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[Entrevistas] Periodismo, medios e Historia. Alabarces: “No hay modo de hacer una historia política que no incluya la prensa”

Pablo Alabarces es escritor, docente universitario, sociólogo, especialista en estudios sobre música y culturas populares, es considerado uno de los fundadores de la sociología del deporte latinoamericana.

Liliana O. Calo

Liliana O. Calo @LilianaOgCa

Viernes 13 de diciembre de 2019 00:00

LID: De algún modo se puede leer la historia del país a través del periodismo y al periodismo como un registro de la historia. ¿Qué momentos de esta relación destacaría en la historia nacional?

Pablo Alabarces: Podría parafrasear al viejo discurso conservador o fascista que sostiene que “la patria nació con el ejército” (o con el campo, todo depende de dónde se ponga el acento). En realidad, nació con la prensa: cabalgando entre el Telégrafo Mercantil y la Gaceta de Buenos Aires. Se podría leer la historia argentina por completo sólo a través de su representación periodística, porque de toda esa historia hay algún registro en la prensa. Incluso, durante casi la mitad de esos doscientos años lo más importante de la literatura y la política pasó por el periodismo: sea por la circulación del folletín, popular o “serio” –el Facundo, sin ir más lejos, aunque publicado en la prensa chilena–, sea porque en el periodismo se ejercitaba la polémica política como texto fundamental –y la prensa era su soporte único: nada llegaba al libro si no pasaba antes por la prensa más o menos periódica. Como “reflejo” inevitablemente vano de lo real o como presuntuosa “tribuna de doctrina” (el escamoteo del periodismo como actor político es un invento más reciente de lo que se supone; siempre lo fue, sólo que hace pocas décadas que se pretende ocultar lo que supo ser un motivo de orgullo).

Es muy difícil señalar momentos especialmente destacados, porque en cada etapa se podría mencionar más de uno. La Gaceta como texto fundacional, sin duda; pero, también, El Despertador Teofilantrópico Místico Político del Padre Castañeda, porque tiene el título más maravilloso –un pasquín retrógrado y clerical, pero uno de los primeros en capturar la lengua gauchesca como herramienta democrática. Los grandes diarios que se autopropusieron como fundadores de la patria –La Nación y La Prensa, pero a la vez La Capital de Rosario, títulos que en la pompa revelan sus ínfulas–; pero también los pequeños periódicos donde se hacía la política del período de la Organización –El Nacional Argentino o El Río de la Plata, los diarios de José Hernández. La prensa popular: de La Patria Argentina del Juan Moreira a Crítica de Botana. La prensa anarquista, un mojón decisivo de esa historia para contar una versión subalterna pero a la vez culta, con La Protesta a la cabeza. La prensa partidaria, la prensa de las comunidades migratorias, la prensa obrera, la prensa barrial, la prensa alternativa: la riqueza de la historia del periodismo argentino tiene que ver con una sociedad muy tempranamente alfabetizada y que desarrolla, desde muy pronto en el siglo XX, una enorme demanda de letra impresa. A la vez, en una sociedad de masas, pero relativamente con poca población y muy concentrada, y sin medios electrónicos compitiendo, los periodistas suponían su influencia como decisiva; por eso, se pensaron siempre como actores políticos de cierta envergadura –posiblemente, una ilusión superior a la influencia real. No hay modo de hacer una historia política que no incluya la prensa –no hay modo de no hacer una historia del periodismo que no incluya la política.

LID: ¿Qué trayectoria tuvo la prensa obrera - política y gremial - en la historia del país? ¿Qué experiencias rescataría? ¿Qué influencia lograron?

Pablo Alabarces: Como dije, es una trayectoria muy dilatada –tendría que buscar las fuentes para decir cuál es el primer caso, pero sospecho que está entre las publicaciones producidas por obreros migrantes y sindicalistas, salvo que consideremos La Vanguardia, el diario socialista de 1894, aunque éste clasifica mejor como prensa partidaria. Hay muy buenos estudios sobre el anarquismo argentino, y consecuentemente sobre su prensa: La Protesta es de 1897, y ya tenía antecedentes –llegó a tirar 100.000 ejemplares. La predilección anarquista por la letra impresa es bien conocida, y de allí también la tradición anarquista de los gremios gráficos.

Hace tiempo que no reviso esa historia, ni he vuelto sobre el interés que alguna vez tuve en el fenómeno de la prensa obrera. Siempre me resultó muy interesante comparar dos casos de la prensa obrera peronista: el de La Prensa expropiada y entregada a la CGT, de 1951 a 1956; el del Semanario de la CGT de los Argentinos, de 1968 a 1970. Del primero, no hay nada que podamos decir en torno de su “voz popular”: la CGT entregó el diario a los intelectuales peronistas de derecha, y no hubo ningún intento de que el diario asumiera una enunciación obrera. En cambio, la experiencia de 1968 es posiblemente una de las más interesantes de esa trayectoria, porque coloca esos problemas en la superficie: ¿qué significa hacer un periódico “obrero? Los problemas son muchos, comenzando por quién habla y quién lee, y continuando por los tonos, los estilos, las modulaciones, los “contenidos”. No creo, ni por mucho, que el Semanario –dirigido, no es necesario recordarlo, por Rodolfo Walsh– haya resuelto esos problemas. Pero sí que permite pensarlos.

Desde entonces, no conozco ejemplos decisivos de prensa obrera. Sí de la prensa política de izquierda: pero no podemos proponer una metonimia según la cual la prensa de un partido que se reivindique como de clase obrera pueda ser considerado como prensa obrera, stricto sensu. En mi imaginación –quizás, con más imaginación que rigor teórico– la condición “obrera” de un texto, periodístico o político, la define su enunciación; y eso nos lleva a la discusión sobre la representación en el viejo doble sentido de la política y de la semiótica. Es decir, una discusión que no vamos a saldar aquí. Sí es claro que el otro clasificador posible, “prensa popular”, es otra cosa: nos habla de la prensa de masas orientada hacia los públicos subalternos. No es lo que estamos discutiendo, aunque hay un buen capítulo de la teoría que discute las relaciones entre ambas zonas –prensa popular vs. prensa partidaria o de izquierda.

LID: Desde los inicios de la prensa, pensemos en Mariano Moreno, ha sido constante la tensión entre Estado y el derecho a la libertad de expresión, de información, la independencia económica y las formas de financiamiento. ¿Cómo definiría, en ese sentido, el panorama actual del periodismo y la prensa?

Pablo Alabarces: La tensión es una constante: los modos en que esa tensión se manifiesta, se resuelva o no, son muy variados –aunque la constante es el ejercicio de la censura estatal o de la mordaza económica (tengo el extraño privilegio de haber estado en el cierre de tres diarios, desde 1984 hasta hoy: el primer Tiempo, el primer Perfil, el último Crítica). El panorama actual es uno de los peores, lo que se demuestra en el grado de precarización y pérdida de empleo de los compañeros y compañeras del gremio periodístico y hasta en la crisis de los viejos canillitas. Al mismo tiempo, y sin que esto pretenda ser un vano o ciego optimismo, han surgido experiencias cooperativas muy interesantes y hasta relativamente exitosas, con la de Tiempo Argentino a la cabeza. Por otro lado, tenemos la explosión de los medios digitales, en el mismo momento en que el modelo del diario de papel parece marchar lentamente hacia la extinción y obliga a los grandes diarios a virar hacia la web. Y junto a eso –hasta ahora he hablado sólo de los diarios, y eso no está bien– las transformaciones en todo el ecosistema de medios: los diarios siguen teniendo una centralidad basada en la ausencia de la densidad informativa de la televisión y de la fragmentación radial, pero la construcción del mapa periodístico no puede omitir el peso de las televisoras –especialmente, de los canales de noticias– y de las radios en un cualquier mapa del periodismo contemporáneo. Y a todos los cruzan problemas similares: económicos, políticos y culturales –una vieja pregunta que se hacía mi maestro Aníbal Ford está más vigente que nunca, porque sus respuestas cambian vertiginosamente: ¿qué significa ver medios para los públicos hoy día, a diferencia de lo que significaba ayer?

Un principio democrático nos sigue obligando a reclamar que el financiamiento estatal, el único más o menos independiente de los vaivenes de la torta publicitaria y las lógicas de mercado, se ordene según un criterio estrictamente inverso: que financie a los más débiles, y nos a los peces gordos –aunque esto bien puede tener una trampa: justamente, el financiamiento de una enorme cantidad de páginas irrelevantes cuyo único atractivo es su oficialismo o sus relaciones incestuosas con funcionarios gubernamentales. Como no soy un especialista en eso –hay colegas que saben muchísimo más, y advierten sobre las dificultades del fenómeno–, apenas puedo enunciarlo como principio: pareciera que no hay pluralismo real de voces informativas sin una orientación fuerte por parte del financiamiento estatal.

LID: Compromiso político, explosión informativa, nuevas redes sociales, ¿cómo ve a La Izquierda Diario?

Pablo Alabarces: La Izquierda Diario es, al mismo tiempo, un fenómeno conocido y uno novedoso: es prensa partidaria y es prensa de masas. Pero también, y también a la vez, es parte del mapa de la explosión de los medios digitales gracias al abaratamiento y el crecimiento del acceso, y al mismo tiempo la novedad de su utilización partidaria por parte de un partido de izquierda clasista. Nuevamente, no soy un especialista en redes y en la circulación de información por ellas en tiempos de Big Data y estas nuevas categorías: sólo puedo decir que hay mucha ilusión y mucha fantasía –especialmente, la fantasía anarquista de la ficticia democracia enunciativa radical que supone la web–, que omitía el hipercontrol simultáneo de las agencias estatales y del mercado (creo que esa ilusión, Cambridge Analytica mediante, se está esfumando definitivamente). La Izquierda Diario es allí un soplo de aire nuevo en el mapa de medios, y hasta donde sé (no tengo cifras) exitoso. Podría hacer críticas estilísticas –a veces creo reconocer algunos ripios del lenguaje político que también veía en el Semanario de la CGTA–, pero sería insolente de mi parte sin una lectura más minuciosa y estrictamente analítica. Hoy es para mi uno de mis espacios de lectura de referencia.

La riqueza de la historia del periodismo argentino tiene que ver con una sociedad muy tempranamente alfabetizada y que desarrolla, desde muy pronto en el siglo XX, una enorme demanda de letra impresa. A la vez, en una sociedad de masas, pero relativamente con poca población y muy concentrada, y sin medios electrónicos compitiendo, los periodistas suponían su influencia como decisiva; por eso, se pensaron siempre como actores políticos de cierta envergadura –posiblemente, una ilusión superior a la influencia real.

Acerca del entrevistado

Pablo Alabarces es Licenciado en Letras (UBA), Magister en Sociología de la Cultura (UNSAM) y Doctor en Sociología (University of Brighton, Inglaterra). Es Profesor Titular de Cultura Popular en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, en la que dirigió su Doctorado entre 2004 y 2010, e Investigador Principal del CONICET. Sus investigaciones incluyen estudios sobre música popular, culturas populares y culturas futbolísticas. Es considerado uno de los fundadores de la sociología del deporte latinoamericana. Ha publicado catorce libros: entre ellos, Fútbol y Patria (2002), Peronistas, populistas y plebeyos (2010) y el último, Historia Mínima del Fútbol en América Latina, editado en 2018 por El Colegio de México. Su libro Héroes, machos y patriotas, de 2014, ganó el Segundo Premio Nacional de Ensayo Sociológico en la Argentina (2019).


Liliana O. Calo

Nació en la ciudad de Bs. As. Historiadora.

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