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Red Internacional
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Relaciones internacionales. Breve historia de La Cumbre de las Américas

Haremos un breve recorrido de su desarrollo histórico para comprender porqué en su fundación jugó un rol para los Estados Unidos como medio para desplegar sus políticas sobre América Latina pero devino en un espacio degradado, fragmentado y simbólico.

Santiago Montag

Santiago Montag @salvadorsoler10

Lunes 6 de junio de 2022 08:52

Primera Cumbre de las Américas en Miami, 1994. Foto: Roberto Schmidt / AFP

Primera Cumbre de las Américas en Miami, 1994. Foto: Roberto Schmidt / AFP

La IX Cumbre de las Américas del 6 al 10 de junio en Los Ángeles, California, reunirá a los líderes de la mayoría del continente. Se dará en una escenario internacional marcado por la guerra en Ucrania y las consecuencias económicas de la pandemia de covid-19, mientras que a nivel regional ha tomado protagonismo la “nueva ola” de gobiernos populistas, la desigualdad social, la crisis migratoria y climática. Tanto para Estados Unidos como para los países de América Latina y el Caribe, la Cumbre celebrada cada 3 años ha perdido año tras año relevancia como una instancia de coordinación de escala continental. Jugando de local, Biden aprovechará el escenario para intentar, con dificultades, recuperar la hegemonía de Estados Unidos en América Latina. Haremos un breve recorrido de su desarrollo histórico para comprender porqué en su fundación jugó un rol para los Estados Unidos como medio para desplegar sus políticas sobre América Latina pero devino en un espacio degradado, fragmentado y simbólico.

La Cumbre de las Américas fue creada en 1994 durante la era Clinton. Su fin era el rediseño de las relaciones diplomáticas y comerciales de Estados Unidos con el continente. Ser un canal para desplegar la política de Estados Unidos en la región en un momento de expansión del neoliberalismo (o modo de acumulación flexible), de apertura democrática en la mayoría de los países luego de décadas de dictaduras militares, y de la finalización de conflictos armados en Centroamérica. En ese momento se firmaron las bases del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) - dejando afuera a Cuba -, una propuesta de largo plazo que buscaba extender a escala continental la desregulación e integración comercial concretada en el NAFTA (hoy T-MEC) entre EEUU, Canadá y México, adecuando las reglas del comercio regional a las transformaciones productivas del capitalismo post crisis de los 70’ y las condiciones políticas emergentes de caída de la URSS y la imposición de un mundo unipolar regido por el "Consenso de Washington".

Desde entonces, la cumbre se reúne cada tres años, y nos deja una foto de la relación entre el país del norte con los Estados al otro lado de la frontera sur. La mencionada Carta Democrática Interamericana, que postula a la “Democracia” de tipo liberal como valor fundamental, se basa en un criterio que habilitó históricamente a Estados Unidos a dividir a los países entre “malos” y “buenos” en función de sus intereses, excluyendo de forma más o menos arbitraria a los países que no se ajusten a las reglas del juego norteamericanas: libre comercio, respeto irrestricto a la propiedad privada, instituciones favorables al despliegue de la acumulación capitalista y la globalización. El lanzamiento del Proyecto para un Nuevo Siglo Americano (1997) planeaba expandir estas reglas a nivel mundial para favorecer a los intereses norteamericanos, en un momento de crisis relativa (tequila 1994, crisis asiática 1997) del modelo económico luego de la expansión de la reproducción capitalista de la primera mitad de los 90, como consecuencia del aumento de la tasa de ganancia que implicó la aplicación de las políticas neoliberales y la integración al capitalismo de los países antes controlados por la URSS (1989-1991), la cumbre de las Américas sería una punta de lanza fundamental para consolidar esta estrategia.

La Cumbre del 2005 en Mar del Plata, expresó una primera crisis profunda de la política regional norteamericana -situada post 11 S casi exclusivamente en Medio Oriente- e implicó un cambio en la relación de los gobiernos latinoamericanos con EEUU en un momento de auge de las materias primas que fortalecía la posición relativa de países como Venezuela, Argentina y Brasil. La enorme manifestación en la ciudad argentina contra la presencia de George Bush -cuestionado por su intervención militar en Irak y Afganistán-, la "contracumbre" entre Nestor Kirchner y Hugo Chávez, o Diego Maradona levantando una remera con el nombre de Bush y un esvástica fueron postales de los años en qué las precarias burguesías latinoamericanas y los llamados "gobiernos post neoliberales" intentaron retacear apoyo político a EEUU para mejorar sus condiciones de acumulación a escala local.

Pero esto jamás significó uno ruptura con Estados Unidos ni mucho menos: de hecho el argentino Nestor Kirchner en 2007 se alineó en temas de terrorismo internacional con EEUU e Israel contra la República Islámica de Irán, las plazas financieras tradicionales y organismos internacionales como el FMI continuaron siendo la fuente de financiamiento privilegiada, la matriz productiva exportadora de materias primas no solo no se alteró sino que se consolidó y tampoco se construyó una institucionalidad internacional alternativa, de hecho la estrategia brasileña de proyectarse como parte de los BRICS colisionó frontalmente con el nacionalismo más intransigente de Venezuela y su proyecto ALBA, se descartó de cuajo fundar un Banco propio, emitir una divisa regional, o darle atribuciones ejecutivas relevantes a la espacios de coordinación como la UNASUR (2008) o la CELAC (2010). En términos históricos lo podemos analizar como un intento de ganar autonomía en base a un aumento de los precios relativos de las commodities, que se extinguió una vez agotado ese contexto por carecer de fundamentos políticos y materiales sólidos, sin embargo aquello no implicó una "vuelta atrás" que le devolviera la hegemonía al proyecto regional norteamericano, en gran medida porque las prioridades estadounidenses se situaron en otros escenarios globales.

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Con la llegada de Obama a la presidencia de Estados Unidos (2008-2016) hay un giro hacia el neo-realismo como vector de la política internacional norteamericana. Esto implicaba postergar el sueño de hegemonía unilateral y replegarse a una lógica multilateral que genere beneficios mutuos con sus socios sobre la base de acuerdos puntuales. Para América Latina, adoptó una línea de “Buen Vecino”, orientación que desembocó sobre el final de su mandato en el descongelamiento histórico de las relaciones diplomáticas con Cuba – como parte de la tendencia a la restauración capitalista en la isla-, que fue invitada a las cumbres de Panamá en 2015 y Perú en 2018. También avanzó en la pacificación de la selva colombiana en la conversaciones con las FARC, asestando una derrota histórica a la guerrilla.

Donald Trump revirtió esta política y durante los años de su gobierno (2016-2020) ejerció el poder en forma más aislacionista, centrado exclusivamente en el interés nacional norteamericano ("America First") y literalmente levantó un muro en la frontera sur, dejando a un lado la región al otro lado del río Bravo. Este viraje hacia una línea “americanista” y “nacionalista” de rechazo al multilateralismo tuvo como corolario su "faltazo" a la cumbre en la Cumbre de Lima 2018, que se daba en un contexto regional atravesado por el escándalos de corrupción a partir del Lava Jato, Odebrecht, los Panamá Papers y Cambridge Analytica, que salpicaron a varios países y expresaron el deterioro de los gobiernos post neoliberales, acosados por su propia justicia, que operaba abiertamente para deteriorar las estructuras políticas locales y facilitar la imposición de condiciones favorables a la acumulación global de capital, desmantelando las trabas politicas e institucionales en las que se basaba la "autonomía relativa" construida en la década anterior.

En esos años América Latina reflejó un nuevo status quo a partir de una ola de gobiernos más a la derecha (Bolsonaro, Macri, Piñera) que fueron una consecuencia (o profundización) del agotamiento de más de una década de gobiernos progresistas (o pos-neoliberales). Estos habían comenzado ajustes estructurales luego de la finalización de los ciclos de valorización de materias primas, como consecuencia de la larga recesión mundial comenzada en 2008 que entraba a impactar a China, el principal comprador de commodities y contratendencia económica global en esos años.

Biden asume con la idea de revalorizar las instituciones multilaterales haciendo ruptura con respecto a la “Era Trump”. De esa manera volver a darle importancia a América Latina y el Caribe como espacio de influencia vital. Pero mucha agua corrió bajo el puente. Han pasado dos años de pandemia de covid-19, crisis migratoria y problemas económicos estructurales históricamente irresueltos; además se le suma la fragmentación política y la tendencia de la vuelta de gobiernos populistas, progresistas o de centro izquierda (Boric, Arce, Fernández, Castro), incluso algunos de derecha (Bolsonaro, Bukele) que mantienen una relación mucho más tensa con Estados Unidos. Mientras que de fondo sus verdaderos intereses están en limitar la influencia china y encontrar una solución sostenible sobre la crisis migratoria.


Santiago Montag

Escribe en la sección Internacional de La Izquierda Diario.

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