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Perfiles. Azucena Villaflor, aquella “loca” de la Plaza cuyo ejemplo ningún negacionista podrá borrar

Integró el pequeño grupo de mujeres que en 1977 comenzó a exigir en Plaza de Mayo la aparición de sus hijos. Astiz y compañía la secuestraron y llevaron a la ESMA. Tras un vuelo de la muerte, su cuerpo fue hallado junto a otros en la costa bonaerense. Emblema de lucha y organización, dijo que las Madres debían “llegar a ser cien, doscientas, mil madres, hasta que nos vean, hasta que todos se enteren y el propio Videla se vea obligado a recibirnos”. Aquí una semblanza de su vida y su lucha.

Liliana O. Calo

Liliana O. Calo @LilianaOgCa

Sábado 23 de marzo 10:37

Imagen Enfoque Rojo.

Imagen Enfoque Rojo.

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El 10 de diciembre de 1977 era secuestrada Azucena Villaflor mientras salía de su casa a realizar unas compras y a buscar el diario La Nación con la solicitada que las Madres habían publicado, “Por una Navidad en Paz, sólo pedimos la verdad”. Varios hombres la rodearon, la golpearon y secuestraron en un auto en medio de la calle después de que el represor y capitán de fragata de la Armada Alfredo Astiz se convirtiera en su entregador. Un proceder habitual de los grupos de tareas que el autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional” transformó en metodología de intervención para la detención, tortura y muerte. Metodología que, con precisión quirúrgica, describiera Rodolfo Walsh en su Carta Abierta a la Junta Militar.

Dos días antes del secuestro de Azucena se había producido el de otras dos madres, Esther Ballestrino de Careaga y Mary Ponce de Blanco, junto a cinco familiares y a la monja francesa Alice Domon en la Iglesia de la Santa Cruz del barrio porteño de San Cristóbal, donde solían encontrarse familiares que querían saber sobre el destino de muchos desaparecidos.

Azucena fue llevada a la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), el centro clandestino de detención en el que las víctimas rondaron las cinco mil entre secuestrados, muertos y desaparecidos. Las crónicas relatan que, apenas pudo, Azucena preguntó a los detenidos “sus nombres para poder avisarles a los familiares de esa gente, que los había visto, dónde estaban, cómo estaban. También preguntaba por sus hijos y por su nuera”. Asesinada, arrojada al mar en los llamados “vuelos de la muerte”, su cuerpo fue encontrado como NN en la costa bonaerense de Santa Teresita e identificado en 2005 por el Equipo Argentino de Antropología Forense.

Azucena Villaflor.

Lucha incansable

Azucena Villaflor nació en abril de 1924. Transitó su infancia y adolescencia bajo los cuidados de su joven mamá Emma, su tía Magdalena, y sus tíos Aníbal y Josefina Villaflor. Azucena había trabajado desde joven en una fábrica de vidrio y hacia 1940 ingresó a la emblemática SIAM Di Tella como telefonista, donde era empleado su tío Aníbal. Allí conoció a Pedro Carmelo De Vincenti, delegado sindical en la empresa, con quien se casó en 1949 y tuvieron cuatro hijos: Pedro, Néstor, Adrián y Cecilia. Azucena dejó SIAM en 1950 ante la noticia de su primer hijo. También lo haría su esposo y desde entonces se dedicaría a distintas actividades independientes. Vivieron en Avellaneda y luego en la localidad de Sarandí, en Cramer 117, a pocos metros de donde Azucena fue secuestrada.

Su hijo Néstor estudió arquitectura en la Universidad de Buenos Aires. Identificado con la Juventud Peronista, se sumó a Montoneros. Fue secuestrado junto a su compañera Raquel Mangin el 30 de noviembre de 1976. Azucena tenía entonces 52 años. Desde que supo de su detención y desaparición no se detuvo, recorrió comisarías, juzgados, hospitales, presentó habeas corpus, denuncias en el Ministerio de Interior. Escenas que se repiten incansablemente con otras madres.

La visita a Emilio Graselli, secretario del vicario castrense que recibía en sede eclesiástica a los familiares de los secuestrados y luego confeccionaba fichas con los datos obtenidos para entregar a los represores vía la colaboración de la jerarquía eclesiástica fue para ella un parteaguas. Se dio cuenta que no era la única en la espera y en aquel suplicio. Según relata Ulises Gorini autor de La rebelión de las Madres, Azucena les había transmitido la inutilidad de seguir la búsqueda por ese camino. Había que unirse, hacerlo público, en Plaza de Mayo: “Tenemos que llegar a ser cien, doscientas, mil madres, hasta que nos vean, hasta que todos se enteren y el propio Videla se vea obligado a recibirnos y darnos una respuesta”.

Decidieron hacerlo así, frente a la Casa Rosada, entre las tres y media y cuatro de la tarde de aquel 30 de abril de 1977, cuando tratando de burlar la orden policial de que “¡Circulen!” comenzaron a dar vueltas, primero alrededor del monumento a Belgrano y luego a la Pirámide de Mayo, enfrentando a la dictadura cívico-militar más cruel en la historia del país.

Eran un poco más de una decena de madres: Mirta Baravalle, Josefina “la Pepa” Noia, Berta Brawerman, Raquel de Caimi, Beatriz “Ketty” de Neuhaus, Delicia de González, Raquel Arcushín, Haydee de García Buela, las hermanas María Adela Gard, Cándida Felicia Gard, María Mercedes Gard y Julia Gard. Desde aquella ronda fundacional no se detendrían más. Con mucha menos tecnología de comunicación que hoy y perseguidas con todo tipo de espionaje, en poco tiempo crearon una red de contactos y organización que ampliaba su influencia. Sus compañeras dicen que Azucena había sido de la idea de que las Madres se organizaran para nunca más estar solas en su lucha: “Todos los desaparecidos son nuestros hijos”.

Los militares las llamaron “las locas” de la Plaza de Mayo. A ellas no les importó. Aquellas mujeres gigantes no se detuvieron, se hicieron escuchar desafiando el silencio armado de la dictadura y que se supiera de ellas en el exterior. Cuando en agosto de 1977 Terence Todman, secretario de Estado de Estados Unidos, visitó el país y se reunió con el dictador Jorge Rafael Videla, no obtuvieron su atención. Pero sí la de los periodistas extranjeros. Escribieron cientos de cartas a personalidades, políticos y funcionarios, escritores consagrados, recibieron denuncias, juntaron firmas, como en octubre de 1977 cuando, por primera vez, publicaron en el diario La Prensa una solicitada de 237 madres y familiares de desaparecidos, que se titulaba “Solo pedimos la Verdad”.

También fueron arrestadas en la puerta de la Casa Rosada, mientras aguardaban la entrega de un informe y petitorio en el que se pedía por los desaparecidos, la libertad de los detenidos ilegalmente y sin proceso.

La politización de sus vidas no fue imaginada. Enrique Arrosagaray en Biografía de Azucena Villaflor cuenta que, como otras integrantes de las Madres, Azucena no tenía experiencia previa. Sin embargo, desde abril de 1977 cada jueves frente a la Casa Rosada, en pleno estado de sitio, reunidas en el reclamo por saber dónde estaban sus hijos, crearon una nueva forma de intervención: la militancia de las rondas, la del pañuelo y los rostros buscados y con sus denuncias, otro campo de batalla, no eran errores ni excesos sino la ejecución planificada, clandestina y sistemática del accionar represivo del Estado, la revelación de un genocidio. Azucena y las Madres dieron impulso a un movimiento democrático de derechos humanos que en la búsqueda de la verdad, la justicia y luego contra la impunidad, se convirtió en un actor crítico de la transición a la democracia capitalista de los ochenta.

Madres de Plaza de Mayo.

En Azucena resuenan los nombres de todas las Madres y el persistente movimiento democrático que generaron, enfrentando a los responsables del terror y a los mentores que lo convocaron: los grupos económicos extranjeros y “nacionales” que aportaron recursos y medios, listas e información de sus trabajadores y avalaron la instalación de centros ilegales y la militarización en sus fábricas.

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Se cumplen 48 años del golpe cívico militar de 1976, como ha ocurrido con otros, este nuevo aniversario contiene su propio simbolismo: un gobierno y los discursos negacionistas que buscan legitimarlo. Seamos miles en las calles una vez más contra la impunidad de los empresarios golpistas, hoy máximos beneficiarios del plan de ajuste.

Levantemos las banderas del Encuentro Memoria, Verdad y Justicia, conformado por organizaciones y referentes de lucha herederos de lo mejor de aquella generación de luchadoras y luchadores que entregaron su vida por terminar con este sistema explotador y opresor. Hagamos el mejor homenaje a los 30 mil compañeros y compañeras desaparecidos. No olvidamos, no perdonamos, no nos reconciliamos. Restitución de la identidad de todas las niñas y niños apropiados. Apertura de los archivos del ‘74 al ‘83. Cárcel común, perpetua y efectiva a todos los genocidas. Paro y plan de lucha de las centrales sindicales. Abajo el protocolo de Patricia Bullrich y el DNU.


Liliana O. Calo

Nació en la ciudad de Bs. As. Historiadora.

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