Hace once días, la Fed bajó las tasas con el objetivo de dar señales para sostener el crecimiento de la economía de EE. UU. y calmar al mundo financiero. Ocurrió todo lo contrario, porque no conformó, y porque fue la señal de largada para una nueva escalada entre Trump y China. Esto terminó de perturbar la calma artificial del dólar lograda en la Argentina en mayo gracias a la tolerancia del FMI. Sin que la cosa pase a mayores, los ruidos llegaron antes de las PASO, cargando de más dramatismo lo que pueda ocurrir el día después.
Parece una eternidad, pero hace apenas once días, el 31 de julio la Reserva Federal (Fed) de los EE. UU. (que hace las veces de Banco Central en ese país), decidió una reducción de la tasa de interés. Fue la primera vez en 11 años que aplicó una reducción, confirmando así las señales que venía dando hace unos meses de que estaría dispuesta a intervenir para asegurar la continuidad del crecimiento de la economía ante las distintas señales que muestran su decaimiento. El efecto esperable de esta decisión era una suba de las bolsas, caída del dólar frente a otras monedas (y valorización también de los commodities). Pero ocurrió lo contrario. Wall Street, y otras plazas financieras, cayeron después del anuncio, cuando lo esperable ante una baja de tasa es un rally alcista. Los “mercados” (es decir los operadores de los bancos y fondos de inversión) enviaron la misma señal que Donald Trump, presidente de los EE. UU. expresó en Twitter: una reducción puntual, que estuvo acompañada por un mensaje del titular de la Fed indicando que no necesariamente habría nuevas bajas en los próximos meses, no es suficiente. Lo esperado era un sendero claro de descenso de los tipos de interés a lo largo de este año y el próximo.
Ante un anuncio que calificó como “decepcionante”, Trump hizo al día siguiente más de lo mismo que ya viene haciendo desde hace tiempo: anunció que nuevas medidas arancelarias contra China, anticipando que a partir del 1 de septiembre los productos chinos que hasta ahora quedaban al margen del conflicto comercial –cuyo valor se estima en 300.000 millones de dólares– soportarán un arancel del 10 %. Una lógica con la que podría entenderse la medida, sería que si la Fed no contribuye a abaratar el dólar respecto de otras monedas (una menor tasa de interés hace que los capitales se vuelquen a inversiones en otras monedas, aumentando su cotización respecto del dólar) serán los aranceles los que deberán lograr esto, al menos respecto de China, encareciendo el precio de venta de sus mercancías dentro de EE. UU. Pero otra forma de entenderla, más plausible, es que el mandatario estadounidense busca mostrar, otra vez, su disposición a tomar medidas que metan ruido cuando no logra lo que se propone, “chantajeando” a los hacedores de política monetaria de cara a las reunión de septiembre, donde podría definirse nuevas bajas de tasas o una continuidad del nivel actual.
Más allá de las hipótesis, la medida pateó el tablero en las estancadas tratativas con China. A poco más de un mes de lograda una precaria tregua en las disputas comerciales con este país cuando el mandatario norteamericano se reunió con su par chino Xi Jinping durante la cumbre del G20 en Osaka (Japón), Trump produjo una nueva escalada. Por eso, después de desplomarse como señal de disconformidad con los anuncios de la Fed, las bolsas siguieron cayendo por el retorno de la “guerra comercial”.
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Ante la movida de Trump, China realizó el 5 de agosto su propio aporte para meter más ruido a la situación. Pero la respuesta no vino esta vez por el lado comercial, sino en el terreno de la relación entre la moneda de China (el renminbi) y el dólar. Ese día el Banco Popular Chino (BPC) permitió que el dólar superara la cotización de 7 yuanes (unidad básica del renminbi), nivel que no alcanzaba desde abril de 2008. Si bien la suba registrada fue de apenas unos centavos, el efecto dramático estuvo dado por el hecho de que superara un nivel que para muchos analistas era una especie de barrera psicológica. De manera casi inmediata, Trump calificó a China de “manipuladora de monedas”, urgiendo a la Fed a responder enérgicamente. Es decir que tomó el guante para exigir las nuevas bajas de tasas de interés cuyo anuncio esperaba el miércoles 31.
Después de la devaluación de la moneda china, aunque al día siguiente el BPC actuó para estabilizar la cotización evitando una mayor depreciación frente al dólar (el viernes cotizaba a 7,06 yuanes) respondieron con medidas similares. Nueva Zelanda, Hong Kong, Filipinas e India siguieron los pasos de la Fed, recortando su tasa de interés en los últimos días para contrarrestar la depreciación del yuan. La mayor parte de los países que los mercados financieros catalogan como “emergentes” vieron caer sus monedas frente al dólar.
Si Trump se proponía alcanzar un dólar más barato, empujando a la Fed con sus aranceles, la respuesta de China, seguida por otros países, ha implicado por el contrario un dólar revaluado.
Los mercados financieros continuaron su desplome como respuesta a la devaluación china y la respuesta de Trump. Solo en EE. UU. se destruyó un valor de capitalización bursátil de 700 mil millones de dólares (una vez y media el tamaño de la economía argentina medida en términos de Producto Bruto Interno).
¿Guerra de monedas?
“Una guerra de monedas no hizo erupción –al menos no todavía–”, advierte el académico especialista en relaciones internacionales Benjamin J. Cohen. El término “guerra de monedas” se popularizó en los años siguientes a la crisis de 2008, cuando los Bancos Centrales de las economías más poderosas realizaban inyecciones masivas de dinero para evitar una depresión económica y resucitar los balances de los bancos y grandes empresas, generando una masa de dinero barato (a tasas cero o incluso negativas) que fluían por el mundo en busca de negocios, alimentando booms crediticios difíciles de manejar en los países con controles limitados o nulos para la movilidad de capitales, y el alza de commodities. Todo lo cual empezó a cortarse dramáticamente desde 2013 cuando, por el contrario, la Fed empezó reducir la laxitud monetaria.
Hoy el término adquiere un sentido ligeramente diferente, dado que se inscribe en el marco de la “guerra comercial” que Donald Trump proclamó en marzo de 2018, anticipando que este tipo de conflagraciones eran “fáciles de ganar”. Casi un año y medio después, y luego de dos treguas dinamitadas, no parece estar haber avanzado demasiado hacia imponerse. En la disputa de fondo, que más que el comercio apunta hacia la primacía tecnológica, no logró impedir que China consiguiera avances significativos. La “batalla” alrededor del 5G, que incluyó la detención en Canadá de la directora financiera y vicepresidenta de Huawei, Menq Wanzhou, por pedido de EE. UU., no dio los resultados esperados. A pesar de las presiones, Trump no pudo evitar todavía que China empiece a desplegar esta tecnología en acuerdo con numerosos países incluso de Europa. El Estado español fue el primero en darle luz verde, pero otros importantes aliados de EE. UU. que son parte de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), paraguas militar que integra a Europa con EE. UU., podrían seguirla.
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¿Se convertirá el valor de la moneda en otra arma más de la disputa comercial entre las dos principales economías del mundo? ¿Seguirá escalando el enfrentamiento que hace un mes atrás los líderes prometieron, por segunda vez en menos de un año, dar por cerrado? Estas son las preguntas que se hacen los analistas.
Los pronósticos mayoritarios apuntan, como ocurrió en las escaramuzas anteriores, a que la cosa no pasará a mayores. No sería conveniente para Trump, que necesita una economía en crecimiento hacia las elecciones presidenciales de 2020. Su escalada comercial apuntaría, en lo inmediato, según estas lecturas, a doblegar las reticencias de la Fed, por un lado, y a regresar a la mesa de negociaciones con China buscando obtener algo que pueda mostrar como un éxito. Para China, tampoco sería conveniente agrandar su disputa con Trump escalando en el ajuste de su moneda. Como señala Cohen:
Muchas de las empresas más grandes de China se endeudaron fuerte en dólares, y un renminbi más débil aumentaría de manera significativa el costo de afrontar esa deuda externa. Para peor, la perspectiva de una devaluación podría disparar una salida de capitales masiva desde China, a medida de compañías e individuos inquietos busquen proteger el valor de sus activos.
Pero también señala el autor que al declarar que China manipula su moneda, EE. UU. logró “endurecer las posiciones a ambos lados”. Ahora, para evitar quedar desacreditados, los líderes de China “podrían verse obligados a devolver el golpe”. De una acusación como la de Trump, sería lógico que se desprendieran aún más sanciones comerciales, así como reclamos formales en organismos como la OMC. Pero, como señala Paola Subacchi, “la administración de Trump tiene antecedentes de realizar grandes amenazas y luego retroceder”. Sin embargo, su postura “puede tener importantes consecuencias incluso si no la sostiene. En un momento de desaceleración de la economía global, es un riesgo que nadie debería estar dispuesto a correr”.
Cuestiones de fondo
Mohamed El-Erian, director de la financiera multinacional Allianz, observa que no deberíamos detenernos exclusivamente en la escalada comercial y cambiaria entre China y EE. UU. Para el autor, son síntoma “de un malestar económico y financiero subyacente”. El economista apunta a dos características básicas que tuvo la economía global desde la crisis de 2008. “La primera es el período prolongado en el cual el crecimiento económico no sólo ha sido demasiado bajo sino también insuficientemente inclusivo”. Como resultado de ello “crecientes segmentos de la población se han sentido marginalizados, alienados y enojados –lo que lleva a resultados electorales inesperados, al ascenso de los movimientos populistas y nacionalistas”.
La segunda, es la dependencia persistente de “la liquidez de los bancos centrales”. Observa que la política monetaria “no ha sido muy efectiva a la hora de impulsar el crecimiento sostenible, pero ha hecho subir los precios de los activos significativamente”. En su opinión, “el uso prolongado de políticas monetarias poco convencionales ha implicado costos y riesgos que se han intensificado con el tiempo”. En estos señala “el desacople excesivo de los precios de los activos de sus fundamentos económicos y corporativos subyacentes” y “la promesa excesiva sistémica de liquidez”. En su opinión, “un error político o un accidente del mercado podría hacer que el viaje fuera mucho más rápido y muchísimo más agitado”. No por nada Larry Summers, ex Secretario del Tesoro de Bill Clinton, y quien hace años viene caracterizando un “estancamiento secular” de la economía norteamericana, advirtió el martes pasado que podemos estar “en el momento financiero más peligroso” desde la crisis de 2008.
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Probablemente, como señalan la mayor parte de los analistas, ni Trump ni Xi quieren que la sangre llegue al río. Pero las tensiones agravan la perspectiva de una recesión que ya muchos ven encaminada para 2020, con el agravante de disrupciones financieras más peligrosas que la puedan acompañar. La Fed, que venía hasta fin de 2018 subiendo las tasas para tener margen para hacer política más expansiva (bajarlas) ante una crisis, debió empezar a caminar el sentido contrario aunque la tasa apenas si había llegado hasta el rango de 2,25-2,50 % (ahora está en 2-2,25 %). El riesgo, si la Fed cumpliera ahora las demandas de Trump, es que en caso de darse una recesión cualquier baja de tasas empezaría desde un nivel bajo, perdiendo efectividad.
Como discutíamos tiempo atrás, si bien Trump no llevó a la economía norteamericana por el camino proteccionista que había proclamado cuando llegó a la presidencia (aunque tomó numerosas medidas en ese sentido, algunas de las cuales fueron poco efectivas aunque las mantuvo mientras que en otras retrocedió luego de negociar), entre otros motivos no menores porque la mayor parte de las grandes multinacionales y los bancos de ese país ven su desarrollo estrechamente ligado al desarrollo de sus negocios en el escenario global, un efecto duradero de su presidencia ha sido erosionar el rol de EE. UU. como articulador de las potencias para actuar de manera conjunta ante eventos potencialmente disruptivos. Esto podría tener importantes consecuencias en caso de cumplirse pronósticos alarmistas como los de Summers, En el crash de 2008, resultó clave el rol del Secretario del Tesoro norteamericano para asegurar una respuesta coordinada entre las economías que componen el G20. Volver a actuar hoy como entonces resulta más improbable, limitando las posibilidades de contener las ondas expansivas de una crisis severa.
Turbulencias que no esperaron a las PASO
Trump ha sido una de las grandes ayudas para que Macri pudiera obtener del FMI un amplio salvataje que alcanzó un nivel récord histórico en los préstamos del organismo. Pero es el mismo que con sus anuncios incendiarios contribuyó a sacudir el escenario en los días previos a las primarias de hoy. El riesgo país volvió a acercarse en la última semana a los 1.000 puntos, es decir el nivel récord que alcanzó en abril de este año cuando nadie confiaba ya en que Macri pudiera ganar y el “círculo rojo” pedía a gritos un “plan V”. El dólar se desperezó, y ya empiezan los pronósticos de una inflación en alza para este mes.
Mientras tanto, aunque el Banco Central estaría preparando una batería de medidas en caso de que el resultado electoral adverso en la jornada de hoy dispare nuevamente la fuga de los inversores hacia el dólar, llega a hoy con la pólvora gastada. Las tasas pagadas por la Leliq subieron 3,7 puntos porcentuales en esta semana. En lo que va de agosto las reservas se contrajeron en 1.600 millones de dólares, un tercio de esto por la devaluación del yuan. Las reservas “de libre disponibilidad” que podría emplear la entidad que preside Guido Sandleris para aplacar una corrida, serían de poco más de 16.000 millones de dólares. Y cuanto más utilice de ese arsenal, mayores serán los interrogantes sobre el ya incierto panorama financiero para 2020, que es lo que explica de fondo el alza del riesgo país.
En un escenario de turbulencias internacionales en alza, que es una de las posibilidades si Trump y Xi demoran el retorno a la mesa de negociación, la precaria estabilidad que armó el equipo económico con fecha de vencimiento después de octubre, podría ser como una hojarasca ante el viento.
Las promesas de dejar atrás “lo peor” y aspirar ahora sí a la llegada de las inversiones gracias a que se estaría “haciendo lo que hay que hacer”, como afirma Macri, o las de [“plantarse” contra las exigencias del FMI pero sin romper con el organismo ni dejar de ser “responsable” con los acreedores- >http://www.laizquierdadiario.com/La-nueva-promesa-K-abandonar-el-ajuste-sin-romper-con-el-FMI] como propone Alberto Fernández, la tienen así más difícil para evitar mostrarse como lo que son: simples quimeras.
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