Este 9 de abril, aniversario de la Revolución de 1952, reproducimos el prólogo, escrito por Javo Ferreira, del libro póstumo de Eduardo Molina "Revolución Obrera en Bolivia - 1952: Crisis, guerra e insurrección en el corazón de Sudamérica", presentado en la Universidad Mayor de San Andrés en septiembre del 2022. Las lecciones que dejó esta gran gesta revolucionaria son de enorme actualidad no solo para comprender el agotamiento del actual ciclo político, dirigido por el MAS, sino también para contribuir a la lucha por un partido de los trabajadores y trabajadoras, socialista y revolucionario, que se proponga el combate por desarrollar la autoactividad y la autoorganización de las masas como un puente para pelear por el socialismo, sin patrones y desde abajo.
Domingo 9 de abril de 2023 14:00
Javo Ferreira es editor de La Izquierda Diario de Bolivia y dirigente de la Liga Obrera Revolucionaria-Cuarta Internacional (LOR-CI). Aquí, además de presentar la obra de Molina entabla una polémica con las interpretaciones de la historia de Bolivia y de la revolución, en particular con las que se cifran en René Zavaleta Mercado y una reflexión acerca de la actualidad de los debates en relación a la idea de “lo nacional-popular”.
PRÓLOGO
Eduardo Molina, fallecido en septiembre de 2019, dedicó sus últimos años de vida al estudio y a la elaboración teórica centrada en ese gran acontecimiento histórico y político que fue la Revolución del 9 de abril de 1952. Lo hacía no solo por la comprensión que semejante acontecimiento ameritaba como fuente de lecciones revolucionarias que era necesario dejar a las nuevas generaciones de trabajadores y trabajadoras, sino porque luego de la insurrección alteña de octubre de 2003 y el posterior gobierno de Evo Morales y el MAS, y pese a las enormes transformaciones llevadas a cabo, primero durante el ciclo neoliberal y luego por el neodesarrollismo de Evo Morales, parecía que Bolivia no lograba superar las enormes contradicciones legadas del pasado: el racismo, la pobreza y más en general la dependencia de los vaivenes de la economía internacional y del imperialismo.
En sus casi treinta años de residencia en Bolivia, donde militó bajo las banderas del trotskismo al servicio de la revolución socialista, Eduardo alcanzó un vasto y profundo conocimiento no solo de la realidad del país, sino también, más en general, de la historia y la política latinoamericanas, contribuyendo con innumerables publicaciones. El presente volumen contiene gran parte de su trabajo, y es un importante aporte a las nuevas generaciones de revolucionarios y revolucionarias socialistas.
El libro, que consta de seis partes, tiene una destacada reflexión sobre acontecimientos previos a la gesta de abril de 1952, que son los que terminaron dando forma al desarrollo de la Revolución. Entre estos apartados hay que destacar las reflexiones sobre las características de la formación social boliviana previa, el carácter racista del Estado oligárquico republicano y cómo ese carácter –pese a la modernización capitalista que significó el período posterior a la revolución– se ha mantenido. Ocupa además un lugar destacado el papel de la Guerra del Chaco, no solo como la expresión de una profunda crisis estatal, sino, principalmente, como crisol en el que se iban a fundir todos los elementos que darían lugar al surgimiento del nacionalismo-burgués como ideología dominante del período prerrevolucionario, y también de las décadas siguientes a la revolución, hasta el inicio del ciclo neoliberal en 1985. Vinculado a esto, la reflexión sobre los gobiernos del llamado “socialismo militar”, que se prolongaron hasta el gobierno de Gualberto Villarroel y, finalmente, el estudio crítico del Sexenio, muestran una dinámica que resulta mucho más contradictoria que la mirada brindada por la historiografía “oficial” nacionalista. La importancia de aquel momento histórico radica en el hecho de ser un período en el que las huelgas y los enfrentamientos de clase pueden ser comprendidos como verdaderas “escuelas de guerra” como las definía Lenin, resultando claves en la construcción de la subjetividad obrera que conduciría a la insurrección del 9 de abril.
La experiencia militante de Eduardo y el conocimiento que poseía de la realidad nacional lo convirtió en un punto de apoyo fundamental de la LOR-CI [1] a la hora de abordar los diversos problemas teóricos y políticos que se presentaron luego de la Guerra del Agua en Cochabamba, en abril de 2000, y en el inicio del ciclo político altamente convulsivo que se prolongó por lo menos hasta 2008, con la aprobación de la Constitución Política del Estado (CPE). Gran parte de sus contribuciones a la lucha política socialista y revolucionaria se pueden rastrear en las páginas de Lucha Obrera primero y luego en Palabra Obrera, y también en publicaciones como Revista de los Andes y Lucha de clases, editadas durante esos convulsivos años, además de las diversas publicaciones de nuestra corriente internacional como era Estrategia Internacional y posteriormente en la red internacional de La Izquierda Diario.
Su partida le impidió ver el golpe de Estado contra Evo Morales y el MAS de octubre-noviembre de 2019, que mientras clausuraba el ciclo político de catorce años de “evismo” abría un nuevo momento político en el país signado por una profunda crisis política y estatal. El cierre del primer ciclo “progresista” puso de relieve los profundos límites del proyecto nacional y popular, que pese a los importantes cambios constitucionales y legales de inspiración democrática no pudo resolver los grandes problemas nacionales como la cuestión agraria –que amenaza hoy con volver a ser un centro de las disputas políticas y regionales– ni el racismo –que afloró con inusitada violencia en las jornadas del golpe de Estado y durante el gobierno de facto de Jeanine Áñez– ni, finalmente, el carácter dependiente y subordinado de la economía nacional a los vaivenes externos. Pareciera que el papel de los “progresismos” nacionales y populares se ha limitado a mantener los mismos problemas y las mismas contradicciones que les permitieron llegar al gobierno, en un plano superior, distinto, pero sin resolución de ninguna forma. Algo similar ocurrió con el ciclo “nacional y popular” que va desde abril de 1952 a noviembre de 1964, que es el objeto de estudio del presente texto.
Recuerdo que allá por el año 2007 o 2008 en uno de los regulares viajes que realizaba al centro minero de Huanuni, habíamos coordinado una reunión con varios trabajadores del subsuelo, oportunidad en la que fuimos con el amigo y camarada Eduardo Molina. El viaje, que demandaba desde la ciudad de La Paz unas cinco a seis horas en aquel tiempo, imponía la necesidad de coordinar detalladamente el horario y la duración de los encuentros para evitar esfuerzos que cayeran en saco roto por imprevistos que pudieran surgir. En esa ocasión, sin embargo, y pese a tener todos los preparativos de la reunión ajustados, al llegar al pueblo de Huanuni vimos una sorprendente calma en la localidad. Algo había provocado un escaso movimiento de vehículos y gente en el pueblo, casi como un feriado. Los intentos de comunicarnos con nuestros compañeros con los que debíamos llevar adelante la mencionada reunión fueron todos fallidos, hasta que luego de prolongados minutos recibimos la llamada de uno de los compañeros disculpándose e informando que por alguna razón –que hoy no recuerdo, pero que tenía un carácter sindical o social– todos los trabajadores se habían desplazado a la ciudad de Oruro, y que por lo tanto la reunión no podía llevarse a cabo. Recuerdo que ante tan agria noticia, muy común en la experiencia militante, nos sentamos en el cordón de la vereda de la plaza de Huanuni, casi como esperando que alguien pasara y nos dijera “¡Reunámonos, acá estamos!”, salvando el día y el viaje al que aún le faltaban las seis horas del retorno. Eso no sucedió. Conversábamos intentando comprender las causas del fracaso y por qué los trabajadores actuaban tan disciplinadamente ante eventos sociales o sindicales pero sin la misma pasión a la hora de abordar reuniones que versasen sobre la construcción de un partido o una organización revolucionaria. A lo largo de la conversación durante el retorno a La Paz, Eduardo recordaba una afirmación de Zavaleta Mercado en la que se ponía de relieve el carácter “raquítico” de las organizaciones políticas de la izquierda boliviana, las que para poder existir se veían obligadas a refugiarse o actuar detrás de algún organismo sindical, que en definitiva eran los que tenían la capacidad de organizar, movilizar e incluso contener la vida y las actividades sociales de los mineros y más en general de todo el pueblo de Huanuni, en el caso de nuestra anécdota. La característica señalada por Zavaleta daba cuenta de un fenómeno que diferenciaba al movimiento obrero boliviano de sus pares chileno o argentino, por ejemplo, en el que la casi inexistente tradición de militancia política era cubierta por una disciplinada y extendida tradición de “militancia sindical o social”, resultado de las formas en que se había producido la revolución de 1952 y el peso de los sindicatos, a partir de esa gesta revolucionaria.
En ese momento Huanuni era el último reducto obrero que aún conservaba ciertas características del viejo movimiento obrero minero, heredero de la cultura y las tradiciones forjadas luego del proceso de Abril y durante la segunda mitad del siglo XX. La ofensiva neoliberal, impulsada por el Decreto Supremo 21 060 en 1985, había logrado vaciar los centros mineros con la llamada “relocalización”; había inaugurado un proceso de profunda reconfiguración en la composición de la clase obrera boliviana, abriendo nuevas áreas de asalarización en los servicios, la agroindustria, las manufacturas y otras, así como alentó la migración de las familias mineras a las regiones de colonización, como es el caso del Chapare cochabambino.
La clase obrera ya no sería la misma que había conocido el siglo XX y que había protagonizado no solo la revolución de 1952, sino además importantes gestas como fueron la puesta en pie de la Asamblea Popular en 1971, la resistencia obrera a los golpes militares, o las llamadas “Jornadas de Marzo” de 1985, último intento proletario de abrir un curso revolucionario ante la ofensiva neoliberal en camino. Pero para inicios del siglo XXI de ese movimiento obrero no quedaba nada, salvo Huanuni [2]. Mediante una solitaria pero valiente y casi heroica resistencia, sus obreros se habían negado a abandonar el centro minero, como se habían abandonado los principales distritos de Llallagua, Siglo XX, Catavi y Pulacayo, y decenas de campamentos más del subsuelo. Pero luego de años de dificultades –y cuando el precio del mineral comenzó a subir– el gobierno de Hugo Banzer y Tuto Quiroga decidió “revivir” el yacimiento para entregarlo en un contrato de riesgo compartido a la trasnacional Allied Deals, en marzo de 2000. Comenzó entonces en Huanuni un nuevo capítulo de resistencia y de lucha, primero para imponer el control obrero colectivo y expulsar a la trasnacional; luego en octubre de 2003, constituyéndose en la “guardia obrera” de la insurrección alteña; posteriormente en 2006, por la defensa del yacimiento ante el intento de privatización impulsado por el MAS y su ministro cooperativista, Walter Villarroel. Años después, en 2013, para constituir el Partido de los Trabajadores, una experiencia que sería derrotada con represión por el partido de gobierno. Toda aquella experiencia de lucha obrera que se mantenía como una chispa en el reducto minero de Huanuni, hoy ya desaparecida por la acción del MAS [3], amerita recuperar esa historia, aprender de la misma y dejar esas reflexiones y lecciones a las nuevas generaciones de trabajadores y trabajadoras para preparar los combates del porvenir. Esa experiencia fallida de una reunión en Huanuni fue una de las diversas fuentes que permitió empezar a alimentar el entusiasmo y la elaboración de Eduardo Molina para el texto que estamos presentando.
La revolución de 1952 además de haber significado una modernización del capitalismo local dejó una profunda huella en la cultura política boliviana, que iría desde una permanente disputa por las calles hasta un extremismo verbal difícil de comprender para el observador externo. La cultura política legada del pasado siglo XX se manifiesta en los sectores populares en fuertes tendencias a la organización social y sindical, y si bien ha venido siendo socavada durante todo el ciclo neoliberal, aún continúa siendo la tendencia más fuerte entre los trabajadores y los sectores populares. Pero lamentablemente este hecho terminó conduciendo a las organizaciones de izquierda a buscar atajos que permitieran superar ese estado de raquitismo político, al precio de terminar sacrificando una estrategia y una política independientes en pos de una práctica estrechamente corporativa y sindicalista. Entonces, surge de forma inevitable la siguiente pregunta: ¿si la revolución de 1952 terminó de sancionar una cultura política que podríamos definir junto con Zavaleta de “resistencia”, de qué modo podríamos recuperar de ese mismo acontecimiento histórico las lecciones que permitan sembrar otra cultura política centrada en cómo pasar a la “ofensiva”? ¿Qué lecciones extraer de la revolución para recuperar una estrategia y una política independientes que nos permitan vencer? De estas cuestiones clave versa el trabajo de Eduardo, es decir, es un texto que apoyándose en el pasado, en la historia, busca contribuir a la preparación del futuro. Su entusiasmo en la elaboración del presente libro estaba profundamente ligado a la necesidad de extraer lecciones revolucionarias de la gesta de Abril. Lo hacía con el propósito de contribuir a la preparación de los y las trabajadoras, así como de su vanguardia política, a un rearme teórico, programático y político que contribuyese a forjar las herramientas necesarias para la construcción de una organización socialista revolucionaria que, como parte de su estrategia, avanzara en conquistar una disposición y la voluntad de vencer a las clases dominantes.
El “paradigma” del nacionalismo pos 1952 y la necesidad de una interpretación socialista revolucionaria
La elaboración de Eduardo Molina que presentamos en estas páginas tiene un doble carácter polémico ya que, por un lado, pretende avanzar en la recuperación histórica de la mayor experiencia de lucha social desplegada en el país frente a la construcción histórica impuesta por el MNR de “revolución nacional”. Por otro lado, porque polemiza con una tendencia surgida en los últimos años de inspiración indigenista o autonomista que ha buscado relativizar la importancia de la revolución, sobre la base de tomar como referencia la extensión de los derechos de los pueblos originarios establecida con el gobierno de Evo Morales y la Constitución Política del Estado de 2009 en contraste con 1952, momento en el cual lo “nacional y popular” buscó homogeneizar a estos pueblos en la bolivianidad. La visión del MNR construida al servicio de un capitalismo nacional precisó relativizar a lo largo de la historia la importancia de la acción obrera que dio lugar a la revolución. Esta visión es compartida por la intelectualidad académica y política del país, que desde un ángulo de izquierda coincide con la historiografía nacionalista en disminuir la potencialidad de la clase trabajadora, contribuyendo de esta manera a una naturalización del resultado histórico obstaculizando la posibilidad de pensar un desarrollo alternativo de los acontecimientos, es decir, obturando la posibilidad de explorar las condiciones que hubieran permitido la transformación de la revolución de 1952 en una revolución anticapitalista sobre la base de un posible gobierno de las y los trabajadores en alianza con el campesinado y los sectores populares.
Esta posibilidad teórico-política implicaba desde el inicio un combate al MNR, cuestión que Zavaleta y más en general los intelectuales rechazaron. La intelectualidad contemporánea, dejando de lado ciertos trabajos historiográficos interesantes que abordan desde ángulos diversos el ciclo político 1952-1964 con los que dialoga también esta obra, en general tiende a tomar en todas sus elaboraciones los trabajos de René Zavaleta Mercado como punto de partida. Los postulados de Zavaleta son aceptados acríticamente por un amplio espectro intelectual, que va desde el mismo oficialismo del MAS, con Álvaro García Linera al frente, hasta llegar a quienes sostuvieron el golpe de Estado de octubre-noviembre de 2019, como el autonomista y ex viceministro del MAS, Raúl Prada; pasando por académicos destacados y estudiosos de la obra de dicho autor como Luis Tapia, hasta sectores del indianismo posmoderno como Silvia Rivera Cusicanqui.
Podríamos afirmar que la ideología del llamado nacionalismo revolucionario, consolidada luego del triunfo de abril de 1952, se erigió como un verdadero “paradigma”, como lo denominó Luis H. Antezana [4]. Luis Claros en sus estudios sobre la obra de este autor afirma:
… cuando surge un paradigma, las disputas radicales son eliminadas, y la gama de problemas y formas de abordarlos es reducida. Ello ocurre porque el surgimiento de un paradigma […] implica su aceptación universal, por tanto, la configuración de un mundo en el cual los sujetos se mueven como el único mundo posible [5].
En cierta forma luego de Abril todos los actores políticos terminaron moviéndose en “ese mundo posible”, es decir, se adaptaron a los presupuestos teóricos y políticos establecidos por el MNR, incluyendo a quienes por su ideología –como el POR– estaban llamados a combatirlo.
Es por este motivo que Eduardo Molina, si bien discute con un abanico de intelectuales, se centra en la reflexión sobre autores como Zavaleta, Lora, Céspedes y otros que continúan ocupando un lugar destacado en la academia, e incluso están siendo revalorizados a partir del ciclo “progresista” vivido en Latinoamérica. La convergencia de los pensadores más diversos en los postulados teóricos de Zavaleta obedece en esencia a tres razones interconectadas estrechamente. Por un lado, desde las preocupaciones e intereses de la academia universitaria, las obras de Zavaleta ocupan un destacado sitial al considerarlo uno de los pioneros en la “producción del conocimiento local”, como subrayó Luis Tapia. Esta producción de un conocimiento interno le habría permitido a Zavaleta superar los intentos de explicar las complejidades sociales, recurriendo a conceptos y categorías formuladas para otras latitudes que se habrían manifestado estrechas o insuficientes para dar cuenta de los fenómenos sociales del espacio andino. Una segunda explicación de este reverdecer tiene que ver con los objetivos políticos concretos que durante su vida Zavaleta encarnó, que se basaron fundamentalmente en pensar las vías para la construcción de un Estado-nación moderno, y por lo tanto del combate contra todo lo que buscara superar esa “etapa” necesaria del desarrollo nacional, razón por la cual uno de los interlocutores permanentes en su obra fue Guillermo Lora. Zavaleta, en este sentido, va a ser uno de los pensadores más destacados en negar la posibilidad de una revolución socialista en estas tierras, pese a lo que retóricamente afirman sus seguidores. Finalmente, este perfil académico y de “político realista” se vio casi automáticamente revalorizado luego de la caída de la ex URSS y del llamado “socialismo real”, que puso a la orden del día la creencia en el fin de cualquier universalismo y la preeminencia de lo particular, como partes del desarrollo del pensamiento posmoderno.
En este sentido, en las páginas que siguen encontraremos que Eduardo Molina buscó reconstruir los acontecimientos destacados de los procesos pre y pos revolucionarios sobre la base de una interpretación de los mismos que combatiera a ese “mundo” construido sobre el papel paradigmático que ha cumplido el nacionalismo-burgués del MNR. Su elaboración sienta las bases para una reconstrucción de la historia en clave socialista revolucionaria, es decir, negando precisamente ese carácter paradigmático, explicándolo como el resultado de la adaptación política de las organizaciones marxistas revolucionarias a los mezquinos objetivos de reducir toda la acción de masas presente en aquellos días a un capitalismo nacional. Para mencionar solo un ejemplo de lo que decimos, podemos referirnos al papel de la Guerra del Chaco en los años 1930 que para la historiografía oficial fue el elemento constitutivo de la “conciencia nacional”, olvidándose que en los centros mineros se había forjado otra conciencia hostil a la guerra, crecientemente independiente, que se expresó en las grandes gestas obreras y que alcanzó la cúspide durante las Jornadas de Abril, por lo que necesariamente su estudio socaba las bases del paradigma nacionalista que fueron las arenas del Chaco, como desarrollará el libro.
Zavaleta Mercado, el teórico de lo “nacional-popular” más influyente hasta la actualidad
La intelectualidad que hoy es la usina ideológica del MAS, lo que se conoce como lo “nacional-popular” –cuyo mayor exponente se encuentra en la figura del ex vicepresidente de Evo Morales, Álvaro García Linera–, ha mantenido y profundizado las elaboraciones teóricas y políticas del mayor representante teórico del nacionalismo-burgués de izquierda, René Zavaleta Mercado. Su adscripción militante al MNR –partido del que luego oficiara como diputado, y en la antesala del golpe de Barrientos en 1964, como ministro de Minería de un gobierno que ya estaba completamente desfigurado por su carácter abiertamente proimperialista y contrarrevolucionario ante los trabajadores– marcará a fuego su pensamiento, en el que pese a su posterior evolución hacia el estalinismo del PCB, la búsqueda por construir un capitalismo nacional y democrático jamás fue abandonada.
Esto tiene una importancia fundamental, ya que diversas categorías acuñadas en su obra, como por ejemplo el término de “abigarramiento” para dar cuenta de las particularidades de la formación económico-social boliviana, están explícitamente formuladas para dar un sustento teórico y otorgar legitimidad a la “revolución nacional”, negando de antemano la posibilidad de la transformación de esta revolución en una revolución socialista sobre la base de la ruptura de la clase obrera con el MNR. El concepto de “sociedad abigarrada” entendida como amalgama inorgánica de diversas formas de organización económica y social de orígenes precapitalistas, que se articulan con la estructura capitalista, emerge así en oposición radical al concepto de “desarrollo desigual y combinado” formulado por Trotsky para comprender la articulación orgánica y totalizadora de diversas formas económico-sociales heredadas del pasado con la dominante economía y sociedad capitalistas, fundamento último de la teoría-programa de la revolución permanente, es decir socialista, en los países atrasados. De manera más actual, Silvia Rivera ha retomado el concepto de abigarramiento de la sociedad acuñado por Zavaleta en la formulación de Ch’ixi, palabra aymara que puede dar cuenta no solo de una multiplicidad de colores amalgamados sino de una textura constituida por “pixeles”, por decirlo de alguna forma, que pese a su amontonamiento, mantienen su propia identidad. Esta persistencia teórica y académica de negar la combinación y la articulación orgánica de los diversos componentes que hacen a la formación económica y social boliviana obedece, como ya hemos señalado, a la voluntad política de negar cualquier posibilidad de superación de los presupuestos de una democracia liberal y de un capitalismo nacional por parte de la clase obrera en un sentido socialista.
La revolución y sus lecciones para el presente: ¿hacia la eMNRización del MAS?
A lo largo de las páginas del libro, al estudiar la evolución de la situación política luego de la revolución del 9 de abril, podremos ver cómo las tensiones comienzan a crecer dentro de las filas del MNR, y el creciente distanciamiento entre la clase obrera y la cúpula del partido encabezada por Víctor Paz. Este distanciamiento en 1954 se convirtió en ruptura abierta con el primer Congreso de la COB y cuando las milicias obreras ya habían sido desarmadas, debido a la creciente subordinación del gobierno a la política de la embajada estadounidense y a la aplicación de planes económicos antiobreros. Si en un primer momento el MNR contaba con el apoyo de vastos sectores populares, esto fue cambiando aceleradamente al punto de que el régimen de conjunto adquiría un comportamiento cada vez más represivo y autoritario, sostenido por el movimiento campesino, gracias a la paulatina entrega de tierras a las comunidades y a la cooptación estatal de las organizaciones agrarias. Lo sostendría también la embajada de Estados Unidos temiendo que la crisis y las debilidades del gobierno fueran aprovechadas por las fuerzas de izquierda, que al distanciarse del MNR adoptaran una posición cada vez más beligerante. Así, el nacionalismo revolucionario, al llegar el año 1964, se encontró atravesado por profundas divisiones internas, tanto por derecha con Bedregal al frente, como por izquierda con Lechín a la cabeza de la COB y de la FSTMB; mientras Víctor Paz intentaba contener las fuerzas centrífugas del gobierno, recurriendo al recientemente creado ejército nacional, a la policía y a los servicios secretos del temible ministro del Interior, San Román. La crisis económica había restado todo margen de maniobra, primero al gobierno de Siles Zuazo en 1955, y luego al mismo Paz a partir de 1961, empujándolo a tener que aplicar durísimas medidas de ajuste fiscal, particularmente sobre la COMIBOL y las principales empresas mineras del país. El personal político del MNR se vio obligado a despojarse de toda la demagogia nacionalista y actuar de manera creciente como fuerza de choque antiobrera y antipopular para sostener a un gobierno visto por el imperialismo y las clases dominantes como la última trinchera frente a la resistencia obrera y el ascendente de las organizaciones marxistas.
Esta evolución del MNR –desde un nacionalismo supuestamente revolucionario hasta terminar convirtiéndose en la única garantía para la estabilidad del Estado nacional, el capitalismo boliviano y la política estadounidense en el país– fue acelerada por la enorme acumulación de contradicciones económicas y sociales que la revolución no había podido resolver y que alimentaban el desengaño y la movilización de los sectores populares. La evolución fue tan rápida que la contrarrevolución con el golpe de Barrientos, en noviembre de 1964, surgió de las mismas filas del MNR. El general al momento de la asonada derechista era el vicepresidente de Paz y el ejército, que había sido embellecido como un ejército “nacional”, terminó siendo la nueva expresión de la violencia de las clases dominantes y del imperialismo en Bolivia. Fue tan pronunciado el giro a derecha del MNR que, luego del gobierno de Barrientos y el esbozo de un giro a izquierda con el gobierno de Ovando y posteriormente de Torrez, se aliaría a su enemigo de antaño, la Falange Socialista Boliviana, y bajo las órdenes del general Banzer llevarían juntos al sangriento golpe de Estado contra la Asamblea Popular en 1971. Esto último, sin embargo, escapa al objeto de la elaboración de Eduardo centrada en abril de 1952.
El rápido recuento de la evolución del MNR tiene hoy una enorme importancia para comprender el creciente giro a derecha del MAS, que aunque no fue el resultado de una revolución como la del 9 de abril y tampoco tuvo que atravesar períodos de crisis económica como el MNR en los años 1950 –lo que hace que su asimilación al Estado y a las clases dominantes blanco-mestizas se realice en tiempos más largos– no ha podido escapar a ese destino de transformarse en la principal institución política nacional garante de la estatalidad burguesa. Las recientes afirmaciones de Álvaro García Linera sobre los peligros de fragmentación del MAS y de las fuerzas populares, con la pérdida de liderazgo de Evo Morales, quien empieza a ser cuestionado por importantes sectores populares y campesinos; el surgimiento de diversas alas y corrientes al interior del MAS, que se disputan a dentelladas las reparticiones del aparato estatal; todo esto pareciera indicar que el partido de Evo Morales y García Linera está transitando la misma senda de aburguesamiento que antes el MNR, y más en general han transitado en el pasado todas las expresiones “nacionales y populares” [6].
Este derrotero de lo “nacional-popular” se puede comprender por el hecho de que ya en el siglo XX la economía mundial y la división del trabajo para la misma se transformó en una poderosa unidad dirigida desde los principales centros imperialistas que limitan y condicionan las posibilidades para emprender un camino de construcción de capitalismos nacionales verdaderamente autónomos, como soñaban los militantes del nacionalismo revolucionario en la década de 1950, o actualmente los caudillos del MAS. La necesidad de romper con el imperialismo para avanzar en un supuesto desarrollo independiente implicó e implica actualmente resolver la cuestión agraria, poniendo fin al dominio del capital financiero y agroindustrial; tareas que no pueden llevarse a cabo prescindiendo de la movilización obrera, campesina, indígena y del pueblo pobre. Sin embargo, es a esta movilización de las clases subalternas que las diversas expresiones de lo “nacional-popular” le temen, optando por conciliar y pactar con las clases dominantes y el imperialismo antes que permitir que esa movilización se(los) desborde, avanzando sobre los derechos de propiedad de las clases dominantes.
Este fenómeno que en Bolivia tiene expresiones recurrentes nos obliga a extraer lecciones de estos procesos de la lucha de clases, para, sobre la base de estas experiencias, avanzar en la construcción de un partido de las y los trabajadores, que bajo las banderas del socialismo y con confianza en la movilización revolucionaria de los de abajo rompa el recurrente círculo vicioso de luchas heroicas que terminan encumbrando a quienes no están dispuestos a ir más allá, establecer un gobierno de las y los trabajadores y el pueblo, y abrir el camino a la construcción socialista. Para esta labor, el texto de Eduardo Molina que presentamos hoy es de lectura obligatoria.
[1] Liga Obrera Revolucionaria por la Cuarta Internacional, fundada en agosto de 1999 y miembro de la Fracción Trotskista-Cuarta Internacional.
[2] Huanuni fue el primer centro obrero que en los primeros años de 1920 logró la conquista de las 8 horas de trabajo en Bolivia.
[3] Para un balance del golpe de Estado y un balance específico de lo sucedido en Huanuni con el MAS revisar: https://www.laizquierdadiario.com/Garcia-Linera-confesiones-y-dislates-de-un-NEPman.
[4] Cfr. Luis Antezana, “Sistemas y procesos ideológicos en Bolivia (1935-1979)", en René Zavaleta Mercado (compilador), Bolivia, hoy, La Paz, Siglo XXI Editores, 1983.
[5] Luis Claros (compilador), Dispositivos ideológicos del Nacionalismo Revolucionario, La Paz, CIDES-UMSA, 2019, p. 14.
[6] De la misma forma, entre 1982 y 1985, el gobierno “nacional y popular” de la Unión Democrática Popular (UDP) encabezada por Hernán Siles Zuazo y conformada por diversas organizaciones como el PCB, el ELN, el MIR, el MNRI y otras, luego de desgastar y desmoralizar a las fuerzas obreras y populares con una hiperinflación sin precedentes en la historia contemporánea, terminó abriendo el camino a la ofensiva neoliberal encabezada por el MNR, que llevaría a la liquidación de la clase obrera que había protagonizado la Revolución de Abril.
Javo Ferreira
Javo Ferreira nació en La Paz en 1967, es fundador de la LOR-CI en Bolivia. Autor del libro Comunidad, indigenismo y marxismo y parte del consejo editorial de La Izquierda Diario Bolivia. Fue docente de la Universidad Obrera de Siglo XX en Potosí e impulsor del PT de la COB el 2013.