En octubre de 2019 tenía lugar una histórica movilización de los sectores populares en Ecuador. Esta rebelión dio inicio a un ciclo intenso, aún no cerrado, de mayor lucha de clases en el continente. Ante una situación de mayor deterioro por la crisis del coronavirus, se hace fundamental para los revolucionarios sacar las lecciones necesarias de aquellas jornadas.
Jueves 15 de octubre de 2020
Se cumple un año de las revueltas en Ecuador que dieron inicio a un final de año marcado por el auge de la lucha de clases en diversas partes del mundo y sobre todo en América Latina.
La rebelión tuvo lugar después del anuncio por parte del gobierno de Lenin Moreno del llamado paquetazo. Este incluía una reforma fiscal que beneficiaba a los más ricos, una reforma laboral profundamente lesiva y la eliminación del subsidio al combustible. Esta última medida fue la que provocó mayor indignación, ya que suponía el encarecimiento inmediato del coste de vida.
No se trataba del primer ataque directo a las clases populares. Lenin Moreno, que fue el primer vicepresidente de Rafael Correa, desde el principio mismo de su mandato giró abiertamente hacia una política de corte neoliberal sin complejos como representante político de la oligarquía tradicional ecuatoriana, grandes capitalistas, medios de comunicación, banqueros y de la ofensiva imperialista norteamericana.
Esto provocó una dinámica de ataque continuo a los trabajadores y al pueblo pobre, con políticas de ajuste tanto en el sector público como privado. De esta manera la pobreza en Ecuador volvió a crecer de forma sostenida en estos últimos tres años llegando al 41 por ciento de ecuatorianos y más del 70 entre la población rural.
A esto se suma que Moreno era percibido como un gran fraude “democrático”. Ya que fue votado como el continuador del llamado “socialismo del siglo XXI” en Ecuador. Sin embargo su alineamiento con el FMI, la derecha ecuatoriana y la ruptura abierta con Correa provocaba una fuerte sensación de ilegitimidad hacia el gobierno.
La movilización que se transformó en rebelión
Esta situación fue la que hizo que un fuerte descontento social se apoderase del país y estallase en octubre de 2019. Así inmediatamente después de anunciar “el paquetazo” como parte de las exigencias del tan denostado FMI, se pusieron en marcha las movilizaciones de repudio. Los trabajadores del sector de transportes fueron los primeros en convocar paros, dejando fuertemente paralizado al país. Pero el gobierno rápidamente pactó con las burocracias de estos sindicatos consiguiendo que desconvocasen la huelga de su sector.
A pesar de la traición de los dirigentes de los sindicatos del transporte, que causó enorme indignación entre los propios trabajadores transportistas, el descontento era demasiado profundo para que esto frenase la movilización. Los estudiantes y sobre todo el histórico movimiento indígena pasaron a tomar el protagonismo de la protesta. La principal central indígenista, la CONAIE, convocó marchas desde todos los rincones de Ecuador con el objetivo de confluir en Quito y de esta manera cercar al ejecutivo.
La llegada del movimiento indígena a la capital, en medio de un creciente enfrentamiento entre manifestantes y policías en todo el país, fue lo que finalmente provocó el salto cualitativo en la utilización de la represión por parte del gobierno.
Moreno tomó varias medidas para facilitar el despliegue sin precedentes de militares y policías, especialmente en Quito, como decretar el estado de emergencia, el traslado de la sede de gobierno a Guayaquil, y la militarización de las zonas estratégicas del país.
Durante esos días el ejército y la policía convirtieron a Quito en un auténtico escenario de guerra, con la gendarmería abiertamente dispuesta aplastar a la movilización a través de la represión extrema y el despliegue de arsenal militar de guerra en pleno centro histórico quiteño. En los hechos esto se convertía en una amenaza velada de hasta dónde estaba dispuesto a llegar Moreno y su gobierno para frenar la arremetida popular.
Los principales partidos históricos de la burguesía ecuatoriana y sus representaciones políticas decidieron brindar apoyo al ejecutivo y arroparle en su principal feudo, Guayaquil. Desde ahí los sectores más reaccionarios de esta ciudad desplegaron un discurso anti popular y racista que preparaba el terreno para la movilización de sus bases y eventualmente una mayor confrontación contra la clase trabajadora y el movimiento indígena.
El Estado ecuatoriano demostraba de esta manera su naturaleza de clase como garante de los intereses de una burguesía reaccionaria, parasitaria y subordinada al capital imperialista. Pero esta arremetida estatal contra la movilización no tuvo el efecto deseado. Las amenazas de los dirigentes históricos de la derecha ecuatoriana desplegando todo un discurso racista contra los indígenas y la violencia policial y militar tuvieron como consecuencia directa que la respuesta popular escalase hasta la naturaleza de autentica rebelión, no solo contra el gobierno y sus medidas, sino contra el régimen semicolonial de conjunto.
Durante doce días el pueblo ecuatoriano logro desbordar la capacidad represiva del gobierno y el Estado. En los dos últimos días de revuelta la agudización de la situación llevó tanto a la utilización de munición real contra manifestantes, que se cobró varias víctimas mortales en las trincheras de Quito, como al ensayo de un autentico levantamiento de todas las barriadas populares de la capital ecuatoriana.
Esta peligrosa situación para el régimen, en la que la posibilidad de la intervención de masas de los sectores empobrecidos de la población y no solo el movimiento indígena, podía provocar un panorama desbordante y convertirse auténticamente en una situación pre revolucionaria.
Victoria parcial. Los límites de la revuelta de octubre
Es debido a esto que Lenin Moreno tuvo que retroceder parcialmente y retirar la supresión del subsidio al combustible. Sin embargo para las clases populares esta fue una victoria limitada y con multitud de contradicciones. Reflexionar sobre los sucesos del octubre ecuatoriano permite sacar enormes lecciones estratégicas para pensar la posibilidad de un desborde revolucionario no solo en Ecuador sino también en otros países semicoloniales, con problemas estructurales similares, y especialmente en América Latina.
De esta manera una de las principales ausencias que marcó profundamente el potencial de las movilizaciones fue la de la clase trabajadora. Aunque su participación fue amplia en las barricadas y manifestaciones, especialmente en las dos últimas jornadas en Quito, esta actuó de forma diluida y sin utilizar sus propios métodos de lucha.
Una pequeña muestra de lo que hubiese supuesto si la clase trabajadora hubiese intervenido resueltamente en la revuelta, fue la paralización de los trabajadores de los transportes. Estos paros dejaron en una situación de extrema vulnerabilidad al gobierno y fueron los que crearon el escenario para la irrupción popular posterior.
En el mismo sentido se pudo observar como cuando los barrios obreros y populares de Quito se sumaron abiertamente a la revuelta, el gobierno de Moreno tuvo que retroceder y sentarse a negociar. Porque si la clase obrera quiteña entraba en juego probablemente era inevitable una escalada del conflicto imprevisible.
Sin embargo también se puso de relieve el papel de las burocracias sindicales, como agentes sociales que ayudan al control de la clase obrera en los momentos de agudización de la lucha de clases. Incluso entre el gremio transportista, la burocracia pudo imponer el levantamiento de la protesta, en contra del deseo expreso de la mayoría de trabajadores que empezaban a ser conscientes de su propia fuerza.
Pero no solo la burocracia de los sindicatos operó en contra del desarrollo de la movilización. La CONAIE y el resto de organizaciones del movimiento indígena fueron los principal garantes para que la revuelta se mantuviese dentro de los márgenes del régimen. De esta manera limitaron las demandas de la revuelta al retiro de las medidas de “el paquetazo” y centrándose sobre todo en el subsidio al combustible. Esto fue lo que sirvió de salvavidas al gobierno de Lenin Moreno cuando estaba herido de muerte y su salida era un clamor popular.
Esto también provocó que cualquier planteamiento que desarrollase la autoorganización de los sectores movilizados mediante organismos de coordinación amplios estuviese lejos de la perspectiva de las burocracias del movimiento indígena y de los sindicatos. Esto se transformaba en un auténtico drama cuando la represión golpeaba con dureza a los manifestantes y las comunidades y la falta de organismo de autodefensa limitaba mucho la capacidad de responder a la violencia policial.
A pesar de una larga trayectoria de combatividad y de métodos de lucha radicales, la burocracia del movimiento indígena ecuatoriana mostró como su integración dentro del régimen semicolonial es absoluta. Asumiendo un discurso de supuesta responsabilidad de Estado se sentó a negociar con el gobierno y con dos de los principales agentes imperialistas en la región, la Iglesia y la ONU.
Lecciones para articular una alternativa revolucionaria en Ecuador
Estos engranajes con los que funciona el sistema de dominación capitalista en Ecuador,sin embargo no han salido indemnes de las jornadas de octubre del año pasado. La profunda naturaleza antidemocrática del Estado y el régimen quedaron al desnudo para una parte importante de la población. A pesar de que la represión y la persecución gubernamental provocaron el reflujo de la movilización, la confianza democrática en el régimen ecuatoriano se quedó fuertemente dañada.
Esta confianza fue la base sobre la que emergieron proyectos nacionalistas burgueses en la década pasada que terminaron desarmando a los sectores populares y abriéndole las puertas a la derecha sin complejos. Este fue el caso de Correa, cuya bancarrota política de su movimiento la expresa Lenin Moreno y su ex partido, Alianza País.
A un año de esta enorme demostración de combatividad popular de el pueblo ecuatoriano y que terminó poniendo de rodillas a Moreno y su gobierno, la situación es altamente contradictoria. La llegada del Covid ha desatado una crisis económica, social y sanitaria que acelera aun más la degradación de las condiciones de vida de la mayoría social. La catástrofe sanitaria en Guayaquil al principio de la pandemia y los nuevos ajustes que impone el FMI y el gobierno está implementando, demuestra como la retirada de las calles por parte de las organizaciones indígenas y sindicales solo han provocado un mayor sufrimiento para el pueblo ecuatoriano.
Aun a pesar de esto no hay una derrota histórica de los sectores populares. Octubre supone un poderos ejemplo todavía, y el descontento sigue aumentando. Sin embargo es necesario sacar las principales lecciones estratégicas de esas jornadas revolucionarias que vivió Ecuador, y prepararse para los nuevos embates de la lucha de clases.
La bancarrota del correismo y su heredero, debe ser superada a partir de estas lecciones, poniendo en pie una izquierda revolucionaria que construya una organización que apueste a poder dotar una dirección a los siguientes embates que los conduzcan a la victoria. Que trabaje para poder articular realmente la fuerza social y material que sea capaz de romper los limites pasivizadores que imponen las distintas burocracias sindicales y de los movimientos sociales. Solo esto podrá permitir pensar seriamente una salida de conjunto para los principales padecimientos populares, sobre las ruina de un régimen semicolonial y opresivo que ha demostrado que merece perecer de la mano de un pueblo con una capacidad de resistencia y movilización infinita, y ponga las bases para una república de trabajadores y el pueblo.