Doctor en Historia y docente en la Universidad Nacional de Córdoba. Autor de Córdoba Obrera. El sindicato en la fábrica 1968-1973.
Sábado 29 de mayo de 2021 00:01
¿Cuáles fueron las condiciones generales que permitieron la emergencia del Cordobazo? ¿En qué medida expresa particularidades locales y en qué medida refleja las tendencias más generales de una dinámica de ascenso internacional de luchas obreras y juveniles?
El Cordobazo se constituyó en uno de los episodios más impactantes del ciclo de conflictos que sacudieron la Argentina de la segunda mitad del siglo XX. En efecto, este tuvo el carácter de un conflicto abierto marcado no solamente por enfrentamientos entre el Estado y sus múltiples oponentes, sino también por las diversas tensiones y contradicciones existentes entre los protagonistas de la confrontación. Existió por ende una variedad de actores: los hombres del poder y la política, los aparatos de represión, la justicia, los estudiantes y las distintas fracciones de la clase obrera. Desde esta perspectiva, más que una sucesión de “eventos” que tuvieron causas específicas (la Marcha del Hambre de Villa Ocampo, la derogación del sábado inglés, la eliminación de las quitas zonales, la movilización de los estudiantes de la Universidad del Nordeste por la privatización del comedor universitario donde asesinaron a Juan José Cabral, las movilizaciones de estudiantes en La Plata, Buenos Aires, Rosario y Tucumán) se trató de la eclosión de un fenómeno que convulsionó el repertorio de mediaciones entre capital y trabajo establecidas desde el primer peronismo y, en consecuencia, llevó al cuestionamiento de los “interlocutores oficiales” que impedían un enfrentamiento abierto de los trabajadores con el Estado. En otros términos, el Cordobazo fue un fenómeno complejo que incluyó el poder autoritario del Onganiato y las patronales conservadoras de las empresas extranjeras, por un lado; y los sindicatos, los partidos políticos opositores a la dictadura y amplios segmentos de la sociedad argentina, por el otro.
Ahora bien, teniendo en cuenta estos factores que complejizan la comprensión del proceso, podríamos considerar que la conflictividad manifestada a partir del Cordobazo se debió a la confluencia de dos crisis que se retroalimentaban mutuamente y que tenían un carácter internacional. La primera, consistía en la deslegitimación de las referencias ideológicas que afectaba las relaciones de autoridad en todas las instancias de socialización (la familia, la escuela, la Iglesia, la fábrica). Esta crisis ideológica favoreció una intensa efervescencia en los medios más propicios a este tipo de ebullición, fundamentalmente en el sector estudiantil e intelectual. La segunda, en íntima relación con la primera, fue la que el historiador Xavier Vigna denominó “el fin del compromiso fordista”.
La explosión del “compromiso fordista” significó, entre multiplicidad de factores, la crisis de los dos puntales que habían mantenido al sistema: el establecimiento de contratos “debidamente negociados” por “partenaires” oficiales y que la elevación de los salarios dependa del incremento de la productividad. Como sostuvo Benjamin Coriat, bajo la égida del Estado, se buscaba sistemáticamente cierta “contractualización de las relaciones de clase y explotación” sobre la base de la relación salario/productividad. Con las particularidades del modelo sindical argentino forjado durante los años del primer peronismo (Estado paternalista, necesidad de autorización gubernamental para ejercer la representación efectiva en cada rama de la producción, homologación estatal de los convenios colectivos como requisito de su vigencia), se configuró una tradición delegataria que estalló con el Cordobazo, lo que le confirió a este último los fermentos de novedad que le otorgaron un carácter inaugural más allá de los límites locales.
¿Consideras que el Cordobazo fue un punto de inflexión dentro del ciclo de luchas obreras y estudiantiles del período?
Específicamente el Cordobazo se inició como un movimiento de protesta democrático contra un gobierno dictatorial, conservador y autoritario, pero rápidamente, se convirtió en una denuncia contra las viejas estructuras de dominación social que sacudió, específicamente, al mundo del trabajo iniciando un período relativamente amplio de insubordinación obrera. Si bien la dirección del ciclo de protestas y el movimiento huelguístico permaneció, en primera instancia, en manos de la fracción dominante de la clase obrera mejor integrada a los aparatos sindicales, las fracciones subordinadas comenzaron a poner en entredicho su hegemonía. La irrupción de fracciones dominadas de la clase en los primeros años de la década del setenta correspondió a la evolución estructural dada en las décadas anteriores: desarrollo de una inmigración urbana, un relativo crecimiento del empleo femenino y el rejuvenecimiento demográfico producto de las necesidades de una industria metalmecánica ávida de fuerza de trabajo joven. Esta mayor variedad de la escena obrera también se debió a los vínculos que estas fracciones entretejieron con otros sectores sociales. Cuando la tutela del aparato sindical se manifestaba demasiado estrecha o rigurosa, los jóvenes obreros establecían contactos con los estudiantes universitarios. A la inversa, las agrupaciones estudiantiles se trasladaban a las fábricas para “reencontrarse” con la clase obrera. Estas solidaridades reconfiguraron la escena huelguística.
Pero fundamentalmente, la protesta obrera se constituyó a partir de una crítica constante a la organización del trabajo. Las ocupaciones de fábrica de los años 1970-1971 en Córdoba, pusieron en cuestión las condiciones de salubridad, el cronometraje, las cadencias, las condiciones de trabajo y el sistema salarial. En conjunto, la estigmatización del sistema fabril de trabajo denunciaba a la fábrica racionalizada. Como la punta de lanza de este nuevo tipo de protesta lo constituían los trabajadores jóvenes, con escasas posibilidades de promoción profesional dentro de los escalafones de la fábrica; también el marco reivindicativo tradicional de los aparatos gremiales fue puesto en duda, produciéndose una eventual ruptura entre base y direcciones sindicales.
En estos sectores se liberaron muchas veces “huelgas salvajes” o medidas de acción directa que no apelaban al aval de la institución gremial. El impacto de estas prácticas de resistencia obrera tuvo un importante eco, ya que los militantes de la izquierda revolucionaria (trotskistas, maoístas y también una parte del peronismo de base) intentaron dotar de iniciativa al movimiento favoreciendo la emergencia de estructuras de representación gremial no institucionalizadas.
El ciclo de conflictividad surgido a partir del Cordobazo, entonces, terminó constituyéndose en un elemento de permanente desestabilización económica y política, ya que las “huelgas salvajes” habían desencadenado la ingobernabilidad patronal dentro de las fábricas y la adopción de formas de lucha perjudiciales para la productividad de las empresas.
Una de las discusiones que atravesaron las lecturas tanto políticas como historiográficas sobre el Cordobazo tiene que ver con su grado de planificación, es decir, en qué medida estuvo organizado por las direcciones sindicales y en qué medida éstas se vieron sobrepasadas por la acción de las bases. ¿Qué lectura haces de esta cuestión?
Considero que, actualmente, esta discusión ya no se sostiene en el plano académico y/o historiográfico. Ya existen demasiadas tesis y publicaciones de historiadores reconocidos que se abocaron sobre el tema (como por ejemplo Mónica Gordillo, James Brennan, Alejandro Schneider, Nicolás Iñigo Carrera, entre otros) que demostraron que hubo por lo menos un mínimo de organización a nivel sindical en el marco de un plan de lucha nacional acordado por la CGT y la CGT de los Argentinos. Lucio Garzón Maceda, quien fuera abogado del SMATA, sostuvo que Elpidio Torres, Agustín Tosco y Atilio López programaron el carácter activo del paro del 29 de mayo, proyectaron la hora y la ruta de las columnas obreras, previeron que el gremio de Luz y Fuerza debía “bajar la palanca” (cortar la luz) y cómo UTA debía encargarse del traslado de trabajadores y, de ser necesario, cerrar con las unidades algunas calles y algún puente, como se había hecho en otras oportunidades. Algunas organizaciones estudiantiles diagramaron cómo iba ser su apoyo a la movilización en el barrio de Clínicas y otros sectores estratégicos de la ciudad. Lo que no se organizó, fue la intervención de la clase media y el ataque de la muchedumbre a la Xerox o la confitería Oriental. Tampoco el accionar de una multitud indignada por el asesinato de Máximo Mena que puso a la ciudad en una situación de “sitio”. De conjunto, los sucesos del 29 de mayo fueron una mezcla de organización y espontaneísmo que fue mucho más allá de donde sus organizadores creían que iba a llegar. En definitiva, las jornadas del 29 y 30 de mayo de 1969 en Córdoba, fueron un verdadero hecho de masas, en el que gran parte de las capas sociales expresó, de manera violenta, su rechazo al ambiente asfixiante del proyecto neocorporativista del interventor provincial Carlos Caballero y de la dictadura de Onganía. Lo que sí se encuentra actualmente en debate, es el período inmediatamente posterior al Cordobazo. Es decir, cuando la lucha democrática de mayo de 1969 varió hacia una conflictividad netamente de clase en los años posteriores. Deberíamos preguntarnos por qué la toma de fábricas del período 1970-1971 y el “Viborazo” no tienen la misma incidencia rememorativa que el Cordobazo.
Luego de los años que siguieron al Cordobazo, la dictadura de la “Revolución Argentina”, con Lanusse a la cabeza, tuvo que comenzar a negociar las condiciones del retorno del peronismo al poder ¿Qué relación hacés entre el Cordobazo y el retorno del peronismo al poder, en el sentido de cómo se ubicó el tercer peronismo frente al legado del Cordobazo?
La conflictividad en los complejos fabriles de la ciudad de Córdoba abrió la tapa de una olla que, luego, sería muy difícil de cerrar. En este sentido, las luchas de 1970-1971 fueron para los obreros mucho más que una pugna por una renovación contractual. Las ocupaciones de fábrica habían legitimado de hecho un tipo de conflictividad difusa que terminó constituyéndose en un elemento de permanente desestabilización. Esta conflictividad, cuya característica principal era la extensión de la movilización obrera hacia el terreno social, creó una situación en la cual la posibilidad de reabsorber los costos sociales de los conflictos mediante acuerdos entre los sectores políticos (particularmente la idea del “Pacto Social”), se revelaría muy débil en el aspecto económico, pero impracticable desde un punto de vista social y político. Fue precisamente desde esta perspectiva que las luchas obreras iniciadas en Córdoba durante los años 1970-1971 -para luego extenderse al resto del país y sobre todo a la zona metropolitana- tuvieron una significación decisiva. Además, fue evidente que las luchas obreras del período expresaron una reivindicación de transformación radical de las relaciones entre las clases. En este sentido, la clase obrera abrió una crisis política e institucional que fue más allá de la posibilidad de una apertura democrática. Esta crisis se manifestó en la legitimidad de las clases dirigentes, en los partidos políticos, e incluso en las mismas instituciones representativas. No fue por azar que, durante el gobierno del tercer peronismo, todas las principales fuerzas políticas de la burguesía del país estuvieran atravesadas por elementos de división que se relacionaban con los problemas planteados por la fuerza y radicalización de la clase trabajadora. El principal reflejo de esta situación fue el peronismo, su división irreconciliable entre un ala derecha y una de izquierda que traería consecuencias importantes.
Es en este marco que podemos explicar el retorno a la Argentina de Juan D. Perón, en tanto líder del movimiento peronista, como una acción de las clases dominantes para evitar que la movilización obrera tomara características más radicalizadas, es decir, de conflicto abierto con las instituciones. El regreso del líder exiliado, y su acceso a una tercera presidencia por vía democrática, significó un reforzamiento de los aparatos sindicales en los lugares de trabajo y en la consolidación de su legitimidad representativa, no solo hacia los trabajadores sino hacia el conjunto de la sociedad. Paradojalmente, ante la perspectiva concreta de una oleada de protestas bajo formas incontrolables, el aparato sindical apareció como la única fuerza organizada capaz de conjurar este peligro. No obstante, su transformación en un sujeto político fuerte y representativo, pero al mismo tiempo, libre de vínculos institucionales precisos devino en un elemento adicional de crisis, dado que avanzó en demandas que el sistema no estaba en condiciones de responder e implicó a otros sujetos sociales en una pulsión contestataria a la cual ningún arbitraje estatal podía ponerle límite. Este rasgo llegó a su paroxismo el 27 de junio de 1975, el día que la CGT se enfrentó a María Estela Martínez de Perón y realizó el primer paro general contra un gobierno peronista.
En la medida que el aparato sindical nuevamente comenzaba a monopolizar la representación de la demanda social, las organizaciones revolucionarias fueron perdiendo objetivamente su peso en el conflicto contractual y la posibilidad de ampliar hacia la izquierda el marco político se desvaneció, disipándose sus capacidades de influencia y presión dentro de la clase obrera. En particular, los dirigentes y activistas de estas agrupaciones vieron cómo comenzaron a reducirse sus posibilidades de presentarse como interlocutores válidos de las fuerzas de la mayoría, en el sentido de poder garantizar un canal de comunicación directo con la clase trabajadora. Eso explicaría la polémica que suscitó la aceptación de Atilio López de su candidatura a vicegobernador de la provincia de Córdoba, por el FREJULI. Al dirigente se le criticó por confundir y superponer su rol político con su rol sindical. Pero también explicaría las actitudes contradictorias de las fuerzas del gobierno nacional, desde un presidente Cámpora, a menudo acusado por su propio partido de preparar una apertura hacia la izquierda, hasta los posicionamientos de Perón (“de consulta sistemática entre gobierno-sindicatos”) cuya estrategia era diferente y más compleja, justamente porque la implicación institucional de los sindicatos abría para los sectores más reaccionarios que los habitaban, posibilidades de maniobra antes impensadas.
En definitiva, el proletariado industrial obligó a todo el sistema a enfatizar la mediación institucional a los fines de desgastar la presión del movimiento surgido a partir de las “huelgas salvajes” de 1970-1971 y evitar un conflicto frontal que no partiera de la iniciativa de las clases dominantes.
¿Qué conclusiones deja el Cordobazo para pensar el presente?
Es difícil responder esta respuesta, porque es complejo hacer una extrapolación sin tener en cuenta todos los cambios estructurales sufridos en Argentina desde 1976 hasta nuestros días. Creo que para pensar el Cordobazo desde el presente es necesario tener en cuenta que, durante los últimos 45 años se ha dejado a los trabajadores sin poder en el lugar de trabajo, en los medios de comunicación, en la clase política y en la sociedad en su conjunto. Como sostiene Owen Jones en su magnífico libro Chavs: “las élites dirigentes en otro tiempo temblaban ante el ruido de los pasos de los trabajadores encolumnados en una manifestación multitudinaria. Por surrealista que parezca ahora, era la fuerza de la clase obrera la que antiguamente se despreciaba y ridiculizaba. Pero hoy, con su poder debilitado, se la puede insultar impunemente llamando a los trabajadores borrachos y haraganes. Flojos, irresponsables y brutos, quizá, pero no peligrosos.”
La expulsión del término “clase” del vocabulario nacional ¿acaso no es la manera de ocultar la acumulación de riquezas obscena de los estratos más ricos mientras que un contingente más grande de la población no alcanza a ganar los suficiente para sobrevivir? Que hayamos llegado a este estado de situación significa que la política de “clase”, emprendida desde la última dictadura militar y 38 años de democracia, consiguió destruir los valores solidarios y colectivos propios de la clase trabajadora y logró inocular en la sociedad la idea que la “aspiración” es el medio de salvación individual. El trabajo en Argentina es mucho más precario que antes. El empresariado posee mucha más libertad para disponer de la suerte de los trabajadores y un ejército de eventuales con “contrato a término” o en “negro” carece siquiera de los derechos básicos y puede ser despedido de un momento a otro. Además de la sensación de inseguridad alimentada por las condiciones de contratación y despido, es verdaderamente deshumanizante ser tratado como un “costo” o un mero recurso económico que puede tirarse cuando ya no se lo necesite. Se ha podido observar por televisión a trabajadores despedidos a través de un mensaje de texto o en el portón de ingreso a la fábrica sin previo aviso durante los años del macrismo. La realidad es simple y completamente deprimente.
Seguramente cada vez menos gente de clase trabajadora se tomará la molestia de votar. La derecha y la ultraderecha está explotando la bronca y la desilusión de los trabajadores apelando a chivos expiatorios como los inmigrantes y las minorías. Pero no tiene por qué ser así. La clase obrera se organizó en el pasado para defender sus intereses; exigió que se la escuche y apeló programáticamente a una sociedad alternativa basada en las necesidades de la gente y no en el beneficio privado. El ciclo abierto por el Cordobazo es una experiencia propia de los trabajadores y sus “lecciones”, aprendiendo de sus virtudes y errores, mucho todavía tiene para aportar.
El Cordobazo se inició como un movimiento de protesta democrático contra un gobierno dictatorial, conservador y autoritario, pero rápidamente, se convirtió en una denuncia contra las viejas estructuras de dominación social que sacudió, específicamente, al mundo del trabajo iniciando un período relativamente amplio de insubordinación obrera.
Acerca del entrevistado
Carlos Mignon es Doctor en Historia por la Universidad Nacional de Mar del Plata. Licenciado en Historia por la Universidad Nacional de Córdoba. Profesor asistente en la cátedra de Historia Contemporánea de la Escuela de Historia (UNC). Autor de “Córdoba Obrera. El sindicato en la fábrica 1968-1973”, (Imago Mundi) y de artículos relativos a la historia del movimiento obrero en revistas nacionales y extranjeras.