En este artículo hacemos un recorrido histórico por las circunstancias que dieron origen a la huelga de Toledo, en Estados Unidos, tras el comienzo de la depresión económica de 1930. La unidad entre ocupados y desocupados, la solidaridad popular, la formación de organizaciones democráticas y piquetes de autodefensa, con una importante participación de organizaciones Trotskistas, hicieron de aquella huelga un testimonio de lucha para las peleas actuales.
Miércoles 27 de mayo de 2020
“¿No puede encontrar una manera más rápida de ejecutarnos que matarnos de hambre?”
El 24 de octubre de 1929 se conoció como el “Jueves Negro”. A partir de aquel día comenzaría un descenso de los índices bursátiles en la bolsa de Nueva York que no frenaría en las semanas siguientes. Era el inicio de la “Gran Depresión”, una crisis económica que se extendió por todo el mundo capitalista con consecuencias catastróficas.
Solo entre octubre y noviembre de 1929, en Estados Unidos, los desempleados pasaron de 500 mil a cuatro millones [1] . Pese a las expectativas generales en un “rebote” de la economía, o en una recuperación corta, en 1933 los trabajadores sin empleo alcanzaban los 15 millones, lo que significaba un tercio del total de la población económicamente activa. A su vez, muchos de los empleos que se conseguían eran inestables, a medio tiempo y mal pagos, debido a la fuerte presión a la baja de salarios que implicaban los altos índices de desocupación. En solo dos años el salario real promedio había disminuido un 16% [2].
Largas colas de desempleados, mujeres y niños, esperando recibir un plato de comida en improvisados comedores comunitarios, se volvieron una imagen común por aquellos años. En 1930 un habitante de New Jersey escribía una carta al presidente Hoover donde decía: “¿No puede encontrar una manera más rápida de ejecutarnos que matarnos de hambre?”.
La organización de los desempleados
Sin embargo, rápidamente también surgieron las primeras organizaciones de desocupados, que se enfrentaron a la falta de respuesta tanto de los gobiernos (que pujaban entre la administración nacional y local para afrontar la crisis), como de las empresas y los líderes sindicales de la American Federation Labour (AFL), que no daban ninguna solución a sus reclamos, e incluso se negaban a reclamar un seguro de desempleo. Hacia fines de 1932 había unas 330 organizaciones de desocupados distribuidas en 37 estados con más de 300.000 miembros [3] .
Tras el impulso de “Ligas de Desempleados” por parte del Partido Comunista, comenzaron a surgir diversas organizaciones, entre ellas, el Comité de Desempleados de Seattle, o las impulsadas por el socialista independiente y pastor evangélico, A.J. Muste: la Liga de los Desempleados que se desarrolló centralmente en Ohio, Virginia Occidental y Pensilvania.
Esta Liga era impulsada por el grupo de Muste, la CPLA (Conference for Progressive Labor Action) que había sido fundada en 1929 por militantes socialistas. Muchos de ellos en el periodo anterior habían tenido la experiencia de formar la IWW (Industrial Workers of the World) [4]
, que había organizado a los sectores más explotados del movimiento obrero, a las mujeres y a los negros, rechazados por el sindicalismo de la AFL.
La CLPA, inicialmente era una organización ecléctica ideológicamente, influida por diversas vertientes de grupos radicales, socialistas, pero también eclesiásticos y nacionalistas. Sin embargo, con el desarrollo de la crisis y a partir del contacto con algunos grupos trotskistas, varios de sus miembros se fueron radicalizando plantando la perspectiva de una lucha contra el sistema capitalista y la necesidad de organizar al movimiento obrero. Este desarrollo devino en 1933 en la formación del American Workers Party (AWP), que en 1934 confluye con la Communist League of America, el grupo de James Cannon, uno de los principales dirigentes obreros trotskistas, formado por León Trotsky.
Lo interesante a destacar es que la Liga de desocupados impulsada por la CLPA incorporó un método de funcionamiento democrático, donde se agrupaban distintos comités zonales que a su vez estaban compuestos por delegados de cada barrio. Es decir, se trataba de una experiencia de organización diferente a la promovida en ese entonces por el PC norteamericano, que se negaba a impulsar instancias de Frente Único bajo su línea sectaria de “clase contra clase”. A su vez marcaba la perspectiva de la unidad con el movimiento obrero ocupado, como se mostraría en la Huelga de Toledo (Ohio) de 1934.
La organización obrera hacia 1934
La situación de desempleo extendido no fue favorable en los primeros años al desarrollo de huelgas en los lugares de trabajo. El temor a perder el empleo y las pocas perspectivas de aumentos salariales eran uno de los factores. El otro era el rol de la burocracia sindical de la AFL. Según Sharon Smith, el liderazgo de la AFL era tan hostil a la idea de organizar a los trabajadores no calificados “como lo era a la noción de lucha de clases” [5]. La AFL, a su vez, buscó frenar todo tipo de movimiento huelguístico apoyando las órdenes judiciales y la represión estatal en nombre de las corporaciones para atacar a los huelguistas, organizando por su parte a los rompehuelgas y a los carneros.
Sin embargo, en 1934 comenzó a producirse un punto de inflexión. Según Cannon en su Historia del Trotskismo en Estados Unidos, luego de tres años donde primó el temor a los despidos y la inseguridad en las fuerzas propias, la clase obrera, ante algunos iniciales signos de recuperación económica, comenzó a despertar: “con el reavivamiento de la industria, los trabajadores ganaron nueva confianza en ellos mismos y comenzaron un movimiento para recuperar algunas cosas que les habían sido quitadas en lo más profundo de la depresión. El terreno para la actividad de masas del movimiento trotskista en Norteamérica fue establecido, por supuesto, por la acción de las masas mismas. En la primavera de 1934 el país había sido electrificado por la huelga de Auto-Lite en Toledo en la que habían sido introducidos algunos métodos y técnicas nuevos de lucha militante”.
Este impulso abrió una etapa de importantes luchas obreras en San Francisco y Minneapolis que fue seguido por un movimiento de luchas industriales aún más fuerte en 1936-37, y por la construcción de una nueva organización sindical como el Comité de Organización Industrial (CIO).
La huelga de Toledo
En 1933 Toledo era una ciudad industrial ubicada en el estado de Ohio. Allí, la desocupación había llegado al 70% generando un fuerte descontento en la población. Ese mismo año el gobierno de Roosevelt lanzaba la Ley de Recuperación Industrial (NIRA por sus siglas en inglés), que daba enormes beneficios a los empresarios para aumentar la productividad a costa de la explotación obrera, recibiendo grandes subsidios por parte del Estado. Sin embargo, en su sección 7ma, la ley habilitaba a la formación de nuevas organizaciones sindicales, siendo la base para un movimiento que comenzó en todo el país con la formación de organizaciones locales que no respondían a la burocracia de la AFL. Producto de la oposición de esta a la formación de organizaciones federales que ganasen independencia respecto del poder central, se terminaron formando nuevos sindicatos independientes.
En el marco de ese movimiento, los trabajadores de autopartes de Toledo, crearon en 1933 su organización federal, el “Sindicato Federal de Trabajadores 18834” (FLU 18834). Este agrupó a los obreros de varias fábricas y, aunque estaba vinculado formalmente a la AFL, era opuesto a su dirección. Esta organización fue en paralelo a la formación local de la Liga de Desocupados, bajo el impulso del AWP del pastor Muste, cuyos referentes locales, fueron Ted Selander, Sam Pollock y Louis Budenz.
En febrero de 1934 el FLU 18834 declaró la huelga en reclamo del reconocimiento sindical que era negado por las empresas automotrices y el gobierno. Después de seis días de huelga donde se movilizaron unos 4000 trabajadores, la respuesta patronal fue un magro aumento de salarios y promesas a futuro que no resolvían el problema central y que finalmente no se cumplieron, comenzando una etapa de desgaste de la huelga.
Sin embargo, ante el incumplimiento, en una de las empresas más grandes, la autopartista Electric Auto-Lite se dio un nuevo impulso a la lucha. La ayuda vino “desde afuera”, se trató de una fuerte movilización de miles de desocupados organizados por el AWP que comenzaron a rodear la fábrica y a formar piquetes de huelga resistiendo a las órdenes judiciales que los declararon ilegales. A partir de allí, la dirección del conflicto fue una fusión de los comités de desocupados con los obreros de Auto-Lite.
Ante esta acción sorpresiva la empresa decidió enviar unos 1500 rompehuelgas para reabrir la fábrica y retomar la producción. A su vez, el gobierno local colaboró con la empresa enviando a los agentes del Sheriff y guardias armados. Esta ofensiva fue resistida heroicamente una y otra vez por los piquetes y comités de autodefensa creados por los huelguistas. Entre los días 21 y 23 de mayo se realizaron actos y manifestaciones de solidaridad alrededor de la fábrica que reunieron a entre 4000 y 6000 huelguistas.
Para quebrar el cerco alrededor de la fábrica el Sheriff local inició una ofensiva represiva que implicó el arresto de varios de los líderes de la huelga, entre ellos Bidenz, y fuertes golpizas a varios ancianos que apoyaban el conflicto en los piquetes. Esto, lejos de atemorizar, encendió la bronca de los huelguistas, pero también del resto de la población de Toledo dando origen el 23 de mayo de 1934 a lo que se llamó “La Batalla de Toledo”.
Ante la provocación patronal la multitud de huelguistas respondió lanzando piedras, ladrillos y botellas a los policías que comenzaron a refugiarse al interior de la fábrica junto al personal jerárquico. Esa tarde, durante más de 7 horas, los piquetes resistieron los gases y las balas de las fuerzas de seguridad, improvisando barricadas con los autos de los gerentes que se encontraban en la playa de estacionamiento de la planta, y gomas acumuladas alrededor que fueron incendiadas. Los agentes estaban rodeados y encerrados en la autopartista.
En la madrugada del 24 de mayo, ante este escenario, llegaron en auxilio de los jerárquicos y la policía, las tropas de la Guardia Nacional. Unos 1300 efectivos armados (una enormidad para un conflicto de este tipo) se enfrentaron a una multitud de 10 mil huelguistas que durante todo el día aguantaron firmes alrededor de la planta, pese a los disparos con armas de fuego que se cobraron la vida de Frank Hubay (de 27 años) y Steve Cyigon (de 20 años), que se habían sumado solidariamente. Otros 15 huelguistas resultaron gravemente heridos.
Pese a las muertes y los arrestos la línea de piquetes se mantuvo con alrededor de 5000 personas durante 5 días más. Ya la huelga era un hecho nacional. Mientras los sindicatos locales mayoritariamente apoyaban la realización de una huelga general en apoyo a Auto-Lite, la AFL buscaba postergarla y negociar. El propio presidente Roosevelt tuvo que mandar un delegado personal para que sea mediador entre los huelguistas y la empresa.
Mientras continuaban las negociaciones la noche del 1 de junio más de 20.000 personas recorrieron Toledo en una marcha de antorchas, iluminando la ciudad y dando un claro mensaje de apoyo a los huelguistas.
Ante el enorme temor de la burguesía a que estallara la huelga general, varias de las patronales tuvieron que ceder, otorgando aumentos salariales, garantizando un ingreso mínimo, mejores condiciones de trabajo y el reconocimiento sindical.
Tras casi cuatro meses de huelga por primera vez se levantaron los piquetes y el 9 de junio hubo una “marcha de la victoria”, donde confluyeron unos 20.000 manifestantes, trabajadores de Auto-Lite y otras empresas, desocupados y mujeres de toda la ciudad. Era una gran victoria obrera y popular.
Un ejemplo de lucha
Años más tarde James Cannon, consideró a la huelga de Toledo como un gran ejemplo de lucha: “Se había mostrado por primera vez qué gran rol puede jugar en las luchas de los obreros industriales, una organización de desocupados dirigida por elementos militantes. La organización de desocupados en Toledo, que había sido formada y estaba bajo la dirección del grupo de Muste, prácticamente tomó la dirección de la huelga de Auto-Lite y la elevó a un nivel de piquete de masas y militancia más allá de los límites aún contemplados por la vieja línea de burócratas de los sindicatos de la rama”.
Es decir, en un momento donde la clase obrera venía con la “cabeza gacha” la organización de trabajadores desocupados impulsada por el grupo de Muste jugó un papel clave en formar piquetes y comités de huelga que resistieron la embestida patronal y policial, en ganarse el apoyo de toda la comunidad de Toledo, y en superar la política traidora de la burocracia sindical. Este grupo, luego de la huelga confluyó con Cannon en el WPUS (Workers Party of United States) en 1934, antecesor del Socialist Workers Party (SWP), permitiendo arraigar en este partido las lecciones de esas luchas, que quedaron reflejadas, en textos como el Programa de Transición de León Trotsky, de 1938, donde rescata la enorme importancia de los piquetes de huelga y la unidad entre ocupados y desocupados en sus propios organismos democráticos para la pelea contra los capitalistas en pos de un gobierno obrero.
TE PUEDE INTERESAR: EL MARXISMO DE LEON TROTSKY: EL PROGRAMA DE TRANSICIÓN
En momentos de crisis capitalista como la actual, estas experiencias de lucha son un valioso testimonio para quienes comienzan a salir a luchar. La potencialidad de la organización de los trabajadores desocupados en su exigencia de trabajo, en organizaciones de masas con democracia interna y fuertemente vinculadas al resto de las luchas del movimiento obrero, es una de las conclusiones de este proceso de lucha. También lo es la importancia de poner en pie coordinaciones e instancias propias de organización independientes, bajo la lógica del Frente Único, cuando la burocracia sindical resulta una traba para el desarrollo de las luchas. La alianza obrera y popular que se dio en Toledo, en 1934, con los métodos de lucha de la clase trabajadora, como los piquetes y los comités de autodefensa, permiten pensar en la necesidad de crear este tipo de instituciones ante una agudización de las luchas.
Finalmente, vale decir que la perspectiva de que sectores de la juventud precarizada que hoy se empiezan a organizar, unan sus peleas a las del resto de los trabajadores superando las divisiones impuestas por la burocracia sindical, es una tarea estratégica, que cuenta con estos valiosos antecedentes. Desde ya, para eso, surge la necesidad de construir un partido revolucionario que luche por esta perspectiva, una tarea insustituible para hacer carne estas conclusiones.
[1] Gutman, Herbert (2009), “La Gran Depresión y la crisis del nuevo orden”; en Pablo Pozzi y Fabio Nigra (comp), Invasiones Bárbaras en la historia contemporánea de los Estados Unidos, Buenos Aires, Editorial
[2] Idem
[3] American Socialist Proyect, “El primer New Deal”, en Pablo Pozzi y Fabio Nigra (comp), Op.Cit.
[4] James Cannon (1955), El IWW, en https://www.marxists.org/archive/cannon/works/1955/iww.htm
[5] Sharon Smith (2009), The Lessons of 1934, https://socialistworker.org/2009/10/06/lessons-of-1934
Gabi Phyro
Historiador. Miembro del Comité Editorial de Armas de la Crítica