nadaban “con la corriente a favor” y que el objetivo socialista estaba garantizado, por lo cual la actitud de la socialdemocracia debería ser fundamentalmente expectante, relativizando el rol activo de intervención de los socialistas. Este “atentismo revolucionario”, o también “radicalismo pasivo” o “teoría de la espera pasiva”, estos dos últimos términos acuñados por el marxista neerlandés residente en Alemania y también parte de la izquierda del SPD, Anton Pannekoek [20], se fue profundizando a medida que se acercaba la Primera Guerra Mundial. No obstante, esto implicaba todavía una ubicación centrista del conjunto del SPD, que combinaba una política práctica cada vez más parlamentarizada y acotada a los márgenes de maniobra estrechos de la legalidad prusiana, junto con un discurso y una perspectiva aún formalmente revolucionarios y de adhesión al marxismo. Esta evolución crecientemente hacia la derecha del SPD se dio a partir del crecimiento de las enormes conquistas electorales y sindicales de la socialdemocracia y del empoderamiento de la burocracia sindical, la fuerza más conservadora del partido, que ejercía, desde 1906, un derecho de veto permanente respecto de todas las políticas partidarias que involucraran a los sindicatos.

En la discusión de 1910, se trataba de dos cosas. Por un lado, de conducir una lucha por derechos democráticos (la conquista del sufragio universal igualitario) con todos los medios disponibles y de manera consecuente, sin amedrentarse ante los límites de la legalidad o de la “opinión pública” (o como había dicho contra Bernstein en la polémica contra el revisionismo, sin retroceder de miedo ante la leyenda del “ogro socialdemócrata que se come a los niños crudos”), y de esa manera ir forjando la experiencia de la clase obrera hacia la conquista del poder político.

Para Kautsky, la huelga de masas como estrategia estaba descartada en Alemania y en todo Occidente porque, según él, esta había surgido en Rusia debido a sus carencias, a su atraso y a su movimiento obrero poco desarrollado. Acusa a Rosa Luxemburg de romper con la tradición del partido y de buscar remplazar la “vieja táctica probada” basada en el Programa de Erfurt de 1891 por una nueva estrategia completamente nueva y distinta. Es entonces que Kautsky apela a una metáfora militar. A lo que él considera la orientación marxista tradicional de la socialdemocracia, sancionada desde Engels en adelante, la llama “estrategia de desgaste” (Ermattungsstrategie) y le adjudica a la revolucionaria polaca una nueva orientación puramente “luxemburguista”, a la que designa como “estrategia de derrocamiento” (Niederwerfungsstrategie). La fuente de esta terminología de Kautsky es la Historia del arte de la guerra, del académico militar Hans Delbrück, publicada por esos años. Esta obra es una aplicación del pensamiento estratégico del general prusiano Carl von Clausewitz a la historia militar [21]. Para Delbrück, abrevando en ejemplos que partían desde la Antigüedad, la estrategia de desgaste consistía en esquivar los golpes del enemigo, apostando a su desgaste, sin tener como objetivo la decisión de la guerra. La estrategia de derrocamiento consistía, por el contrario, en “reunir todas las fuerzas posibles, o por lo menos tantas como para contar con una victoria cierta” [22]. ¿Cómo traducía Kautsky estas categorías a la política socialdemócrata? Dividía las perspectivas de la lucha política en dos momentos, a los cuales correspondían dos estrategias distintas. En tiempos normales, en ausencia de revolución, la socialdemocracia debía seguir una política de desgaste, evitando entrar en combates con el enemigo y acumulando fuerzas propias, ganando diputados y conquistas sindicales, ateniéndose estrictamente a la ley. La estrategia de derrocamiento se correspondería con el momento de la revolución, apelando a la huelga de masas y a acciones decididas con el fin de conquistar el poder. Por este motivo, Kautsky se negaba en 1910 a que el SPD discutiera, en lo que él consideraba un momento no revolucionario, la perspectiva de la huelga de masas y que se tomaran acciones de lucha de clase decididas para impulsar la pelea por los derechos democráticos de voto universal, y proponía concentrar las energías del partido para preparar la intervención en las elecciones de 1912 (¡faltaban dos años!).

Para Luxemburg, este esquema consistía en una división extremadamente rígida, donde entre el momento no revolucionario y la revolución parecía no haber transición, sino un alto muro. ¿Cómo haría una clase educada en el respeto de la legalidad, en el electoralismo y en evitar el combate para cambiar súbitamente a una “estrategia de derrocamiento” y poner en práctica la huelga de masas confrontando con el Estado cuando llegara la revolución, como caída del cielo? Para la revolucionaria polaca, en ese esquema kautskiano solo contaba como real el primer momento, el no revolucionario. La estrategia de desgaste resultaría ser “nada más que parlamentarismo” y la revolución una consigna relegada a los días de fiesta [23].

Rosa Luxemburg apuntaba contra la burocracia sindical, su enemiga declarada desde 1905. En Alemania esa burocracia formaba parte del propio movimiento socialista y, en lo puramente formal, también decía adherir al “objetivo final”. Nuestra autora consideraba que el rol de Kautsky en esta polémica era el de cobertura teórica de esa misma capa social.

La guerra y la Internacional

La pelea que dio Rosa Luxemburg contra Kautsky fue tal vez más relevante que la que había dado antes contra Bernstein. Este último se había propuesto revisar abiertamente el marxismo, desecharlo, liquidarlo. En cambio, Karl Kautsky, considerado en forma unánime como el principal teórico marxista tras la muerte de Engels, se seguía presentando a sí mismo como un ortodoxo. Es decir, Kautsky, en las formas, seguía adhiriendo a la teoría marxista pero, en la práctica, había empezado a adaptarse a la institucionalización de la socialdemocracia. El concepto marxista de “centrismo” surgió para describir esta ubicación “a la Kautsky”.

El siguiente punto de choque con Kautsky fue el problema del imperialismo. En 1911 se estuvo a muy poco de que estallara una guerra que amenazaba convertirse en mundial, a partir de la “crisis de Marruecos” [24]. Es entonces que, en un texto llamado “Guerra y paz. Consideraciones sobre el Primero de Mayo” [25], Kautsky empezaba a reflexionar sobre cómo evitar una eventual guerra mundial. Veía que las tendencias a la internacionalización de las fuerzas productivas también implicaban una mayor integración burguesa e interestatal, particularmente en Europa, lo que sería el fundamento para que la socialdemocracia llamara a la formación de una Federación de Estados nacionales sobre una base capitalista, los “Estados Unidos de Europa”, que tendería a liquidar las tensiones interestatales y a formar una suerte de imperialismo único [26]. Se podría evitar la guerra mediante la formación de organismos estatales supranacionales de arbitraje. Kautsky siguió desarrollando posteriormente estos argumentos en su teoría del “ultraimperialismo” en un texto que apareció pocas semanas antes del estallido de la Primera Guerra Mundial [27].

Contra estas ideas polemizó Luxemburg en su respuesta, “Utopías pacifistas”. En ella restableció la teoría marxista del Estado como “comité ejecutivo de la clase burguesa” con su correspondiente “banda de hombres armados” (Engels), contra las nuevas teorías de Kautsky que tendía a ver a los Estados como árbitros. La revolucionaria polaca, al mismo tiempo, ofrecía una imagen radicalmente inversa de la evolución del desarrollo de los cuarenta años anteriores, no hacia una progresiva “suavización” de las contradicciones sociales y de las tendencias destructivas del capitalismo, sino hacia su agravamiento. También brindaba una imagen distinta del imperialismo como un fenómeno orgánico, inherente a la lógica de la etapa de desarrollo del capitalismo y que consistía en una política de Estado del conjunto de la burguesía y no como un fenómeno marginal y episódico.

Esta controversia aceleró el debate que ya se venía desarrollando en el seno de la Segunda Internacional sobre el imperialismo, para lo cual Rosa Luxemburg luego escribiría su principal obra teórica al respecto, La acumulación del capital. Una contribución a la explicación económica del imperialismo, en 1913. Allí planteó que la contradicción fundamental del imperialismo se encontraba en la “capacidad de expansión sin límites de las fuerzas productivas” y la “capacidad de expansión limitada del consumo social” [28].

Para ella, el capitalismo, por su incapacidad de realizar la totalidad de la plusvalía dentro de los países en los que impera como modo de producción, es decir, en las grandes potencias del momento, necesitaba expandirse hacia el resto del mundo no capitalista, penetrar en nuevos territorios y conquistarlos. El punto era que el límite objetivo de esta expansión era el propio globo terrestre y, una vez que ya no existiera más un espacio “extracapitalista”, la acumulación se volvería imposible y se desencadenaría una crisis terminal, el “derrumbe” del capitalismo. Aquí encontramos, finalmente, la fundamentación teórica del “derrumbismo” que, como vimos más arriba, era una idea que ya se encontraba presente desde ¿Reforma social o revolución? Para la revolucionaria polaca, ese límite objetivo se encontraba ya muy cerca y, desde el punto de vista capitalista, solo podía resolverse apelando a una guerra interimperialista que realizara una nueva distribución de las colonias y las esferas de influencia entre las grandes potencias. Con este trabajo, Luxemburg buscaba alertar a la socialdemocracia alemana de que el militarismo era una consecuencia necesaria de las tendencias de la acumulación capitalista que llevaban al imperialismo [29]. No obstante eso, su propio fundamento la llevaba a una visión algo mecánica, donde el capitalismo no tenía alternativa y el socialismo, en última instancia, parecía ser una necesidad inevitable inscripta en el devenir histórico [30].

“El honor siempre será la única promesa segura del futuro para los hombres y para los pueblos, esa es mi convicción más profunda” [31]. La Primera Guerra Mundial y la traición de la socialdemocracia alemana

Una vez desatada la Primera Guerra Mundial, y con la traición de la mayoría de la socialdemocracia alemana el 4 de agosto de 1914 votando en el Reichstag los créditos de guerra exigidos por el gobierno, empezaba una nueva etapa, radicalmente distinta, en la vida de Rosa Luxemburg. El mundo político en el que había transcurrido toda su vida no existía más.
En “La reconstrucción de la Internacional” se encuentra un análisis de cómo la teoría predominante en la socialdemocracia alemana, en la forma que Kautsky le dio a partir de 1910, pegó un salto cualitativo en 1914 hacia la consigna “la Internacional solo puede funcionar durante la paz”; es decir, el internacionalismo, entendido meramente como relaciones diplomáticas entre los distintos partidos socialistas, y la lucha de clases, entendida como mera lucha sindical en los marcos del capitalismo, solo están vigentes en tanto imperen circunstancias “normales”. Sin embargo, como analiza Rosa Luxemburg en La crisis de la socialdemocracia alemana (escrito en abril 1915, publicado en enero de 1916), mejor conocido bajo el nombre de “Folleto Junius”, la guerra mundial no fue ninguna sorpresa para la teoría marxista, que ya Friedrich Engels en 1887 había previsto como una consecuencia inevitable del desarrollo del imperialismo. El “Folleto Junius”, con sus 112 páginas en este volumen, es el trabajo más extenso de los que lo integran. Constituye un libro en sí mismo y una verdadera obra maestra de la teoría marxista como análisis de las causas de la Primera Guerra Mundial, que ha vencido el paso del tiempo a pesar de la multitud de obras escritas sobre el tema. Merece ser leído a la par de obras de similar extensión y profundidad como La guerra y la Internacional de León Trotsky (octubre de 1914) [32] y La bancarrota de la Segunda Internacional de V.I. Lenin (mayo-junio de 1915) [33], cada una de las cuales ofrece perspectivas relativamente diferentes dentro del marco de la izquierda marxista del momento. En el folleto, la revolucionaria polaca muestra cómo precisamente la clase obrera y los socialistas alemanes fueron los que más habían previsto la guerra y sus eventuales justificaciones. Por lo tanto, la socialdemocracia era la menos indicada para escudarse en la sorpresa o en alguna circunstancia excepcional. Sin embargo, poderosas fuerzas sociales fueron más determinantes que la teoría. Para nuestra autora se trataba de la lucha competitiva del imperialismo, ahora plenamente desarrollado, por la dominación mundial y la explotación de los últimos remanentes de naciones no capitalistas, siguiendo la línea de pensamiento de La acumulación del capital. Condenaba la política del 4 de agosto y de la llamada Burgfrieden, la “paz civil”, planteando la continuación de la lucha de clases bajo las condiciones de la guerra. Se ubicaba por encima de la hipocresía burguesa de quién “disparó el primer tiro”. Para Luxemburg no se trataba de una guerra entre “la democracia” y “el despotismo”: esta guerra se venía preparando desde hacía décadas, y solo era cuestión de cuándo elegir el momento adecuado para comenzarla. Descartaba como instrumento para lograr la paz a la diplomacia burguesa y demostraba cómo una salida capitalista solo prepararía nuevas guerras mundiales si el proletariado no se ponía de pie como tercero en discordia y los frenaba por medio de la revolución. La Segunda Internacional, previo a la guerra, en sus congresos de Stuttgart (1907) y Basilea (1912) había aprobado dos manifiestos, cuya autoría correspondía a Luxemburg y a Lenin, donde se planteaban directrices de cómo actuar ante la posibilidad de una guerra imperialista:

Hacer todo lo posible por los medios que considere más eficaces, que varían de acuerdo a la agudización de la lucha de clases y de la situación política general. En caso de que la guerra estallara de todos modos, es su deber intervenir en pos de ponerle fin rápidamente, y hacer uso de todas sus facultades para utilizar la crisis económica y política creada por la guerra para despertar a las masas y con ello acelerar la caída de la dominación de la clase capitalista [34].

La izquierda revolucionaria de la Segunda Internacional fue la única que finalmente llevó a la práctica estas palabras, poniendo en pie movimientos en las potencias imperialistas de ambos bandos, bajo la consigna “El enemigo principal está en el propio país” [35]. Al comienzo eran una ínfima minoría con su voz ahogada entre el griterío de la “infernal música de muerte”, como dijo Trotsky, pero, a partir de 1916, confluyeron cada vez más con los sufrimientos de las masas y empalmaron con un auditorio cada vez más creciente. El “Folleto Junius” culminaba con un apéndice, “Tesis sobre las tareas de la socialdemocracia internacional”, que constituyeron el programa fundacional de la Liga Espartaco. Esta fue establecida en una reunión el 1° de enero de 1916 en el estudio jurídico de Karl Liebknecht en Berlín. Formaban parte de ella Luxemburg, Liebknecht y Franz Mehring como sus principales cabezas, y constituía una corriente interna dentro del Partido Socialdemócrata, buscando ganar a su base contra la dirección y contra la oposición moderada de Karl Kautsky. En su gran artículo, “Acerca del folleto Junius”, Lenin, sin conocer cabalmente que su autora era Rosa Luxemburg, consideró auspicioso el surgimiento de camaradas de armas dentro de Alemania y lo juzgó como un “espléndido folleto marxista” que “ha jugado y jugará un papel inmenso en la lucha contra el defensismo” [36]. No obstante, también planteó una serie de críticas. En primer lugar, el punto 5 de las tesis finales, que también está desarrollado a lo largo del folleto: “En la era de este imperialismo desenfrenado no puede haber más guerras nacionales. Los intereses nacionales solo sir- ven como medio de engaño para hacer que las masas trabajadoras se sometan a su enemigo mortal: el imperialismo”. Para Lenin esto era equivocado porque amalgamaba en una misma posición tanto al chovinismo imperialista que utilizaba la defensa de la patria para llevar a los trabajadores a ser carne de cañón de su objetivo de disputar colonias y esferas de influencia, con los legítimos movimientos nacionales que luchaban contra ellos en los países dependientes. Este planteo se originaba en la oposición de Rosa Luxemburg a la independencia de Polonia de Rusia, posteriormente generalizado como oposición a la autodeterminación nacional en general. Nos parece que la posición de Lenin se correspondía mucho mejor con una relación adecuada entre la revolución en los países imperialistas y los países dependientes. La posición de Luxemburg, por el contrario, le asignaba un papel pasivo a las masas coloniales y consideraba como únicos actores de su liberación al proletariado de los países metropolitanos [37].

Por último, Luxemburg y Lenin coinciden en la necesidad de fundar una nueva Internacional, la Tercera, sobre las ruinas de la Segunda. Sin embargo, disienten en las vías. Para Lenin, se trataba de romper inmediatamente con la socialdemocracia para mostrar una bandera clara, no manchada, que de momento podría ser minoritaria y aislada, pero que podría confluir eventualmente con una nueva vanguardia obrera que fuera haciendo su experiencia, sin confundirla con la vieja organización. Para Luxemburg, por el contrario, se trataba aún de trabajar dentro del marco de la vieja Internacional y de sus partidos, y la izquierda revolucionaria que se oponía a la guerra debía hacer llamados a la acción de las masas, ya que consideraba que solo a partir de estas acciones estarían dadas las condiciones para fundar la nueva Internacional. Luxemburg consideraba que la táctica de Lenin solo llevaría a los revolucionarios a aislarse de las masas y convertirse en una secta. Cuando la permanencia en el Partido Socialdemócrata se volvió finalmente imposible porque su dirección, en marzo de 1917, expulsó a toda la oposición, que incluía desde los moderados del centro de Kautsky hasta los espartaquistas, se formó una nueva organización: el Partido Socialdemócrata Independiente (USPD). Este partido contaba en su fundación, en abril de 1917, con 120.000 miembros. La derecha socialdemócrata pasó a llamarse, de ahí en más, Partido Socialdemócrata Mayoritario (MSPD), con 240.000 miembros. El USPD no era un partido revolucionario, sino que expresaba más bien el amplio abanico de las distintas corrientes de la socialdemocracia pre 1914: un anhelo a volver el tiempo atrás, hacia las épocas de gloria de las grandes conquistas y las luchas sindicales en el marco de la paz. Su objetivo era “reconstruir” la vieja socialdemocracia, incluyendo una eventual reconciliación con el MSPD. Se trataba de una corriente “centrista”, es decir, oscilante entre posiciones reformistas y revolucionarias. Los bolcheviques diferían en esto también con los espartaquistas, ya que consideraban que la insistencia en formar parte del USPD confundiría a la vanguardia y los haría difíciles de distinguir como oposición revolucionaria y como dirección alternativa.

“No es a través de la mayoría hacia las tácticas revolucionarias, sino a través de las tácticas revolucionarias hacia la mayoría”. La Revolución rusa

El triunfo de la Revolución de Octubre de 1917 esbozó la posibilidad de una salida socialista de la guerra. Rosa Luxemburg la saludó desde la cárcel, y le dedicó a toda su trayectoria entre Febrero y Octubre y luego a los primeros meses del régimen soviético una serie de artículos en las Spartacusbriefe, las “Cartas de Espartaco”, el nombre del periódico mensual que circulaba durante la guerra. Nuestra autora mantuvo un intercambio epistolar sobre Rusia con Paul Levi, dirigente espartaquista y su abogado personal. De esa escritura carcelaria nació un borrador inacabado, sin editar y jamás publicado durante su vida que, a partir de su aparición póstuma en diciembre de 1921, ha llegado a ser en las últimas tres décadas el más difundido y referenciado de sus trabajos: el folleto Sobre la Revolución rusa, que data aproximadamente de octubre de 1918. La escritura del texto, algo quebrada, a veces con interrupciones abruptas, denota ese estado de algo “no pulido”, sin revisar, que tratamos de conservar y expresar en la traducción que presentamos en este volumen.

A pesar de que este trabajo presentaba algunas críticas fuertes a la política de los bolcheviques, hace falta recordar que se trata de una defensa de la Revolución de Octubre, algo que, a menudo, se deja de lado o se subraya poco por cuestiones que más adelante abordaremos. Luxemburg se consideraba una simpatizante crítica de los bolcheviques. La Liga Espartaco, por cierto, los defendía públicamente en Alemania.

Luxemburg elogiaba por su audacia e iniciativa a los revolucionarios rusos: “En este sentido, Lenin y Trotsky con sus amigos fueron los primeros en dirigirse al proletariado mundial con el ejemplo, y siguen siendo los únicos que pueden gritar, con Hutten, ‘¡Me atreví!’”. Comenzaba planteando, en unas líneas que recuerdan al texto “La revolución contra El Capital” de Antonio Gramsci (sobre el mismo tema y en el mismo momento), cómo la Revolución de Octubre había sido un cachetazo a los esquemas pedantes de la pretendida “ortodoxia” de Kautsky (junto con los mencheviques, sus voceros rusos). Este último no le otorgaba el certificado oficial de “pureza” marxista debido a que los bolcheviques habían osado saltearse el rígido esquema de las etapas históricas. Si hubieran seguido este esquema, se habrían visto condenados a abortar la revolución obrera porque Rusia no estaría madura y habrían tenido que contentarse con una revolución burguesa de imposible realización. No era la inmadurez de las condiciones objetivas rusas la causa de las duras condiciones de la revolución, sino la inmadurez del proletariado alemán que no había cumplido con su deber. Luxemburg también trazaba una suerte de sociología general de las revoluciones, donde la rusa cumplía más o menos con una forma de desarrollo similar a la francesa y la inglesa, de un primer período en el que están “todos contra el Antiguo Régimen” para, luego de su triunfo, pasar al período de intensificación de las contradicciones de clase dentro del propio bloque revolucionario y a la pelea por el poder del partido más radical, en el caso ruso, los bolcheviques. Lo utópico y reaccionario del kautskismo ruso, los mencheviques, había consistido en no comprender esto y pretender detener la revolución en el primer período, parlamentarizándola, sin ver que por sus fuerzas internas y su tendencia a escalar en las contradicciones sociales la única alternativa al poder soviético era la dictadura militar contrarrevolucionaria. También Luxemburg señalaba cómo los bolcheviques habían innovado en la forma de entender cómo agrupar y poner en acción a las “reservas estratégicas” por medio de los consejos obreros, los soviets.

De esta manera, también veía que la lección de los bolcheviques para los socialistas de Occidente consistía en que la audacia política debía adelantarse y crear las condiciones para que la política revolucionaria confluyera con la mayoría de la clase: “el camino no es a través de la mayoría hacia las tácticas revolucionarias, sino a través de las tácticas revolucionarias hacia la mayoría”.

A partir del capítulo III, Luxemburg empezaba a plantear una serie de puntos críticos. En primer lugar, criticaba la adopción por parte de los bolcheviques del programa de división y reparto de la tierra en parcelas a los campesinos en desmedro del programa socialdemócrata tradicional de socialización. Luxemburg planteaba un aspecto que contenía una parte de verdad: la parcelación de la tierra era antieconómica, ya que dividía la propiedad en lugar de concentrarla en el Estado obrero, planteando además un eventual problema para avanzar en la transformación socialista de las relaciones de producción, creando millones de pequeñas propiedades que podrían ser la base de apoyo para una Vendeé campesina contrarrevolucionaria. Sin embargo, no surgió de una decisión arbitraria de los bolcheviques: se trató de constatar y sancionar algo que habían llevado a cabo los propios campesinos. Si los bolcheviques hubieran buscado imponer su programa original de socialización habrían perdido el apoyo de los campesinos y solo podrían haberlo llevado a cabo mediante una estatización por la fuerza.

Su crítica a la política que los bolcheviques habían llevado a cabo hacia las nacionalidades oprimidas de Rusia se trataba de un tema central para ella, como vimos antes. No obstante, en esta posición de Luxemburg también había un problema similar al de la crítica al reparto de la tierra. Los bolcheviques corrían el riesgo de perder toda posibilidad de ganarse el apoyo de las nacionalidades oprimidas y de ser vistos como una especie de “zarismo rojo” gran ruso. La potestad de cada nacionalidad a decidir sobre su propio destino y la posibilidad de separarse de Rusia, por más que esta última se tratara ahora de una República obrera soviética, era un derecho elemental que un socialista debía defender. Nos parece que se habría comprometido muy seriamente la causa del socialismo si se hubiera abrogado a la fuerza ese derecho en nombre de un internacionalismo más bien abstracto, como parecía sugerir Luxemburg que se debería haber hecho [38].

En el capítulo IV, Luxemburg pasaba a tratar el problema de la disolución de la Asamblea Constituyente. Allí, criticaba el cambio en la política de los bolcheviques al respecto. Estos habían hecho de la convocatoria a la Constituyente, repetidamente negada o dilatada por el gobierno conciliador de la Revolución de Febrero, uno de los ejes de su agitación [39]. Luxemburg cuestionaba que, en vez de disolverla, no se hubiera llamado a nuevas elecciones para resolver el problema de la distorsión de la representación. Los bolcheviques se negaron a esto porque “el engorroso mecanismo de las instituciones democráticas es tanto menos capaz de seguir el ritmo de esta evolución cuanto más grande sea el país y más imperfecto sea su aparato técnico” (Trotsky, citado por Luxemburg en el texto).

Entonces Luxemburg sacaba la conclusión de que: “Trotsky, de la particular insuficiencia de la Asamblea Constituyente formada en octubre, concluye y de hecho generaliza la inutilidad de toda representación popular surgida del sufragio universal durante la revolución”.

Sin embargo, contra lo que dice la revolucionaria polaca, solo se trataba de la constatación de la experiencia rusa, en el marco de las dificultades de una guerra civil que ya había comenzado. Precisamente, la contrarrevolución blanca, que abarcaba un amplio arco –gran parte de los mencheviques, los socialistas revolucionarios de derecha, los kadetes liberales y la reacción monárquica–, estos dos últimos enemigos de toda reforma democrática del zarismo a partir de 1906, se embanderó detrás de la consigna “Gobierno de la Asamblea Constituyente”, utilizando el ropaje de la democracia formal para combatir a la revolución obrera. Este método, novedoso (combatir el socialismo no apelando a la autoridad monárquica tradicional sino desde el discurso de la “defensa de la democracia”), luego haría escuela y se aplicaría a gran escala a partir de la Revolución alemana de 1918. Luxemburg, apenas dos meses después de redactados esos argumentos escribiría, precisamente, artículos contra todo fetiche de la Asamblea Constituyente como “democracia representativa revolucionaria”, polemizando con Kautsky, como veremos.

Ahora bien, a pesar de todas estas críticas, Luxemburg había apoyado la toma del poder por los soviets. ¿Cómo proponía conciliar a estos últimos con la Asamblea Constituyente? No queda muy claro. En una acotación al margen de su manuscrito sin editar, como una nota de un pensamiento aún no desarrollado, escribe: “Simultáneamente soviets como columna vertebral junto con Constituyente y sufragio universal”. No se sabe si esa sería su propuesta, pero generalmente se ha interpretado que sí. De ser cierto, tampoco queda claro cómo se “combinarían” ambos regímenes. Sin embargo, esta forma de “Estado combinado” era uno de los ejes de la crítica de Kautsky a los bolcheviques, de la que Luxemburg se distanciaba.

Lo problemático del argumento de Luxemburg consiste en poner un signo igual entre el momento en que el partido revolucionario conquista el poder y la “democracia socialista”, en la que se va extinguiendo el Estado y transformando las relaciones sociales, y se emprende la construcción del socialismo. Los bolcheviques efectivamente habían tomado el poder, aunque solo lo ejercían en un área geográfica muy limitada de la Rusia europea (el territorio aproximado del antiguo ducado de Moscú), y lo que tenían planteado en lo inmediato, más que la construcción del socialismo, era la utilización del Estado obrero como máquina de guerra contra la burguesía.

Se puede decir que hay una contradicción lógica en el rechazo al reparto campesino y a conceder la autodeterminación nacional, por un lado, y las críticas a la disolución de la Constituyente y a las restricciones de los derechos políticos de los enemigos de la revolución, por el otro. Si lo que se exigía eran derechos, todavía en el plano de la democracia burguesa, que en teoría los bolcheviques habían conculcado a la mayoría de la población, ¿cómo se entiende que, para Luxemburg, los socialistas deberían haberse opuesto al derecho del 80 % de la población rusa, es decir, los campesinos, a ocupar y dividir las tierras, así como reprimir las tendencias de las naciones oprimidas que deseaban un derecho democrático elemental como la autodeterminación? Si se hubieran realizado nuevas elecciones a la Constituyente como pedía Luxemburg, y esta hubiera tenido lugar, ¿acaso no sería lo más lógico que el problema de la tierra y el de la opresión nacional se hubiera resuelto a la manera en que la revolucionaria polaca consideraba perjudicial?

Todo el contexto de la guerra civil parecía subvalorado en este escrito de Rosa Luxemburg. Pero hay que hacer una reserva. La revolucionaria polaca buscó hacer una crítica revolucionaria, un contrapeso a las enormes presiones burocráticas que surgían de la guerra civil y del aislamiento de la revolución. Ya en 1920 hubo una polémica en Rusia entre Lenin, Bujarin y Trotsky sobre las deformaciones burocráticas del Estado obrero surgidas de esta experiencia [40]. Los bolcheviques, en el período anterior al surgimiento del estalinismo, consideraban que, en última instancia, era muy difícil superar esas deformaciones sin el triunfo de la revolución en los países adelantados de Occidente, lo cual no ocurrió.

Los usos de Sobre la Revolución rusa

La publicación póstuma de este manuscrito, en 1921-22, estuvo a cargo de Paul Levi. Para ese entonces, el antiguo dirigente espartaquista había sido expulsado del Partido Comunista alemán y comenzaba un derrotero político que lo llevaría meses después a reingresar al viejo Partido Socialdemócrata [41]. En este camino, parte de su ajuste de cuentas en el terreno de las ideas consistió en buscar desacreditar a la Internacional Comunista. Es por esto que la primera recepción de Sobre la Revolución rusa estuvo determinada por buscar poner el acento en las críticas más duras de Luxemburg a los bolcheviques. La primera reseña del mismo fue escrita por un miembro de la derecha del USPD, Alexander Stein [42].

La interpretación “socialdemócrata de izquierda” de Stein inauguró una línea muy fuerte que hoy en día se mantiene. Hubo ya en 1922 muchas reacciones y respuestas de parte de los dirigentes comunistas a este texto que hasta entonces casi todos desconocían [43]. Ahora bien, ¿se puede convertir a Rosa Luxemburg en una especie de “socialdemócrata de izquierda”, como una figura de un tipo de “vía democrática al socialismo”? Cuando veamos la intervención de Luxemburg en la Revolución alemana, más abajo, veremos que es imposible.

De todas maneras, hubo quienes se basaron en el folleto dedicado a la Revolución rusa para, forzándolo, construir una política luxemburguiana en clave reformista. Un ejemplo muy notorio fue Nicos Poulantzas, teórico que, hacia fines de la década de 1970, estaba cerca de la corriente llamada eurocomunista [44]. En su último libro, Estado, poder y socialismo (1979) dedicaba su último capítulo, “Hacia un socialismo democrático”, a esbozar un tipo de política que consideraba basada en Rosa Luxemburg [45].

La perspectiva de Poulantzas estaba mucho más cerca de la ilusión gradualista bernsteiniana que de la cosmovisión de Luxemburg. Para él, el déficit de la Revolución rusa y del “leninismo” era que tuvo demasiado “consejismo” y nada de parlamentarismo. Al igual que para Bernstein, en Poulantzas no había un quiebre entre el capitalismo y el socialismo, sino un transcrecimiento de uno en el otro por la vía de crear cada vez más espacios de democracia dentro del Estado capitalista, combinado con una limitada lucha de clases con el objetivo de crear una relación de fuerzas más favorable a los sectores populares que pudiera traducirse en las instituciones estatales.

“Cuando esa masa proletaria de millones de cabezas se apodera de todo el poder estatal para aplastar con su puño encallecido, como el dios Tor con su martillo, la testa de las clases dominantes, solo esa es una democracia que no sea un fraude para el pueblo” [46]. La revolución alemana

La resistencia obrera durante la guerra estuvo motorizada sobre todo por la organización clandestina en las fábricas, principalmente metalúrgicas reconvertidas en industrias de armamento. Al calor de esa experiencia se fueron organizando a lo largo de todo el país corrientes de obreros revolucionarios que tenían como sus dirigentes de confianza a sus delegados de empresa. La más famosa de esas corrientes fue la de los Delegados Revolucionarios (Revolutionäre Obleute) de las fábricas del Gran Berlín, organizada centralmente alrededor de los torneros [47].

Los consejos obreros alemanes tuvieron su prehistoria en el aprendizaje que va haciendo la vanguardia obrera desde que la socialdemocracia impone la “paz civil” durante la guerra, colaborando con el gobierno imperial. La experiencia de las dos huelgas metalúrgicas de fines de la guerra, la de 1917 y junio de 1918, fueron una escuela para la vanguardia, que se organizó en comités de huelga que excedían a los sindicatos y fueron los precursores de los consejos.

En los primeros días de noviembre de 1918 se organiza un comité de acción revolucionario compuesto por la corriente mayoritaria del USPD, por los Delegados Revolucionarios y los espartaquistas con el fin de planificar una huelga general para derrocar al gobierno y retirar a Alemania de la Primera Guerra Mundial. El día 9, desde la mañana, este comité organizó asambleas en las fábricas y cuarteles de la capital, y centenares de miles de obreros y soldados marcharon hacia el centro, hacia las puertas del Reichstag. Allí, pasado el mediodía, habló desde una de las ventanas hacia la multitud el diputado del MSPD y ministro sin cartera del último gobierno imperial, Phillip Scheidemann, quien declaró que la monarquía había sido depuesta y proclamó la República Libre Alemana. Algunas horas más tarde, a dos kilómetros de allí, desde el balcón del Palacio Imperial, Karl Liebknecht proclamó la República Socialista Alemana. Así nació la “Revolución de noviembre”, como se conoce a la revolución alemana de 1918-19 [48]. A partir de ese momento y hasta mediados del año siguiente, la revolución será una lucha entre esas dos “repúblicas”, es decir, entre la revolución obrera y su democracia socialista de los consejos y la contrarrevolución que utilizó a la democracia burguesa como último bastión.

El 10 de noviembre de 1918, en una asamblea en las instalaciones de un circo, nacieron los Consejos de Obreros y Soldados de Berlín y su Consejo Ejecutivo (Vollzugsrat), que asumió también la presidencia provisoria de los consejos de todo el país. Su presidente fue el Delegado Revolucionario y tornero Richard Müller [49]. Frente al Vollzugsrat se estableció el llamado Consejo de Comisarios del Pueblo, apartado de los Consejos Obreros y formado por seis miembros del MSPD y seis del USPD, y cuyo presidente, en los hechos, era el derechista Friedrich Ebert, en una alianza secreta con el jefe del Estado Mayor, general Groener. Se estableció desde entonces y hasta comienzos de 1919 una suerte de “doble poder”, de soberanía compartida pero en pugna, donde el Consejo de Comisarios del Pueblo actuó como un gobierno burgués que buscaba ir sacando poder y eliminar al Vollzugsrat y los Consejos Obreros. Entre Ebert y Groener pergeñaron el plan de llamar lo antes posible a elecciones a una Asamblea Nacional (Constituyente) que liquidara formalmente la soberanía de los Consejos Obreros y estableciera a Alemania como una república burguesa. Esa “formalidad” solo podía consumarse mediante una mezcla de engaño y represión.

Rosa Luxemburg salió de la cárcel pocos días después y fundó el nuevo diario de la Liga Espartaco, Die Rote Fahne, “La bandera roja”, donde se publicaron la mayoría de sus artículos que incluimos en este volumen. Ya en “El comienzo”, su primer artículo del período revolucionario, aparecido en el primer número de Die Rote Fahne el 18 de noviembre, plantea claramente su objetivo estratégico: “Concentrar todo el poder en manos de las masas trabajadoras, en manos de los Consejos de Obreros y Soldados”. Este objetivo iba en el sentido completamente opuesto no solo al del MSPD sino también de los dirigentes mayoritarios del USPD. Luxemburg se niega a la colaboración de este último y a su participación en el gobierno.
En “La Asamblea Nacional”, del 20 de noviembre, Luxemburg se pronunció contra la convocatoria a la Constituyente y criticó duramente a la derecha del USPD (cuyo teórico era Kautsky) que militaba por esa salida. Aquí aparece un giro respecto a su posición de un mes y medio o dos antes, en su folleto sobre la Revolución rusa. ¿Cómo se explica este giro? Es que Luxemburg posiblemente haya comprendido que la burguesía había sacado lecciones de la experiencia rusa [50]. La Asamblea Nacional estaba pensada abiertamente como un arma en contra del poder obrero. El objetivo era aprovechar que los consejos en Alemania aún estaban mucho menos desarrollados y maduros que en Rusia en el comienzo de 1917 y así fortalecer las ilusiones en la democracia burguesa para prevenir un “Octubre alemán”.

Es decir, las posiciones de Luxemburg estaban muy lejos de “una cierta permanencia y continuidad de las instituciones de la democracia representativa”, como caracterizaba Nicos Poulantzas a su “política luxemburguista”. En “Sobre el Consejo Ejecutivo de Obreros y Soldados”, del 11 de diciembre, Luxemburg se refirió a las debilidades del Vollzugsrat y su dirección, es decir, centralmente, los Delegados Revolucionarios, que dejaban escapar el poder de sus manos. En “Asamblea Extraordinaria del USPD del Gran Berlín” se encuentran dos discursos que pronunció Rosa Luxemburg el 15 de diciembre, contra los dirigentes independientes, demandando la salida del gobierno, la ruptura de la alianza con los mayoritarios y la pronta convocatoria a un congreso, con el objetivo de frenar las maniobras burocráticas que permiten la colaboración con Ebert.

En “¿Asamblea Nacional o gobierno de los consejos?”, del 17 de diciembre, se encuentra otro giro muy interesante respecto a lo escrito en Sobre la Revolución rusa. Allí muestra cómo las “Asambleas Nacionales” de las grandes revoluciones burguesas, como “representación popular”, en realidad no resolvieron nada por sí mismas, ya que, como decía la famosa sentencia de Ferdinand Lassalle que Luxemburg gustaba de recordar, toda Constitución es la cristalización de una determinada relación de fuerzas entre las clases, relación que surgía a partir de los combates entre ellas.

Mientras tanto, entre el 16 y el 20 de diciembre de 1918, sesionó en Berlín el primer Congreso Nacional de los Consejos de Obreros y Soldados [51]. Este evento se trató de una importante derrota para la izquierda, tanto para los Delegados Revolucionarios como para la Liga Espartaco. Esta última apenas consiguió tener delegados y a sus dos figuras más importantes, Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg, los dos políticos más populares de Alemania, se les negó siquiera la posibilidad de ingresar y participar aunque más no fuera como oradores sin voto. El Congreso había sido minuciosamente preparado por el MSPD, y terminó aprobando casi toda su política, principalmente la convocatoria a elecciones para la Asamblea Nacional, y negándose tajantemente a la consigna de gobierno de los consejos. Por último, para sellar esta derrota de la izquierda, el Congreso votó un Consejo Central (Zentralrat) formado exclusivamente por militantes del MSPD, debido al boicot del USPD. El Zentralrat pasó entonces a ocupar como representación oficial de los consejos de todo el país el lugar del viejo Vollzugsrat de Berlín, quedando este último limitado a representar solo a los consejos de la capital.

Por esos días, también, sesionó la conferencia nacional de la Liga Espartaco. En ella se votó un programa, “¿Qué quiere la Liga Espartaco?”, redactado por Luxemburg y que también presentamos en este volumen. “Sobre los muros que se derrumban de la sociedad capitalista, las palabras del Manifiesto Comunista brillan como un ardiente menetéquel: ¡Socialismo o hundimiento en la barbarie!”, comienza este documento, retomando, hacia el final de la guerra, el mismo lema de combate del “Folleto Junius” del comienzo de la guerra.

Aquí Luxemburg establecía la diferencia elemental de la visión marxista de la revolución contra el modelo clásico de las revoluciones burguesas y que de alguna manera pervivía en las corrientes socialistas premarxistas que aún existían en Alemania, como por ejemplo el Syndikalismus, cercano al anarquismo, cuyas sensibilidades influenciaban por ejemplo a gran parte de la vanguardia obrera e incluso de la base espartaquista y de las corrientes comunistas llamadas radicales de izquierda (Linksradikalen) [52].

La conferencia de la Liga Espartaco finalmente decidió separarse del USPD y formar un nuevo partido, pero esta vez no una organización centrista, “amplia”, heterogénea, sino una corriente revolucionaria. Con este paso se allanó el último obstáculo que existía para la fusión con las corrientes más pequeñas de los Linksradikalen, que se habían negado a entrar al USPD. Es así que entre el 31 de diciembre de 1918 y el 1° de enero de 1919 nació el Partido Comunista alemán (KPD).

En el “Discurso sobre el programa en el Congreso de fundación del Partido Comunista alemán”, del 31/12/1918, que incluimos, hace un repaso de la concepción programática que había regido a los socialistas alemanes hasta la guerra y la revolución, que con el cambio de época se mostraba completamente inadecuada y debía ser cambiada: la de la estricta división entre un programa “mínimo” de reformas dentro del orden capitalista y otro “máximo” de carácter socialista, donde no había un puente que llevara del primero hacia el segundo, por lo cual la lucha de la socialdemocracia terminaba quedando relegada en los hechos a “lo posible” dentro del capitalismo.

Seguidamente, además, Luxemburg cuestionaba la vieja interpretación, distorsionada, con pasajes censurados y tergiversados, del famoso “Testamento” de Engels de 1895 [53], que había regido al SPD, en un punto no menor: el problema de la “inconveniencia” de la violencia revolucionaria. En su discurso de 1919, Rosa Luxemburg impugnaba la idea de que el desarrollo de la técnica militar moderna y de los ejércitos de masas volvieran imposible al combate físico revolucionario.

Luxemburg señalaba que comenzaba el período del fin de las ilusiones democráticas. Las reivindicaciones se habían empezado a trasladar, de las ilusiones políticas en la democratización del Estado, a la pelea por ver quién manda dentro de las fábricas. Sin embargo, nuestra autora consideraba que el proceso de la revolución sería todavía lento y trataba de disipar las ilusiones ultraizquierdistas en torno a una inmediata toma del poder. Planteaba, en contraposición, la extensión del sistema de consejos obreros, sobre todo a las áreas rurales.

El artículo siguiente en esta compilación es la intervención de Luxemburg durante el Congreso fundacional en la discusión “Sobre la participación del Partido Comunista de Alemania en las elecciones a la Asamblea Nacional”, luego del informe principal dado por Paul Levi [54]. Fue el punto más álgido de discusión de todo el Congreso. Luego de que la derecha socialdemócrata se impusiera en el Congreso de los consejos del 16 de diciembre dejaba de tener sentido, por el momento, llamar a boicotear la Asamblea Nacional y seguir planteando en la agitación inmediata “todo el poder a los Consejos de Obreros y Soldados”. Lo más indicado, para no despegarse de las masas que estaban detrás del MSPD y de gran parte de la vanguardia que seguía al USPD, que estaban por participar en las elecciones, era que el KPD también lo hiciera, con su propia política y planteando como horizonte estratégico que la Asamblea no podía resolver los problemas de fondo de la revolución y que era necesario un gobierno de los consejos. El informe de Paul Levi planteó esta posición. Sin embargo, toda la dirección de los antiguos Linksradikalen [55] y la mayoría de la base, incluida la espartaquista, estaba por mantener la táctica boicotista e incluso radicalizarla, planteando que el KPD debía levantar como una cuestión de principios la no participación en ninguna instancia electoral democrático burguesa. El balance personal de Luxemburg del Congreso inaugural del nuevo partido fue bastante pesimista. Hay que decir que la teoría de la organización de la revolucionaria polaca tuvo que ver para que el Partido Comunista apareciera en Alemania muy tardíamente. Luxemburg había sacado conclusiones teóricas radicales y visto antes que nadie los peligros del oportunismo revisionista y de la burocracia sindical, y cuando Kautsky empezó a girar a la derecha lo combatió sin contemplaciones, por caso, cuatro años antes que alguien como Lenin empezara a hacerlo. Sin embargo, las conclusiones de la revolucionaria polaca en el terreno de la organización no fueron igual de radicales.

Las Jornadas de enero. La provocación del gobierno para lanzar la guerra civil y ajustar cuentas con la izquierda revolucionaria

El 4 de enero de 1919 el gobierno de Ebert echaba de su puesto al jefe de la policía del Land [56] de Prusia, Emil Eichhorn, quien era un dirigente de la izquierda del USPD que había llegado a su cargo con la revolución [57]. El USPD se había retirado del Consejo de Comisarios del Pueblo el 29 de diciembre de 1918 en protesta por el aval de Ebert al avance de los militares contrarrevolucionarios y por la provocación montada contra la Volksmarine, la división de marinos influenciados por la izquierda, durante la Navidad Sangrienta. La vanguardia obrera y la extrema izquierda vieron la movida contra Eichhorn como un ataque contra ellas. El 5 de enero de 1919 comenzó una huelga general y una movilización gigantesca de 200.000 obreros armados en el centro de la capital, alrededor de los centros de poder, exigiendo la restitución de Eichhorn. Ese mismo día el gobierno, superado por la situación, dio marcha atrás con el despido. Varios de los principales dirigentes del KPD, con Luxemburg a la cabeza, decidieron aprovechar la ocasión para pasar a un contraataque político contra el gobierno, pero sin plantearse realizar ninguna acción de protesta de gran envergadura. Sin embargo, el ánimo de lucha era muy efervescente, principalmente entre los Delegados Revolucionarios, y se formó un Comité Revolucionario compuesto por representantes de esta corriente, del USPD y del KPD. Por este último participaron Karl Liebknecht y Wilhelm Pieck [58]. Al mismo tiempo, comenzaron combates armados en el llamado “Barrio de los periódicos”. Estos eventos impresionaron al Comité Revolucionario, que decidió que había llegado el momento de hacer una insurrección y derrocar al gobierno de Ebert e instalar un gobierno de la izquierda revolucionaria. El Comité convocó a una huelga general con manifestaciones para el 6 de enero, con un llamado a tomar las principales posiciones del gobierno y lanzando una declaración donde manifestaba que el gobierno de Ebert había sido derrocado y que el Comité Revolucionario se proclamaba como nuevo gobierno. La actitud de Rosa Luxemburg fue en un comienzo de rechazo a esta acción del Comité, a la que consideraba una acción prematura, destinada a un fracaso estrepitoso y que pondría en peligro a todo el movimiento, aunque no lo expresó en artículos públicos. Esto, naturalmente, implicaba una crítica a la postura de Karl Liebknecht, quien por unos días había perdido contacto con la dirección partidaria. El 6 de enero amaneció otra vez con cientos de miles de obreros, muchos de ellos armados, inundando la central avenida Siegesallee, esperando instrucciones para actuar. El movimiento ya estaba en las calles. Luxemburg, en la tradición de Karl Marx durante la Comuna de París (a la que en un comienzo consideró prematura y destinada a la derrota), no obstante cambió su postura (como Marx en el caso citado), ya que ahora se trataba, aunque en muy malas condiciones, de luchar hasta el final con la mayor audacia como la única manera de buscar triunfar en circunstancias adversas, o por lo menos que la derrota no fuera catastrófica. Sin embargo, el Comité Revolucionario estaba basado sobre un terreno poco firme: las corrientes predominantes en el Comité eran el USPD y los Delegados Revolucionarios. Se trataban de corrientes vacilantes, atadas todavía por lazos ideológicos a la tradición de la vieja socialdemocracia. Es así que los obreros en las calles esperaron todo el día instrucciones que nunca llegaron, mientras que la mayoría del Comité, como dirección de los insurgentes que se reclamaba como nuevo gobierno revolucionario, empezaba a entablar negociaciones con… el gobierno que pretendía derrocar. Aquí comienza la serie final de artículos de Rosa Luxemburg, con el del día 7 de enero de 1919 que lleva el elocuente título de “¿Qué están haciendo los dirigentes?”, criticando las vacilaciones del Comité Revolucionario, al igual que en “Deberes incumplidos” y “El fracaso de los dirigentes” insistiendo contra la “deliberación permanente” de los dirigentes cuando era necesaria la acción. Luego de varios días, en los que se repetía la concentración de centenares de miles de obreros esperando directivas que nunca llegaban, el gobierno pasó a una contraofensiva apoyándose en las tropas de voluntarios protofascistas völkisch, los Freikorps, que habían remplazado al poco confiable ejército regular. Los dos representantes del KPD en el Comité Revolucionario fueron rehenes de una política zigzagueante, incorporándose en desventaja a una acción decisiva común, un intento de insurrección, con corrientes centristas, dejada a la completa improvisación.

Una reflexión interesante para hacer es que Luxemburg en estos textos parece cambiar su postura sobre la insurrección. Desde muchos años antes, nuestra autora miraba con sospecha la forma en que los bolcheviques entendían la insurrección [59]. Esto la llevaba a tener una visión algo fatalista respecto a ella, como una “insurrección general” de masas donde el pueblo intervenía como en un torrente. Esta confianza en la espontaneidad de la acción revolucionaria y de los combates físicos se originaba en su fuerte oposición a la asfixia del aparato burocrático del SPD contra la iniciativa de las masas. La salida a esto era, para ella, a través del empuje que tiraba abajo todas las barreras de la estricta disciplina y centralización sindical y partidaria de la socialdemocracia, que no era más que la rigidez de los osificados “cuerpos orgánicos” de las instancias burocráticas típicas de las organizaciones de masas, reformistas, de la clase obrera que, podríamos agregar, se desarrollaron y agravaron enormemente tras la Segunda Guerra Mundial hasta hoy. En contraposición a Luxemburg, los bolcheviques entendían la insurrección como un “arte”, surgido de la combinación entre la fuerza del movimiento revolucionario de masas con la planificación consciente y la conspiración para hacerse del poder. Trotsky lo expresaba de la siguiente manera:

La conspiración no sustituye a la insurrección. La minoría activa del proletariado, por bien organizada que esté, no puede conquistar el poder independientemente de la situación general del país. (…) Al proletariado no le basta con la insurrección espontánea para la conquista del poder. Necesita la organización correspondiente, el plan, la conspiración [60].

Trotsky llegó a ver cierta evolución hacia las posiciones de los bolcheviques en el problema de la insurrección en los últimos meses de vida de Luxemburg [61].

En los dos últimos artículos que escribió en su vida: “Castillos de naipes” y “El orden reina en Berlín”, del 13 y 14 de enero de 1919, respectivamente, emprende el análisis de la derrota y de la nueva etapa que le seguiría a la revolución, cómo sobre “escombros humeantes, entre charcos de sangre y cadáveres de ‘espartaquistas’ asesinados, los héroes del ‘orden’ se apresuran a fortificar de nuevo su dominio” [62].

Llegamos al balance de la derrota, que en la historia del movimiento obrero ha sido una enorme fuente de conclusiones estratégicas. El camino a la revolución está plagado de toda esa serie de derrotas que son más fuente de conocimiento histórico que muchos “éxitos” fáciles, de conquistas electorales y sindicales en épocas pacíficas a los que estaba acostumbrada la socialdemocracia. Para la revolucionaria polaca fue la dirección de la revolución la que no estuvo a la altura. Pero no hay revolución triunfante sin dirección, y esta última deberá ser reconstruida.

* * *

Los tiempos en los que vivió Rosa Luxemburg son muy distintos a los nuestros. Por caso, Luxemburg vivió y murió sin llegar a ver a la perversa burocracia que ensució el nombre del socialismo en la URSS y el “socialismo real” a lo largo del grueso del siglo XX, más allá de que luego sus críticas a la burocracia partidaria y sindical resonaron en el rescate de su obra que hizo León Trotsky en la década de 1930 en su lucha contra el estalinismo [63]. Sin embargo, en esta obra hay una caja de herramientas y argumentos provechosos y estimulantes para desarrollar el marxismo revolucionario en el siglo XXI. Su lucha teórica contra el reformismo de Bernstein y luego contra el centrismo kautskiano, su pasión por traducir y extender a las sociedades “occidentales” las lecciones de la Revolución rusa, su pelea contra las burocracias, su visión teórica sobre los orígenes del militarismo y del imperialismo como una totalidad inseparable, su capacidad de remar contra la corriente y sondear el fondo de la derrota sin rendirse, no solo por fuerza moral sino por capacidad teórica, para luchar casi desde cero por la reconstrucción del movimiento socialista internacional, su lucha durante la Revolución alemana contra las ilusiones en una “vía pacífica al socialismo”.

Mientras escribimos estas líneas nos estamos acercando a los dos años desde que comenzó la pandemia mundial de coronavirus. El capitalismo, con la destrucción del planeta y el desastre ecológico resultado de su forma de producción de alimentos, tiene todo que ver con esta catástrofe que tiene muy poco de “natural” y que amenaza con repetirse en las próximas décadas, con sus secuelas, no solo de agravios y muerte para los parias de la Tierra, sino de agravamiento de las contradicciones políticas, sociales y económicas, así como de la rivalidad interimperialista. La alternativa de Luxemburg, de socialismo o hundimiento en la barbarie, vuelve a cobrar actualidad. El capitalismo, como lo vivimos hoy, tiene aspectos de catástrofe: pide a gritos que acabemos con él. Ese es el asunto que sigue quedando en las manos de las generaciones actuales y las por venir. Walter Benjamin, en un pasaje de gran actualidad, expresó al respecto que “Marx dice que las revoluciones son las locomotoras de la historia mundial. Pero tal vez (…) las revoluciones son el freno de emergencia de la humanidad que viaja en ese tren”. Por eso, esperamos contribuir a dejar inscriptas con letras de oro las palabras finales de la vida de nuestra autora como un In hoc signo vinces:

Mañana, la revolución “se levantará de nuevo, atronando” y se anunciará para su horror con sonido de trompetas: ¡Fui, soy, seré!

Este libro está dedicado a la memoria de Miguel Lago y Quique Ferreyra, militantes trotskistas, fundadores del Partido de los Trabajadores Socialistas de Argentina, obreros y referentes históricos de la lucha del Astillero Río Santiago de Ensenada. En tiempos difíciles ellos fueron fundamentales para forjar esa escuela que ayudara a trabajadores y a nuevas generaciones a reaprender su odio de clase y su vínculo íntimo con sus antepasados esclavizados, parte de ese ejército de prisioneros, la prole milenaria de Espartaco, que pelearon antes que nosotros contra sus carceleros.


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NOTAS AL PIE

[1Se le suelen atribuir una suerte de “aforismos” que, en realidad, jamás pronunció. Los dos ejemplos más notorios son: “Por un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres” y “Quien no se mueve no siente sus cadenas”.

[2Dietz Verlag de Berlín comenzó a publicar sus obras completas en 1970, en la entonces Alemania Oriental. En la actualidad sigue publicando, junto a la Rosa-Luxemburg-Stiftung, nuevos tomos con textos inéditos recién descubiertos, otros sin firma de los cuales solo en los últimos años se pudo establecer su autoría. Sus Gesammelte Werke [“Obras reunidas”] llevan hasta ahora publicados 9 volúmenes en 7 tomos, y sus Gesammelte Briefe [“Cartas reunidas”] llevan 6 volúmenes. La misma editorial tiene planeado para los próximos años seguir con la publicación de traducciones al alemán de sus obras originalmente escritas en polaco (se calcula que son un 40% de toda su producción, muchas sin firma y aparecidas con anterioridad solo en periódicos), de las cuales ya se han editado dos volúmenes (Nationalitätenfrage und Autonomie, en 2012, y Arbeiterrevolution 1905/06, en 2015).

[3Por otra parte, nuestra editorial ya publicó con anterioridad una compilación que incluye algunos textos de Rosa Luxemburg junto con otros de Lenin, Trotsky, Karl Liebknecht y Franz Mehring, Marxistas en la Primera Guerra Mundial (2014), así como sendas biografías, la consagrada, de Paul Frölich, Rosa Luxemburgo, pensamiento y acción (2012) y la muy reciente biografía gráfica de Kate Evans, La Rosa roja (2017).

[4Como dijera en 1915: “¿Acaso la socialdemocracia no ha afirmado siempre que la ‘democracia completa’ (no solo formal, sino real y efectiva) solo es concebible cuando se materializa la igualdad económica y social, es decir, un orden económico socialista, mientras que la ‘democracia’ de los Estados nacionales burgueses es siempre, en última instancia, más o menos una farsa?”, “Perspectivas y proyectos” (comienzos de 1915), en Lenin, Trotsky, Luxemburg, Liebknecht, Mehring, Marxistas en la Primera Guerra Mundial, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP, p. 165. Redacción muy levemente modificada.

[5En un artículo dice: “Si designamos como realpolitik a una política que se fija solo objetivos alcanzables y sabe cómo luchar por ellos por los medios más eficaces y en el menor tiempo posible, entonces la política de clase proletaria en el espíritu de Marx se diferencia de la política burguesa en lo siguiente: la política burguesa es real desde el punto de vista de la política material cotidiana, mientras que la política socialista es real desde el punto de vista de la tendencia histórica del desarrollo. (…) Pero la realpolitik proletaria es también revolucionaria en la medida en que, a través de todas sus luchas parciales, apunta como totalidad más allá del marco del orden existente en el que trabaja, en la medida en que se considera conscientemente a sí misma solo como la etapa preliminar del acto que la volverá la política del proletariado dominante y subversivo”. Rosa Luxemburg, “Karl Marx”, Vorwärts (Berlín), N° 62 (14/3/1903), en Rosa Luxemburg, Gesammelte Werke, Bd. 1, 2. Hlbd., pp. 369–377.

[6Para un desarrollo más exhaustivo de lo que viene a continuación, ver Guillermo Iturbide, “Rosa Luxemburg y Bélgica, 1902: en los orígenes del debate sobre la huelga de masas” y “Rosa Luxemburg, la huelga política y la hidra de la revolución: otra vez Bélgica”, ambos en el Semanario Ideas de Izquierda, laizquierdadiario.com/ideas-de-izquierda, 14/6/2020 y 5/7/2020, respectivamente.

[7Posteriormente, durante la Revolución rusa de 1905, Lenin matizaría esta afirmación, al constatar el surgimiento de organismos políticos de democracia obrera como los consejos, o soviets.

[8Rosa Luxemburg escribió una serie de artículos en polaco en 1911 desarrollando su posición sobre el problema de las nacionalidades en Rusia, publicados como libro en alemán en Rosa Luxemburg, Nationalitätenfrage und Autonomie, Berlín, Karl Dietz Verlag, 2015. Para una reseña crítica de este libro, ver Guillermo Iturbide, “Rosa Luxemburg y la cuestión nacional”, Semanario Ideas de Izquierda, 20/10/2019.

[9Para un relato más detallado del mismo remitimos a Christian Castillo y Emilio Albamonte, “El II° Congreso del POSDR y la división entre bolcheviques y mencheviques”, La Izquierda Diario laizquierdadiario.com. A su vez, para referencia, las actas del Congreso pueden leerse completas, en inglés, en 1903—Second Congress of the Russian Social-Democratic Labour Party, Londres, New Park Publications, 1978, marxists.org

[10En Richard Mullin (editor y traductor), The Russian Social-Democratic Labour Party, 1899-1904. Documents of the ‘Economist’ Opposition to Iskra and Early Menshevism (Leiden/ Boston, Historical Materialism Book Series, 2015) se encuentra extensamente documentado y estudiado todo el debate inmediatamente posterior, con traducciones al inglés, entre bolcheviques y mencheviques –principalmente estos últimos–, posibilitando el acceso a un público más amplio de todos los documentos importantes y menos conocidos y así “corregir”, contrastando con las actas del Congreso y el balance de Lenin, la visión mayoritaria en la historiografía que acepta acríticamente el relato de los mencheviques sobre el mismo, visión que proyecta hacia atrás la argumentación de que en el leninismo estaba desde el comienzo la semilla dictatorial del estalinismo.

[11Sobre la Revolución francesa hay una abundante literatura marxista, desde Albert Soboul, hasta Albert Matthiez, Georges Lefebvre, Daniel Guérin, George Rudé, entre los más notables, así como la visión anarquista de Piotr Kropotkin.

[12Problemas de organización de la socialdemocracia rusa, op. cit.

[13Para profundizar sobre la teoría de partido en la Segunda Internacional, ver Ariane Díaz, “La revolución es un momento de impetuosa inspiración en la historia”, Semanario Ideas de Izquierda, 18/8/2019.

[14Es muy numerosa la cantidad de trabajos que se han escrito planteando esta posición, pero para dar cuenta de dos de los más recientes podemos mencionar a Peter Hudis, “Luxemburg and Lenin” en Tom Rockmore y Norman Levine, The Palgrave Handbook of Leninist Political Philosophy, Palgrave, 2018 y Frank Jacob, Rosa Luxemburg: Living and Thinking the Revolution, Marburgo, Büchner Verlag, 2021.

[15Ver una interesante crítica al “partido-proceso”, al que los autores llaman “hegelianismo mal digerido”, en Daniel Bensaïd y Samy Naïr, “Lenin y Rosa Luxemburgo” (1969), danielbensaid.org.

[16Rosa Luxemburg, “Brief an Mathilde und Robert Seidel” (1910), en Rosa Luxemburg, Gesammelte Briefe, Band 3, Dietz Verlag, 1982, p. 160.

[17El concepto de reservas estratégicas proviene de la teoría militar de Clausewitz. En el comienzo del capítulo 13 (Libro 3) de De la guerra dice: “La reserva tiene dos propósitos que bien pueden distinguirse entre sí, a saber: primero, la prolongación y renovación de la lucha, y segundo, el uso contra contingencias imprevistas. La primera disposición presupone la utilidad de una aplicación sucesiva de la fuerza, por lo que no puede darse en la estrategia. Los casos en los que se envía un cuerpo de ejército a un punto que está cerca de ser desbordado deben incluirse, como es obvio, en la categoría de la segunda disposición, porque la resistencia que se ofrecerá en este caso no ha sido suficientemente prevista. De todas formas, un cuerpo destinado a la mera prolongación de la batalla y reservado para ello solo se situaría fuera del alcance del fuego, subordinado y asignado a quien mande en la batalla, por lo que sería una reserva táctica y no estratégica. No obstante, la necesidad de tener una fuerza preparada para casos imprevistos también puede darse en la estrategia, y en consecuencia también puede haber una reserva estratégica: pero solo cuando sean concebibles casos imprevistos”, C. v. Clausewitz, Vom Kriege, Hamburgo, Nikol Verlag, 2016, p. 218. Adaptándolo a los fines de la teoría marxista diremos que se refiere a la utilización del conjunto de la fuerza de la clase obrera, en particular de aquellos sectores de la retaguardia de las amplias masas obreras, en el marco de la estrategia revolucionaria. Sobre este concepto, ver Emilio Albamonte y Matías Maiello, Estrategia socialista y arte militar, Ediciones IPS-CEIP, 2017, p. 87 y ss., “La concentración de fuerzas y el problema de las reservas estratégicas”.

[18Ver Rosa Luxemburg, Was wollen wir? Kommentar zum Programm der Sozialdemokratie des Königreichs Polen und Litauens, 1906, Rosa Luxemburg, Gesammelte Werke, Band 2, Berlín 1972, pp. 37-89

[19Como por ejemplo Dieter Groh, Negative Integration und revolutionärer Attentismus. Die deutsche Sozialdemokratie am Vorabend des Ersten Weltkrieges, Frankfurt, Verlag Ullstein, 1973.

[20Anton Pannekoek, “Acciones de masas y revolución”(1912), marxists.org.

[21Franz Mehring ya había hecho una primera reseña de esta obra en 1908, donde señalaba que los marxistas debían estudiarla críticamente y apropiarse de ella, porque tenía muchas enseñanzas para la política revolucionaria. Ver Franz Mehring, “Eine Geschichte der Kriegskunst” (16/10/1908), en Franz Mehring, Zur Kriegsgeschichte und Militärfrage, Berlín, Dietz Verlag, 1967, pp. 134-200.

[22Hans Delbrück, Geschichte der Kriegskunst im Rahmen der politischen Geschichte, Erster Teil, Das Altertum, Berlín, Verlag von Georg Stilke, 1920, p. 129.

[23Para un desarrollo exhaustivo de la polémica de 1910 sobre las dos estrategias, ver Emilio Albamonte y Matías Maiello, Estrategia socialista y arte militar, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP, cap. 1, “Sobre la estrategia en general”, pp. 41-137. Desde hace unos años viene desarrollándose un debate en torno a intentos de rescatar la estrategia kautskiana en la izquierda norteamericana impulsado por la revista Jacobin. Ver al respecto “(Dossier) Una introducción al debate sobre Kautsky”, Ideas de Izquierda, (11/8/2019). Recientemente se desarrolló otra polémica entre Rolando Astarita y Matías Maiello sobre el Programa de Transición de Trotsky, donde el primero tendía a reproducir el argumento kautskiano; para esto ver, particularmente, dos artículos de Maiello publicados en Ideas de Izquierda: “Una vez más sobre el Programa de Transición y el olvido de la estrategia” (15/8/2021) y “El Programa de Transición y la dinámica de la relación de fuerzas” (29/8/2021).

[24En ese año estuvo a punto de desatarse una guerra entre Alemania y Francia, y potencialmente, por el sistema de alianzas, a todas las potencias europeas, a partir de que Francia buscaba expandirse en Marruecos, mientras que Alemania, que tenía también intereses en África, le planteó que no iba a aceptarlo y llegó a enviar al káiser en persona a ese país como “garantía”. En la Segunda Internacional se discutió realizar acciones y manifestaciones internacionalistas en Francia y Alemania contra la amenaza de guerra, pero en este último país la dirección del SPD ordenó permanecer en la pasividad, confiando en la palabra del gobierno. La guerra finalmente no ocurrió, pero la actitud de la dirección del SPD sentó un grave precedente de ceder ante el clima del militarismo y el nacionalismo de su propio Estado. Rosa Luxemburg escribió una larga serie de artículos y polémicas al respecto por esos meses.

[25Karl Kautsky, “Krieg und Frieden. Betrachtungen zur Maifeier”, Die Neue Zeit.

[26Hay en esta idea algo que recuerda al proyecto, posterior, de la Unión Europea.

[27Karl Kautsky, “Der Imperialismus”, Die Neue Zeit 32-II., 1914, 21, pp.908-922, marxists.org. New Left Review publicó una traducción al inglés de este artículo en el número I/59 de enero - febrero 1970 con el nombre de “Ultra-Imperialism”.

[28Según Luxemburg: “La solución radica, en el espíritu de la doctrina de Marx, en la contradicción dialéctica de que la acumulación capitalista requiere de formaciones sociales no capitalistas como medio para su movimiento, avanza en constante metabolismo con ellas y solo puede existir mientras encuentre este medio. (...) En el mejor de los casos, solo ciertas partes del valor del producto social total pueden realizarse en la circulación capitalista interna: el capital constante consumido, el capital variable y la parte consumida de la plusvalía; en cambio, la parte de la plusvalía destinada a la capitalización debe realizarse ‘fuera’”. Rosa Luxemburg, Die Akkumulation des Kapitals, Ein Beitrag zur ökonomischen Erklärung des Imperialismus. En Rosa Luxemburg, Gesammelte Werke, Bd. 5, Berlín, Dietz Verlag, 1975. Capítulo 26, “Die Reproduktion des Kapitals und ihr Milieu”.

[29La acumulación del capital tuvo una recepción mayoritariamente negativa, no solo entre la derecha y el centro socialdemócrata, sino incluso entre la mayoría de la izquierda de la Segunda Internacional, como los bolcheviques de Lenin o los izquierdistas neerlandeses y alemanes alrededor de Anton Pannekoek. Ver Richard B. Day y Daniel Gaido (editores), Discovering Imperialism. Social Democracy to World War I., Chicago, Haymarket – Historical Materialism Book Series, 2012, pp. 675-752. Allí se encuentran cuatro reseñas de La acumulación del capital contemporáneas a la aparición del libro, por Anton Pannekoek (izquierda), Gustav Eckstein (derecha), Otto Bauer (centro) y Franz Mehring (izquierda). Salvo esta última, las otras tres reseñas son negativas.

[30En este punto es interesante la observación que hace la filósofa brasileña Isabel Loureiro: “Su obra está atravesada por una tensión entre un polo determinista y otro libertario, un rasgo ignorado por la mayoría de los comentaristas y que, en mi opinión, proporciona la explicación más convincente de ciertas incoherencias de nuestra autora. Sin embargo, en otros ámbitos de sus análisis políticos, al subrayar el papel creativo de las masas en la historia, Rosa se aleja de una concepción mecanicista de la sociedad”, Ver Isabel Loureiro, Rosa Luxemburgo. Os dilemas da ação revolucionária, San Pablo, Unesp, 2019, Edición Kindle, posición 176.

[31Rosa Luxemburg, carta a Troelstra, 31/8/1914. Citada en Annelies Laschitza, Rosa Luxemburg. Im Lebensrausch, trotz alledem: Eine Biographie, Berlín, Aufbau Verlag, 2000, edición Kindle, posición 7683.

[32Puede leerse en Lenin, Trotsky, Luxemburg y otros, Marxistas en la Primera Guerra Mundial, op. cit., p. 63.

[33Puede leerse en V.I. Lenin, Obras selectas, tomo 2, Buenos Aires, Ediciones IPS- CEIP, 2012.

[34Manifiesto del IX Congreso (extraordinario) de Basilea de la Segunda Internacional (1912), en Lenin, Trotsky, Luxemburg y otros, Marxistas en la Primera Guerra Mundial, op. cit., p. 41.

[35Ver Karl Liebknecht, “El enemigo principal está en el propio país”, en Lenin, Trotsky, Luxemburg y otros, Marxistas en la Primera Guerra Mundial, op. cit., p. 189.

[36V.I. Lenin, “Über die Junius-Broschüre” ( julio de 1916), publicado en octubre de 1916 en Sbornik Sotsial-Demokrata N° 1, marxists.org

[37Otro error que le señala es la perspectiva que levanta para Alemania, ya que Junius plantea, en una guerra imperialista: “el viejo programa de Marx, Engels y Lassalle” de la República democrática gran-alemana. Lenin le señala que ese programa jugó un rol progresivo en el siglo XIX, en la transición entre la revolución burguesa y la revolución obrera, pero ya no en la época del imperialismo, cuando está planteada como tarea la revolución socialista. La república burguesa, en este nuevo contexto de guerra mundial, también es imperialista.

[38“En vez de advertir a los proletarios de las regiones periféricas que cualquier separatismo es una trampa puramente burguesa y cortar de raíz las aspiraciones separatistas, con mano de hierro –cuyo uso en este caso se ajustaba verdaderamente al espíritu de la dictadura proletaria–, confundieron a las masas con sus consignas y las entregaron a la demagogia de las clases burguesas”. [Resaltado nuestro] La duda es, ¿cómo puede interpretarse este pasaje, como una forma de represión? Se trataba de un problema que solo podía resolverse por medio del convencimiento político y por la hegemonía del proletariado.

[39Posteriormente, a pocos días de la insurrección de Octubre, habían dispuesto la convocatoria a elecciones para ella, sobre la base de listas donde, por ejemplo, todavía el Partido Socialista-Revolucionario iba unido, a pesar de que este partido se había disuelto en dos fracciones, una de las cuales, la izquierda, formaba parte con los bolcheviques del nuevo gobierno soviético, mientras que la otra, la derecha, había pasado a militar junto con la oposición “blanca” en el bando contrarrevolucionario. Todo esto daba un cuadro distorsionado del apoyo de obreros y campesinos al poder soviético, se trataba de una representación formal que no se correspondía con los cambios en el humor político. Cuando la Constituyente, finalmente, en los primeros días de enero de 1918 comenzó a sesionar, una mayoría de sus representantes condenó al gobierno soviético y exigió la restauración del derrocado Gobierno Provisional. Entonces Trotsky, en nombre del gobierno soviético, decidió declarar disuelta la Constituyente, a sabiendas de contar con la representación real y dinámica de la mayoría de obreros y campesinos organizados en los soviets.

[40Ver al respecto desde la llamada “discusión sobre los sindicatos” iniciada en abril de 1920, en Neil Harding, Lenin’s Political Thought, Vol. 2, Theory and Practice in the Socialist Revolution, Chicago, Haymarket Books, 2009, a partir del capítulo 12 (p. 256).

[41Sobre Paul Levi ver: Pierre Broué, Revolución en Alemania (1917-1923), Tomo 1, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP, 2019, capítulo 22: “Una concepción alemana del comunismo: Paul Levi”, p. 431.

[42“Rosa Luxemburg asume, en el problema decisivo de la utilización de la democracia para los objetivos de la revolución proletaria, el mismo punto de vista que [Karl] Kautsky, Otto Bauer, Max Adler, quienes siempre rechazaron la contraposición construida artificialmente entre democracia y dictadura. (…) Ella declara expresamente que considera necesarios tanto a los soviets como a la Constituyente y el sufragio universal (lo que, traducido a las circunstancias alemanas, no significa otra cosa que el reconocimiento de la justeza de la táctica representada por la llamada ala derecha del USPD (…) a pesar de la violenta oposición de los comunistas –incluyendo a Rosa Luxemburg– después de la Revolución [alemana] de Noviembre [de 1918]”). Anónimo (Alexander Stein), “Rosa Luxemburg gegen den Bolschewismus. Eine Besprechung”, Freiheit, 20-21/12/1921, en Jörn Schütrumpf (editor), Diktatur statt Sozialismus. Die russische Revolution und die deutsche Linke 1917/18, Berlín, Karl Dietz Verlag, 2017, pp. 34-42.

[43La más conocida es la de Clara Zetkin, su amiga íntima y dirigente del movimiento de mujeres. Sucintamente, planteó que el manuscrito de Luxemburg fue escrito bajo muy malas condiciones, en la cárcel, con muy poca información disponible salvo relatos tergiversados de la prensa burguesa y socialdemócrata que serían los únicos que habrían llegado a su lugar de detención. Agregó también que la revolucionaria polaca albergaría dudas por ese mismo motivo y de allí que hubiera decidido no publicarlo, además que, en lo sucesivo y hasta su muerte, ya en libertad, habría cambiado su posición, algo que se reflejaría en la forma en que intervino en la Revolución alemana (Clara Zetkin, Um Rosa Luxemburgs Stellung zur russischen Revolution, Hamburgo, Verlag der Kommunistischen Internationale, 1922). Ahora bien, en los últimos años, distintas investigaciones han puesto en cuestión esta afirmación de Zetkin. Por un lado, no se ha encontrado ninguna evidencia explícita, documental, donde conste un cambio de posición respecto a lo escrito en su folleto, ni siquiera en la correspondencia que mantuvo con Zetkin, quien entre noviembre de 1918 y enero de 1919 no se encontraba en Berlín con Luxemburg, sino que residía en la lejana Stuttgart. Por otra parte, se ha planteado que Luxemburg sí habría tenido acceso en la cárcel a una cantidad importante de información respecto a lo que ocurría en Rusia, un material que en parte se ha recopilado y publicado en años recientes (en Jörn Schütrumpf (editor), Diktatur statt Sozialismus. Die russische Revolution und die deutsche Linke 1917/18, Berlín, Karl Dietz Verlag, 2017). A esta altura, al revés de lo que dijo Zetkin, nos parece que es plausible que Luxemburg no haya cambiado su posición.

[44El eurocomunismo es el nombre que se le dio a una corriente surgida en la década de 1970 en los partidos comunistas, principalmente los de Italia, Francia y España. Postulaba que los PC occidentales debían tener una mayor autonomía respecto a la Unión Soviética y planteaba una ruptura abierta con marcas de identidad de la tradición estalinista que solo permanecían al nivel de lo formal y simbólico pero que en la práctica habían sido abandonadas ya en la década de 1930, como la fórmula de la “dictadura del proletariado” y la referencia al leninismo. El sentido de todo esto era socialdemocratizar abiertamente a los partidos comunistas en una estrategia de ganar espacios dentro del régimen como un objetivo declarado, que sin embargo ya venían persiguiendo en la práctica.

[45Nicos Poulantzas, Estado, poder y socialismo, Buenos Aires, Siglo XXI, 1979.

[46“¿Qué quiere la Liga Espartaco?” en este volumen.

[47Sobre los Delegados Revolucionarios, ver: Guillermo Iturbide, “’Los trabajadores inventaron un concepto para la transformación socialista’. 100 años de la Revolución alemana. Entrevista a Ralf Hoffrogge”, Semanario Ideas de Izquierda, 4/11/2018.

[48Recomendamos para un estudio a fondo del tema Pierre Broué, Revolución en Alemania (1917-1923), 2 tomos, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP, 2019 y 2020. Del mismo autor, también: “Spartakismo, bolchevismo, izquierdismo frente a los problemas de la revolución proletaria en Alemania (1917-1923)”, Semanario Ideas de Izquierda, 14/2/2021. Ver también la entrevista hecha en 1978 a un veterano de la revolución, Oskar Hippe, “Memorias de la revolución alemana”, Semanario Ideas de Izquierda, 1/12/2019.

[49Quien además escribió entre 1924-25, en los últimos tiempos de su breve paso por el Partido Comunista, la primera historia marxista de la Revolución alemana. Ver Richard Müller, Eine Geschichte der Novemberrevolution, Berlín, Die Buchmacherei, 2018.

[50Norman Geras opinaba que la diferencia estribaba en que Luxemburg consideraba que en Rusia, como país atrasado, aún se debía dar cierto espacio a la democracia burguesa, mientras que en Alemania, como país adelantado, esta era un régimen ya completamente reaccionario y perimido. Ver Norman Geras, The Legacy of Rosa Luxemburg, Londres, Verso, 2015.

[51Las actas completas están publicadas en Dieter Braeg y Ralf Hoffrogge (editores), Allgemeiner Kongress der Arbeiter- und Soldatenräte Deutschlands: 16.-20. Dezember 1918 Berlin - Stenographische Berichte. Neuausgabe zum 100. Jahrestag, Berlín, Die Buchmacherei, 2018.

[52“La Liga Espartaco nunca asumirá el poder gubernamental si no es por la clara e inequívoca voluntad de la gran mayoría de las masas proletarias de Alemania, si no es en virtud del acuerdo consciente de estas últimas con los puntos de vista, objetivos y métodos de lucha de la Liga Espartaco”. Muchos comentaristas que se sitúan en el marco de la corriente predominante de interpretación han querido leer aquí, una vez más, una sensibilidad antibolchevique que ven casi omnipresente. Ejemplo de ella es este pasaje de Peter Hudis, quien dice respecto de esas líneas: “Se distinguía claramente en este aspecto de los bolcheviques de Lenin, quienes habían tomado el poder un año antes en Rusia sin un apoyo proletario mayoritario” (Peter Hudis, “Can Revolution be ‘Made’? Reflections on Luxemburg’s Mass Strike Pamphlet”, internationale-rosa-luxemburg-gesellschaft.de/html/english.html). Como ya hemos planteado, Luxemburg no opinaba que la insurrección de Octubre había sido un putsch minoritario ni abrazaba ningún fetiche “democratista”. En este sentido, el comentario de Hudis se acerca más bien a la crítica de Kautsky a la toma del poder por los bolcheviques, crítica que la revolucionaria polaca rebatió, entre otros lados, en Sobre la Revolución rusa.

[53Es decir, la introducción de Engels a la edición de 1895 de Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850 de Marx, en K. Marx y F. Engels, Revolución (compilación), Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP, 2018, p. 77.

[54Este informe se encuentra en las actas del congreso, en Hermann Weber (editor), Die Gründung der KPD, Berlín, Dietz Verlag, 1993, p. 88.

[55Con la notoria excepción del principal dirigente de los Linksradikalen de Bremen, Johann Knief.

[56Región, la primera división política por debajo de la nación.

[57En su historia de la Revolución alemana, Richard Müller dice sobre Eichhorn: “Desde el 9 de noviembre se había esforzado honestamente por establecer una fuerza policial fiable para el desarrollo revolucionario. Esto le llevó pronto a un conflicto permanente con el comandante Wels [de la derecha socialdemócrata]”. Richard Müller, Geschichte der Novemberrevolution, op. cit., 2018, p. 539.

[58Este último, años después, devino estalinista y fue el primer presidente de la República Democrática Alemana en 1949.

[59Por ejemplo, en “Credo”, un manuscrito en polaco recién descubierto en 1991, Luxemburg escribió: “Ni bien apareció esta forma de entender la naturaleza de la revolución que es tan estridentemente mecanicista, durante el curso de la revolución de 1905 y 1906, los partidarios de Lenin vociferaron sobre la necesidad de ‘preparar un levantamiento armado’. Instalaban grupos de ‘tres hombres’ y ‘cinco hombres’, pequeños batallones armados, y realizaban simulacros de ‘combate’”. En Feliks Tych, “Ein unveröffentlichtes Manuskript von Rosa Luxemburg zur Lage in der russischen Sozialdemokratie (1911)”, Internationale wissenschaftliche Korrespondenz zur Geschichte der deutschen Arbeiterbewegung (IWK), 27. Jg, septiembre de 1991, Heft 3, pp. 339–357.

[60León Trotsky, Historia de la Revolución rusa, Tomo II, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP, 2017, pp. 439-440.

[61En 1924, León Trotsky vio de esta manera la evolución de la revolucionaria polaca: “La huelga general revolucionaria, que desbordaba todas las aristas de la sociedad burguesa, se había vuelto para Rosa Luxemburg un sinónimo de revolución proletaria. Sin embargo, cualquiera sea su fuerza, la huelga general no resuelve el problema del poder, no hace más que ponerlo de relieve. Para tomar el poder hay que organizar la insurrección, apoyándose en la huelga general. Toda la evolución de Rosa Luxemburg hace pensar que habría terminado por admitir esto. (…) La revolución se acerca, decían [los espartaquistas], provocará la insurrección y nos dará el poder. En cuanto al partido, su papel, en este momento, es hacer agitación revolucionaria y esperar los resultados. En tales condiciones, plantear categóricamente la cuestión del plazo de la insurrección, es sacar al partido de la pasividad y del fatalismo, es ponerlo frente a los principales problemas de la revolución, particularmente, ante la organización consciente de la insurrección para echar al enemigo del poder”. León Trotsky, “Los problemas de la guerra civil”, (1924), ceip.org.ar

[62“Castillos de naipes”, en este volumen.

[63León Trotsky: “¡Fuera las manos de Rosa Luxemburgo!” (28/6/1932) y “Luxemburgo y la Cuarta Internacional” (24/6/1935), Escritos de León Trotsky (1929-1940), en ceip.org.ar.
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Guillermo Iturbide

(La Plata, 1976) Es licenciado en Comunicación Social (FPyCS-UNLP). Compiló, tradujo y prologó Rosa Luxemburg, "Socialismo o barbarie" (2021) y AA.VV., "Marxistas en la Primera Guerra Mundial" (2014). Participa en la traducción y edición de las Obras Escogidas de León Trotsky de Ediciones IPS. Es trabajador nodocente de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la UNLP. Milita en el Partido de los Trabajadores Socialistas desde 1997.