El presidente electo Alberto Fernández arremetió contra Bugs Bunny y los dibujos animados al denominarlos “formas de control social”. Columna de Cultura de “El Círculo Rojo”, el programa de La Izquierda Diario en Radio Con Vos.
Celeste Murillo @rompe_teclas
Lunes 4 de noviembre de 2019 13:30
El presidente electo Alberto Fernández arremetió contra Bugs Bunny y los dibujos animados en una conferencia en la Universidad Nacional Tres de Febrero. Dijo, entre otras cosas, que “los medios de comunicación y los dibujos animados son formas de control social”, que las producciones de la Warnes Bros habían formado a una generación en el individualismo y que la liebre más famosa de esa compañía es el “mayor estafador”.
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Lo que dijo Alberto Fernández puede inscribirse en ideas en debate hace varias décadas. La idea de que los medios son un mecanismo de control de social y que el mensaje está codificado puede encontrarse en autores como Theodor Adorno y Max Horkheimer. También está presente en obras de referencia como Para leer al Pato Donald, de Ariel Dorfman y Armand Mattelart.
Pero esto no fue ni lo único ni lo último que se dijo sobre el tema. Los estudios fueron evolucionando, se complejizaron. Ya en los años 1960 y 1970 se indaga qué pasa con el público, las audiencias y hay teóricos como Stuart Hall, referente de los estudios culturales, que reconocen la existencia de mensajes codificados, pero que no todas las personas lo decodifican o lo piensan de la misma forma, el impacto no es uniforme.
Qué culpa tiene el conejo
En su reflexión sobre los dibujos animados, Alberto Fernández se refirió a Bugs Bunny como un estafador y un individualista, y marcó a la Warnes Bros como el punto de partida del posmodernismo.
La realidad es que el individualismo es una idea más vieja que el posmodernismo. Especialmente en Estados Unidos, donde la idiosincrasia nacional está marcada por el esfuerzo individual y la ética del trabajo para hacerse a sí mismo, ideas asociadas a la fundación misma de la Nación.
El mote de estafador es más discutible. En sus películas y cortos, Bugs Bunny suele reaccionar al estímulo de alguien que lo molesta, de hecho su adversario más grande es con un cazador (Elmer). Chuck Jones, uno de los creadores de la Warner Bros., dijo en 1998 sobre Bugs Bunny, “Era muy importante que alguien los provocara, si no sería un matón… No queríamos eso. Queríamos que sea una buena persona”.
Su carisma y su humor lo transformaron en uno de los personajes animados más populares en Estados Unidos. Fue creado por Warner Bros. en 1938, su primera aparición fue anónima, era un conejo anónimo en una película del cerdito Porky. Su primera aparición con nombre y apellido fue en 1939 y su debut oficial en julio 1940, con un corto llamado Una liebre salvaje.
Sus frases más famosas son “¿Qué hay de nuevo, viejo?” y “¡por supuesto, te darás cuenta de que esto es la guerra!”. La primera no tiene origen confirmado pero la segunda es un homenaje a Groucho Marx en una película popular en la época Sopa de Ganso.
Lo mismo pasa con la zanahoria que tiene Bugs Bunny como si fuera un puro: es una parodia a una escena de Sucedió una noche, una película conocida. Clark Gable está comiendo una zanahoria apoyado en una reja con una postura parecida a la del conejo.
El impacto del conejo era tan grande que la Warner recibió presiones de las cámaras del apio y el brócoli para cambiar la zanahoria y así ganar tiempo en pantalla para otros vegetales.
Bugs Bunny contra los nazis
La Segunda Guerra Mundial es el acontecimiento que catapultó a Bugs Bunny y lo convirtió en una especie de emblema de Estados Unidos, una mascota nacional. Su humor y carácter desfachatado, su actitud un poco engreída y su ridiculización de los enemigos, sirvieron de alguna forma para mostrar una nación que se recuperaba de la Gran Depresión de los años 1930 y peleaba una guerra.
En Super-Rabbit (1943), Bugs Bunny apareció con el uniforme de los Marines, y causó tanta impresión en la fuerza que fue nombrado Marine honorario. La Marina llegó a utilizarlo en cortos internos para formar a los soldados, que estuvieron clasificados durante décadas.
La Warner puso a pelear al conejo con los enemigos de Estados Unidos: con Adolf Hitler y otros jerarcas nazis. También después con la invasión de Pearl Harbour en 1941, la Warner hizo una película contra los japoneses, llamada Bugs Bunny Nips the Nips (un juego de palabras con “nips”, el nombre peyorativo de las personas japonesas en Estados Unidos). Esta película se sumó a la ola de xenofobia contra esa comunidad japonesa en Estados Unidos (algo de lo que se habla muy poco, que incluyó, entre otras cosas, campos de concentración de de personas de origen japonés dentro de ese país).
Bugs Bunny siguió siendo popular después de la guerra aunque no todas sus películas envejecieron bien. La Warner dedicó mucho tiempo a limpiar la imagen controversial del conejo. Algunas películas como las de los japoneses fueron sacadas de distribución por los estereotipos xenófobos y por apología del racismo.
También intentaron aggiornar su imagen con participaciones en películas como ¿Quién engañó a Roger Rabbit? (1988) o la película que hizo con Michael Jordan, Space Jam (1996). Más tarde se hicieron algunas películas de Looney Tunes, que es la banda de personajes de la Warner Bros., de la que Bugs Bunny es uno de los líderes.
Es (mucho) más complejo
Volviendo a la controversia que generaron los dichos de Alberto Fernández, Bugs Bunny no fue creado con un mensaje específico (más bien fue un éxito inesperado), sin embargo, más tarde fue utilizado (como parte de un sistema más sofisticado) durante la guerra como otros personajes.
Sobre su mensaje codificado, es interesante preguntarse si ese mensaje hubiera funcionado sin el discurso oficial, sin el bombardeo de la radio y los diarios, los cortos de propaganda del Ejército, sin un contexto económico en el que la economía estadounidense crecía de la mano del complejo militar industrial. O si hubiera sido efectivo sin el relato global de que la Segunda Guerra consistía en un combate fascismo versus democracia.
Es cierto que los dibujos animados no son neutrales, juegan un rol en la construcción de prejuicios y muchas veces colaboran y refuerzan con mensajes oficiales, pero también pueden hacer otras cosas. Pero no es todo tan lineal ni tan efectivo.
Si los mensajes fueran decodificados exactamente como quieren los medios de comunicación o las producciones de Hollywood viviríamos en un mundo de tierra arrasada, sin subjetividad. Si así fuera, no existirían movilizaciones como las de Chile, no habría huelgas por el clima organizadas por jóvenes, nadie cuestionaría nada.
El aparato cultural que hizo a Bugs Bunny no es un fuerte impenetrable, se permean debates y cambios, aunque no siempre los efectos son instantáneos. Las producciones cambian, en general por necesidad, para no morir anacrónicas porque, y es lo más importante, sin importar cuán digitado y codificado esté el mensaje, nada está dicho de este lado de la pantalla.
Celeste Murillo
Columnista de cultura y géneros en el programa de radio El Círculo Rojo.