El 9 de abril estallaba la primera revolución obrera en Sudamérica. Hoy recomendamos el clásico “Rebelión en las venas” de James Dunkerley
Daniel Lencina @dani.lenci
Jueves 29 de abril de 2021 00:00
Fotomontaje | Ana Laura Caruso
Bolivia es un país cuya historia política es tan rica como los minerales que subyacen bajo tierra. Como dijera León Trotsky la naturaleza necesitó millones de años para formar los recursos naturales de los que se sirven los capitalistas para agrandar sus arcas. Pero de los oscuros socavones saldrían los destacamentos mineros, como una explosión de lava ardiente que rompió la fría corteza de la “normalidad” burguesa y dió inicio a la primera revolución obrera en Sudamérica, eso fue lo que pasó el 9 de abril de 1952.
¿Qué se puede leer a propósito de la Revolución Boliviana? Sin dudas el libro Rebelión en las venas de James Dunkerley es un clásico del tema. La obra fue elegida como parte de la colección de 200 libros para la Biblioteca del Bicentenario de Bolivia. El autor británico se ganó un lugar destacado en Bolivia, aunque originalmente fue pensado para los lectores de Inglaterra. El libro se trata de una crónica que narra la historia política de los años previos y posteriores a la revolución, abarcando hasta los inicios de los años 80.
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Metodológicamente el autor se hace una pregunta, muy interesante por cierto, en torno a la inestabilidad permanente del orden político boliviano: “¿no será éste el orden mismo? ¿Acaso no puede haber un sistema en el caos? ¿No debería entendérselo más como continuidad y menos como interrupción?”. Y, efectivamente, en la medida que se avanza en la lectura de tal “desorden”, se dará cuenta que la historia está signada por golpes de Estado, conspiraciones, rebeliones en la ciudad, el campo y hasta una insurrección que terminó con el presidente Villaroel colgando, literalmente, de un farol en 1946.
Por otra parte, ese mismo año se aprobaron las Tesis de Pulacayo, un documento político-sindical que fue presentada por el trotskista Partido Obrero Revolucionario (POR). Con esto sucedió algo muy curioso. Las Tesis, que plantean la necesidad de una revolución obrera, nos cuenta Dunkerly que: “habrían desaparecido si Patiño no hubiera tomado a su cargo la tarea de propaganda de la izquierda, cuando publicó la Tesis de Pulacayo en su integridad en El Diario con objeto de alertar acerca del rumbo que estaba tomando la FSTMB”.
Patiño, junto a Aramayo y Hoschild eran los tres barones del estaño, los verdaderos dueños del metal boliviano y por lo tanto “influenciaron”, con algún billetin de por medio, a los distintos gobiernos, dando forma al régimen oligárquico conocido como “la rosca”.
¿Qué hubiera pasado con las Tesis de Pulacayo si Patiño no le hubiera dado difusión para “advertir” lo que estaba pasando en el mundo minero? Nunca lo sabremos. Lo cierto es que en menos de 24hs, el país se enteraba de su existencia y así el documento programático lleno de clasismo y consignas transicionales que había sido aprobado en el congreso de la Federación Sindical de los Trabajadores Mineros de Bolivia se volvía fundamental en la formación del movimiento obrero.
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Uno de los núcleos centrales de esta crónica es la descripción de la revolución que empezó el 9 de abril de 1952. Lo que originalmente iba a ser una conspiración del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR, un partido nacionalista burgues), junto a la policía y un sector del Ejército termnó transformándose en una revolución obrera. El MNR no organizó a los trabajadores, salvo algunos sectores cercanos a su partido y además sólo contaba con ellos para fines auxiliares en el enfrentamiento militar con el gobierno. El plan del MNR era derrocar al gobierno militar que a su vez había arrebatado la victoria electoral de Víctor Paz Estenssoro, quien para ese entonces se hallaba exiliado en la Argentina gobernada por Perón.
Sin embargo, el golpe fracasó en sus primeros pasos. La dirección se borró y cuando empezaba a planear el exilio: ¿que actor político apareció en escena? El movimiento obrero. Y además ¿cómo apareció? Es lo que Dunerley relata: “la noche del 10 de abril, cuando una luna llena anuló totalmente la superioridad lograda por el ejército al ordenar un corte de energía eléctrica en toda la capital. A medida que descendían en columnas desde El Alto y subían desde Miraflores y San Jorge, las tropas tomaron conciencia de que los trabajadores fabriles organizados en grupos guerrilleros maniobraban mejor que ellos por su mayor conocimiento del terreno y porque, en su mayoría, obraban por iniciativa propia”.
Vale recordar que muchos de esos obreros habían participado en la Guerra del Chaco con Paraguay, por lo que muchos de ellos tenían entrenamiento militar. Dicho esto, Dunkerley señala que: “la posición del ejército se hizo insostenible durante las primeras horas del 11 de abril cuando descubrió que sus vías habían sido cortadas por un destacamento de mineros provenientes del cercano centro de Milluni, el cual capturó un tren de municiones y lanzó un ataque sobre la base de El Alto”. Luego señala el triunfo en la batalla de Oruro, y en Cochabamba donde fue menos violenta. Cada una de estas batallas que decidieron el triunfo de la revolución dan para un desarrollo mucho más extenso. Lamentablemente el autor hace una descripción muy sintética, básicamente te deja manija. Pero esta falencia de alguna manera la repone Mario Murillo en “La bala no mata sino el destino”, libro que ya reseñamos.
De todas maneras, el libro de Dunkerley es un aporte muy importante porque señala el establecimiento de un nuevo orden -L’Ordine Nuovo diría Antonio Gramsci-, basado en el poder de las milicias obreras que controlan la capital. Este nuevo poder obrero dió lugar al control obrero en los campamentos mineros.
Por otra parte, la crónica tiene el mérito de señalar las limitaciones de la dirección conciliadora de la revolución o, su teorema inverso; la falta de una dirección obrera revolucionaria. Allí leemos que Paz Estenssoro señaló que “no somos un gobierno anticapitalista”. Gracias por la aclaración Victor.
Tampoco la naciente Central Obrera Boliviana (COB), nacida bajo el fuego de la revolución y que es considerada como una de las más combativas del mundo, sólo limitó su papel a presionar por izquierda al gobierno. Participó en el poder ejecutivo con un par de “ministros obreros” para sostener al “compañero presidente”. El papel de Juan Lechín, líder de la COB aparece como un gran equilibrista. Fue formado en sus primeros pasos por el POR, tenía una fraseología “marxista” pero en realidad era funcional a la estrategia de conciliación de clases con la burguesía minera, terrateniente y el imperialismo a la que era proclive el MNR.
Por otra parte, el papel del trotskismo está relatado en el contexto de la crisis de la Cuarta Internacional. Dunkerley relata que Michel Pablo aconsejó al POR a entrar al MNR, apoyar a su “ala izquierda”. El POR se partió al medio entre esa orientación y la urgencia de mantener sus posiciones conquistadas en “Siglo XX” que había sido uno de los campamentos mineros protagonistas de la revolución. La falta de una estructura organizativa y de cuadros capaces de construir el partido, pero sobre todo la falta de una estrategia revolucionaria que plantee con claridad “¡Todo el poder a la COB!”, llevaron a esta corriente a la impotencia, al sectarismo y cuando no, a la adaptación a la burocracia sindical.
El libro muestra también, que los efectos de la revolución se harán notar con cierto delay en campo y los pueblos originarios. Recién al año siguiente empiezan los ajustes de cuentas con los hacendados, a través de revueltas, muchas veces espontáneas, que pusieron un freno elemental a tanto racismo por parte de la “nación camba” (los blancos). Así, aymaras y quechuas, junto a trabajadores rurales pasan factura por sufrir siglos de opresión y racismo. El MNR se tomará su tiempo para llevar adelante la “Reforma agraria” que en realidad puso en los papeles (agosto de 1953) algo que las masas ya estaban haciendo en los hechos. El autor señala que, entre 1954 y 1968, solamente fue afectado el 28,5% de los latifundios. Aunque la Reforma Agraria estuvo muy por debajo de las expectativas populares, vale decir que en el occidente boliviano fue la reforma agraria más profunda que hubo en América. El fracaso de la reforma, es decir, el empobrecimiento campesino se dio por falta de créditos e industrialización, cuestión que sólo podía resolverse en ruptura con el imperialismo.
Como toda revolución que no avanza sobre la propiedad burguesa, terrateniente y que no se transforma de democrático-burguesa en socialista, es decir, sino toma una dinámica permanente, retrocede. El MNR, con el correr del tiempo empezó a desarmar a las milicias obreras y a reconstruir el ejército.
El autor señala, acertadamente, que la clausura de la revolución se dió con el golpe de Estado de 1964. Esa misma dictadura, encabezada por René Barrientos, será encargada de ejecutar cobardemente a Ernesto Guevara de la Serna, más conocido como el “Che”.
El libro de James Dunkerley es un gran aporte que sirve para tener una visión de conjunto de un país que, literalmente, lleva la rebelión en las venas.
Antes de finalizar, señalaremos que una de las críticas que recibió el libro es que no cuenta con la categoría analitica del concepto de “etnia”, pero eso lo aclara el propio James Dunkerley en esta entrevista del 2017. Al respecto el libro de Javo Ferreyra, Comunidad, indigenismo y marxismo, interviene sobre tal debate.
Me permito cerrar este artículo con una dedicatoria personal, aunque póstuma, es una dedicatoria al fin. Por razones militantes, me encontré en Bolivia entre los años 2007-2008.
Una hermosa tarde de sol, tomando un café con Eduardo Molina, me dijo dos cosas. Primero, dibujó en mi cuaderno un mapa de la región andina que comprendía el noroeste argentino, el norte chileno y el sur de Perú y Bolivia. Señaló en el mapa, marcando con el lápiz un punto que representaba un campamento minero. Y dijo, “en total, entre todas estas empresas, trabajan 250 mil mineros. Un cuarto de millón. Acá, es donde nosotros tenemos que reconstruir la Cuarta Internacional”. Aunque ya lo conocía, quedé impactado por la claridad que mostraba. Acto seguido, entre otras obras, me recomendó el libro James Dunkerley diciendo “que este viaje sirva para tu formación política”. Genuinamente gracias Eduardo y hasta el socialismo siempre.
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Daniel Lencina
Nacido en Buenos Aires en 1980, vive en la Zona Norte del GBA. Integrante del Partido de los Trabajadores Socialistas desde 1997, es coeditor de Diez días que estremecieron el mundo de John Reed (Ed. IPS, 2017) y autor de diversos artículos de historia y cultura.