Del cineasta Ali Tabrizi y con producción de Kip Andersen, el documental de Netflix devela el entramado económico y político detrás de la devastación del fondo marino. Reminiscencias de Cowspiracy y su salida a la crisis.
Valeria Foglia @valeriafgl
Martes 30 de marzo de 2021 11:10
El cineasta británico Ali Tabrizi rodó Seaspiracy, la pesca insostenible, durante 2020. Con producción de Kip Andersen (Cowspiracy) y guion del propio Tabrizi, la película de ochenta y nueve minutos se estrenó en Netflix el 24 de marzo de 2021. Junto a testimonios de especialistas como la bióloga marina Sylvia Earle y el fundador de Greenpeace Paul Watson (desde 1977 en Sea Shepherd), entre otros, su director, un apasionado del océano desde pequeño, emprende un viaje que lo lleva junto a su compañera Lucy desde Escocia a Liberia, pasando por China y Japón, para desentrañar el impacto de actividades humanas en la vida marina y trazar un diagnóstico letal sobre sus causas, con denuncias a organizaciones, Gobiernos y al negocio de la pesca comercial, fuertemente subsidiada y casi sin control.
Si muere el océano, nosotros también. Esa es la tesis fundamental de Seaspiracy. Para sostener ecosistemas marinos sanos, que albergan el 80 % de la vida en el planeta, son el principal reservorio de dióxido de carbono y producen cerca del 85 % del oxígeno que respiramos, hay que proteger a los animales que los habitan. Aunque sin dudas tiene más prensa, la contaminación por hisopos y sorbetes de plástico no es la principal responsable. Hay una amenaza aún mayor: la pesca comercial -y su consecuencia, la “pesca accesoria”-, cuya permanencia es insostenible.
Varamientos masivos de cetáceos, tortugas atrapadas en redes y hasta focas con hisopos en la nariz. La película de Tabrizi intentará desbaratar con datos la idea, propagada por medios de comunicación, redes sociales y hasta organizaciones conservacionistas, de que la principal dificultad para los ecosistemas oceánicos sea la constante descarga de plásticos: a razón de un camión de basura por minuto. Aunque no deja de ser un problema, hay que ahondar un poco más para desentrañar cuál es la verdadera amenaza.
Ali y Lucy Tabrizi se embarcan (a veces literalmente) en una travesía donde no faltarán los peligros. Japón, que abandonó la Comisión Ballenera Internacional en forma unilateral y volvió a cazar cetáceos, fue su primer destino. Con tono detectivesco y sin dejar de mostrar el clima represivo y de persecución, el film se adentrará en la masacre de delfines en Taiji, una región en el sur japonés, para descubrir sus causas más allá de lo que se aduce y entender su relación con la sobrepesca de atún rojo, uno de los más caros del mundo y en peligro de extinción, junto a otras especies en el puerto de Kii-Katsuura.
Y el viaje no parará: mostrará en forma descarnada el negocio de las aletas de tiburón en Hong Kong, cuya dimensión pone a esta especie esencial para la vida marina al borde de la extinción. También subirán a bordo de un barco de Sea Shepherd, del ex-Greenpeace Paul Watson, para detener pesquerías que violan el espacio marítimo de Liberia. Confrontará y desenmascarará a las organizaciones impulsoras de los sellos de “pesca sostenible” o productos “seguros para delfines”, como así también a ONG ambientalistas que se centran únicamente en los plásticos de un solo uso, pero no advierten sobre los equipos de pesca, especialmente las redes, que representan un porcentaje enormemente mayor en la presencia de materiales plásticos en los océanos.
Se habla de “captura accesoria” cuando las enormes redes plásticas de las pesquerías atrapan miles de animales “extra” mientras intentan pescar otros. No es accidental, dirán los especialistas, y representa el 40 % de las capturas totales de animales marinos. Los trabajadores a bordo no lo pasan mejor: en esta suerte de “mataderos en alta mar”, aseguran, mueren unos 24 000 cada año. Las comunidades también se ven afectadas por las técnicas de “barrida” del fondo marino y deben buscar alimento en especies salvajes, con las consecuencias sanitarias ya conocidas -como el brote de Ébola en Liberia-.
Seaspiracy no oculta sus orígenes: desde el vamos, la producción de Kip Andersen, uno de los directores de Cowspiracy (2014), remite directamente a la estructura y las conclusiones de aquella película que se convirtió en emblema del movimiento vegano mundial. La alianza de Tabrizi y Andersen produjo una contundente y fundada denuncia sobre la insostenibilidad de la pesca comercial capitalista, pero en su salida propuesta recae en aquello que condena: no termina de denunciar intereses corporativos y políticos, pero convoca con insistencia y por toda “solución ética” a dejar de comer pescado. Para esa tesis encuentran gran colaboración en la bióloga marina Sylvia Earle, quien asegura que “las cosas positivas y negativas que provocan cambios en la humanidad empiezan por alguien. Una persona. Y ninguna persona puede hacer todo, pero todos podemos hacer algo”.
La concepción de Tabrizi y Andersen los lleva a equiparar a los pescadores de las Islas Feroe, un archipiélago autónomo que forma parte del Reino de Dinamarca, con los enormes buques pesqueros chinos y tailandeses que arrasan y desertifican el fondo marino, incluido los corales, y tienen trabajadores en condiciones de semiesclavitud, con tratos inhumanos y hasta muertes a bordo para capturar atún, langostinos y camarones. Al comprometer la “ética” en el asunto, quienes encuentren un filete de merluza en una góndola son igualmente responsables que los Gobiernos que dejan correr la depredación de sus “zonas económicas exclusivas”.
La película triunfa en presentar un diagnóstico a la altura de los desafíos de la crisis ecológica y climática global, desbarata mitos que ayudan a entender el impacto del modo de producción, distribución y consumo capitalista en ecosistemas marinos, y muestra en forma brutal mentiras y complicidades de algunas ONG conservacionistas que acaban siendo parte del problema. Sin embargo, ante la exposición de semejante entramado político y económico, la resolución se queda corta y no afecta los intereses que están saqueando los océanos y amenazando la vida en el planeta.
Durante la película, Tabrizi mostrará cómo grandes compañías especializadas en otros rubros, como Hitachi y Unilever, participan en la pesca comercial a escalas monstruosas. ¿Hay que afectar estos intereses capitalistas o proponer el abandono voluntario, gradual e individual de toda ingesta de animales marinos para una “rápida recuperación” de esos ecosistemas? ¿Tenemos tiempo? El espectador sacará sus conclusiones.
Lo que se dice en Twitter
“Our tuna is dolphin safe” #Seaspiracy pic.twitter.com/br7f9rkRoF
— lele (@orang3_aura) March 25, 2021
Watch @seaspiracy on Netflix. #donteatfish #stopkillingfish #seaspiracy
— Bryan Adams (@bryanadams) March 26, 2021
Just watched #Seaspiracy featuring @UniExeCornwall’s own @ProfCallum & director @iamalitabrizi. I honestly think that this might be the most important documentary of our time. Just reaffirms my belief that the industrial #fishing industry is so sinister & ill-intentioned 😥 https://t.co/BrIAK5EmPP
— Christy T. Judd (She/Her) (@BadBiologist) March 24, 2021
Para el 2048 los océanos podrían quedarse sin peces.
Esta es una de las revelaciones de #Seaspiracy, un documental de Netflix que retrata de manera potente la corrupción de la industria pesquera en el mundo.
Tienes que verlo. pic.twitter.com/WlBQEA9vj0
— the new normal: (@kikeurbina) March 26, 2021
Veo a mucha gente impactada por el documental #Seaspiracy y lo revolucionario de su mensaje: para dejar de cargarnos los peces, lo mejor es dejar de comer peces.
¿Pero qué radicalismo es ese? ¿No valía con cortar las anillas de las cervezas y no pedir pajita para la Coca-Cola?
— Dani Cabezas (@danicabezas1) March 29, 2021
Ayer vi el documental #Seaspiracy sobre la pesca insostenible y justo hoy he visto una oferta de trabajo en el Marine Stewardship Council para realizar certificaciones de pesca “sostenible” promocionada por una de las plataformas de conservación más grandes del mundo 🤯
— Cris (@criscabrera29) March 25, 2021