La pandemia nos vuelve a mostrar, cada vez de forma brutal, que si no queremos muertos, pero tampoco pobreza ni control social, la biología no puede aislar al virus del sistema económico y social en el que se originó y se propaga. Recuperemos el legado de Wallace.
Miércoles 29 de abril de 2020 13:40
Si las ciencias naturales describen el estado de los ecosistemas pero no denuncian a los responsables de las prácticas extractivistas, si miden cambios climáticos pero no señalan a las empresas que los provocan, si desarrollan tratamientos contra el cáncer sin nombrar a quienes se enriquecen por envenenarnos, si estudian virus y epidemias evitando analizar sus orígenes; si creen que la economía, la política, la comunicación hegemónica, la cultura y la ideología dominantes están fuera de su disciplina, no solo están equivocadas, sino perdiéndose la oportunidad de comprender el mundo en el que vivimos y aportar conocimientos para un cambio social cada vez más urgente.
El debate en relación al impuesto a las grandes fortunas es una manera de empezar a mirar lo irracional y criminal de la acumulación exorbitante de las riquezas, que produce el conjunto de la sociedad, en unas pocas manos. Allí están los recursos necesarios para enfrentar la pandemia que los gobiernos ayudan a ocultar con la fórmula “muertes o pobreza y control social”, o como dijo Alberto Fernández “prefiero tener 10% más de pobres que 100.000 muertos”, ¿por qué mejor no usamos los recursos necesarios para que no haya ni muertos ni pobres? En el siglo XIX hubo un naturalista que denunció la manera en que el capitalismo, mientras promete mejorar la vida a través de la ciencia y la tecnología, lo que en realidad produce son ricos más ricos y más cantidad de pobres. Este científico es Alfred Russel Wallace, quien fue contemporáneo de Darwin. Ambos ingleses, nacieron a comienzos del siglo XIX, Darwin en 1809 y Wallace en 1823, y, también, ambos realizaron sus trabajos científicos en Evolución y desarrollaron la Teoría de la Evolución por Selección Natural. ¿Por qué Wallace no es tan conocido como Darwin? Creo que es una pregunta con muchas respuestas, elijo contar algunos aspectos de sus historias, confesando que admiro muchísimo a ambos pero por motivos diferentes.
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En un libro de Stephen Jay Gould (otro biólogo evolucionista admirable que vivió en el siglo XX y XXI), contaba que la familia de Darwin tenía acciones en el ferrocarril (wikipedia dice que el padre de Darwin era médico y “hombre de negocios”), le solventaron estudios en Cambridge y, con 22 años, fue invitado a embarcarse en un viaje cartográfico hacia a América del Sur en el que iba a poder observar y armar sus colecciones de plantas y animales. El viaje duró casi cinco años recorriendo Brasil, Argentina, Chile, Perú y Ecuador, regresando por Australia y Sudáfrica. Una vez en Inglaterra, Darwin mantuvo relación con los científicos más reconocidos de la época: geólogos, paleontólogos, zoólogos y anatomistas. Mientras que Wallace con tan solo 13 años tuvo que dejar sus estudios para trabajar, su familia no era pobre pero no les iba del todo bien, poseían algunas tierras y como se diría hoy “estudios incompletos”. Durante su adolescencia, Wallace tuvo que formarse como aprendiz de agrimensura y empezó a trabajar con su hermano, luego en la juventud trabajó en actividades relacionadas también a la mecánica e ingeniería, a veces le iba mejor y otras no tanto, siempre fue un autodidacta para el estudio. Con 25 años realizó su primer viaje a Brasil, ya había leído las crónicas de los viajes de Humboldt, Darwin y el famoso tratado sobre cambios geológicos de Lyell que también había inspirado a Darwin. Wallace desembarcó y se quedó cuatro años recorriendo el amazonas Brasileño, y en años posteriores pudo organizar viajes al Archipiélago Malayo; siempre trabajando en diferentes oficios, por ejemplo, escribió en revistas de divulgación científica y fue maestro.
La propuesta del artículo no es mostrar las desigualdades materiales de Darwin y Wallace sino la de los magnates millonarios que, hace siglos, deciden qué, cómo, cuándo y cuánto produce nuestra sociedad en función de acumular más, más y más riquezas a costa del trabajo de las mayorías. Parte de los cuales, en estos momentos, gestionan a su piacere los productos que necesitamos para combatir la pandemia, como los insumos necesarios para la atención médica, alimentos, productos de higiene, medicamentos y desarrollos novedosos, así como también centros médicos privados… ya vamos a llegar a esa parte.
Las diferentes realidades materiales de Charles Darwin y Alfred Russel Wallace no explican, por sí solas, que Darwin haya desarrollado una de las teorías más brillantes de las ciencias naturales, que marcó un quiebre en la disciplina expulsando a la religión y las explicaciones mágicas y fundando una biología materialista. El propio Wallace escribió en su autobiografía Mi vida de 1905: “[...] expreso mi completa admiración al libro de Darwin. Para él será admiración, para otros presunción; pero honestamente creo que por más que yo hubiera trabajado he experimentado en el tema, nunca hubiera alcanzado un trabajo tan acabado como su libro, su vasta acumulación de evidencias, avasallantes argumentos, y su admirable tono y espíritu. Realmente me siento agradecido que no haya quedado en mí dar al mundo esta teoría. El Sr. Darwin ha creado una nueva ciencia y una nueva filosofía; y creo que nunca ha habido una muestra más completa de una nueva rama del conocimiento humano debida al trabajo e investigación de un único hombre.” [1] Su admiración por el trabajo de Darwin no impidió que publicara el desarrollo de sus ideas sobre la evolución por selección natural en dos libros y diversas publicaciones sobre lo que hoy llamaríamos ecología.
Se preguntarán por qué admiro tanto Wallace. En cada uno de sus viajes, no solo observaba la naturaleza sino también las culturas de sus pobladores, la explotación colonial, las relaciones sociales y económicas que desarrollaba el capitalismo dentro y fuera de Inglaterra. A diferencia de Darwin y otros de su época, que buscaban explicaciones naturales frente al aumento de la pobreza y la acumulación de las riquezas y el poder político, Wallace escribió en 1906 un tratado sobre la nacionalización de la tierra y su administración para el beneficio de toda la población, y en 1913 publicó Ambientes sociales y progreso moral, donde, entre otros temas, refuta las teorías sobre “inferioridad racial”, que se usaba para justificar la esclavitud en las colonias. Ahí decía: “Muchas otras muestras de ambas, inteligencia y moral, nos encontramos en las razas salvajes de todas partes del mundo; y esto, tomado de conjunto, muestra una completa identidad del carácter humano, moral y emocional, sin una superioridad marcada en ninguna raza ni nación.” [2] O sobre los derechos políticos para las mujeres, como en su publicación de 1909 en The Times: “Todos los habitantes humanos de cualquier país deben tener iguales derechos y libertades ante la ley; las mujeres son seres humanos; por lo tanto deben tener voto igual que los hombres”. [3]
En 1898 Wallace escribió el libro El siglo maravilloso: sus triunfos y fracasos [4] en el que revisa, en su opinión, los avances científico-tecnológicos más significativas del siglo XIX: el transporte de pasajeros en trenes y barcos más veloces y confortables, el desarrollo de máquinas que “facilitan” tareas como coser, escribir, cosechar; la mejora de la fotografía, el telégrafo, la ampliación de iluminación eléctrica urbana, los avances en astronomía, meteorología y química; los estudios en bacterias de Pasteur y, por supuesto, la teoría de la evolución.
El último capítulo lo titula "El demonio de la codicia" y allí escribe: “Una de las más destacadas características de nuestro siglo ha sido el enorme y continúo crecimiento de la riqueza, sin una correspondencia en el desarrollo de mejoras en la vida de todas las personas; mientras hay sobradas evidencias para mostrar que la cantidad de los más pobres, de esos que subsisten con las mínimas necesidades básicas para la vida, ha crecido enormemente, y hay muchos indicadores de que constituyen una mayor proporción de la población que la primera mitad del siglo y que en cualquier otro período de nuestra historia. Este crecimiento de la riqueza individual se muestra más claramente con el aumento continuo en la cantidad de millonarios, quienes, de varias maneras, han logrado apoderarse de la vasta cantidad de riquezas creadas por otros, y por lo tanto, necesariamente empobreciendo a aquellos que las crearon. [...] [Las mayorías] viven en condiciones horribles de insalubridad y enfrentan peores plagas e infecciones que las ciudades europeas de la Edad Media. ¡Y esto llamamos civilización moderna!.”
Wallace se escandalizaba de que en Inglaterra, de los 1350 millones de libras esterlinas que producía anualmente el trabajo, un millón de los más ricos se quedaba con el doble que los 26 millones miembros de la clase trabajadora. Mientras que en Estados Unidos 4047 de las familias más ricas poseen cinco veces más de lo que poseen las 6,599,796 familias más pobres. Qué diría si supiera que hoy, a nivel mundial, 26 personas poseen lo mismo que 3800 millones de personas más pobres [5]. Y por si creemos que los millonarios solo viven en los países centrales, de los 2095 billonarios que registró Forbes en el 2020, la Argentina aportó 4: Paolo Rocca, en el puesto 616, Roemmers, puesto 875, Galperin, puesto 1063, y Pérez Companc, puesto 1267 [6]. Mientras las 50 familias más ricas de Argentina en abril del 2019 sumaban una fortuna 58.000 millones de dólares, cifra equivalente al acuerdo hecho por Macri y el FMI durante su presidencia. Como diría Wallace no hay un problema de riquezas sino de acumulación y distribución, no hay dudas que si Wallace fuera un científico de nuestros tiempos se sumaría al reclamo de un impuesto a las grandes fortunas que abriendo un debate que es mucho más profundo.
En El siglo maravilloso, Wallace continúa analizando su época: “Las consecuencias de esta enorme desigualdad en la distribución, y todos los demonios que emanan de ella, se deben en ambos países, una parte, a la práctica del monopolio de la tierra y de todos los minerales que ella posee, y, la otra, por lo que usualmente llamamos capital; obteniéndose el monopolio de estas dos clases, las cuales ambas deben llamarse capitalistas, de todos los productos de la industria y de todas las aplicaciones industriales de la ciencia. De esto resulta que, quienes no poseen ni tierra ni capital se ven obligados a trabajar, compitiendo por salarios, para los capitalistas, que por la misma razón, dirigen todos los descubrimientos científicos y toda la invención y habilidad de la nación, e incluso de todo el mundo civilizado.”
En sus conclusiones finales Wallace se muestra optimista diciendo “A pesar de que este siglo nos ha dado tantos ejemplos de fracasos, también nos ha dado esperanzas por el futuro. [...] El movimiento hacia el socialismo de los últimos diez años, en todos los principales países de Europa y también de América, es la prueba de esto.” Y continúa: “Lo doy por hecho que no permitiremos mucho tiempo más alrededor nuestro este infierno social sin hacer enormes esfuerzos por abolirlo. [...] El principio es, brevemente, la Organización del Trabajo, en producción, para el consumo de los trabajadores. [...] He mostrado con suficientes ejemplos el enorme ahorro de dicha organización del trabajo, las economías son tan grandes y actúan en tantas direcciones que, están tan cercanas a poder dar, no solo la subsistencia de los trabajadores, sino la abundancia de todas las necesidades, conforts y entretenimientos razonables de la vida. “
Leyendo una vez más a Wallace se me viene al recuerdo la canción de León Gieco "Cinco siglos igual" de acumulación capitalista. Pero ¿si en lugar de medir la historia con valores promedios, buscamos los momentos y personajes que más nos aportan para pensar un mundo más justo y humano, si nos nutrimos de resistencias, sueños, ideas y triunfos, que los hay; y estudiamos los fracasos para tomar enseñanzas?. La crisis abierta por la pandemia vuelve a cuestionarlo todo, de nosotres depende.