En estos apuntes (escrito a los 45 años del aniversario del Golpe de Estado de 1973) buscamos debatir sobre el proceso revolucionario en los años 70 y las estrategias que desarrolló la izquierda en Chile, principalmente la relación entre el “socialismo democrático” de la “vía pacífica” al socialismo y su relación con el llamado “poder popular”, en particular los Cordones Industriales. ¿Se podía haber triunfado en Chile? Es la pregunta que cruzan estos apuntes.
Introducción
La estrategia de la “vía chilena” (o pacífica, o institucional) al socialismo, cambios más cambios menos, es quizá en la actualidad la estrategia predominante en las nuevas formaciones como el Frente Amplio, además del Partido Comunista. Pero no solo ellos, sino que la mayoría de la intelectualidad de izquierda o de la literatura sobre el llamado “poder popular” terminó haciendo una teoría de las “dos revoluciones” como la definió Peter Winn, una especie de combinación de una “revolución por arriba” y “revolución por abajo”, cuyo “empate catastrófico” (Tomás Moulian) fue el detonante del Golpe. Acá también debatimos con esa teoría, que con diversos matices, es sostenida por varios autores que terminan definiendo como “revolucionaria” aquella estrategia que teniendo como norte (final) el socialismo, ve en el Estado y en las reformas graduales ese camino, sin romper con las instituciones del Estado de derecho y la democracia liberal, sino mediante ellas.
Acá debatimos con esta estrategia al calor del debate sobre el “poder popular” y el rol, potencialidades y límites de los Cordones Industriales.
El proceso contrarrevolucionario y la supuesta “excepcionalidad”
El 04 de septiembre de 1970, ganó la presidencia de Chile el doctor Salvador Allende, candidato de la Unidad Popular. Se abre una etapa pre-revolucionaria que durará 1.000 días hasta el Golpe de Estado, con sus distintos flujos y reflujos.
La elección fue un terremoto político en el país y sorprendió a todas las clases sociales. En las fábricas y lugares de trabajo, en las calles y poblaciones, en los cuarteles las tropas y suboficiales, celebraron el triunfo de Allende. Decenas de miles esa noche se volcaron a celebrar en las calles. En los círculos empresariales, en el barrio alto, en los partidos políticos de derecha y centro, en la oficialidad de las fuerzas armadas, reinaba la furia, el enojo y el nerviosismo.
Para la derecha fue una derrota inesperada. Venían “autocomplacientes” proclamando el triunfo de su candidato, el empresario Jorge Alessandri. Sin embargo, Alessandri quedó segundo, a pocos votos de Allende. Conocido el triunfo de éste, reinó el desconcierto. ¿Cómo impedir la proclamación de Allende? ¿Cómo impedir que llegara a la presidencia? Fueron algunas preguntas que se abrieron en el sector. Las respuestas: hacer uso del arsenal golpista. Sin dudarlo, inmediatamente la reacción inició las maniobras y planificación para que no asumiera Allende, o de asumir, cayera.
El bloque contrarrevolucionario sería liderado por una alianza de golpistas nacionales de la derecha y el gran empresariado nacional junto al imperialismo norteamericano y sus empresas. Desde EE. UU., la CIA dirigida por Henry Kissinger junto a Edwards (El Mercurio) desarrollaron dos planes de golpe: uno “constitucional” (o parlamentario) y otro “militar” para evitar la asunción de Allende. Como dicen autores como Jorge Magasich, desde un principio comenzaron a fraguarse planes globales para hacer fracasar la experiencia.
El temprano objetivo golpista y sus estrategias, mostraban que desde el primer momento, la dinámica del enfrentamiento era inevitable, y que la derecha y la burguesía estarían dispuestos a desarrollar métodos golpistas y de guerra civil de ver amenazados sus intereses. En el caso de EE. UU., no podían permitir una “segunda Cuba” en su patio trasero y en los marcos de la guerra fría con la URSS. Por eso toma un rol activo en su intervención imperialista en el país. Pronto desarrollarían una estrategia mucho más combinada para el objetivo de derrotar cualquier mínima amenaza a sus intereses. Sin embargo, el golpe inmediato, ya sea constitucional (Parlamento) o militar, fracasa, terminando en una maniobra militar de un grupo de militantes de extrema derecha que asesina al Comandante en Jefe del Ejército, el “constitucionalista” René Schneider. El 13 de septiembre de ese año se había formado Patria y Libertad, bajo el cobijo de la embajada yanqui.
La historia de la lucha de clases en Chile es la historia de la acción y resistencia violenta (física) de las clases dominantes en la defensa de su dominio frente a los desafíos de la clase obrera y los oprimidos. La clase dominante nacional, tras la independencia, con una oligarquía terrateniente nacida de la conquista y colonia, no solo se va “aburguesando” en sus alianzas con el capital comercial y financiero imperialista (inglés y luego norteamericano) sino que además, integra en su seno con el desarrollo capitalista del siglo XIX una nueva burguesía nacional, socia tanto del “conglomerado mercantil-financiero” (Salazar) sino también de la vieja oligarquía. El capitalismo chileno se desarrolló sobre la base del dominio del capital extranjero y del sometimiento del desarrollo nacional como semicolonia, manteniendo intacta la vieja estructura agraria colonial o pre-capitalista. El desarrollo desigual en Chile combinó la moderna industria en “nichos” claves del desarrollo ligado a la exportación y dependiente del capital extranjero, con un minoritario, creciente y estratégico proletariado concentrado en grandes minas, fábricas, ferrocarriles y transportes, y una estructura agraria colonial, que si bien, quedaba subordinada al desarrollo capitalista, en manos de la vieja oligarquía terrateniente, dejaba a una gran mayoría del país, el campesinado pobre, los peones y gañanes, en el atraso y el oscurantismo más reaccionario.
Esa clase dominante (y sus modificaciones posteriores) nunca titubeo en echar manos al ejército y la fuerza armada cuando se veían amenazados sus intereses, no solo exteriormente, sino frente a los desafíos del orden social por parte de explotados y oprimidos. La matanza de Santa María culminando el ciclo de ascenso y masacres de 1903-1907 es una muestra temprana del Chile independiente. El Golpe, otro recuerdo de aquel poderoso recurso a la fuerza por parte de la clase dominante.
Como diría Peter Winn, en Chile no solo se vivió un proceso revolucionario, sino un importante proceso contrarrevolucionario. Sin ver solo en la “fuerza” las estrategias de la clase dominante (que acompañan a la dominación el consenso para establecer su hegemonía), no considerarla como una lección estratégica para cualquier intento de transformación el día de hoy, sería caer en el más liviano error político, que nuevamente podría costar caro en un futuro cercano.
En la izquierda de aquel entonces, esta discusión se desarrollaba en el marco no solo de una gran ingenuidad, sino de la hegemonía de una visión “pacifista” o “light” de la resistencia de los poderes constituidos frente a la impugnación de su orden. El imperialismo y los capitalistas, temían muchísimo más a las aspiraciones y expectativas de trabajadores, campesinos y pobladores, que podrían “cobrar” sus aspiraciones buscando realizarlas por su propia organización y decisión, que a los propósitos de los dirigentes de la UP, más bien “moderados” en sus objetivos de una revolución “por etapas”.
La visión predominante de la izquierda, tanto del PC como del PS, era la “excepcionalidad” chilena: una democracia “avanzada” o la existencia de una tradición democrática (Estado de derecho y parlamentarismo) con un sistema de instituciones estables y de “tradición” en la clase trabajadora, con sindicatos y cierta integración al régimen político (parecido a países con tradición democrática como Francia o España era el debate) que establecían una sociedad civil activa, es decir, condiciones para llevar a cabo una revolución por la “vía democrática” o institucional, no la vía insurreccional. Junto a ello, el repliegue de las fuerzas armadas tras la crisis de los 30, planteaban que en Chile parte de esa “excepcionalidad” era la tradición “democrática” y no golpista de los militares, obviamente no solo la existencia de 10 años de un régimen “bonapartista” (ilegalizado el PC) sino la formación yanqui de los militares y el reciente golpe de Estado en Brasil en 1964. El “socialismo democrático” sostenía la imposibilidad de la revolución por la vía insurreccional, sin la ruptura del orden ni del Estado de derecho, sino por las vías democrático-institucionales.
La burguesía a la defensiva y el año de “fiesta”
El fracaso de los planes golpistas y el revés sufrido tras el asesinato del General Schneider, aislaron a la derecha creando un ánimo democrático en amplias franjas de masas frente al atentado. La autoría de Patria y Libertad (apoyados por las valijas diplomáticas yanquis que dispusieron el armamento) abrió un rechazo de masas a la política de la reacción, que se vio replegada tras la acción.
El argentino Liborio Justo, señala correctamente que la victoria de Allende había sido un “triunfo precario”. Al obtener solo el 36% de los votos (primera minoría), debía ser ratificada por el Congreso pleno, donde la UP era minoría. Frente al fracaso golpista y su repliegue, y apoyado en el fortalecimiento del sentimiento democrático tras el atentado, Allende y la UP se la juegan por establecer un primer acuerdo con la Democracia Cristiana, cuyos votos le entregarían mayoría absoluta a Allende para ser proclamado Presidente. La DC, que no consiente las maniobras golpistas recién realizada la elección, se vuelca sin embargo al acuerdo con la UP que sirva como “moderador” de las tendencias a la radicalización y agudización de los conflictos de clase. Así nació el “Pacto de Garantías Constitucionales”, en que la DC logra imponer un primer acuerdo “programático” a la UP para que ésta reafirmara su respeto del orden liberal. Con el forzamiento de este acuerdo sin el cual Allende no sería presidente, les permite a la DC forzar unas primeras “garantías” para el resguardo del orden: la defensa del monopolio de las armas por parte del Estado, con inexistencia de grupos paralelos a las fuerzas armadas, dirigida a perseguir a grupos u organizaciones que se reclaman revolucionarias, y el respeto a la propiedad privada. Es correcto cuando Winn señala que las primeras semanas fue un modelo de moderación.
Esta política iba inscrita en los marcos del programa de la UP, que no obstante importantes transformaciones, no pretendía liquidar la propiedad privada de los medios de producción ni el ejército regular ni el Estado de Derecho con sus instituciones. En este mismo sentido, el acuerdo con la DC fue de la mano de disolver los formados Comités de la Unidad Popular (CUP), que se habían desarrollado por miles (algunos autores hablan de 15.000 comités) en fábricas, poblaciones, escuelas, hospitales y universidades. Las CUP, subordinadas al Comando Nacional de la UP, tenían en su programa que “serían intérpretes y combatientes de las reivindicaciones inmediatas de las masas y, sobre todo, se prepararán para ejercer el poder popular”. No obstante, los partidos, direcciones y el propósito de la UP era que actuaran como comités “electorales” que tras la elección desaparecerían, lejos de una estrategia que encaminara estos comités de base hacia su desarrollo y masificación como órganos de lucha de clases y de frente único de los trabajadores, que podrían haber sido la base para el desarrollo de organismos de auto-organización de masas como coordinadoras, comités o consejos, más aún ante el intento reaccionario de montar un golpe de Estado.
Del año de fiesta a la ofensiva derechista del “paro patronal”
Con el repliegue y desorientación de la derecha, se fortalece la Unidad Popular. Avanza con su programa de nacionalizaciones (con indemnización) del cobre, hierro, la banca, e inicia el camino de nacionalización de algunas industrias estratégicas (quedando en 91 su proyecto), aplicación de la reforma agraria, etc. Ese año no solo fue el más ofensivo en el terreno político por parte de la UP que logró controlar la agenda y mantener a la defensiva a la derecha, sino que hubo un crecimiento económico-industrial que duró hasta finales del ‘71 y que permitió la realización de medidas sociales como el litro de leche, aumentos salariales y otras medidas. El año de “fiesta” lo han llamado algunos analistas.
El triunfo de Allende, en el marco de un ascenso de luchas obreras, campesinas y populares, si bien buscaba canalizar éstas en los marcos de la institucionalidad burguesa y bajo una estrategia de colaboración con partidos burgueses (como el radical) y acuerdos con la DC, abrió una “estructura de oportunidades” por donde se fue colando la lucha de clases de forma acelerada y que posteriormente llegó a “desbordar” a las direcciones de la UP.
Veamos: apenas asumido Allende, en diciembre de 1970, surgen las tomas y ocupaciones de terrenos en el sur en el Cordón Maderero y Forestal de Panguipulli, con 34 fundos tomados, por obreros, campesinos y mapuche. El movimiento obrero fortalece sus aspiraciones y expectativas, y tras unos pocos meses inicia importantes luchas frente a patrones opositores, en muchos casos exigiendo el paso al APS (área de propiedad social), que fue el semillero de los futuros Cordones. En el campo se fortalecen las tomas de tierras y las corridas de cercos, que acelera rápidamente la ejecución de la reforma agraria por parte del gobierno ante la presión de las tomas. En las poblaciones comienzan a ampliarse las tomas de terrenos y la coordinación de pobladores. Veamos la dinámica: tan temprano como en abril de 1971 se ocupa la fábrica Yarur, un emblema de los Cordones. Si en 1969, año de ascenso, se observaron 977 huelgas, en 1972 se observaron 3.526. En el caso de las ocupaciones de fábrica, casi no existían en 1969 con solo 24, para 1970 pasaron a 137, para 1971 a 378, y 299 solo lo primeros cinco meses de octubre de 1972 (antes del paro patronal y la extensión de los cordones industriales). En el caso de las tomas de terrenos urbanos, si en 1969 se vieron 29 tomas, en 1970 fueron 352 y 560 en 1971 [1]. Según Garcés entre 1969-1971 se producen 312 tomas [2]. Según Winn, entre el 68-71: más de 400 tomas de sitios en todo Chile, que en 1971 1/6 parte de Santiago con campamentos provisorios.
En abril de 1971 la UP gana las elecciones municipales: UP: 1.404.186 (50,86 %) y la oposición: 1.356.919 (49,14 %). El PS pasa de 12,2 % a 22,4 % de la votación (un 45 % del voto UP). Fue un triunfo muy importante, pues no solo había aumentado su votación, sino que la UP tenía una mayoría, aunque aún precaria. Este triunfo de la UP provoca una crisis y un intento de reorientación de la oposición, tanto la DC como el Partido Nacional (PN).
Hay una importante discusión en la literatura de izquierda sobre cómo aprovechar este triunfo electoral táctico. Según Peter Winn: “la ‘mayoría electoral’ (aunque no es parlamentaria) allanaba el camino para reemplazar el Congreso bicameral por una sola cámara: la Asamblea del Pueblo” [3], es decir, un cambio constitucional que asegure el proyecto de la UP. Gaudichaud dice que este triunfo “no será aprovechado por la izquierda” [4] y que faltó usarlo para impulsar el cambio constitucional hacia una nueva institucionalidad política. Para Tomas Moulian, fue una “victoria a lo pirro” [5] o una “situación de cuasi empate”, porque no aprovecharon esa victoria, algo muy parecido a lo que señala Gaudichaud y Peter Winn. Dice Moulian que era “el momento para virar” [6] y que faltó impulsar una “reforma del Estado con disolución del congreso” y desarrollar el “bloque por los cambios” [7], que ya en 1972 era tarde. Era esa la oportunidad para un “programa de reformismo revolucionario” girando a un acuerdo con el centro DC con reformas constitucionales y asimismo dar gestión a los trabajadores en las empresas: “Actuando de ese modo quizá hubiera sido posible mostrar que el socialismo que se quería era la profundización de la democracia” [8]. En la UP se pensó en un referéndum para aprobar el cambio institucional, por nueva constitución y constituir el Estado popular. Pero el PC prevalece y plantea que no hay fuerzas aún y queda en stand by. Sin embargo, para estos autores se trataba sobre todo como aprovechar el triunfo electoral para profundizar el propio programa de la UP, en los marcos del sistema capitalista y no para pasar a la ofensiva con la autoorganización independiente de las masas. Por eso, esta ubicación se pone en el marco que había que empujar la realización del programa, sin embargo, contradictoriamente con bloques con la DC que se oponían a esos propios cambios constitucionales. No se trataba de una estrategia para derrotar a la derecha con el poder de los trabajadores y oprimidos, sino con cambios constitucionales y legales.
Tras derrota electoral, la derecha pasa a una estrategia combinada, ya no solo de lucha política en el congreso y en elecciones, sino una “línea de masas” y por ganar la calle. 1) Se produce la unificación del PN con sectores DC en las a elecciones complementarias de julio de 1971; 2) Batalla y bloqueo institucional en el parlamento,3) Lucha de clases económica (bloqueo externo, sabotaje y boicot), 4) Conspiración a través de los grandes gremios patronales como la SOFOFA toman protagonismo, haciendo política con Frente Nacional de Áreas Privadas (pymes) y los gremios profesionales (médicos, ingenieros, abogados).
El año 1971 se desarrollan los primeros factores de crisis económicas: desabastecimiento, inflación, y la derecha aprovecha para levantar cabeza, buscando hegemonizar a todas las capas medias con largas campañas combinando lucha parlamentaria con lucha extraparlamentaria.
Por parte de la DC empieza a librar una campaña contra el Área de Propiedad Social y tras el asesinato de Pérez Zujovic, DC ex Ministro del Interior del gobierno de Eduardo Frei, responsable matanza Puerto Montt en 1967, por parte de la VOP, lo corre más a la derecha. En ese año, con la derecha todavía era una alianza táctica con la diferencia de fondo de cómo oponerse a Allende, que sin embargo va a tornarse en una alianza estratégica. En este marco, la DC sufre un nuevo quiebre de su ala izquierda y surge el partido Izquierda Cristiana, que se une inmediatamente a la Unidad Popular y permite que el ala dura dirigida por el ex presidente Frei retoma la dirección del partido.
En este marco, la derecha buscará hacer una primera acción callejera con la “marcha de las cacerolas” donde buscando hacer política a las mujeres, busca desarrollar una nueva estrategia extra-parlamentaria. El 01 de diciembre del 71 iniciará la ofensiva burguesa. En enero de 1972, se realizan elecciones complementarias donde se unen la Democracia Cristiana y el Partido Nacional, derrotando a la UP en las provincias de O´Higgins, Colchagua y Linares.
Luego del resultado de las elecciones, el inicio de la ofensiva derechista, la alianza DC-PN y la situación económica que empieza a tener síntomas de crisis, con la correspondiendo agitación de las capas medias, comienzan a figurarse una tensión al interior de la Unidad Popular. El primero, compuesto por el Partido Comunista, un sector minoritario del Partido Socialista, Allende, el PIR y Acción Popular Independiente, que tenían una línea de desarrollar alianzas con la DC y llamaban “consolidar para avanzar”. El segundo sector planteaba la necesidad de “radicalizar” el proceso, aunque desde el mismo gobierno y desde la legalidad burguesa en alianza con el “poder popular” y estaba compuesto por el MAPU, la Izquierda Cristiana y el sector mayoritario del PS. Tendían además hacia alianzas con el MIR. Esta tensión, expresaba en las cumbres de El Arrayán y Lo Curro, fue expresión superestructural de un problema que empezaba a cruzar a la UP: las crecientes tensiones entre la base social obrera, campesina y popular y sus sectores de vanguardia, que buscaba conquistar sus aspiraciones revolucionarias mediante la lucha de clases; y el propósito y programa d la UP y sus direcciones que buscaban cambios en los marcos del sistema y hacia un objetivo de una especie de “capitalismo de estado” (economía mixta), no de socialización del conjunto de la economía. La contradicción que se fue generando entre la UP y su base: les dijeron que era el momento de forjar su propio camino, de avanzar hacia el socialismo, y la clase obrera lo llevó adelante, tomas de terrenos, de fábricas, radicalización, etc.; Mientras clase obrera avanzaba, UP se debilitaba, y buscaba limitar el avance por abajo, que tendía a desbordar.
En el marco de un creciente desabastecimiento, inflación, falta de repuestos, bloqueo, etc., aumentan las protestas y los enfrentamientos callejeros y las huelgas de comerciantes y transportistas, movidos y organizados por la derecha. Se consolidan el ‘72 las relaciones regulares entre los empresarios y militares golpistas, especialmente oficiales navales. La ofensiva opositora llama a “resistencia civil” y se desarrolla el paro y cierre 125.000 establecimientos del comercio minorista en agosto del ‘72. Las brigadas fascistas bloqueaban el tránsito con barricadas y realizaban atentados. Además, fracasa un esbozo de acuerdo entre la Unidad Popular y la Democracia Cristiana y las calles empiezan a ser protagonistas de la lucha política.
Así llegamos a octubre del ‘72, primer intento de huelga insurreccional de la burguesía, con lock out, cierre de empresas, cortes de ruta y caminos, sabotajes y atentados.
En octubre surgen dos fenómenos nuevos: 1) cordones como embriones de doble poder y organismos de autoorganización, que con más de 500 tomas y ocupaciones de empresas fueron la verdadera resistencia frente a este primer intento golpista callejero; 2) En el marco de la debilidad de la UP que quedó completamente paralizada frente al paro patronal, la UP se la jugó por el poder de los militares con el “gabinete cívico-militar”, una especie de pre-bonapartismo al interior del Frente Popular, con el surgimiento de un árbitro entre los dos polos crecientes (el poder de los trabajadores y sectores populares, y la ofensiva de la contrarrevolución), donde el problema de cómo expandir el poder de los trabajadores para aumentar su poder y ganarse a nuevos sectores era crucial.
Los Cordones Industriales y la cuestión del poder: ¿Espontaneidad o consciencia?
Los Cordones Industriales en los momentos más álgidos llegaron a agrupar alrededor de 100 mil trabajadores en todo Chile, organizados entre unos 60-100 cordones de Arica a Punta Arenas [9]. Se fueron desplegando como embriones de organismos de poder obrero, con la posibilidad de desplegarse como organismos de auto organización de masas.
Existió entonces una relación entre espontaneidad y conciencia. ¿En qué sentido? Primero, porque no surgen como un plan determinado y desarrollado por una organización política. No son producto de un proyecto estratégico de una corriente de la izquierda, sino que son más bien la respuesta de sectores de la clase obrera frente a la ofensiva patronal. Pero en segundo lugar es innegable el rol que cumplieron cientos de militantes, principalmente del Partido Socialista, que encabezaron este proceso. Es decir, no era “pura espontaneidad”, sino que había obreros que dirigieron a los Cordones que eran militantes y cuadros medios del PS, y dirigentes del Departamento Nacional Sindical de dicha colectividad, el DENAS.
La izquierda frente a los Cordones
En ese marco, el sector y la figura de Carlos Altamirano jugaron un rol clave. Con un discurso “incendiario” y de izquierda, situado en el terreno de “la izquierda de la Unidad Popular”, referenciado en la consigna “avanzar sin transar” Altamirano jugó un rol de árbitro entre los sectores más radicalizados de su propio partido y la vanguardia obrera en general que comenzaba a desarrollarse al calor del proceso de los Cordones.
Altamirano jamás buscó romper políticamente con los sectores moderados para preparar públicamente una alternativa política al institucionalismo y a la vía pacífica, se limitó a azuzar por abajo críticas al gobierno, sino que lo que el rol que cumplió fue desarrollar un discurso de izquierda para recubrir al ala más conciliadora de la Unidad Popular, del gobierno y del PS, buscando arbitrar entre ambos sectores, llevando así la crítica radicalizada de las bases socialistas o de los Cordones Industriales a una exigencia al gobierno, buscando evitar una ruptura con este de los sectores obreros de vanguardia organizados.
Altamirano jugó un rol de mediación entre los sectores más conservadores de la Unidad Popular y aquellos que efectivamente estaban mostrando en los hechos pero de manera aún embrionaria, una vía alternativa, a la de la vía pacífica e institucional, y por tanto, marcaban una pauta para hacerle frente militarmente a la reacción: las bases radicalizadas del PS, los obreros de los Cordones Industriales, sectores de pobladores en las tomas de terreno, campesinos radicalizados, todos aquellos que salieron, luego del tanquetazo de 1973, a exigirle armas al gobierno para enfrentar cualquier otra intentona. Ni Altamirano ni ningún sector de la dirección política del PS se propusieron desarrollar una estrategia consecuente con sus discursos incendiarios. Una estrategia que requería reconocer en los Cordones Industriales una posibilidad de poder obrero extendido, que debía ser armado, para desde ahí aglutinar a los sectores populares para enfrentar a la represión, que se desató el 11 de septiembre, pero que ya venía ensayando de antes, incluso durante el gobierno del propio Salvador Allende, especialmente luego de la aprobación de la Ley de Control de Armas.
Aun así, este fenómeno del PS y su ligazón con la vanguardia obrera muestra que había un fértil terreno para la actuación de una organización revolucionaria, que se podría haber propuesto la política de entrar al PS para acelerar las conclusiones de los sectores más radicalizados, convertirse en una tendencia y fracción política para constituir una alternativa no sólo a Allende sino que a los dirigentes centristas del propio PS, y proponer un camino alternativa al institucional y de confianza en sectores burgueses medios que propugnaba la Unidad Popular, concentrando sus esfuerzos en fortalecer y multiplicar los Cordones Industriales como una referencia para el conjunto de la clase obrera y de las masas oprimidas, y como centro de resistencia frente a las amenazas del golpismo.
Por su parte, el PC y la dirección del PS junto a Allende buscaron limitar permanentemente el desarrollo de los Cordones Industriales. Primero plantearon que se estaban desarrollando para dividir al movimiento obrero, que ya tenía su organismo: la CUT, limitando los márgenes y la capacidad de organización política de los trabajadores a un ámbito meramente sindical.
A su vez, Allende planteaba la necesidad de un “poder popular institucionalizado”, una especie de Estado Combinado [10] donde este estuviese subordinado al gobierno central del Estado burgués. Otros sectores al interior de la Unidad Popular, como el MAPU de Garretón, veían con simpatía los Cordones sólo si estos se subordinaban al gobierno de la UP, como la base social de defensa del gobierno de Allende.
El MIR, por fuera de la coalición de gobierno, los despreció. Este grupo, que consideraba en teoría al “proletariado” como “vanguardia de la revolución”, cuando ésta surgió, consideró que debía dejar de cumplir su rol para ponerse tras “comandos comunales” que no pudieron ni podían ocupar el rol estratégico de avanzada revolucionaria. Así lo expresaba Víctor Toro, un dirigente histórico del Movimiento de Izquierda Revolucionario, cuando expresaba que: (los Cordones) “tienen una debilidad como órganos de poder popular. Agrupan solo a un sector de los trabajadores y se limitan a cumplir un papel provincial o departamental” [11]. Y frente a esta debilidad sostenían que “los comandos comunales juegan en una situación prerrevolucionaria el papel que han jugado todos los organismos de poder popular en otras revoluciones” [12].
Intentó subordinar a los Cordones entonces a un fenómeno que no tenía la capacidad propia del auto organización obrera. Como dice el mismo Frank Gaudichaud, “la posición del MIR parece ser la de una organización que debido a su débil estructuración obrera, parece decidir que la revolución vendrá desde otra parte” [13]. Respondían a la estrategia impotente del poder popular, que no consideraba a los organismos de auto organización de la clase obrera como la clave no sólo para enfrentar a la reacción, sino que para entregarle una política de acción hegemónica a la clase trabajadora, y un poder alternativo al del gobierno central burgués a través de su Estado. Los Cordones Industriales fueron un fenómeno fundamental en el proceso de la Unidad Popular, y la ubicación de la izquierda frente a estos marcaría el desarrollo de la Historia. Entonces podemos ver claramente como el paro insurreccional de la burguesía y la contrarrevolución de octubre de 1972 generó dos fenómenos de importancia central para comprender el proceso.
Vanguardia obrera y pre-bonapartismo
Primero fue el desarrollo de los propios Cordones Industriales, que emergieron fundamentalmente como una respuesta a la reacción, buscando sostener y asegurar la producción y resolver el problema de la distribución de productos frente al paro (principalmente de camioneros y de la mediana industria). Buscaron desplegar coordinación con las Juntas de Abastecimiento (JAP) (las cuales también estallaron y como fenómeno como respuesta al paro) e incluso desplegaron iniciativas de distribución popular. La fuerza que demostraron frenó el intento golpista de la burguesía, pero estuvieron lejos de derrotarlo, ya que no se constituyeron como una estrategia alternativa de poder.
Y en ese marco, es que emerge el segundo fenómeno a considerar, que fue el de la salida pre bonapartista del gobierno de Salvador Allende frente al paro, que comenzó a tomar características de “árbitro” entre los dos sectores sociales que comenzaban a chocar, en el marco además del aumento de las tensiones cada vez más abiertas en el campo de la propia Unidad Popular.
El más claro ejemplo de este fenómeno fue la constitución del Gabinete Cívico Militar, expresión a su vez de la debilidad del propio gobierno para contener por sí mismo el proceso que parecía tender a desbordarlo.
Este Gabinete primero que todo expresaba la integración, parcial, de las Fuerzas Armadas al gobierno civil, y además tomó medidas que iban directamente contra los fenómenos más avanzados de embriones de auto organización; se tradujo en la devolución de las 13 empresas de electrodomésticos ocupadas por sus trabajadores en Arica, donde incluso el Ministro del Trabajo, que era a su vez Presidente de la CUT, viajó a convencer a los obreros de devolver a las empresas, cuestión a la que se negaron, y que luego fueron desalojadas; en la devolución de empresas de la construcción que luego tomaron medidas disciplinantes mediante despidos; devolución de radios e imprentas como la Radio Agricultura, de Los Ángeles o el Diario Sur de Concepción; la no intervención del monopolio de la distribución privada en manos de la CENADI; o el control por parte del Ejército de la distribución que estaban bajo las JAP, constituyendo la Dirinco.
Básicamente, la política del Gabinete Cívico Militar, de esta nueva forma que adquiría el gobierno de la Unidad Popular, se concentró en dos políticas: La ley de control de armas y el plan Prats Millas, es decir, de devolución de empresas (que llegaron a ser 500 tomadas post paro patronal, y debían volver a ser las 91 definidas en el pacto de garantías constitucionales firmado con la DC). Es decir, se concentró en la represión a los sectores de la vanguardia obrera. Por otra parte, la misma reacción del gobierno llevaba a un fortalecimiento bonapartista del Estado para controlar la situación, tomando medidas autoritarias combinadas con la integración de los militares al gabinete, así como plantea Jorge Magasich: “Es evidente que está en curso una insurrección general. Ante estos hechos, el Gobierno declara el Estado de Emergencia en 22 de las 25 provincias e impone el toque de queda” [14].
Vemos como los dos fenómenos surgidos al calor del paro de octubre del ‘72 van mostrándose cada vez contradictorios y en tensión: por un lado la organización de las y los trabajadores a través de instancias como los Cordones, que el gobierno utilizó como punto de apoyo, pero que luego buscaría frenar, y fundamentalmente la utilización de las Fuerzas Armadas, como expresión de rasgos pre bonapartistas del allendismo, que serían la clave para el gobierno. Llegamos así a un cierto empate de fuerzas entre los dos bandos, donde la burguesía aunque no tiene fuerza para imponerse, retrocede en sus objetivos iniciales y debe reagrupar fuerzas bajo una nueva estrategia, logra imponer una cierta relación de fuerzas más favorable y se organiza, prepara sus músculos y organizaciones. Entra en el terreno de la lucha de clases y en las calles.
Por otra parte, el proletariado sale a la escena como actor central del proceso revolucionario, forja nuevas organizaciones de combate y auto-organización, se liga a la población, busca formas de controlar la distribución, pero no logra pasar a la ofensiva para desarmar a la burguesía, imponerle la derrota y lograr un paso efectivo al desarrollo de un gobierno obrero basado en los organismos de auto organización como podrían haber sido los Cordones Industriales.
Estos últimos fueron la clave del proceso de octubre para detener el paro patronal. En realidad, ante la ofensiva reaccionaria se muestran los trabajadores como único sector social capaz de dar una respuesta fundamental a la arremetida cuasi-golpista. Sin ello, la “insurrección” burguesa podía haber triunfado, pues habían logrado paralizar al país y dejar al gobierno contra las cuerdas. El gobierno, debilitado, ensaya un giro a la derecha con un cambio pre-bonapartista de régimen entregando cada vez más poder a los militares que bajo el Frente Popular fueron ganando posiciones y “moderando”, que era lo que exigía la DC, que luego llevaría al gobierno a enfrentar a la vanguardia obrera de los Cordones.
Y si bien las Fuerzas Armadas no se constituyen todavía como el principal árbitro de la situación política, si se configuran como uno de los principales actores, impulsadas por las propias políticas del gobierno que frente al paro patronal buscó una salida “bonapartista”, marcándose cierta tendencia de un paso de un gobierno de “frente popular más clásico, con peso en los partidos reformistas obreros” a uno con rasgos más pre bonapartistas de izquierda, expresado aquello como decíamos en el Gabinete Cívico-Militar, con centro, en resumidas cuentas, en dos políticas fundamentales: la devolución de empresas y la ley de control de armas. En diciembre del ‘72 la vanguardia obrera de los Cordones enfrentaría el Plan Prat-Millas de devolución de empresas, mientras el PN y la DC se preparaban para las elecciones parlamentarias de 1973.
Es que el gobierno queda debilitado, y entremedio de dos fuerzas fundamentales que empiezan a dirimir el conflicto más directamente con los métodos de la lucha de clases: la burguesía, los latifundistas y el capital imperialista por un lado, que habían logrado arrastrar tras de sí amplios sectores de la pequeño-burguesía y los partidos de oposición de centro (DC) y derecha (Partido Nacional); y del otro, la clase trabajadora con sus sectores más organizados a la cabeza, que ocupando las fábricas y poniendo a producir sin los empresarios, organizaron una amplia alianza popular con JAP, comités pobladores y empezaron a unir sus fuerzas para la defensa frente a la reacción.
El gobierno, así, entremedio, empezando a ser superado por ambas fuerzas fundamentales con su polaridad al centro, en su debilidad recurrió al aparato estatal y las Fuerzas Armadas. El bonapartismo en el allendismo surgió más por debilidad que por fortaleza. En este marco, este giro a derecha, luego se enfrentó contra los Cordones en la devolución de empresas.
El Golpe no llegó de golpe
El impasse de Octubre, y luego los primeros enfrentamientos entre los Cordones y la UP, llevó a la derecha a buscar ganar las elecciones parlamentarias de marzo del ‘73 apostando por obtener los 2/3 del parlamento para destituir constitucionalmente a Allende. Sin embargo, no lograron su cometido, y eso abrió una nueva estrategia donde ahora la lucha de calles pasaría a una nueva ofensiva. El tanquetazo marcaría esta nueva ofensiva, que sin embargo, es derrotado. Ese 29 de junio, nuevamente cientos de empresas son ocupadas por sus trabajadores, se discute el armamento y cómo enfrentar a la reacción.
Contradictoriamente, los militares, con Prats a la cabeza, se fortalecen como árbitros al detener el intento golpista, que sin embargo, había sido “por fuera” de los principales agentes golpistas, y sirvió más como “prueba” frente a la reacción popular. Las tomas de empresas y la movilización nuevamente resurgió como en Octubre pero más fuerte, poniendo a la defensiva a la derecha. Sin embargo, al no pasar a la ofensiva estratégica, desarmar a los golpistas, armar a los trabajadores y exigir al gobierno que rompa con el gabinete cívico-militar, fue la derecha con la DC junto a los militares golpistas que pasaron a la ofensiva. Ya desde julio los allanamientos de empresas fueron cotidianos, poniendo a las tropas contra los obreros, pobladores y campesinos con la ley de control de armas. A mediados de julio el ejército lograría allanar una gran cantidad de empresas mediante el fusil y la represión. Es allí donde ocurre la derrota de la vanguardia obrera de los cordones. Asimismo en agosto empiezan las torturas de los marinos anti-golpistas que buscaron planificar una defensa frente a los golpistas, sin un apoyo estratégico por parte de la izquierda, presa de la confianza en la institucionalidad militar.
Así, el Golpe no llegó de golpe. Consumada la derrota de la vanguardia obrera y también de los marinos rasos, así como los sectores más conscientes de los pobladores, vino la nueva ofensiva golpista, iniciando a fines de julio el último gran paro patronal, con el comercio, los camioneros, los gremios profesionales y los partidos de la derecha y la DC, que auspician a la vez un llamado a intervención a los militares al ser un gobierno “inconstitucional”. Derrotada la vanguardia obrera, la derecha y los militares golpistas no dudan en pasar a la ofensiva, montar el paro patronal, y desarrollar las condiciones del Golpe del 11 de septiembre.
Cuando hablamos de los Cordones, tenemos que hablar necesariamente del embrión de un semipoder, ya que, como dice el revolucionario León Trotsky, todo poder que no es armado es un semipoder, pero al mismo tiempo no podemos decir que los Cordones fueron los “soviets” de la revolución chilena, ya que no lograron constituirse como organismos de auto organización de las masas.
Tuvieron enormes limitantes en ese sentido. Y probablemente la principal, partiendo de la base del problema de la ausencia de un poder armado, es que se configuraron como espacios de organización de la vanguardia obrera, pero no de amplios sectores de masas, no lograron acaudillar a otros sectores populares como campesinos o pobladores, es decir, se mantuvo una enorme brecha entre la vanguardia (obreros conscientes) y las masas en el proceso.
Es que eran impulsados más bien por la realidad, fueron llevados adelante por la vanguardia obrera, pero no se transformó en una estrategia de poder alternativa al poder popular que se mostró estéril impulsado por el MIR como contraposición al desarrollo de los Cordones mismos, y menos al reformismo que dirigía el aparato estatal encabezando el proceso institucional y del tránsito “pacífico” al socialismo, experiencia que terminaría con el trágico resultado que conocemos.
Pero lo que es claro, es que de haber sido parte de un engranaje de una estrategia revolucionaria alternativa a las otras corrientes de la izquierda, de habérseles considerados como embriones del poder de la clase trabajadora, buscando activamente el desarrollo de autodefensa frente a los ataques de la reacción, e incluso de las leyes del aparato burgués, de haber buscado una política hegemónica que acercara a amplios sectores de masas, multiplicando la experiencia y coordinación de los Cordones, podría haberse abierto la perspectiva de cambiar la historia tal y cómo se escribió.
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