200 años han transcurrido desde la batalla de Maipú. Y una victoria determinante alcanzada en combate por los ejércitos unidos al mando de San Martín.
La batalla de Maipú tuvo lugar el 5 de abril de 1818 en las márgenes del río Maipo, Chile. Para historiadores como John Lynch, Maipú significó la recuperación de la victoria que se había desperdiciado en Chacabuco, permitiendo la retirada de las tropas realistas hacia el sur del país. Tras el desembarco naval de nuevas tropas enemigas en Talcahuano. “El plan continental había empezado a dar marcha atrás y necesitaba un nuevo comienzo. Había que volver a ganar Chile” [1]. Los alcances de este triunfo independentista aún se discuten. Pero sin dudas significó la primera gran derrota de los ejércitos españoles en Sudamérica y la demostración de que la causa independentista estaba retomando fuerza aún bajo el oscuro signo de la restauración borbónica.
Esta nota sólo intenta repasar dos tesis que dialogan con parte de la historiografía sobre las revoluciones hispanoamericanas y se diferencian de otras. La primera es acerca de las fuentes del pensamiento estratégico de San Martín, contraponiendo a la evocación de un genio inspirado en la antigüedad la continuidad de la guerra moderna europea. La segunda es acerca el rol que tuvieron las fuerzas morales en el encuentro de las tropas, rescatando el rol desequilibrante de la infantería negra en el combate y los contrastes entre ambos ejércitos.
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En diciembre de 1817 el virrey Pezuela envió a Chile desde el Perú una expedición compuesta de tres batallones, un regimiento de artillería con diez cañones, dos escuadrones de caballería y una compañía de zapadores, que sumaban tres mil cuatrocientos hombres a sumarse a los mil setecientos realistas con los que Ordoñez resistía en Talcahuano. Esta fuerza de cinco mil cien plazas, contaba con jefes y batallones experimentados en combate, como el Burgos y el Infante Don Carlos, fogueados en la guerra contra Francia. Comandaba las tropas españolas Mariano Osorio, brigadier que en 1814 había reconquistado Chile.
Osorio inicia la campaña contra el ejército del Sur al mando de O`Higgins, que se retira hacia al norte para reunir sus tropas con las que acercaba San Martín para marchar al encuentro de Osorio. El ejército unido se reúne en Chimborango sumando una fuerza amenazante contra los realistas. Aunque Osorio intenta retroceder nuevamente hacia el sur para evadir el avance del ejército unido, corría riesgo de ser encerrado contra el río Maule, por lo que emprenden un ataque nocturno y sorpresivo que dispersa por completo las tropas del ejército unido en el episodio conocido como Cancha Rayada.
San Martín reagrupa con éxito el grueso de las tropas en Rancagua, y acude a Santiago para asegurar la defensa de la ciudad que se encontraba en pánico frente a los rumores de que el desastre había sido total y que los españoles aplicaban venganza. Las familias burguesas de la capital habían emprendido un éxodo hacia Mendoza. Luego de ordenar la defensa, la discusión entre San Martín y su estado mayor contrapone su determinación de preparar el encuentro con las tropas realistas en la llanura de Maipú y la opinión de los jefes que consideraban más prudente reubicarse lejos de la capital ante a una eventual nueva derrota táctica.
El ejército realista oscilaba entre avanzar sobre Santiago o marchar hacia Valparaíso, donde quedaría bajo la protección de la escuadra naval que mantenía bloqueado el puerto. Optaron por asediar la capital desde la hacienda de Lo Espejo amenazando también sus principales vías de comunicación. Tanto el ejército unido como las topas realistas se apuestan sobre posiciones elevadas en los llanos del río Maipo.
Así lo describe San Martín en su Parte Oficial de la Batalla de Maipú al Director Supremo del Estado de Chile [2]:
El enemigo se nos acercó al fin: el 5 (que era domingo), todos sus movimientos parecían dirigidos a doblar en distancia nuestra derecha, amenazar la capital y poder cortarnos las comunicaciones de Aconcagua y asegurarse la de Valparaíso.
Cuando vi que trataba de practicar ese movimiento, creí que era el instante preciso de atacarlo sobre su marcha y ponerme a su frente por medio de un cambio de dirección sobre la derecha. (…)
Nuestra línea, formada en columna cerrada y paralela se inclinaba sobre la derecha del enemigo, presentando un ataque oblicuo sobre este flanco que a la verdad tenía descubierto.
La retaguardia y la artillería envolvían a la columna atacante a la vez que sostenían a la derecha. Desde esa posición se descolgaron por una pequeña colina los escuadrones de granaderos a caballo para romper las líneas realistas, obteniendo respuesta instantánea por parte de la carga de la caballería enemiga, que volvió a limitar la iniciativa de los independentistas.
Entre tanto el fuego se empeñaba del modo más vivo y sangriento entre nuestra izquierda y la derecha enemiga; esta la formaban sus mejores tropas y no tardaron en venirnos igualmente a la carga formados en columnas cerradas y marchando sobre su derecha. A la misma altura otra columna de caballería.
El despliegue táctico del Ejército Unido cargando sobre el flanco izquierdo de los realistas con una maniobra de ataque oblicuo, respondía a lo gravoso que podría haber resultado un ataque frontal, tanto por el reconocido talento defensivo de los realistas como por la debilidad de la artillería, que había perdido gran parte de sus piezas en el desastre de Cancha Rayada, debilitando la posibilidad de romper las defensas. De hecho la defensa realista fue muy fuerte, y sólo se logra romper el equilibrio con la entrada de los batallones de reserva 1 y 3 de Chile y 7 de Los Andes. Esto es explicado por San Martín cuando señala que ante el nutrido fuego de la ordenada defensa realista:
…nuestra línea trepidó y vaciló un momento, los infantes de la Patria no pudieron menos que retroceder también. Mas al mismo tiempo di orden al coronel Quintana para que con su reserva cargase al enemigo (…)
Esta carga y la del comandante Thompson del 1 de Coquimbo, dio un nuevo impulso y nuestra línea toda volvió sobre el enemigo con más decisión que nunca.
El final es conocido, las líneas realistas fueron quebradas. Osorio huyó a Talcahuano con su caballería. Pero los batallones de Ordoñez y Rodil sostuvieron una retirada ordenada que logró llegar la hacienda de Espejo. Donde los batallones que formaban la derecha del ejército unido lograron ponerlos en total dispersión luego de otra hora de combate en sus callejones y caseríos.
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Batalla de maniobra y fuerzas morales
El encuentro entre las tropas realistas y del ejército unido ha sido destacado tanto por sus contornos tácticos como por su determinante resultado aplastando la última marcha realista sobre Santiago.
Uno de los puntos más destacados por los historiadores es la opción de San Martín por un ataque oblicuo sobre las líneas realistas. En tal sentido, Bartolomé Mitre señalaba que “Maipú fue la primera gran batalla americana, histórica y científicamente considerada. (…) es militarmente un modelo notable, si no perfecto, de un ataque paralelo que se convierte en oblicuo, por el uso conveniente de las reservas sobre el flanco más débil del enemigo…” [3].
Así como persisten los relatos que ven en el cruce de Los Andes y la batalla de Chacabuco con la marcha de Aníbal sobre la península itálica. Desde Mitre en adelante, muchos historiadores sólo encuentran antecedentes de las tácticas oblicuas de Maipú en Epaminondas y sus ejércitos de Tebas en Leuctra. Pero tales pasiones por la antigüedad quedan mejor en la literatura que en la historia militar.
Lo cierto es que el “orden oblicuo” moderno, fue introducido por Federico el Grande, que buscaba restaurar la movilidad en el campo de batalla. Muchas de las innovaciones tácticas y de artillería poco antes de la Revolución francesa fueron diseñadas para ayudar a lograr este objetivo. Como resultado, las batallas de la Revolución y las guerras napoleónicas fueron frecuentemente bastante fluidas.
Este despliegue de maniobra fue usado por Napoleón en la mayoría de sus batallas (Auerstädt, Austerlitz, Friedland, Dresde, entre otras). Con un ataque masivo buscaba romper el flanco enemigo apoyado por el fuego de la artillería; mientras el cuerpo principal del ejército cubría la atención del enemigo al frente, para arrollar luego el resto de su línea. Por lo general, esta maniobra partía de contar con una modesta pero clara superioridad numérica y con que el enemigo desplegado no contara con fuertes apoyos naturales en sus flancos que dificultaran la maniobra.
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Ya vimos que, al menos al momento de iniciar la batalla, el ejército unido no contaba con una clara superioridad numérica; la batería tampoco era fuerte porque se había perdido casi toda la artillería de Los Andes. Además, los realistas contaban con cerros y colinas con los que afianzaron su despliegue defensivo, castigando duramente la carga de la izquierda republicana. Sin embargo, un ataque frontal o de desgaste de las líneas enemigas (como los sangrientos combates desplegados por Napoleón en Borodino, Wagram y Waterloo) hubiera sido quizás más gravoso por el talento defensivo realista y la debilidad de la artillería.
Pero la pólvora, la sangre y el fuego no se comportan como piezas de un tablero. En el encuentro, la determinación de las fuerzas morales fue clave en el resultado. La confianza en los altos mandos que habían ganado en Chacabuco, y el apoyo a la defensa de Santiago contra una segunda reconquista realista, ayudaron a reponerse al ejército de la república de la sorpresa de Cancha Rayada que el bando realista sobrestimó como quiebre moral al lanzarse sobre la capital.
Sin embargo, el valor más concreto de las fuerzas morales del ejército unido fue demostrado por las tropas más inspiradas y combativas del ejército de Los Andes: los batallones de soldados negros que combatían por su libertad. Un investigador del Incihusa-Conicet señala que
al momento del cruce de los Andes el Batallón N° 8, en particular, reunía algo más de 800 hombres distribuidos en 2 jefes, 29 oficiales y 783 soldados de tropa. Pero no era el único cuerpo del ejército que estaba integrado por libertos, también el Batallón N° 7 y el N° 11 estaban compuestos en buena parte por africanos y afromestizos [4].
A pesar de haber sido una fuerza fundamental en la batalla, muy pocos negros obtendrían efectivamente su libertad. La exigencia de cinco años de servicios en el ejército se traducía en que la mayoría encontraba la muerte antes de la libertad prometida. El papel de los esclavos libertos, confinado fundamentalmente al arma de infantería, mostraba que en la concepción militarista de San Martín, los mismos actuaban −a pesar de su ímpetu− más como base de maniobra del ejército que como un sujeto independiente en los mismos.
Como explica John Lynch “[E]l regimiento de Burgos infligió un gran número de bajas a la izquierda patriota, que estaba compuesta principalmente por la infantería negra, y exigió una respuesta enérgica de parte de San Martín para recuperar la iniciativa” [5]. La carga de las reservas compuesta de los batallones 3 y 7 al mando del coronel mayor Quintana permitieron poner a los realistas en retirada.
También es recurrentemente destacada la experiencia de la oficialidad realista de Maipú. Con sus renombrados regimientos de ultramar y afamados personajes como José Ramón Rodil, que ganaría un gran protagonismo en la defensa de El Callao y en España durante la primera guerra carlista. Joaquín Primo de Rivera, protagonista de la resistencia española de Zaragoza contra Francia. O José Ordóñez combatiente, al igual que San Martín, de la épica batalla de Bailén.
Sin embargo, el ejército unido contaba también con mandos experimentados. El propio San Martín conocía de primera mano las innovaciones de la guerra moderna gestadas en Europa. Allí también se habían formado otros destacados integrantes de su estado mayor. Balcarce y O`Brien combatieron también contra Francia en la guerra de la independencia española, al igual que Zapiola (que estaba al frente de los estratégicos regimientos de Granaderos a Caballo). Manuel Blanco Encalada (responsable de la artillería) había iniciado su carrera militar en los combates de la Real Armada Española que derrotó el bloqueo francés de Cádiz en la Poza de Santa Isabel. Mientras que los tres coroneles que conducían las principales divisiones del ejército unido (Alvarado, Las Heras y Quintana), junto a gran parte de la oficialidad, ya habían ganado experiencia al cabo de 8 años de guerras revolucionarias, revistiendo en el ejército del Norte o los refuerzos destinados a Chile en 1813. Una de las últimas incorporaciones, era el francés Benjamín Viele −que había llegado a Chile en 1817− que había combatido como capitán de Napoleón en Waterloo.
El Regimiento de Burgos tomaría una dura revancha en Moquegua, pero volvería a ser aplastado en Maracaibo y Ayacucho desde donde fue expulsado definitivamente de Sudamérica. Esta fuerza de la reacción monárquica seguirá sus campañas coloniales a principios del siglo XX en La Habana, Filipinas y Marruecos. Para comenzar luego a protagonizar las peores masacres contra el proletariado español, primero en los combates en los montes de León contra los mineros revolucionarios de la Comuna de Asturias en 1934. Y, finalmente, durante la guerra civil española donde recibió sus últimas medallas de manos del fascismo por sus masacres en Huesca, el Ebro y Cataluña. Muy citado ha sido el anecdótico grito de los realistas en Lo Espejo levantando su bandera laureada en Bailén: “Aquí está el Burgos. ¡Dieciocho batallas ganadas! ¡Ni una perdida!”. Pero más allá de la anécdota, es el curso de historia militar el que revaloriza aquella jornada en la que los ejércitos del Río de la Plata y Chile aplastaron este regimiento reaccionario en Maipú.
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