Hace 75 años, el 27 de enero de 1945, el Ejército soviético liberaba el campo de exterminio de Auswichtz y desde 2005 se conmemora el Día Internacional de las Víctimas del Holocausto.
Lunes 27 de enero de 2020
En 2005, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó designar el 27 de enero como Día Internacional de las Víctimas del Holocausto, con el fin de que los Estados elaboren programas educativos que muestren la realidad histórica del Holocausto para prevenir nuevos genocidos en el futuro.
Sin embargo, el relato oficial se ha centrado, casi exclusivamente, en el exterminio de los judíos europeos, los más afectados por la persecución y la máquina de matar creada por los nazis, pero no los únicos. Para el pueblo romaní el término Porraimos -fragmentación- hace referencia al asesinato de un cuarto de millón o medio millón de romanís. En polaco, Zaglada -destrucción- se refiere a la muerte de hasta 2,7 millones de polacos no judíos y de tres millones de polacos judíos. Sin contar a las miles de personas discapacitadas, prisioneros políticos u homosexuales que fueron perseguidos, detenidos y asesinados durante el regimen nazi.
La instrumentación de la Shoá
Podría decirse que la insurreción del gueto de Varsovia marcó un punto de inflexión en el discurso de los líderes sionistas en Palestina. La distancia que marcaban entre judíos en Palestina y los judíos de la diáspora (asentados en Europa), empezó a cambiar con la llegada de las noticias de la primera acción contra los alemanes en los países ocupados: cuando los jóvenes del gueto de Varsovia tomaron las pocas armas que tenían y se enfrentaron a unidades de la Wehrmacht y las SS durante casi un mes. La revuelta, que encabezaron militantes de organizaciones juveniles sionistas y no sionistas, no comenzó con la idea de ganar, de cambiar el curso de la guerra o de salvar a los judíos.
Nació de la desesperación, de la impotencia y de la rabia de ver cómo durante años habían estado deportando a la población judía de Varsovia -sabiendo que su destino eran los campos de exterminio-, cómo les habían dejado morir de inanición en las calles del gueto, cómo les habían asesinado aleatoriamente por las calles. Sin embargo, Ben Gurión lo relacionó inmediatamente con la idea de la “muerte bella” llegando a decir que habían aprendido la lección de la “muerte heroica”, ligándola a la muerte de los colonos sionistas que habían muerto en Palestina. La mitificación de alguno de estos relatos, como el de Tel Jay, sirvió para comparar a los jóvenes del gueto y para convertirlo en un contramodelo de identificación del comportamiento de la mayoría de víctimas de la Shoá, de las que se decía que iban “como corderos al matadero”. La muerte heroica frente a la pasividad más absoluta. Un discurso que mezclaba apropiación y exclusión.
Como dice la historiadora Idith Zertal, “Por un lado, Ben Gurión percibía el heroísmo judío de los guetos como algo inspirado en la gesta heroica del sionismo palestino; por otro, mantenía una distancia condescendiente entre “nosotros” y “ellos”, entre Érets Israel y la Diáspora”. La muerte bella quedaba así personificada en aquellos que resistían en los guetos, para ellos la vida eterna; aquellos que fueron víctimas de los asesinatos, las cámaras de gas, los fusilamientos...tenían una muerte abyecta y desprovista de belleza. La revuelta de 1943, como encarnación de los valores sionistas, de la muerte bella y heroica por la patria, era el tipo de historia que necesitaba el sionismo en esa época, así que se convirtió en pieza clave de su historiografía.
Desde el Yisuhv -colonos en Palestina- había una razón de peso para esta apropiación. En primer lugar, para lavar su actuar durante el genocidio, puesto que, pese a sus límites objetivos, se limitaron a hacer aquellos actos cuyos esfuerzos culminaran en resultados concretos y fueran ventajosos. Como señala Zertal, otra de las razones era la justificación a posteriori de la revolución sionista, sino ¿cómo enseñar a los judíos a tomar las armas y luchar por defender su vida y su honor?
Para poder llevar esto a cabo, la idea de un nuevo hombre judío debía alejase por completo de la población que no había tomado las armas. Por eso, se inicia un proceso de “sionizar” a los insurrectos y convertirlos en combatientes sionistas que se habían extraviado en Europa. Después, había que repudiar el comportamiento de la mayoría de la población judía, que no tomaron las armas, como una masa complaciente con sus asesinos. Así como también deshacerse de la memoria de los Judenräte, los consejos judíos de la Europa oriental acusados de colaborar con el nazismo en el exterminio.
Ya en 1943, Ben Gurión vinculaba los combates de los guetos y la lucha por el “derecho a una patria”, a la existencia y la autodefensa. Intentaron, en vano, salvar a dirigentes insurrectos que habían sobrevivido y continuaban en la Europa ocupada. Su miedo era que su elemento heroico, tan útil al discurso sionista, muriera. La mayoría se negó y decidió seguir en Europa.
La nacionalización del levantamiento de los guetos pretendía ser una nacionalización del relato del levantamiento, purgado de todos los elementos incompatibles con el relato sionista, intentando hacer que pasara por una rebelión en la que solo habían participado dirigentes y militantes sionistas
Del silencio a la ley
Los relatos de supervivientes que emigraron a Palestina acabada la guerra, dejan ver el trauma que fue encontrarse en una sociedad que no había vivido la Shoá y siendo conscientes de la destrucción de la cultura judía europea. Una mezcla de culpa por sobrevivir y de imposibilidad de transmitir lo vivido, dificultó la trasmisión de sus testimonios.
Continuando en palabras de Idith Zertal, “la incapacidad de hablar de Auschwitz, es lo que supuestamente debía superar el Estado de Israel (...) una de las funciones que se le asignaban y el principal motivo que justificaba su creación: restituir la voz a los supervivientes (...)”. Sin embargo, se esforzaron por iniciar la historia de cero, borrando la “vergüenza” de los judíos europeos, para así reinventarse en un nuevo mundo.
El juicio a Eichmann en 1960 supuso otro punto de inflexión en la puesta del relato de la Shoá al servicio de la política y la razón de ser del Estado de Israel, particularmente en el contexto del conflicto árabe-israelí. Trasladar el contexto de la Shoá a la realidad de Oriente Próximo contribuyó a crear la falsa impresión de un peligro de destrucción masiva inminente, infravaloraba las atrocidades cometidas por los nazis y demonizaba a los árabes. Hicieron que la asimilación árabe igual a nazi calara, antes y durante el juicio a Eichmann, repitiendo una y otra vez la presencia de militares nazis en Egipto y las relaciones del muftí de Jerusalén con el régimen nazi y Eichmann, y las insinuaciones de su papel en el exterminio de los judíos europeos.
Tras años de silencio sobre la Shoá, Ben Gurión y el Estado israelí se ponían en marcha. La década de los cincuenta vieron la edificación y consolidación de la infraestructura de Estado y la formación de un ejército. Pero, ahora, la sociedad israelí estaba más diversificada y dividida, el mandato de Ben Gurión cada vez más cuestionado y a punto de llegar a su fin, por lo que era el momento idóneo para lanzar un gran proyecto de construcción de la conciencia nacional basado en el recuerdo de la Shoá.
Periódicamente, sobre todo en momentos de recrudecimiento del conflicto árabe-israelí, las víctimas de la Shoá resucitan asumiendo un papel central en el debate político. Israel se ha convertido en un lugar donde el asesinato sistemático de millones de judíos no es un hecho del pasado sino un evento permanente aplicable a cualquier circunstancia.
*Idith Zertal. La Nación y la Muerte. La Shoá en el discurso y política de Israel.