Paul Guillibert, filósofo y autor de “Explotar a los vivos, una historia política del trabajo” (Exploiter les vivants, une histoire politique du travail, París, Éditions Amsterdam, 2023), y Adrien Cornet, trabajador petrolero, delegado sindical en la CGT y militante del partido Révolution Permanente, han tomado la costumbre de entrelazar sus reflexiones para explorar los vínculos entre la catástrofe ecológica y la explotación del trabajo. Aunque toman caminos diferentes, llegan a la misma conclusión: es hora de que el movimiento ecologista, al igual que el movimiento obrero, amplíe sus filas. La entrevista, realizada por LéaDang, fue publicada originalmente en francés en la revista Socialter.
¿Qué los llevó a reflexionar sobre el lugar del trabajo en las luchas ecológicas?
Paul Guillibert: Todo empezó con una inquietud teórica. Tengo una formación política e intelectual en el marxismo. Entonces me interesé por la crisis ecológica debido a su actualidad. Me di cuenta de que era una preocupación central de Marx, que escribió en El Capital: “La producción capitalista solo desarrolla la técnica y la combinación del proceso de producción social agotando al mismo tiempo las dos fuentes de las que brota toda riqueza: la tierra y el trabajador”. En la actualidad, hay demasiado poco contacto entre las luchas ecologistas y las organizaciones obreras. Por una parte, estas hablan muy poco de ecología y, por otra, los ecologistas apenas abordan la cuestión del trabajo. Mi línea de investigación surgió de estas dos observaciones. Pero también es la historia de un encuentro con los investigadores italianos Stefania Barca y Emanuele Leonardi, quienes trabajan en la historia de las movilizaciones obreras por la salud y la seguridad en el trabajo en Italia desde los años sesenta. Desarrollaron la idea de que esas movilizaciones obreras eran ya luchas que hoy calificaríamos de ecológicas. Tras pasar un año trabajando con ellos, tuve claro que la “ecología obrera” era una cuestión central.
Adrien Cornet: Para mí, fue ante todo un trayecto personal. Tenía 22 años cuando entré en la refinería, en 2009. Entonces no tenía ni idea de cómo se producían los combustibles, pero sabía que ese trabajo me daría una salida a una situación precaria. Fue tras escuchar a pensadores e investigadores como Pablo Servigne cuando la cuestión ecológica pasó a primer plano para mí. Rápidamente quise cambiar mi vida en forma radical y dejar mi trabajo, porque como todos los trabajadores de sectores que contaminan, me sentía culpable por ser parte de esa polución. En 2018, invertí en una “huerta obrera”, un jardín familiar para cultivar la tierra y formarme en permacultura, la agricultura sostenible. Mientras tanto, tuve hijos y conocí a activistas de Révolution Permanente durante la gran huelga por las jubilaciones de 2019. Fue con ellos que me di cuenta de que mi lugar era mucho más importante dentro de la refinería que como permacultor, si seguía adelante con el proyecto. Ya sea usando combustible fósil o no, el sector energético es central en el sistema de producción capitalista. En 2020, me convertí en activista de Révolution Permanente, sin dejar de ser trabajador petrolero. En el momento en que estaba culminando todo este peregrinaje político mío, Total anunció el cierre de su refinería de Grandpuits, ese mismo año. Ese año -en el que la multinacional utilizó una retórica de “reverdecer” su imagen mientras seguía produciendo combustibles fósiles- marcó un punto de inflexión en mi pensamiento.
En las elecciones presidenciales de 2022, Anasse Kazib fue el único candidato de un partido revolucionario que abordó las cuestiones ecológicas vinculándolas sistemáticamente a los trabajadores, las clases populares y las luchas antirracistas. ¿Por qué no se establecieron antes estos vínculos?
PG: Muchas de las organizaciones de masas de la clase obrera han sido productivistas, porque estaban vinculadas a formaciones sociales que creían necesario desarrollar cada vez más la técnica para competir con Estados Unidos y emanciparse del trabajo. Existía la creencia de que dominando cada vez más la naturaleza y desarrollando las fuerzas productivas, conseguiríamos liberar a los trabajadores. El movimiento ecologista surgió principalmente de teóricos anarquistas, a menudo basados en cuestiones agrarias, en la década de 1970. Al final, se desarrollaron distintas tradiciones en paralelo: por un lado, las luchas anarquistas más ecologistas arraigaron en el campo; por otro, las tradiciones marxistas se extendieron dentro del mundo obrero, más en las ciudades.
AC: El partido Lutte Ouvrière se ha limitado a cuestiones económicas, muy “obreristas”, como las jubilaciones y los salarios, sin hablar de cuestiones ecológicas, antirracistas y feministas. Sin embargo, los trabajadores son profundamente sensibles a las cuestiones de opresión, protección del planeta, racismo y patriarcado... No son simplemente trabajadores aislados del resto del mundo. La mayoría de las veces, nuestras fábricas están situadas en medio del campo. Todos los fines de semana damos un paseo por el bosque de Fontainebleau, cerca de los ríos donde vertemos el agua que hemos tratado. Allí vamos a nadar con nuestros hijos. Es nuestro medio ambiente: nos preocupa su estado. También somos los primeros en respirar el combustible. Llenar el tanque del auto te expone durante unos minutos a lo que respira un petrolero las 24 horas del día. Es increíble ver cómo se ha escindido el pensamiento entre los trabajadores, por un lado, y los ecologistas, por el otro. Todo lo que decimos parece algo totalmente lógico y, sin embargo, hay pensadores que están empapados de estos temas desde hace cuarenta años y no han establecido esa conexión.
PG: Es cierto que rara vez se piensa en el trabajo en términos de sus efectos sobre la naturaleza, y que rara vez se piensa en los trabajadores como habitantes de un mundo vivo. Esta dicotomía sigue estando muy presente hoy en día en la forma en que pensamos sobre estas cuestiones. Dentro de una fábrica no se piensa en la ecología, sino en la salud y la seguridad en el trabajo. Ha habido una separación muy clara entre los entornos laborales (bajo la responsabilidad de los sindicatos) y los entornos naturales (defendidos por los ecologistas). Sin embargo, si queremos avanzar en esta cuestión, debemos superar esta dicotomía. Todo entorno es un medio en el que evolucionan organismos vivos: en un caso, trabajadores humanos en un entorno técnico; en el otro, habitantes humanos y no humanos que viven próximos los unos de los otros en un entorno técnico y natural. Las sustancias bioquímicas y físicas circulan entre estos entornos interconectados. No conocen fronteras.
¿Ha habido alguna ocasión en la historia en la que estas dos tradiciones se hayan unido?
PG: Pudo haber grandes momentos en los que se unieron, por ejemplo en la cuestión nuclear, que marcó el inicio de la politización del movimiento ecologista a partir de los años setenta. El vínculo era fácil de establecer, simplemente era cuestión de plantear el problema de la posición de los trabajadores nucleares en la transición ecológica. Los estudios realizados por la CFDT y la CGT en los años 70 sobre la relación entre los trabajadores nucleares y las cuestiones técnicas demostraron que algunos de ellos ya tenían un discurso ecologista, que hoy se hace eco en los comentarios de Jean-Marc Jancovici. Sin embargo, el vínculo no se materializó: el movimiento antiproductivista, dirigido por los ecologistas, apenas planteó la cuestión del trabajo como tema. Esos momentos de convergencia histórica, como Grandpuits [1], son raros. Hay que aprovecharlos. Si los ignoramos, las oportunidades pueden pasar de largo y podemos embarcarnos en otros veinte o treinta años de ignorancia mutua.
En su libro Exploiter les vivants (Explotar a los vivos), usted explica que la producción de imágenes donde se ven desechos contribuye a la construcción de un mundo imaginario sin trabajadores. ¿De qué manera esta alianza permite hacer visible lo que hasta ahora no lo era en el discurso ecologista?
PG: Si no hay montañas de basura en el espacio público es porque hay gente que ha trabajado. Esto empieza en el hogar, donde el trabajo doméstico sigue siendo mayoritariamente realizado por mujeres, y se extiende a los lugares de trabajo de todos los trabajadores que en todo el mundo recuperan, clasifican, procesan o reciclan los residuos. La ecología dominante sugiere que la ecología es un problema de ciudadanos y consumidores individuales, donde no hay trabajadores. En consecuencia, el trabajo es completamente invisible y no podemos encontrar soluciones reales. Sin embargo, el problema de los residuos reside en el nivel de la producción, donde los trabajadores tienen el poder. Así que tenemos que reintroducirla en la cuestión ecológica.
AC: Separar constantemente el movimiento obrero del movimiento ecologista es una estrategia del capitalismo. También lo es aislarlos de la tierra. Esta división es física: cuando usted entra en una refinería o en una central nuclear, nunca ve los campos que la rodean, porque el espacio está hormigonado y organizado de tal manera que los trabajadores están encerrados, entre contenedores o silos. Nadie desde el exterior los ve tampoco. La representación de un trabajador agrícola es sin embargo diferente, porque está en medio de su entorno natural. No existe esa barrera física; nos resulta más fácil imaginarlos.
El ensayista e investigador Andreas Malm propone nacionalizar las empresas de combustibles fósiles como Total Energies, sin involucrar en el proceso a los trabajadores. Usted pretende, por el contrario, actuar desde la base...
AC: Recuerdo una de sus intervenciones, en la que explicaba que no podíamos contar con los trabajadores de los combustibles fósiles para crear un frente común contra la contaminación. Por un lado, Grandpuits demostró que su tesis no era correcta. Según él, habría que sabotear todos los oleoductos que abastecen a las refinerías, ¡pero la propia Total se ocupa de hacerlo muy bien! La estrategia de la empresa consiste en trasladar toda la capacidad de refinado de Francia a países con normas medioambientales y sociales menos estrictas. Por eso cerró Grandpuits: el oleoducto de la región de Île-de-France que transportaba el crudo de Le Havre a la refinería de Grandpuits está agujereado por todas partes. Por otra parte, no podemos sabotear indefinidamente una planta tras otra. Estoy a favor de la nacionalización de los sectores energéticos, siempre que esté bajo el control de los trabajadores, los únicos cuyo interés en la producción responde a las necesidades de la mayoría. En Argentina, por ejemplo, el Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS) planteó unir a los trabajadores de la educación con las comunidades y el movimiento de los trabajadores de las minas de litio de la provincia de Jujuy durante una huelga. Tendríamos que juntarnos con Andreas Malm para hablar de esto, porque ya no podemos pensar en los trabajadores aislados de su entorno.
Pensemos en que el objetivo es proteger los ecosistemas, ¿cuál sería la ventaja de que los trabajadores controlaran las herramientas de producción?
PG: Si los trabajadores no producen para los capitalistas, sino para satisfacer necesidades comunes, no tienen ningún interés en destruir el medio ambiente. Los que no tienen interés en el medio ambiente son los que producen por razones distintas a las necesidades sociales y ecológicas, y cuya única necesidad es aumentar su capital. Por el contrario, el control obrero autogestionado deja mucho más margen de maniobra para cambiar el tipo de producción. Por ejemplo, los trabajadores de la fábrica de automóviles GKN de Florencia llevan dos años ocupando la planta tras su adquisición por un fondo de inversión que planea deslocalizarla. Los 500 trabajadores decidieron ocupar la planta -que básicamente produce componentes para automóviles- y poner en marcha un “plan de transformación ecológica”. Aquí queda claro que, en la medida en que los trabajadores piensan en reapropiarse del aparato productivo, lo hacen en aras de mejores condiciones laborales, pero también en aras de las necesidades de las comunidades en las que viven. Y es mucho más fácil reorientar la producción en una fábrica situada en una ciudad donde todo el mundo se conoce y trabaja, que cuando se trata de un fondo de inversión en la otra punta del planeta [2]. Por tanto, el control obrero es también el control local sobre lo que se produce y cómo se produce.
Marx sostenía que los trabajadores tienen el potencial de adquirir un poder hegemónico en el seno de la sociedad. En este contexto, ¿por qué el movimiento ecologista no ha aprovechado aún la oportunidad de establecer una alianza con ellos?
PG: Esto ya está ocurriendo con Les Soulèvements de la Terre [3]: están organizando acciones contra Lafarge [4] pensando en los trabajadores, contra las megabacuencas con la Confederación Campesina... Ahora la cuestión es de poder: ¿quién puede transformar el aparato productivo? Los Soulèvements tienen razón: el activismo por medio de la acción directa tiene la capacidad de bloquear los planes de desarrollo y presionar al Estado, pero no es luchando solo contra unos pocos proyectos de desarrollo regional que vamos a transformar todo el sistema productivo.
AC: La cuestión de la estrategia es decisiva, ¡y sigue siendo pertinente! En la época de la lucha contra las megacuencas de Sainte-Soline, estábamos en plena huelga contra la reforma de las jubilaciones. La convergencia entre estos militantes ecologistas y el movimiento obrero –no a escala local, sino en el marco de una lucha nacional contra el gobierno– podría haber sido un punto de inflexión. Cuando vi la determinación que tenían, quise decirles: “¡Pero miren la fuerza del movimiento de huelga en las refinerías!” En solo diez días hemos conseguido dejar en tierra el 40 % de los aviones de Roissy y Orly, los dos aeropuertos más grandes de Europa. Tenemos que luchar juntos, pero no podemos mantener estas discusiones en el medio de la acción, todo va demasiado deprisa.
Usted define el chantaje laboral como la práctica de que los empleados tengan que elegir entre su trabajo y su salud, lo que sugiere que no hay alternativa al business as usual. ¿Cómo superar esta contradicción?
AC: Por poner un ejemplo concreto, algunos de los trabajadores de Grandpuits pasarán de trabajar en una refinería a gestionar un metanizador. Se convertirán en trabajadores agrícolas. Esta transición es posible porque se mantienen sus salarios, se los forma, se dan cuenta de que ya no trabajarán de noche y de que ya no estarán expuestos a un entorno peligroso, respirando combustible todo el tiempo. Así que hay que tener un programa global, en el que se planifique de antemano qué sectores van a crecer (salud, alimentación de buena calidad, etc.) y cuáles van a decrecer, como los sectores contaminantes.
PG: Los capitalistas son conscientes de que el sustento de los trabajadores depende de los salarios que les pagan. Los asalariados están sometidos a una doble dependencia del mercado, tanto de los salarios como de las mercancías. El sindicalista estadounidense Tony Mazzocchi lo comprendió bien. En 1973, durante una gran huelga de los trabajadores de Shell, propuso la idea de un “superfondo para los trabajadores” que apoyara la transición de los sectores más contaminantes. Desgraciadamente, este fondo no es algo que va a caer del cielo y es poco probable que se conceda sin una nueva relación de fuerzas. La otra posibilidad pertenece al movimiento obrero: se trata de crear mutuales, en las que se puedan hacer aportes mensuales para la transición y la reapropiación de las fábricas. En Italia, los trabajadores de GKN han lanzado un plan de accionariado popular. Desde septiembre, ¡cualquiera puede contribuir y comprar acciones! Los trabajadores esperan recaudar un millón de euros para hacerse cargo de la fábrica y transformarla según el plan de transición que han elaborado. Y los ecologistas tienen un papel clave que desempeñar en este proceso.
Traducción: Guillermo Iturbide
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