En este artículo Diana Assunção, dirigente del Movimiento Revolucionario de Trabajadores (MRT) de Brasil y editora de Esquerda Diário que es parte de la Red Internacional La Izquierda Diario, realiza un contrapunto con el filósofo Vladimir Safatle en torno al carácter del bolsonarismo y las vías para enfrentarlo.
En el artículo “Una revolución de signos invertidos", el profesor de la USP Vladimir Safatle presenta la interesante tesis de que el bolsonarismo sería un proyecto de sociedad con poder para proyectar el futuro. La pregunta que queda es, ¿cómo enfrentar este proyecto social reaccionario si no es con la lucha de clases?
Tras la primera vuelta de las elecciones, el sentimiento de perplejidad adquirió un carácter algo filosófico por parte de amplios sectores que quieren derrotar a Bolsonaro. ¿Cómo pueden tener tanto peso en la sociedad las ideas reaccionarias procedentes de los sótanos de la dictadura? Es un ejercicio decisivo, incluso en el fragor de las elecciones, descifrar los designios de este fenómeno de la ultraderecha brasileña de inspiración trumpista. Sobre esto, Vladimir Safatle presenta una lectura muy lúcida de lo que está en marcha en Brasil cuando lo define como una especie de “revolución de signos invertidos” con un discurso en sus palabras irresistible para casi la mitad de la población. Para Safatle, el término revolución no es gratuito y precisamente el bolsonarismo buscó en estos 4 años de gobierno crear una imagen de gobierno contra el Estado y los poderes oligárquicos (Corte Suprema, partidos, prensa, etc.). Sí, Bolsonaro logró movilizar con ideales para un proyecto de sociedad basado en la libertad individual y la creencia religiosa.
La noción de libertad dentro del liberalismo está muy bien retratada por Safatle:
Así, la escuela pasa a los individuos (a través de la educación en casa), la salud pasa a los individuos (como vimos en la pandemia, cuando el Estado dio ayuda de emergencia en lugar de consolidar el sistema Sistema Universal de Salud), la seguridad pasa a los individuos (que pueden y deben llevar armas). Del mismo modo, se van anulando todas las obligaciones de solidaridad con los grupos más vulnerables, porque se entienden tácitamente como impedimentos para que la lucha individual por la supervivencia pueda darse de forma abierta.
Con estos valores el bolsonarismo se movilizó fuertemente el 7 de septiembre y demostró en las urnas que la voluntad de profundizar este proceso de “transformación reaccionaria” sigue vigente, así como el miedo a volver a los gobiernos del PT, traducido en un fuerte antipetismo, fue un factor importante en la correlación de fuerzas.
Pero la explicación del surgimiento del bolsonarismo, en particular de su fortalecimiento, necesita bases económicas materiales. Hablamos de una ultraderecha que se apoya en pilares económicos fundamentales de la crisis internacional posterior a 2008 y en el agotamiento de una política de concesiones que tenía como objetivo fundamental conciliar el trabajo y el capital para mantener los beneficios capitalistas mientras los más pobres se sentían “parte” de la sociedad al tener acceso al programa Bolsa Familia o a vacantes en las universidades. No es de extrañar que los grandes empresarios del agronegocio fueran uno de los pilares fundamentales del golpe institucional que derrocó el cuarto mandato de los gobiernos del PT. La sed de ganancias en tiempos de crisis capitalista chocó con los límites de una política de conciliación, y vio en el plan de ajuste de Petrobras una timidez que no respondía al deseo de aumentar la tasa de ganancia tan necesaria para el mantenimiento del orden capitalista.
Por lo tanto, es literalmente necesario ponerle el cascabel al gato: ¿sería posible que los más oscuros deseos de quienes se mueven por el lema “Brasil por encima de todo, Dios por encima de todo” se materializaran en un gobierno de Bolsonaro sin la sólida estructura de las más variadas instituciones de este degradado régimen político como son las fuerzas armadas, el agronegocio, el poder judicial, las bancadas evangélicas y los grupos paramilitares? No, la fuerza reaccionaria verde-amarilla se construyó sobre estas bases económicas y sociales que fueron interlocutoras directas de los gobiernos del PT, y se fortalecieron a través de su “política de alianzas para la gobernabilidad”. Desde la “Carta al Pueblo de Dios” de Dilma Rousseff, prometiendo no legalizar el aborto, hasta la actual exigencia de Lula de crear cárceles de máxima seguridad, los guiños a las instituciones que gobiernan el país son la expresión de que no hay una “revolución con señales correctas” en marcha por parte del PT. De ahí que podamos entrar en un primer núcleo de discusión cuando una de las observaciones presentadas por Safatle es que la campaña de Lula no habría presentado nada parecido a un 7 de septiembre en las calles durante la primera vuelta. ¿Pero por qué? El artículo carece de esta explicación, que a nuestro juicio es decisiva para entender incluso el propio 7 de septiembre bolsonarista [Se hace referencia al día de la Independencia de Brasil, del que este 7 de septiembre se cumplió el bicentenario, fecha que fue utilizada por Bolsonaro para movilizar a centenares de miles de seguidores en varios Estados de Brasil. Las centrales sindicales dirigidas por el PT no hicieron ninguna manifestación de magnitud similar, NdT].
El espíritu antisistémico de una “revolución con signos invertidos” ha demostrado que la conciliación del PT con las fuerzas más ilegítimas del régimen político no representa un camino gradualista hacia el cambio social, sino que, por el contrario, apunta en la dirección de una degradación cada vez mayor de esta “democracia de los ricos”. La conclusión que el PT pretende vender al conjunto de la población es, como señala Safatle, la nostalgia de un gobierno anterior que había “funcionado bien” y que precisamente porque los gobiernos del PT habían “funcionado bien” se produjo una reacción de la derecha. El punto, sin embargo, es demostrar que si por un lado la burguesía lleva dentro de sí un odio de clase que ve en el PT una representación del proletariado brasileño, por otro lado su avance no se debe a que el gobierno del PT “funcionó bien”, sino a que precisamente en el marco de la sociedad capitalista no existe tal cosa como “funcionar bien” para ningún gobierno que no sea administrar la explotación capitalista. Por lo tanto, la noción de bien y mal no se corresponde con un análisis que incluya la dimensión de las fuerzas de clase. En el capitalismo, “funcionar bien”, consiste en mantener altas tasas de ganancia para los capitalistas y que la clase productiva permanezca subordinada, viendo sus derechos ir y venir al antojo de las crisis que los propios parásitos del capitalismo han creado. Es decir, se sembró la ilusión de que la lógica de la explotación se mantendría, incluso aumentando la subcontratación, pero que poco a poco habría mejoras y derechos y que poco a poco se podría pensar en cambios mayores, y que las alianzas con la derecha burguesa y el cumplimiento de sus intereses sería un precio razonable a pagar por ello. Pero como resultado de esto, todo lo que quedó fue la subcontratación y un régimen político (incluyendo la cúpula evangélica, la agroindustria, los militares y el poder judicial autoritario) que se fortaleció para hacer reformas.
La conclusión que no quieren que se saque es precisamente que la conciliación fortalece a la derecha. ¿Por qué? Porque en la etapa actual de la situación política del país, la única solución capaz de evitar una movilización de masas no electoral contra Bolsonaro es convencer de que la fuerza para derrotarlo no estaría en la fuerza de la clase obrera organizada junto a los movimientos sociales e indígenas, sino en la suma de empresarios, banqueros, terratenientes, líderes evangélicos, militares y liberales de todos los matices. Que si no fue posible derrotar a Bolsonaro en la primera vuelta, es necesario ampliar aún más el arco de apoyo, es muy bienvenido Joe Biden y su Partido Demócrata, el partido imperialista más antiguo del mundo. No hay solución colectiva de clase, hay que subordinarse a los mecanismos bonapartistas del propio régimen y respaldar a una de las mayorías en disputa. A lo sumo con movilizaciones controladas por la burocracia, rechazando cualquier método obrero como las huelgas y las manifestaciones. Por eso el PT no presentó nada parecido al 7 de septiembre bolsonarista. Ni en la 1ª vuelta ni en los 4 años de gobierno de Bolsonaro, ni ante el golpe institucional, ni ante el encarcelamiento arbitrario de Lula, ni ante la aprobación de las contrarreformas. Su peso dirigente en los mayores sindicatos del país cumple un papel decisivo en la contención de la fuerza de la clase obrera, en la división de las luchas y en la desmoralización de una salida de clase. La salida es el voto, de la mano de Alckmin y los patrones.
En su artículo, Vladimir Safatle apunta a una conclusión opuesta a la que presenta el PT sobre el Frente Amplio. Basándose en el ejemplo de Río de Janeiro, donde Marcelo Freixo abrazó a los empresarios y transformó su campaña en un culto evangélico de derechas, Safatle demuestra que el Frente Amplio ha fracasado. Que el aumento del arco de alianzas en Río de Janeiro no sirvió para ganar. Aquí hay dos núcleos de discusión: ¿acaso si Marcelo Freixo ganara con un gobierno subordinado a las fuerzas policiales, evangélicas y clientelares de Río de Janeiro se concluiría que fue correcto el Frente Amplio? Por otro lado, ¿por qué la conclusión de que el Frente Amplio ha fracasado en Río de Janeiro no se lleva a sus necesarias consecuencias a nivel nacional, cuando la candidatura Lula-Alckmin busca exactamente el mismo camino?
Aquí nos parece que hay un punto en la reflexión de Safatle que merecería la pena desarrollar. Analizando la situación en la que nos encontramos, que no presenta una respuesta fácil, Safatle muestra que la política del Frente Amplio es también un chantaje. Que la clase trabajadora y los que odian a Bolsonaro están acorralados, por lo tanto, se encuentran en una situación en la que no hay otra alternativa que apoyar al Frente Amplio. Y que, por lo tanto, habría dos alternativas, dice:
En estos días vemos a los operadores del sistema financiero que, hasta ahora, han apoyado a Lula, reclamar que abandone de una vez por todas cualquier intención de revisar las reformas laborales y que aclarare su programa económico. Es ese tipo de elección forzada, en la que uno pierde en cualquier situación. Si Lula hace lo que se le pide, simplemente se queda sin discurso para contrarrestar a Bolsonaro y no tiene garantía alguna de que la élite liberal no le exija más y más para continuar apoyándolo. Al final, las promesas de Bolsonaro, que ha defendido los intereses de la élite brasileña como un perro guardián, pueden y van a oírse más fuerte. En otras palabras, tendremos el peor de los mundos, que consiste en perder en silencio. Pero si Lula no hace lo que se le pide, los liberales tendrán una justificación para abandonarlo, aunque podríamos hacer mejor lo que realmente importa: tener una alternativa concreta sobre el futuro para contárselo a la gente y ganar las elecciones movilizando otro mundo posible.
El énfasis en lo que Lula debe o no debe hacer, aunque también es una forma de apuntar a la conciliación de clases, a nuestro juicio, puede dar paso no sólo al terreno meramente electoral, sino también a qué sujeto social puede, de hecho, desarollar las condiciones para tener una alternativa concreta sobre el futuro. El papel de Lula hoy e históricamente ha sido el de contener esta posibilidad. Más que eso, ha sido impedir el surgimiento de alternativas a la izquierda del PT, que siempre se encuentran atrapadas en el apoyo a algún Frente Amplio en cuestión, siempre contra el mal mayor de la extrema derecha, que todos rechazamos. Sin embargo, con esto el PT logra una doble hazaña: mientras articula alianzas con amplios sectores del régimen político, justificándose en el supuesto aumento de la capacidad de derrotar a Bolsonaro por la vía electoral, anula a las fuerzas de izquierda que quieren construir un proyecto de otra sociedad contra Bolsonaro. La propia presencia de Alckmin en la fórmula es en sí misma un elemento de desmoralización de una base, como por ejemplo los profesores de São Paulo que tanta represión sufrieron durante sus años de gobierno. Se trata, pues, de una búsqueda de una base más controlada por la desmoralización, por lo que se trata de una relación entre la amplitud de las alianzas y el control y la domesticación de la base. Por eso, su papel de contención de las luchas y de fragmentación de la clase obrera y de los movimientos debe ser un elemento central de cualquier reflexión. Y es que la separación entre programa y estrategia en este caso hace que las consignas sugeridas por Vladimir Safatle, en sí mismas correctas, sean más bien un eslogan propagandístico que no necesariamente llega a ser realizable. Es decir, no basta con pensar en nuestros objetivos (programa), es necesario pensar en cómo alcanzarlos, es decir, con qué estrategia –entendiendo la estrategia como aquella que articula las tácticas particulares– debemos seguir para conquistar ese programa, para que efectivamente salga del papel, lo que sólo será posible si logramos construir verdaderos “volúmenes de fuerza” de la clase obrera y la juventud para llevar a cabo la lucha por ese programa. Pero más allá de esto, hay algo de utópico en el planteo de Safatle: ¿cómo concebir que una fórmula electoral Lula-Alckmin, apoyada por Benjamin Steinbruch, que defiende que un trabajador almuerce con una mano y siga trabajando con la otra, pueda defender la reducción de la jornada laboral a 35 horas semanales? Es una contradicción en los términos.
Tal vez lo que se expresa aquí es la visión de que Lula podría convertirse en un Salvador Allende, como ha venido expresando Safatle con la publicación de sus discursos en un libro que defiende la experiencia chilena como alternativa para América Latina, destacando que era un programa más de izquierda. Está fuera del alcance de este artículo hacer un balance de esta experiencia chilena, pero cabe señalar que si en Chile el programa fue más de izquierda fue fruto de una radicalización de las masas que respondieron a los golpistas con uno de los procesos de autoorganización más profundos de la historia, es decir, debido a la lucha de clases, que tuvo a Allende como obstáculo más que como estímulo. Y otro factor decisivo para un balance de Allende es que su “insurrección institucional”, que se presentó como una “estrategia para Occidente”, llevó a un vía muerta que terminó con la imposición de una de las dictaduras más sangrientas de la región.
Pero volviendo a Brasil, cuanto más amplias son las alianzas, más débil es el programa en relación a los derechos y a la defensa de la clase trabajadora, y más condicionado estará un eventual nuevo gobierno Lula-Alckmin a las innumerables fuerzas del capital sedientas de un aumento de su tasa de ganancia. Sobre la desesperación de las masas contra Bolsonaro, se levantará el argumento de la gobernabilidad, por lo que cualquier tipo de manifestación contra este nuevo gobierno será criminalizada como una acción de la derecha, como las jornadas de junio de 2013, fenómeno en el que coincidimos casi por completo con el análisis de Vladimir Safatle, uno de los pocos que enfrentó la teoría petista del “huevo de la serpiente”.
Por eso es especialmente interesante la idea de que frente a una revolución conservadora sólo se puede oponer “un proceso político que no se base simplemente en el miedo, en Fora Bolsonaro, que no se limite a hablar de que el pasado fue mejor que el presente”, como señala Safatle. Sin embargo, el proceso político canalizado por la candidatura Lula-Alckmin es un proceso basado en el miedo a una extrema derecha que esta misma vía de conciliación ayudó a fomentar. De este modo, presenta un proyecto de país aún más subordinado al capital financiero que el conjunto de los mandatos del PT. En el que una gran parte de la izquierda estará actuando, ya sea directamente dentro de este gobierno, o cumpliendo la “división de tareas” en los movimientos sociales y sindicatos que actuarán como contención de los procesos de lucha, siempre pidiendo paciencia para que Lula pueda “poner su casa en orden”. Así, la idea de que la lucha contra el bolsonarismo, desde la disputa electoral, se daría con una doble articulación de crítica radical a la “libertad” y reanudación del antagonismo pueblo/élite parece insuficiente. Si vemos que está en marcha una “revolución de signo invertido”, por utilizar los términos de Safatle, no habría otra salida que preparar inteligentemente la revolución por nuestra parte. La cuestión es que el Frente Amplio no está del lado de la clase trabajadora aunque se presente a las elecciones contra Bolsonaro. Y es que los empresarios y patrones que apoyan las reformas, el Tribunal Supremo que ataca nuestros derechos y el imperialismo norteamericano que sigue agrediendo a los pueblos de todo el mundo no son nuestros aliados, no forman parte de una “brigada democrática” para salvarnos de la barbarie, son los apoyos de la barbarie de “todo tipo”, incluida pero no limitada a la barbarie más “humanizada”.
Por el contrario, el Frente Amplio no se limita a la disputa electoral. Es una elección consciente de Lula para rebajar la aspiración del movimiento de masas sobre la posibilidad de que un gobierno post-Bolsonaro revierta los ataques del golpe institucional. El objetivo es también generar desmoralización y apatía, un cuadro psicológico de aceptación de los ajustes conformados a imagen y semejanza del PT, en la medida en que, conservando los ataques más brutales del bolsonarismo, al menos no son “de un gobierno de extrema derecha”. Este es el primer paso para ayudar a Lula a desalentar la necesidad (y la posibilidad) de superar al PT desde la izquierda. Por otro lado, es el camino más corto para imponer la aceptación de la contención por parte de las burocracias sindicales reformistas, que ahora están con Lula.
No hay forma de enfrentar esta situación más que levantando la única fuerza capaz de derrotar al bolsonarismo y presentar otro proyecto de sociedad, rechazando las alternativas de la administración del capitalismo. Esta es la conclusión fundamental a la que el PT y sus aliados quieren impedir que llegue la población trabajadora. Que la salida de la crisis está en sus manos, que la amplitud necesaria es la unificación de obreros de las fábricas, trabajadores del metro, trabajadores de la salud, maestros, estibadores, operadores de telemarketing, repartidores, contratistas de limpieza, trabajadores del petróleo, trabajadores de la construcción, estudiantes universitarios y secundarios, pasantes y jóvenes aprendices, mujeres, negros, LGBTQIAP+, indígenas, PCDs y de toda la fuerza de la clase trabajadora entrelazada con los sectores oprimidos. Estos podrían hacer mucho más que el ejercicio “ciudadano” de votar cada 4 años, podrían articular reuniones y asambleas de base, con voz efectiva para todos, creando coordinadoras de lucha en barrios, ciudades y Estados, estableciendo comandos de movilización nacional con delegados elegidos de base. En este contexto, es necesario un programa de confrontación directa con Bolsonaro, pero también con la FIESP (Federación de Industriales de San Pablo) y la FEBRABAN (Federación Brasilera de Bancos) que viven de la sangre de los trabajadores. Por ello son fundamentales cuestiones como la revocación total de la reforma laboral, de la reforma de la seguridad social, de la ley de techo del gasto y de la tercerización. También la reducción de la jornada laboral sin reducción salarial, el derecho al aborto legal, seguro y gratuito, la igualdad salarial entre hombres y mujeres, negros y blancos. Estas reivindicaciones sólo pueden obtenerse mediante la lucha de clases: huelgas, piquetes, paros, apoyados por parlamentarios que defiendan esta perspectiva. Este es el único lenguaje que entiende la burguesía, como ha demostrado la historia. No es un camino fácil, pero es necesario que la izquierda se ponga al frente de este objetivo.
Si efectivamente estamos en una época de extremos, como señala Safatle retomando a Eric Hobsbawm, la estrategia de estar en el “centro” buscando el “consenso” con nuestros enemigos es un callejón sin salida que exigirá un alto precio a nuestra clase. De ahí que sea necesario un diálogo con la intelectualidad pensando en su papel directo en el combate político. ¿Cómo articular las ideas de confrontación con la extrema derecha, tomando las lecciones de la conciliación para construir una salida independiente? ¿Cuáles serán las ideas que ordenarán las trincheras de la clase trabajadora en los próximos años que seguirán enfrentando los efectos del golpe institucional, los años de Bolsonaro, la persistencia del bolsonarismo y un eventual nuevo gobierno subordinado al capital financiero y al imperialismo? En nuestra opinión, la intelectualidad, en particular la marxista, debe poner todo su empeño en combatir a la extrema derecha, en denunciar el bonapartismo en el régimen político, en chocar frontalmente con el conservadurismo y todo lo que representa. Pero también es necesario contribuir para que los sectores de vanguardia saquen la conclusión de cómo construir un camino independiente.
Por eso estamos lado a lado con todos los que quieren con su voto rechazar a Bolsonaro. Pero las reflexiones teóricas y políticas de una posición de independencia de clase implican hablar abiertamente de lo que está en juego en este momento. Y está en juego la posibilidad o no de un camino que transforme la idea del socialismo en un objetivo estratégico y no en un discurso domesticado, como ha hecho la mayoría de la izquierda en este momento. Así las cosas, todo el chantaje del Frente Amplio que pone a los trabajadores en dos bandos para elegir entre el bien y el mal nos desarma para enfrentarnos al profundo reaccionarismo de una fuerza social bolsonarista que ha llegado para quedarse, más integrada en el propio régimen, y que sólo será derrotada con una fuerza social que esté a la altura, que es la de la clase obrera luchando con un programa para que los capitalistas paguen la crisis.
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