El siguiente artículo fue publicado originalmente en alemán en el número 6 de la revista mensual de Klasse gegen Klasse, el portal de noticias de la red internacional de La Izquierda Diario en Alemania. El domingo 26 de septiembre hay elecciones parlamentarias en Alemania, que también eligen nuevo gobierno. La novedad es que la canciller Angela Merkel, de la Unión Demócrata Cristiana (CDU), tras 16 años de mandato, ha decidido no buscar renovar su cargo y se retirará. Con esto llega a su fin toda una era no sólo en Alemania sino en Europa.
Con las elecciones al Bundestag [Parlamento federal] del 26 de septiembre de 2021, la era Merkel llegará inevitablemente a su fin; tras cuatro períodos, ya no se presentará a elecciones. Ya hay innumerables análisis, rumores y predicciones. Hay una pregunta que a menudo se omite, incluso en los medios de comunicación cercanos a la izquierda: ¿cuál ha sido el papel de la izquierda, y en especial de la institucional, en los 16 años de crisis que han quedado atrás?
En este artículo queremos mostrar cómo la repetida adaptación a la política de crisis del régimen alemán debilitó a las fuerzas de izquierda en Alemania. Nos parece necesario un balance coherente de la era Merkel, lo que implica también construir una fuerza revolucionaria independiente de las instituciones del Estado.
El merkelismo, un régimen de crisis
La propia Merkel hizo un balance de cinco momentos de crisis durante su mandato en la última conferencia de prensa que ofreció como canciller: la crisis financiera y económica mundial con la quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008; la posterior crisis del euro desde 2010; la llamada crisis de los refugiados desde 2015; la crisis ecológica en curso; y la actual crisis del coronavirus desde 2020.
La pretensión de haber capeado todas estas crisis es lo característico del propio relato de Merkel sobre su período de gobierno. Quiere que la recuerden como una capitana confiable que piloteó Alemania con calma y tranquilidad en medio de estas crisis.
Merkel se hizo cargo de la herencia que le dejaron Helmut Kohl y Gerhard Schröder, los dos cancilleres de Alemania desde la reunificación hasta la asunción de Merkel en 2005. A menudo se ha elogiado su estilo racional, sensato y calmo. Pero, como marxistas, nos interesa menos la forma que el contenido de sus políticas. Porque, por encima de todo, Merkel defiende la hegemonía alemana sobre Europa como base de una relativa paz interior en Alemania. Tanto durante la crisis financiera como en la actual del coronavirus se evitó que en Alemania las masas se vieran afectadas en toda su magnitud gracias a los excedentes de exportación y las exportaciones de capital al extranjero.
En su discurso de despedida, Merkel dijo exactamente eso: que la clave de su gobierno fue la paz interna. Stephan Hebel, crítico socialdemócrata de Merkel, también subraya –además de cuestiones más de estilo de gobierno– que la clave del merkelismo es el lema de la competitividad en el interior y en el exterior. Dicho más claramente: precarización hacia dentro y austeridad hacia fuera. Hebel va más allá y critica cómo gracias a las crisis se ha aceptado a Merkel, y dice que en el ambiente en que él se mueve (la socialdemocracia), en vistas a lo que podría llegar a venir después, había “algo parecido a la devoción” a la canciller.
En dicha conferencia de prensa, Merkel pintó un panorama de estas distintas crisis que Alemania no habría causado, pero que se supone que bajo su liderazgo se pudieron superar. Pero muchas de las crisis que menciona la propia Merkel tienen que ver directa o indirectamente con el imperialismo alemán. Por ejemplo, la política de excedentes de exportación fue en gran parte responsable de la crisis de la deuda soberana europea. Las deudas de los países del sur de Europa eran los excedentes de Alemania, al igual que hoy la insistencia de Alemania en no liberar las patentes de las vacunas es en parte responsable de los continuos estragos de la crisis del coronavirus en todo el mundo. En la enumeración de sus “cinco crisis”, Merkel pasó por alto elegantemente una: el “dieselgate”, es decir, el escándalo por las emisiones contaminantes provocadas por vehículos de Volkswagen, cuando en septiembre de 2015 salió a la luz que esa automotriz había instalado ilegalmente un software para alterar los resultados de los controles técnicos de emisiones contaminantes en 11 millones de automóviles con motores diésel, vendidos entre 2009 y 2015. El dieselgate expresa, a su vez, un problema estructural central de la industria alemana, al igual que el respaldo del gobierno al capital alemán y a su máquina de rentabilidad que destruye el medio ambiente.
La imagen humanitaria de Merkel tampoco resiste un examen más detenido: Alemania intervino en 2014 en la guerra civil siria –una de las principales causas de la “crisis de los refugiados” de 2015– con una misión “humanitaria” en el Mediterráneo. En ese momento, el partido Die Linke [literalmente “La Izquierda”] [1] también se convirtió en un partido guerrerista cuando sus diputados en el Bundestag por primera vez votaron a favor de esa intervención. A su vez, la política migratoria y de refugiados de la UE, liderada por Alemania, no hizo más que provocar la desoladora situación humanitaria de 2015. Los acuerdos con Erdoğan y otros regímenes autoritarios, luego de ese año, empeoraron la situación y agravaron las contradicciones. El famoso lema del ¡Podremos hacerlo! [2] de Merkel no fue una expresión de ayuda humanitaria, sino que sirvió para enmascarar su política restrictiva en materia de refugiados y legitimó los acuerdos con Erdoğan. Lo hizo tan bien que incluso una gran parte de la izquierda de los países de habla alemana compró el relato y se lanzó a apoyar a Merkel como el mal menor frente al ascendente partido de extrema derecha AfD (Alternativa por Alemania).
Un síntoma especialmente visible de la desestabilización a lo largo de los gobiernos de Merkel es la fragmentación del sistema de partidos. Los principales partidos perdieron la confianza de la población, y el Partido Socialdemócrata (SPD) en particular continuó la tendencia de pérdida de confianza desde que Schröder entre 2003 y 2005 implementó su programa de ajuste neoliberal y de desmantelamiento del Estado de bienestar conocido como “Agenda 2010”. El SPD dejó de ser percibido como el representante de los trabajadores y de las masas. Es cierto que fue el gobierno de Schröder, antes del de Merkel, el que traicionó a las masas con las reducciones de los subsidios por desempleo (el infame plan conocido como “Hartz IV”). Pero las coaliciones gubernamentales que se formaron con Merkel como canciller continuaron sistemáticamente las políticas antisociales que Schröder había llevado al extremo. Por último, pero no por ello menos importante, el ascenso de Alternativa para Alemania (AfD) también se inscribe en esta fase, estrechamente vinculada a la crisis de la deuda soberana (crisis del euro) a partir de 2010, cuando la AfD aparece en un comienzo bajo la forma de sectores díscolos de extrema derecha de la democracia cristiana, que querían que Alemania renunciara a la hegemonía sobre la UE y adoptara una política monetaria nacional. Esta evolución se profundizó durante la llamada “crisis de los refugiados”, a partir de 2015, con tonos cada vez más racistas, un lenguaje en el que la propia democracia cristiana agravó durante décadas.
Sin embargo, Merkel se las arregló en general para ser vista como la canciller de la estabilidad y para mantener una paz capitalista interna, es decir, una paz de los capitalistas. En ese sentido, se benefició principalmente por ser vista a nivel internacional como un contrapeso al emergente trumpismo con su política nacionalista y proteccionista. La política de China bajo Xi Jinping y su curso más agresivo a partir de la llamada “nueva ruta de la seda” también puede considerarse una expresión de este clima nacionalista. Sin embargo, a medida que el régimen de Merkel se acercaba a su fin, también adoptó propuestas de mayor proteccionismo, aunque no obtuvieron aceptación; un síntoma de que el merkelismo como forma de gobierno pacífico de Alemania como potencia económica estaba llegando a su fin, sin que el capital alemán encontrara todavía una alternativa.
La izquierda institucional como parte de la "Pax Merkel"
Hubo una amplia percepción de que Merkel era algo así como la contraimagen de las manifestaciones monstruosas del capitalismo, y muchos la veían como el "mal menor", especialmente frente a la AfD y las alas más derechistas de la democracia cristiana. Pero también cultivó esa imagen en el escenario internacional como opositora a Salvini, Orbán, Kaczyński, el Brexit... y la lista podría continuar. En cada una se esas ocasiones, sin embargo, se opuso a la derecha solo en beneficio de los intereses del capital alemán: por ejemplo, contra la AfD, para apegarse al euro y expandir un sector de trabajadores migrantes de bajos salarios; contra los jefes de Estado europeos de derecha, para defender el dominio alemán de la UE y su ascendencia frente a otras naciones.
Sin embargo, a nivel interno, la crisis social desencadenada por la política neoliberal de Schröder ya estaba en su efervescencia cuando Merkel llegó al poder. La cifra de casi cinco millones de desempleados de 2005 y el endeudamiento público fueron controlados por el gobierno de Merkel. Implementó el programa de reducción de subsidios al desempleo Hartz IV y fue celebrada por el capital por sus medidas "a favor del mercado laboral", un eufemismo para referirse al desplazamiento de millones de trabajadores y desempleados hacia el sector de bajos salarios. Un sector que, a pesar de tener trabajos pesados y de muchas horas en condiciones precarias, no puede asegurar ni siquiera un nivel de subsistencia y que es un callejón sin salida para el mercado de trabajo, especialmente para las mujeres y los inmigrantes.
Este ataque total a las masas dividió al SPD, entre la mayoría del partido y un sector que rompió y fundó la “Alternativa Electoral por el Trabajo y la Justicia Social” (WASG). La izquierda reformista salió malherida de esta ruptura, pero este sector, al no hacer un ajuste de cuentas consecuente con las direcciones socialdemócratas y burocráticas traidoras, llevó a que la tragedia para la clase obrera continuara bajo un nuevo nombre. El sector mayoritario que siguió dentro del SPD gobernó con Merkel siempre que fue posible, mientras que la WASG, ahora fusionada con Die Linke, cumplió a nivel nacional el mismo papel de oposición que otrora jugara la socialdemocracia. Ambos siguen siendo piezas estabilizadoras del régimen. El “nuevo” partido Die Linke, formado a partir de las reformas iniciadas por Schröder no fue, pues, una expresión de la lucha de clases, sino su canalización consciente hacia el régimen por parte de las viejas direcciones.
Los recortes en la infraestructura pública, en las escuelas, los hospitales y transportes, que se hacen sentir de forma tan despiadada justo durante la crisis del covid-19, son consecuencias de este curso. El SPD, Die Linke y la burocracia sindical fueron colaboradores de Merkel en mantener la "paz social" y sabotear las luchas. Para la población de Alemania, la política del “déficit cero” (Schwarze Null) [3] fue el equivalente de las políticas de austeridad y ajuste para los países del sur de Europa, combinada con la precarización y el cambio estructural que significan recortes y cierres de empresas para la clase trabajadora.
A pesar de sus direcciones, la clase trabajadora no siempre aceptó la "Pax Merkel", esa paz capitalista a costa suya. Así, durante la época de Merkel se produjeron en Alemania una serie de luchas, que fueron combatidas por el régimen con la participación de las burocracias sindicales. Fueron especialmente importantes las derrotas en la huelga contra el desmembramiento del servicio de e-commerce DHL Delivery en 2015, las huelgas recurrentes en el sector del comercio minorista, el movimiento de los trabajadores de los hospitales o en los ferrocarriles, las huelgas de muchos sectores precarios en el sector de los servicios, pero también las luchas defensivas en sectores estratégicos como en la fábrica autopartista Neue Halberg Guss, cerca de Leipzig, a partir de 2018, o la fábrica de maquinaria Voith en Baviera en 2020.
Así que el relato de la política pacífica y equilibrada de Merkel no es ni siquiera cierta puertas adentro de Alemania. Aunque Merkel hizo que los trabajadores del sur de Europa pagaran la crisis del euro, nunca pudo encubrir las profundas contradicciones sociales de Alemania. Solo a través de las recurrentes traiciones de la socialdemocracia, de Die Linke y de las burocracias sindicales fue posible poner fin a las luchas que estallaban una y otra vez por este motivo. La falsa oposición a los cierres y a la precarización de estos falsos amigos de la clase obrera fue tan intrascendente como las críticas que le hicieron a la política que tuvo Merkel frente a Grecia, que se limitaron a puras palabras. También en los movimientos sociales, sobre todo en el movimiento contra el cambio climático, las direcciones estuvieron dispuestas a subordinarse a Merkel.
No alcanza con la autocrítica que hacen muchos socialdemócratas y miembros de Die Linke de haberse acomodado demasiado a Merkel. Stephan Hebel y otros críticos de la izquierda ignoran sistemáticamente el propio papel del SPD y de Die Linke (junto con las burocracias sindicales) contra la clase obrera. Para compensar, atribuyen a Merkel una capacidad casi mágica para pacificar a las masas. Pero no fue Merkel quien desmovilizó a las masas, sino las burocracias sindicales y el reformismo, convirtiéndose en un pilar esencial del merkelismo.
¡Por una ruptura con el régimen!
La era del merkelismo es también la del actual ciclo de crisis, que comenzó en 2008 y no ha podido terminar hasta hoy. Con sus contradicciones intensificadas, este período es también un ciclo de luchas de clase y de levantamientos de masas a nivel internacional. Algunos ejemplos son las reacciones a la crisis del euro en el sur de Europa, la Primavera Árabe y desde 2018 los levantamientos de masas en Sudamérica, Asia y Francia. Y también en Alemania hubo que hacer un esfuerzo para mantener a raya los impulsos de la lucha de clases, así como también los de los movimientos sociales. El merkelismo fue también un intento de la burguesía de contener los procesos de lucha de clases en todo el mundo y en Alemania.
Independientemente de quién suceda a Merkel como canciller “oficial”, nadie podrá heredar plenamente a Merkel. La era del merkelismo ha terminado, porque cada vez es menos posible, en el estado actual del mundo, mantener la estabilidad de esta manera, ni interna ni externamente. Así, la crisis de sucesión de Merkel, que lleva años, plantea cuestiones abiertas tanto para el capital como para los trabajadores y los oprimidos.
Para el capital, se trata de mantener y ampliar los superávit de exportación alemanes. Históricamente y hasta hoy, el sector metalúrgico y, sobre todo, el del automóvil son el corazón del capital alemán. Sobre todo, es fundamental para la política de superávit externo y para la posición de Alemania en el mercado mundial. Esto también lo tenía claro Merkel, por lo que siempre tuvo los oídos abiertos a este sector, defendió los combustibles fósiles y la tardía eliminación del carbón en Alemania, a pesar del “dieselgate” y del movimiento contra el cambio climático.
El problema para la clase obrera es cómo defenderse de los efectos de las crisis, como los cierres, los despidos, los recortes salariales, sociales, de las pensiones y muchos más ataques, en un período cada vez más problemático, y cómo organizarse para desarrollar la lucha de clases y dejar atrás las instituciones capitalistas.
La crisis de las organizaciones reformistas y su adaptación a los gobiernos ha debilitado las fuerzas de la izquierda en todas las crisis del merkelismo. Por lo tanto, un balance coherente implica no solo evaluar las propias políticas de Merkel, sino también el papel de la izquierda reformista, y en última instancia romper con este papel. Para ello, debemos oponernos por igual a las direcciones reformistas –tanto la de los sindicatos, como el SPD y Die Linke– y a las instituciones capitalistas.
Es necesario construir una fuerza de trabajadores y jóvenes que no se deje frustrar y desviar por estas direcciones. Estamos convencidos de que la construcción de una fuerza así solo es posible ubicándose a la izquierda de Die Linke. Sólo rompiendo los grilletes de la izquierda institucional podremos construir facciones antiburocráticas y revolucionarias en los sindicatos y los movimientos sociales que hagan política con y en interés de los trabajadores y los oprimidos.
Un ejemplo de la viabilidad de este proyecto lo encontramos hoy en Francia, donde los trabajadores y la juventud revolucionaria, con Anasse Kazib a la cabeza de una nueva organización revolucionaria, han presentado su propio candidato presidencial contra el régimen corrupto al que se ha incorporado el reformismo. Los actuales éxitos electorales del FIT-U en Argentina también demuestran claramente que un programa de independencia de la clase obrera frente al capital, el Estado y las burocracias puede llegar a millones.
En el estado de ánimo de las masas en Alemania, la industria del automóvil y todo el sector metalúrgico desempeñan un papel importante. En los últimos años, se han producido cada vez más recortes, cierres y despidos en estos sectores. Pueden multiplicarse a pasos agigantados si, en una situación mundial más inestable, el gran ciclo de crisis que comenzó en 2008, en el que se movió Merkel y dentro del cual culminó su mandato, tiene un mayor impacto en Alemania.
El merkelismo mantuvo la paz capitalista a costa de los trabajadores precarios, lo que condujo a una relativa calma en los sectores estratégicos. Con el fin del merkelismo, se pueden esperar más ataques generalizados también en estos sectores. Para contrarrestar esto y también los ataques que ya están en marcha, hay que vincular las luchas de los sectores precarios y estratégicos, una de las tareas centrales de una izquierda revolucionaria en la próxima etapa. La organización sindical y la tradición de las luchas de los sectores estratégicos, junto con la radicalidad de los sectores precarios y su carácter más explosivo, pueden formar juntos una fuerza material contra el régimen, las burocracias y el reformismo.
La paz capitalista del merkelismo ha terminado. La izquierda institucional formó parte de esa paz. La burguesía anuncia nuevas luchas. La burguesía se está reagrupando, la izquierda debe hacer lo mismo.
Artículo original: „Vergiss mein nicht, du treues Herz!“. Klasse gegen Klasse Magazin #6 – Was kommt nach Merkel?
Traducción y adaptación: Guillermo Iturbide
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