El pasado 23 de febrero falleció, a los 73 años, Adolfo Cárdenas (La Paz, 1950), uno de los escritores más relevantes de las letras contemporáneas en Bolivia. Legó una obra intensa y amplia, cuyo pico es, probablemente, Periférica Blvd. (2004). Es a partir de esta novela enmarcada en el realismo grotesco que escribimos las siguientes líneas, a manera de modesto homenaje al autor.
Lunes 6 de marzo de 2023
El castellano andino
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Entre las obsesiones más patéticas del colonialismo boliviano está la pretensión de “hablar bien”. Cuando un indio o una india utilizan el castellano en público, mucha gente suele concentrar su atención en las interferencias morfosintácticas entre la lengua adquirida y la lengua materna que produce un dialecto particular al que se podría apodar castellano andino. Este dialecto es percibido de mal gusto por las clases medias y altas (blancas y mestizas) pues consideran ese modo de comunicación oral como equivalente a la ignorancia.
En Periférica Blvd. (Cárdenas, 2019) pueden leerse varias páginas (como las del cabo Juan) escritas enteramente en castellano andino o, como se dice en la obra, en aymarañol. Adolfo Cárdenas va hilando las vivencias de clase y étnica de un indio que adquiere el español presionado por comprender la lógica del otro, de percibir cómo piensa, y fantasea su superioridad al hablar el blanco-mestizo. Más que someterse pasivamente a los puntos de vista de la señora que compra en el mercado, del cura o del sargento, el indígena tiende a evaluarlos y hasta contraponerlos a los propios.
Cuando al cabo Juan le dicen, por ejemplo: “¡Cómo quieres aprender a tocar música, si ni hablar sabes!”, él agacha la cabeza o incluso asiente; mas, sin embargo, razona: “Y yo asé bien de rabias sembre pa mis dentros, diciendo: Quí cosa pss on cosa tene que ver con lotro” (Cárdenas, 2019, pág. 157). Si uno lee en voz alta las anteriores palabras, el acento personifica rápidamente al indio migrante. En la parte de la cultura mestiza, esta forma de hablar es comúnmente ridiculizada porque, en Bolivia, el español combinado a la fonética o sintaxis quechua/aymara se percibe como una manifestación de inferioridad, no sólo social sino incluso intelectual.
No obstante, ¿qué tiene de “literario” escribir novelas usando la oralidad del aymarañol? Quizá que, Cárdenas, más que reflejar inventa lenguajes, reutiliza expresiones de la realidad -sobre todo marginal- de Bolivia para componer un discurso capaz de enfocar lo cotidiano (la pobreza, la corrupción, el racismo) de una forma en que lo rutinario hace perceptible sus contradicciones. Además, todo esto tiene un componente estético porque, al ser este lenguaje una producción del escritor, no refleja pasivamente las formas de hablar plebeyas y más bien construye formas novedosas que demuelen los lugares comunes del folklore, del “arte popular” y presenta espectralmente la fiesta plebeya y sus convidados usuales (contando a la policía) en medio de sus festines grotescos, con su borrachera patológica y sus estertores sexuales ambiguamente situados entre la libertad individual y la alienación cosificante.
En el fondo, la obra de Cárdenas desborda ese tipo de ideas idílicas como la complementariedad, la celebración ingenua de la diversidad y demás platos recalentados con los que quieren presentar todo el menú del Estado plurinacional. Desde la primera línea de Periférica Blvd. estallan las contradicciones del país mostrando que la desigualdad de clases y las opresiones de raza y género no son sólo problemas éticos sino estructurales.
La policía no cuida, hay que tener cuidado con la policía …
Contando cicatrices en el alma, dos oficiales de policía aparecen como personajes desdoblados para el lector que recorre los microrrelatos de Periférica Blvd. Es posible tomar el pasado de ambos uniformados (maltratos del padrastro, grafitero frustrado, perdedor de sus pugnas callejeras juveniles, migrante ilegal en Nueva York) como la base para entender el goce por la violencia, la corrupción como estrategia de sobrevivencia y el descarnado racismo como una de las manifestaciones más recurrentes de la condición subjetiva de los miembros del aparato represivo. Este aparato, en tanto pilar de sustento del régimen político y social, fomenta proporcionalmente a las violencias, la impunidad.
Uno de los oficiales de la ópera policial de Cárdenas, asesina a un rival de juventud en El Alto, involucra a gente inocente como sospechosa, las tortura, hace pisar el palito a su subordinado para rebajarlo al mismo nivel moral que él y lo chantajea para tenerlo como cómplice y coautor con el objetivo de evitar las consecuencias de sus crímenes. Es inevitable pensar en gentes como los oficiales de policía de Periférica Blvd. cuando uno recuerda a los uniformados que quemaron whipalas durante el golpe del 2019.
Modernidad grotesca
La modernidad amplía los modos en los que las personas desarrollan sus inclinaciones individuales al tiempo que las limita con rigor porque la vida está mercantilizada; como cuando alguien se hace policía porque siendo artista del grafiti se condena a morir de hambre.
Las identidades modernas son plurales porque los distintos grupos sociales y los individuos que les pertenecen asumen diversas estrategias para asumir la contradicción entre sus inclinaciones y las presiones del mundo mercantil. Algunos, como los oficiales de policía de Periférica Blvd, resuelven dicha contradicción con “realismo”; deniegan imaginariamente la contradicción y se dedican a cumplir un rol como garantes del orden social, asumiendo, eso sí, los costos de esta estrategia pues, en un mismo yo, conviven el sadismo autoritario de un torturador de “delincuentes” y la criatura capaz de derrumbarse y llorar como niño de pecho en el regazo de una prostituta.
Otra forma de conjurar la contradicción de las identidades modernas es la de Charlie Saavedra, el peluquero que en las noches se vuelve Charlotte. Este joven pluraliza sus vínculos sexuales porque su modesta peluquería le permite pagar un cuchitril recóndito ubicado en las laderas paceñas. Pero, aquí, el hedonismo drag queen puede tener como contracara también cierta dosis de sufrimiento, puesto que, de todas formas, es la misma modernidad capitalista la que incita a sostener la familia tradicional como el mejor medio para sobrevivir en el mundo capitalista, empujando a Charlotte, su pobreza, marginalidad e identidad sexual, a padecer múltiples formas de discriminación y violencias.
Para cerrar. En Bolivia, detrás de lo cotidiano -y no hay nada más cotidiano que la fiesta popular- suceden y se enredan todo tipo de historias, muchas de ellas bizarras y truculentas, que merecen contarse. Un buen contador de historias, además de confeccionar lenguajes que permitan transitar lo fantástico, escatológico, sublime y perturbador de la vida en los márgenes del capitalismo periférico boliviano, tiene que saber transmitir la suficiente dosis de asombro para incitar a repensar nuestro país. Si alguna vez cae una bomba atómica sobre la pacha que habitamos, alguien podrá usar la obra de Adolfo Cárdenas para imaginar cómo era vivir en las periferias sociales de este país en el siglo XXI.
[1] Este artículo fue publicado originalmente el 6 de marzo del 2023 en el sitio web de Bolpress.