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Red Internacional
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HASTA SIEMPRE. Chicha, mi abuela de corazón

La autora, hija de desaparecidos, homenajea a la querida Chicha Mariani. El recuerdo y el compromiso de seguir buscando a Clara Anahí hasta encontrarla.

Domingo 26 de agosto de 2018 00:00

Chicha Mariani fue una de las personas más maravillosas que conocí en mi vida. Me conmueve profundamente recordarla y pensarla a días de su partida. Es una tristeza profunda condimentada con una enorme bronca y sentimiento de injusticia por haber partido sin encontrarse con su nieta Clara Anahí, a quien buscó incansablemente durante 42 años.

Pero también tristeza matizada por una inmensa admiración por su entereza, nobleza, generosidad, alegría, perseverancia, capacidad de trabajo y de lucha, ternura y enorme solidaridad.

Me unió siempre a Chicha un lazo de afecto de origen histórico y familiar. Chicha conoció a mi familia paterna cuando mi padre, siendo adolescente, vivía en City Bell. Años más tarde Chicha fue profesora de mi papá Gustavo García Cappannini y de mi mamá Matilde Itzigsohn en el Liceo Víctor Mercante durante tres años.

Ella, admiradora de la belleza en sus distintas formas artísticas y humanas, gustaba mucho de la obra plástica de mi papá. Siendo su profesora justamente en la materia artística, pudo conocer y deslumbrarse con la obra plástica de mi padre, a punto tal que eligió un cuadro pintado por él para apreciarlo en su despacho como Jefa del Departamento de Plástica del Colegio Liceo.

Varias horas dedicamos juntas a pensar cuál habría sido el devenir de ese cuadro, golpeado y desaparecido también por la dictadura genocida. Según me contó, viajó con una mujer que se exilió a México y de quien luego Chicha perdió rastros.

Chicha era intensamente alegre y curiosa. Tenía una gran capacidad de asombro ante distintos fenómenos de la naturaleza, de la historia, de la geología, de la astronomía. Le interesaban tantos temas a la vez y siempre me decía que no tenía tiempo para todo.

Y era así, porque dedicaba horas y horas de su vida a investigar los crímenes de lesa humanidad, las apropiaciones, las historias de cientos de jóvenes que se acercaron a ella buscando su identidad.

Chicha fue una gran investigadora. Cuando sucedió el crimen de la inundación en la ciudad de La Plata, la casa de Chicha se colmó de casi dos metros de agua. Chicha, con sus entonces 89 años, estuvo horas sumergida bajo el agua fría subiendo la enorme cantidad de documentación producto de su trabajo de décadas, para tratar de salvarla. A partir de ese momento empezó a padecer problemas respiratorios que nunca superó y que se vinculan a su muerte.

Tuve el honor de compartir mañanas y tardes con ella cuando, hace unos años, asumí el hermoso compromiso de ir a leerle, de prestarle mis ojos. Leía lo que ella necesitara, casi siempre se trataba de mails impresos que tenía en una carpeta minuciosamente organizada y vinculados a su búsqueda, la búsqueda de l@s hij@s apropiad@s durante la dictadura, y la relación de todo el entramado de genocidas, cómplices, campos de concentración, empresarios.

Tenía una memoria prodigiosa, y mucho saber acumulado. Aprendí de ella la perseverancia y el compromiso con el trabajo.

Una vez nuestra cita era un sábado a la mañana. Yo había salido el viernes y me había acostado muy tarde. La llamé a la mañana para proponerle postergar el encuentro de lectura para la tarde. Por supuesto que ella tenía otro compromiso para la tarde, porque ella casi no descansaba, y me dijo: no, te espero ahora, hay que honrar los compromisos que uno hace. Y con esa lección caminé inmediatamente las ocho cuadras que separaban nuestras casas.

Tuve también el honor de mantener varias reuniones con ella y mis compañeras del equipo de búsqueda de hij@s apropiad@s que integré durante unos años. Ella siempre fue generosa con todo su saber, sus experiencias, la información. Nos transmitía en quiénes confiaba y en quiénes no. Hay quienes fueron muy mezquin@s con ella y su búsqueda, sin embargo Chicha nunca se explayó en las críticas hacia esas personas.

Una mujer gigante. Con un amor por la vida fuera de serie. Con un sentido del humor y una expansión de la alegría excepcionales también. Pícara que desafiaba su diabetes comiendo cosas dulces, riéndose por ello, e intentado simular ante el enfermero que todos los días le controlaba la glucemia. Un día me dijo “ay, los médicos, no tengo tiempo de ocuparme de los médicos”.

Siempre con una palabra dulce en sus labios. Siempre con la ternura a flor de piel. Casi no veía y no había un día que no me dijera: qué linda estás, qué lindo te queda ese color.

Me queda en mi corazón el mundo Chicha. Conocí a su madre, a su hermano. Saboreé sus relatos de San Rafael, de cómo conoció a Pepe, de su orquesta, de su música.

En el aniversario del ataque a la casa de al calle 30, el 24 de noviembre del año pasado, hicimos con mi amiga Cecilia Porfidio, cuyo padre Roberto Porfidio fue asesinado en el ataque genocida, la obra “Mujeres con puño y letra”, una obra de danza en homenaje a nuestras madres desaparecidas y nuestras abuelas que nos criaron. Y a todas las madres como Chicha. Ya ella no estaba yendo a los actos por su estado de salud. Otro gran honor que pude compartir con mi amiga.

El día de su cumpleaños, el año pasado, estaba muy contenta por estar rodeada de muchas personas que la queríamos muchísimo. Yo necesitaba estar muy cerca y me senté al lado. Ella estaba fascinada con una idea que me contagió: la química del amor. Nos decía que sentía una inmensa alegría por estar rodeada de tanto afecto y que había una reacción química ligada al afecto. Yo le dije que compartía esa idea.

Pese a todo lo que sufrió, nunca dejó de tener fuerzas y una inmensa alegría.

Acompañó en su búsqueda a muchas personas que dudaban de su identidad. Había muchas mujeres que pensaban que podían ser Clara Anahí y que hubieran deseado mucho tener a Chicha como abuela. Una abuela desbordante de amor.

Chicha, mi abuela de corazón, vivirás en nuestros corazones, nuestra lucha y te prometo que encontraremos a Clara Anahí.

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