A propósito de Lea Ypi, Libre. El desafío de crecer en el fin de la historia, trad. de Cecilia Ceriani, Barcelona, Anagrama, 2023.
Los años de perro de los ‘90 y la “educación sentimental” de una generación
Corría febrero o marzo de 1997. Quien escribe estas líneas por ese entonces comenzaba a militar en la izquierda revolucionaria, en el comienzo de la debacle de la Argentina neoliberal del gobierno de Carlos Menem que llevaría a las jornadas de diciembre de 2001, pero aún con el relato del “fin de la historia” y los ladrillos del Muro de Berlín como discurso e imagen muy hegemónicos. Creo que la primera “noticia de la lucha de clases internacional” que seguí por aquel entonces tenía que ver con el país de Lea Ypi: Albania, una nación europea oriental, balcánica, para mí remotísima. Una guerra civil se estuvo desarrollando allí entre enero y agosto de 1997, debido a las protestas contra el gobierno de Sali Berisha, un antiguo apparatchik del Partido Albanés del Trabajo (PPSH) que se había reciclado como un político “democrático” pro-occidental a comienzos de los años ‘90, cuando el país pasó de uno de los regímenes estalinistas más represivos y aislados del mundo a la plena restauración capitalista, junto con la mayoría del resto de los países del llamado “socialismo real” [1]. El motivo de la guerra civil albanesa tenía que ver con la crisis de una estafa gigantesca de “fondos piramidales” o esquemas Ponzi que abarcaba a casi toda la población. El país había abrazado la ilusión de la prosperidad capitalista y de la libertad luego de más de cuatro décadas de una dictadura carcelaria, pero le vendieron los espejitos de colores de los negocios fáciles del neoliberalismo. Es a partir de estos hechos que en la protagonista de las memorias que estamos reseñando se empieza a abrir el cuestionamientos a las ideas dominantes, a la par de una parte significativa de esa generación que tuvimos nuestra “educación sentimental” en los años de perro del neoliberalismo, a partir de experiencias similares.
Lea Ypi (1979) nació en Albania y hoy vive en Londres, donde es profesora de teoría política en la London School of Economics. Es especialista en el pensamiento de Immanuel Kant y de la Ilustración, y entre sus temas de investigación está la problemática de la migración. Empezó a escribir Free: A Child and a Country at the End of History, el original en inglés del libro que reseñamos y que ha tenido mucho éxito en Europa, y sobre cuya edición vamos a citar pasajes, durante la cuarentena forzada por la pandemia de Covid-19 en 2020, al principio con la idea de escribir un ensayo puramente filosófico sobre la forma en que el socialismo y el liberalismo abordaban el tema de la libertad, sus puntos en común y sus diferencias. A medida que iba reflexionando sobre esto, a Ypi le iban surgiendo ejemplos de su experiencia creciendo en Albania, contrastando entre la idea de socialismo, cómo el régimen de Enver Hoxha lo entendía, proporcionando un caso extremo de “socialismo en un solo país” [2] del cual la autora vivenció su derrumbe, y cómo luego se pasó al neoliberalismo también de la forma más extrema. El libro también abarca sus secuelas en la década del ‘90, pasando por la migración de la autora, por esos años, hacia Italia en un barco abarrotado de la mano de su madre, como fue el caso de millones de sus compatriotas desesperados y en la ruina. Entre las particularidades de los albaneses, una nación discriminada y con un tercio de su población viviendo fuera, está la de ser uno de los muy pocos Estados europeos con población mayoritariamente musulmana, herencia de más de cuatro siglos de dominación turca.
Lea Ypi proviene de una familia que antes de 1944 pertenecía a la burguesía y hasta incluso su bisabuelo gobernó el país durante un tiempo en un régimen títere del fascismo. Con el proceso de expropiación de las clases dominantes, los Ypi corrieron la misma suerte, y la familia vivió bajo el régimen de Hoxha con la sospecha crónica de ser “enemigos del pueblo”.
El primer capítulo del libro se llama “Stalin”, donde la autora recuerda cómo en la escuela, todavía bajo el régimen hoxhista, las maestras le hablaban del antiguo secretario general del PC de la URSS con la imagen idílica de un cuento de hadas, “el amigo de los niños”. Por eso recuerda cómo se encontró pronto abrazando una gigantesca estatua de bronce de Stalin solo para darse cuenta pronto, al mirar hacia arriba, que no tenía cabeza: se la habían cortado, porque habían comenzado las protestas que terminarían en la disolución del régimen de la República Popular de Albania, y esas protestas, como en el resto de los países del Este, se ensañarían con los monumentos:
¿Qué querían? ¿Por qué gritaban: "Libertad, democracia, libertad, democracia"? ¿Qué significaba? Nunca había pensado mucho en la libertad. No era necesario. Teníamos mucha libertad. Me sentía tan libre que a menudo percibía mi libertad como una carga y, a veces, como aquel día, como una amenaza [3].
La libertad, bajo el régimen estalinista de Hoxha, era entendida en términos de que el país estaba libre del capitalismo y de los fascistas, así como también de las “potencias revisionistas” como la URSS y China, y porque se veía como una suerte de faro para el Tercer Mundo. Este régimen, que tenía tal vez la forma más extrema posible del “socialismo en un solo país” que, como decía Trotsky, equivalía en la práctica a “socialismo en ningún país”, se traducía en una forma extremada aberrante de Estado obrero deformado, un Estado autárquico, donde el aislamiento total y el nacionalismo iban en la dirección opuesta del socialismo, y se traducía en una casta parasitaria y verticalista que administraba los medios de producción, lejos de ir en el sentido de una revolución en las relaciones sociales y en la esfera cultural, a la vez que extendiendo la revolución a nivel internacional. El hoxhismo llegó a tener a su alrededor un minúsculo grupo de seguidores en algunos partidos comunistas en el resto del mundo (los hubo, por caso, notoriamente en Brasil y, en una escala mucho más pequeña, incluso en Argentina), era una variante del estalinismo, con afinidades con el maoísmo más extremo, y que a su manera peculiar también fomentó a nivel mundial la colaboración de clases en alianza con “burguesías progresistas” y la coexistencia con el imperialismo.
Con el derrumbe del régimen autodenominado “socialista” en medio de las protestas:
Ahora soy consciente de algo que entonces no comprendía con claridad: las pautas que configuraron mi infancia, esas leyes invisibles que habían estructurado mi vida, mi percepción de las personas cuyos juicios me ayudaban a dar sentido al mundo... todo eso cambió para siempre en diciembre de 1990. (...) No sería exagerado decir que fue el día en que perdí mi inocencia infantil. Por primera vez me pregunté si la libertad y la democracia no serían la realidad en la que vivíamos, sino una misteriosa condición futura de la que sabía muy poco [4].
La revolución que aún no tuvo lugar
La autora piensa en la relación entre la libertad y la dominación política democrática. Para esto acude a recuerdos de discusiones con su padre con el marco de fondo de la cultura de la “Albania popular” previa a la restauración capitalista. A pesar del origen de su familia en las clases privilegiadas, no era ajeno a una cierta mentalidad igualitaria que era algo así como un buen sentido que muchas memorias de los años de los países del “socialismo real” atribuyen a las masas. La pequeña Lea, por ejemplo, discutía con su familia cuáles eran sus “revoluciones preferidas”. En medio de esas discusiones, ella cuenta cómo su padre seguía los eventos de la Primavera de Praga:
Estos acontecimientos habían bastado para convencerle de que, a menos que todos los que sufrían la injusticia en cualquier parte del mundo llegaran a ser libres, no podría lograrse ninguna victoria única y duradera. Por un momento, aquel verano había pensado que la libertad era posible y que requería resistir a la autoridad en todas sus formas. Pero las protestas estudiantiles habían fracasado, y los jóvenes de las plazas se habían convertido en políticos de carrera, transformando sus antiguos ideales de libertad en una vaga retórica de democracia. Ese fue el momento, explicó, en que se dio cuenta de que la democracia no era más que otro nombre para la violencia del Estado, una violencia que durante la mayor parte del tiempo sigue siendo una amenaza abstracta, que solo se materializa cuando los poderosos corren el riesgo de perder sus privilegios. (...) Era un espíritu libre atrapado en un orden político muy rígido, un hombre con una biografía que no había elegido pero que bastaba para determinar su lugar en el mundo. (...) Sin embargo, cuando intentaba articular todo esto de forma que otros pudieran entenderlo y relacionarse con él, cuando intentaba explicar lo que significaba alcanzar la libertad lejos de la maquinaria represiva del Estado y de la explotación del mercado, se quedaba sin palabras. Sabía a qué se oponía, pero le costaba defender lo que pensaba. En su cabeza se agolpaban frases, teorías, ideales, y luchaba por encontrar la manera de ordenarlos, de explicar sus prioridades y de compartir sus puntos de vista. Al final, todo estalló en mil pedazos: lo que sabía, lo que era, lo que intentaba ser, lo que quería que sucediera. Como las vidas de los revolucionarios cuyas muertes heroicas admiraba, como su revolución favorita, la que nunca había tenido lugar [5].
Blues de la libertad
El régimen de Hoxha, que decía de sí mismo que era la “dictadura del proletariado” y que esta forma de gobierno estaba bajo amenaza constante por el capitalismo, desapareció, y con él términos como “proletariado” y “burguesía”. La única palabra omnipresente a partir de la llegada del capitalismo era libertad. Y, sin embargo, ahora que la libertad para el capitalismo, entre otras cosas, supuestamente significaba la libertad de movimiento, el amargo despertar del sueño fue que se refería esencialmente al movimiento de capitales. Los albaneses, en medio del shock de la pérdida de empleos mediante la privatización de toda la economía estatal, lo habían entendido por su parte como la libertad de migrar a Occidente, pero ahí estaban las policías de frontera de Europa y las patrullas marítimas hundiendo botes enteros de migrantes desesperados para desmentirlo. Viva la libertad, carajo…:
Occidente, inicialmente poco preparado para la llegada de miles de personas deseosas de un futuro diferente, pronto perfeccionaría un sistema para excluir a los más vulnerables y atraer a los más cualificados, todo ello mientras defendía las fronteras para "proteger nuestro modo de vida". Y sin embargo, quienes buscaban emigrar lo hacían porque se sentían atraídos por ese modo de vida. Lejos de suponer una amenaza para el sistema, eran sus más fervientes partidarios. Desde el punto de vista de nuestro Estado, la emigración fue una bendición a corto plazo y una maldición a largo plazo. Actuó como una válvula de seguridad inmediata para aliviar la presión del desempleo. Pero también privó al Estado de sus ciudadanos más jóvenes, más capaces y, a menudo, más educados, y desgarró familias. En circunstancias normales, habría sido más deseable que la libertad de circulación incluyera la libertad de permanecer en el propio lugar. Pero estas no eran circunstancias normales. Con miles de fábricas, talleres y empresas estatales que se enfrentaban a cierres y recortes, marcharse era como aceptar el despido voluntario. (…) También podría habérselo llamado robo, salvo por el hecho de que un individuo se apropie de recursos comunes constituye el fundamento mismo de la propiedad privada [6].
La madre de Ypi, de mentalidad más aristocrática y más dispuesta a acomodarse al nuevo orden capitalista, le sirve también como vehículo para describir los sentidos comunes de los ‘90 y de la “restauración burguesa”. Según ella, no había que estar pensando en lo que el Estado podía hacer por uno (teniendo en mente el Estado “socialista”) sino qué es lo que uno podía hacer para no depender del Estado. Para ella, medidas como los cupos femeninos y ese tipo de “discriminación positiva” solo servían para corromper a los individuos y empoderar burocracias, y la clave justamente era dejar de pensar en términos de colectivos. Todo ahora pasaba por la sociedad civil, el reino del productivo egoísmo contra la tentación de lo común (¿les suena?).
Mientras tanto, su padre termina encontrando un empleo como administrador del puerto de la ciudad de Durrës, donde la conciencia le remuerde al tener que ejecutar la orden de “racionalización” (es decir, despidos) que la lógica del nuevo sistema impone:
El socialismo le había negado la posibilidad de ser quien quería ser, de cometer errores y aprender de ellos, y de explorar el mundo en sus propios términos. El capitalismo se lo negaba a los demás, a la gente que dependía de sus decisiones, que trabajaba en el puerto. La lucha de clases no había terminado. Él lo comprendía. No quería que el mundo siguiera siendo un lugar donde se destruye la solidaridad, donde solo sobrevive el más fuerte y donde el precio del éxito para algunos sea la destrucción de la esperanza en los otros. A diferencia de mi madre, que creía que los seres humanos eran naturalmente propensos a hacerse daño mutuo, él creía que había un núcleo de bondad en todos, y que la única razón por la que no emergía era que vivíamos en las sociedades equivocadas. Pero no podía decir cuáles eran las sociedades correctas; no podía aportar ejemplos de ningún lugar en el que las cosas funcionaran [7].
“Los filósofos hasta ahora han interpretado de diversas maneras el mundo…”
Luego de un período en que su padre decidió desarrollar por un tiempo una carrera política siendo electo diputado por el Partido Democrático de Sali Berisha, hacia finales de 1997, el de la guerra civil albanesa de la que hablamos al comienzo, llegó para Lea Ypi la conclusión de la escuela secundaria y de la decisión de seguir una carrera universitaria: “La elección me resultó terriblemente difícil (…) Me preguntaba cuál sería su papel a la hora de ayudarnos a dar sentido a esta cosa llamada historia, que consideramos algo más que una secuencia caótica de personajes y acontecimientos, y sobre la que proyectamos un significado, un sentido de dirección y la posibilidad de aprender sobre el pasado y utilizar ese conocimiento para dar forma al futuro”.
Todas estas dudas la llevaron a decantarse por estudiar filosofía, para descontento de su familia, sobre todo por el temor de que esa disciplina la terminara convirtiendo en algo parecido a los toscos propagandistas del “marxismo” que a instancias del Partido habían dado clase en las escuelas de la ya fenecida Albania hoxhista, sumado al desdén de su padres por las “grandes teorías”. Ypi les prometió mantenerse lejos del marxismo, pero…
Como migrante y estudiante universitaria en Italia, ya en el crepúsculo del siglo de guerras, crisis y revoluciones que se había cerrado con la “derrota del comunismo”, Ypi se hace amiga de otros estudiantes. Muchos de ellos se consideraban socialistas. Fue allí que escuchó nombres como los de Rosa Luxemburg, León Trotsky o el Che Guevara. Así, se sumó a grupos de estudio de El capital:
Recordaba muchas de las palabras clave –capitalistas, trabajadores, terratenientes, valor, ganancia– y resonaban dentro de mi cabeza con la voz y las formulaciones simplificadas de mi profesora Nora, adaptadas para escolares. Los individuos, escribió Marx en las primeras páginas, "solo son tratados en la medida en que son personificaciones de categorías económicas, encarnaciones de relaciones de clase e intereses de clase particulares". Pero, para mí, detrás de cada personificación de una categoría económica, estaba la carne y la sangre de una persona real. Detrás del capitalista y del terrateniente, estaban mis bisabuelos; detrás de los obreros, estaban los gitanos que trabajaban en el puerto; detrás de los campesinos, la gente con la que mi abuela fue enviada a trabajar al campo cuando mi abuelo fue a la cárcel, y de quienes hablaba con condescendencia. Era imposible terminar de leer y seguir adelante como si nada.
El redescubrimiento de un marxismo en clave libertaria
Hoy en día, Lea Ypi se identifica como una “marxista kantiana”. Cuenta que su madre le reprocha que escriba artículos sobre la dictadura del proletariado, algo que asocia con la terrible experiencia del régimen de Enver Hoxha. Pero aquí está el tema. La idea que recorre todo el libro de Lea Ypi es que la mejor forma de entender el socialismo sería verlo como una teoría de la aproximación a la libertad humana en la historia. Pero, luego de la caída del Muro de Berlín, la palabra libertad es considerada patrimonio exclusivo del liberalismo. Nuestra autora, sin embargo, considera que el liberalismo es estructuralmente inconsecuente para llevar a cabo la radicalización de la libertad del ser humano, el capitalismo no está a la altura de encarnar el compromiso con la libertad que dice tener. Entonces es allí donde encuentra el punto de partida del marxismo. Y sin embargo, de forma provocadora, Ypi suele aplicar el término con el que la propia Albania de la Guerra Fría se autopercibía: como socialismo. Esto ha llevado a que algunas críticas superficiales consideren su libro como una suerte de apología del estalinismo. Sin embargo, a pesar de esa ambigüedad, ella deja en claro en qué medida considera a la vieja Albania como “socialista”: “Los límites de la realización el socialismo dentro de un Estado-nación, de la construcción de una crítica del capitalismo que se supone global y transnacional, pero que acaba reflejándose en la vida de una nación concreta” [8].
Y aquí entra la noción de dictadura del proletariado, que ella entiende como una forma de Estado y por lo tanto de dominación. La revolución proletaria no puede instaurar inmediatamente el socialismo: el período de transición pasa por la dictadura proletaria. Como forma de Estado se mantiene como una máquina que continúa la lucha de clases en forma revolucionaria oprimiendo a una minoría explotadora. Ella entiende la dictadura proletaria en el sentido de Marx como una experiencia democrática en el sentido regimental de la palabra, es decir, una forma de gobierno que todavía tiene formas de coerción pero en este caso de la mayoría de los trabajadores y el pueblo pobre contra una minoría de explotadores. Desde el pensamiento al respecto de León Trotsky, cuando reflexionaba en la década de 1930 sobre el ascenso de la burocracia estalinista al poder, uno podría agregar que esto se debe expresar en instituciones de autogobierno de las masas, del tipo de soviets o consejos de trabajadores, con pluralidad de partidos dentro del marco de esa democracia de los productores. Lea Ypi entonces reflexiona:
Muchas cosas han salido mal en estas sociedades comunistas o socialistas que se autodenominaban “dictadura del proletariado”. Lo primero que falla es el distanciamiento entre el partido y el pueblo; hay una desconexión entre las instituciones del partido y las instituciones del pueblo en la base. Así, no se convierte en la dictadura del proletariado sino, de hecho, en la dictadura para el proletariado; en otras palabras, el proletariado es un receptor pasivo del gobierno del partido. El proletariado nunca es un representante, nunca está representado y nunca toma decisiones por derecho propio, con agencia propia [9].
Podríamos agregar que la dictadura del proletariado en Marx y la tradición del marxismo revolucionario posterior de Rosa Luxemburg, Lenin y Trotsky, no era un fin en sí mismo sino una forma de gobierno transicional al socialismo y al comunismo. No se trataba de fijar, al estilo del estalinismo, algo así como “dictaduras proletarias” permanentes, que por la propia lógica de los límites impuestos por el capitalismo no pueden sino terminar en dictaduras burocráticas, sino en entender a la clase trabajadora como el sujeto que, por su misma negación radical de la explotación capitalista, puede abrir las puertas mediante su propia liberación a abolirse a sí misma como clase y dar lugar por primera vez en la historia a una sociedad universal, verdaderamente humana y no solamente “de clase”. Para Trotsky, la verdadera historia comienza con la humanidad plenamente consciente de sí misma, dominando el reino de la necesidad, una perspectiva que solo puede abrir el comunismo [10]. El propio mecanismo de tener que apelar a una revolución y a la dictadura del proletariado son algo del orden de la prehistoria, aunque son ese preciso primer paso esencial para desandar el largo trecho que va del reino de la necesidad al reino de la libertad. La negación de todo esto y en su lugar crear un “comunismo” carcelario fue el enorme servicio que el estalinismo en todas sus variantes, tanto la clásica como la maoísta o la de Enver Hoxha, brindó al capitalismo.
Lea Ypi lo expresa de esta manera:
Considero que la dictadura del proletariado es algo poderoso (y me he ceñido al término "dictadura del proletariado" en parte para ser deliberadamente provocadora) porque representa, para mí, una república democrática igualitaria fundamentalmente radical. Pero sigue siendo una república, y sigue necesitando que la ley y el Estado funcionen de una determinada manera. Hay algo en mí que cree que el verdadero horizonte de la libertad está allí donde se trasciende la necesidad de instituciones coercitivas que medien en un régimen democrático. Creo que es también lo que diferencia la tradición marxista o socialista de la tradición liberal [11].
Es muy interesante la evolución de la autora, desde la experiencia de primera mano de un país autodefinido como “socialista”, que en la medida en que se le reveló como una sociedad tremendamente opresiva, en un principio la llevó a rechazar el socialismo, para luego vivir la experiencia de lo que implicó la restauración capitalista en los términos más radicales, similares a las distopías de los actuales anarcocapitalistas libertarianos. De esa manera, sin embargo, pudo darle sentido a su experiencia y a (re)descubrir el marxismo en su esencia verdaderamente libertaria. En este sentido, Libre es una gran lectura que lleva la discusión de la filosofía política al terreno de la experiencia vivida y va a contramano de los relatos nuevamente en boga que resucitan, ahora como farsa, el vocabulario del “fin de la historia” del momento de auge del reaganismo-thatcherismo.
COMENTARIOS