En el espacio de tres días, Estados Unidos ha atacado un centenar de objetivos en Yemen, Irak y Siria, en respuesta a la muerte de tres soldados en Jordania. Las represalias, que también adoptaron la forma de una amplia campaña contra grupos proiraníes, ilustran las contradicciones que socavan la política imperialista estadounidense.
Lunes 5 de febrero 21:10
Bombardeo de Estados Unidos buscando atacar a movimientos pro iraníes en Siria, Yemen e Irak.
Este último viernes, Estados Unidos lanzó una segunda oleada de ataques contra grupos chiitas proiraníes en Irak y Siria, seguida el domingo por una serie de ataques coordinados contra los houthis yemeníes. Tras la muerte de tres soldados en un ataque con drones en la frontera entre Jordania y Siria el sábado 27 de enero, el presidente Biden prometió tomar represalias.
Aunque la opción de un ataque directo contra Irán, con sus consecuencias potencialmente devastadoras, parece descartada, la respuesta del imperialismo estadounidense a los ataques de baja intensidad de los miembros del Eje de la Resistencia es tan masiva como "medida". Incapaz de implicarse en una guerra directa con Irán mientras proporciona un apoyo vital al esfuerzo bélico ucraniano y a la guerra colonial de Israel en Gaza, Estados Unidos tampoco tiene interés en dejarse arrastrar a una conflagración regional por la extrema derecha israelí. Forzada a la moderación, la campaña para restaurar el poder disuasorio del imperialismo estadounidense es cautelosa: demasiado limitada para alcanzar sus objetivos, contribuye no obstante a la creciente intensidad de los compromisos regionales y señala la creciente implicación de Estados Unidos en Oriente Próximo y en la guerra de Israel en Gaza.
En el espacio de media hora del viernes, casi 85 objetivos fueron atacados por un escuadrón de bombarderos B-1 y destruidos por 125 disparos. Estos lugares, utilizados por grupos próximos a los Guardianes de la Revolución y a su unidad de élite (Al-Quds) según el mando central del ejército estadounidense, se encontraban a veces junto a zonas civiles, como el distrito de Deir al-Zour en Siria, afectado por cortes de electricidad, o la ciudad de Al-Qaim en Irak, donde las casas fueron completamente destruidas por los ataques, causando al menos dos víctimas civiles. Se destruyeron tres centros de mando o de almacenamiento de armas en Irak y cuatro en Siria.
El portavoz del ejército iraquí, que combate al Estado Islámico junto a las fuerzas de la coalición liderada por Estados Unidos, denunció la intervención de su aliado como una "violación de la soberanía iraquí": "Estos ataques se producen en un momento en el que Irak intenta garantizar la estabilidad en la región. Las consecuencias serán graves para la seguridad y la estabilidad de Irak y de la región".
Bombardeando a sus propios aliados, el imperialismo amplió su campaña en Yemen el domingo por la noche. Se destruyeron 13 objetivos, incluidos "depósitos subterráneos de municiones, lanzadores de misiles y armas de defensa antiaérea", según el secretario de Defensa, Lloyd Austin. En el ataque, menos intenso que los bombardeos en Irak y Siria, participó una fuerza táctica de varios cazas F/A-18, lanzados desde el USS Eisenhower, el buque insignia de la flota estadounidense del Mar Rojo, y Typhoons británicos, apoyados por hidroaviones. Se volaron varios edificios en las ciudades costeras de As Salif y Al Munirah.
Mohammed al-Bukhaiti, miembro de la dirección del movimiento Hutíes, declaró que "la agresión británico-estadounidense no quedará sin respuesta", y añadió: "Responderemos a la escalada con escalada". En el espacio de unos días, Estados Unidos habrá golpeado un centenar de veces en la región, mientras afirma que estos bombardeos no eran más que la primera etapa de una campaña más amplia para debilitar o destruir los componentes de la resistencia bajo la hegemonía iraní. Biden ya había declarado el viernes que "la respuesta continuará en los lugares y momentos que elijamos". Se espera que las operaciones adopten la forma de una campaña regional en varias oleadas, combinando una serie de ataques simultáneos contra objetivos en toda la región.
Sin embargo, los objetivos estratégicos de la campaña estadounidense parecen difíciles de alcanzar sin desencadenar una gran guerra regional. Acosado por la deserción de una parte de su electorado que apoya la causa palestina, el campo demócrata también se ve sometido a fuertes presiones de la derecha republicana y de los grupos de extrema derecha de su periferia en vísperas de las elecciones presidenciales: incapaz de evitar responder, Biden se ve sin embargo obligado a mostrarse moderado para no perder lo que le queda de capital político entre los jóvenes y las minorías raciales, pilares del voto demócrata en varios Estados clave. Tampoco puede embarcarse en la destructiva vía de una guerra directa contra Irán cuando Estados Unidos ya está apoyando a Ucrania e Israel.
Por estos límites -entre otros-, el margen de maniobra de Biden sigue siendo limitado. En un conflicto de calendario con la extrema derecha israelí por los ataques a Gaza y tratando de alejar el espectro de una invasión del Líbano, la presión diplomática de Biden sobre Netanyahu perdería toda credibilidad y legitimidad si Estados Unidos se comprometiera masivamente en una gran operación antiiraní.
La implicación ahora masiva de Estados Unidos en el conflicto sólo puede socavar el control diplomático que Washington intenta ejercer sobre Israel y colocar al imperialismo en un círculo vicioso de escalada: a medida que continúen los ataques, los llamamientos a limitar las operaciones israelíes en la Franja de Gaza también perderán fuerza. Los implacables intentos del imperialismo estadounidense de mantener sus posiciones regionales no son más que un nuevo estímulo para que Netanyahu prolongue su guerra genocida y colonial y la extienda al Líbano.
Aunque Biden intenta restaurar el poder disuasorio del imperialismo estadounidense, la forma de la respuesta revela las contradicciones que asolan a la Casa Blanca. Necesariamente limitada -para no poner a Estados Unidos en el camino de la guerra con Teherán y socavar la legitimidad de su diplomacia hacia Israel-, la campaña sólo puede elevar el nivel de intensidad del compromiso con los diversos componentes de los países bombardeados, sin lograr la suspensión de los ataques: Hezbolá ya ha intensificado sus ataques fronterizos, en una estrategia desesperada de disuasión; los Hutíes ya han prometido responder aumentando la intensidad de sus operaciones; también se espera que los grupos afiliados a Hezbolá en Irak y las milicias chiíes en Siria reanuden sus operaciones con mayor vigor.
Estas tres contradicciones amenazan con socavar los equilibrios regionales que las provocaciones israelíes y la guerra en varios frentes de las Fuerzas de Defensa Israelíes han hecho cada vez más frágiles. Al intentar limitar la guerra colonial de Israel únicamente a la Franja de Gaza, Estados Unidos no puede reaccionar de forma exagerada sin disminuir su poder diplomático o entrar en una guerra directa con Irán.
La operación actual, que pretende demostrar el "poder" continuado de Estados Unidos en la región y su capacidad para asumir el papel de policía regional, no ha terminado, sin embargo, de alimentar el impulso de la escalada. Una vez más, Oriente Medio enfrenta a Estados Unidos con los límites estratégicos de su imperialismo. Una vez más, el imperialismo estadounidense amenaza a la región con su política guerrerista.