Crónica de una apasionante gira política que reunió a casi dos mil personas, en más de una docena de actividades por los derechos de las mujeres, en ocho ciudades europeas.
Andrea D’Atri @andreadatri
Miércoles 6 de marzo de 2019 00:00
Era tan temprano, cuando me desperté, que aún no había nadie caminando por las veredas del canal, hacia la estación de trenes de Saint-Denis. Solo unos patos nadaban entre bolsas de nylon y otros residuos. Ya llevaba dos tercios de la gira "Por el pan y por las rosas", así que era insomnio y no jetlag: había empezado hacía tres semanas en Roma; luego siguieron Munich, Madrid, Barcelona, Bordeaux y Toulouse. Pero esa noche, en París, iba a presentar la edición francesa del libro Pan y Rosas con Fernande Bagou, una de las trabajadoras que protagonizó la huelga de ONET, y Francie Foster, una bibliotecaria con trabajo precario que organizó a las mujeres Gilet Jaunes.
Más tarde salí a caminar por el barrio donde me hospedaba en casa de una compañera inmigrante y trabajadora ferroviaria. La "Francia profunda" se arremolina en las plazas, las estaciones de tren y los locales de kebab de los suburbios: jóvenes que saben que la policía los interceptará dos o tres veces, antes de que lleguen al centro de París, solo por ser negros y provenir de la periferia; mujeres musulmanas, cargando las bolsas con las compras y llevando los chicos a la escuela; hombres desocupados, dejando correr las horas entre cigarrillos armados y miradas perdidas en el vacío, con la desesperanza de saber que ya no encontrarán trabajo.
Que el agua fuera del Sena, las mujeres usaran velo y “los blancos” fuéramos una minoría, no hacía a este barrio algo muy diferente de Avellaneda, allá lejos en Buenos Aires. Sonreí pensando en las imágenes glamorosas de París que conocemos por las visitas oficiales de Mauricio Macri o Cristina Kirchner. Lejos de esas imágenes impregnadas de Cartier, Dior, Givenchy y Vouitton, me encontraba pisando las calles donde, catorce años atrás, se habían originado las revueltas de la banlieue, aquella explosión de rabia de los jóvenes hartos de la represión policial, la precariedad y la discriminación. Un siglo antes, esas mismas calles fueron escenario de grandes huelgas obreras, cuando en Saint Ouen había talleres metalúrgicos, fábricas de encerado, imprentas y la clase trabajadora contaba, con orgullo, que vivía en uno de los primeros municipios socialistas revolucionarios. Ya entonces la policía se cobraba, en las protestas, la vida de algún obrero rojo de los suburbios.
Huelga en Sain Ouen, óleo sobre lienzo de Paul Louis Delance (1908)
Pensé en las primeras líneas del libro Pan y Rosas, donde se narra la participación de las mujeres pobres de los arrabales parisinos en las movilizaciones de 1789 por el aumento del pan; aquellas que marcharon a Versailles a reclamarle al rey, armadas con herramientas de campo y arrastrando algunos cañones. Pensé en las incendiarias, que vinieron más tarde, en 1871, defendiendo al gobierno obrero de la Comuna de París, en las barricadas, hasta que fueron masacradas, ejecutadas o deportadas. Recordé a las 343 sinvergüenzas de los radicalizados años ’70 del siglo XX que, con las palabras de Simone De Beauvoir, le dijeron al gobierno francés: "Declaro haber abortado. Al igual que reclamamos el libre acceso a los medios anticonceptivos, reclamamos el aborto libre." Estaba segura de que esa noche no presentaríamos un libro; estaríamos tomando en nuestras manos el hilo violeta de la historia de las más oprimidas y explotadas, para tejer nuevos lazos entre las jóvenes estudiantes y las obreras de ONET, las ferroviarias, las trabajadoras del hotel Hyatt, las mujeres precarias que se calzan su chaleco amarillo cada fin de semana, desde hace meses, para exigir la dimisión de Macron.
Lejos del glamour de Les Champs Elysees o de la Avenue Foch, la "Francia profunda" ha regado con su sangre la historia mundial de nuestras luchas y de nuestros derechos. No permitiremos que el imperialismo francés, ni el odio racista, ni las fronteras de las burguesías nacionales, ni nada impida que nos sintamos merecedoras y responsables de esa herencia universal de las esclavas y esclavos insurrectos de cualquier parte del mundo.
Las amigas paraguayas que limpian casas de familias ricas en Cataluña, ya me habían transmitido su fuerza y su valentía: "¿Nos quieren triplemente oprimidas? ¡Nos tienen triplemente combativas!", decía Rita ante un centenar de mujeres trabajadoras y jóvenes estudiantes que también sufren la precarización, reunidas por Pan y Rosas en Barcelona. ¿Cómo no sentir un nudo en la garganta cuando las trabajadoras de Perú, Honduras, Guinea Ecuatorial, Paraguay o El Salvador cantaron con las catalanas del coro Flor de Mach el himno de Pan y Rosas, para terminar juntas tarareando "A la huelga, diez, a la huelga cien, a la huelga mil…"? No eran tan diferentes de las compañeras rumanas, albanesas o eritreas con las que estuvimos en el edificio ocupado de Viale delle Provincie, en Roma. Ellas saben de discriminación como también lo saben las gitanas de Andalucía, las marroquíes que vienen al sur del Estado español a cosechar fresas o las mujeres kurdas que, en Alemania, viven día a día sin saber cuándo serán deportadas.
La marea verde acá se siente de todos los colores. Las asambleas para preparar las movilizaciones del 8M, a las que fui invitada en Munich y París o aquellas otras en las que participan nuestras compañeras de Pan y Rosas en Madrid, Barcelona o Berlín, no difieren mucho de nuestra asamblea "Ni Una Menos". En todos lados hay debates, consensos, tensiones, diferencias, energía y entusiasmo. Frente a la crisis de la hegemonía neoliberal, las mujeres salen a la calle en Argentina, en el Estado español y en otros países, porque el capitalismo patriarcal nos ha enseñado con el látigo de la explotación y la discriminación que la igualdad ante la ley, bajo su dominio, nunca podrá ser igualdad ante la vida.
Unas pocas y millonarias empresarias, sus representantes políticas y feministas liberales se preocupan porque aún subsiste el techo de cristal para sus carreras profesionales. Nosotras, las compañeras de la corriente internacional de mujeres socialistas revolucionarias Pan y Rosas, ponemos todo nuestro esfuerzo en la organización de las mujeres trabajadoras, las que son millones, las que son más discriminadas y explotadas aún, por su color de piel, su nacionalidad o su identidad sexual. Ningún techo puede detenernos, porque nos preparamos para tomar el cielo por asalto.
Andrea D’Atri
Nació en Buenos Aires. Se especializó en Estudios de la Mujer, dedicándose a la docencia, la investigación y la comunicación. Es dirigente del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS). Con una reconocida militancia en el movimiento de mujeres, en 2003 fundó la agrupación Pan y Rosas de Argentina, que también tiene presencia en Chile, Brasil, México, Bolivia, Uruguay, Perú, Costa Rica, Venezuela, EE.UU., Estado Español, Francia, Alemania e Italia. Ha dictado conferencias y seminarios en América Latina y Europa. Es autora de Pan y Rosas. Pertenencia de género y antagonismo de clase en el (...)