Hace 4 años, cuando Donald Trump ganó las elecciones en EE. UU., muchos salieron a decir: “la culpa es de la clase obrera blanca del rust belt” (cinturón del óxido). Hoy, Trump (que perdió las elecciones pero consolidó el trumpismo), toma esa idea y la transforma en slogan: “somos el partido de la clase trabajadora”. Nadie puede negar que, aún derrotado, es provocador.
En la elección de este año Trump perdió en estados muy importantes del cinturón del óxido como Pensilvania, Michigan y Wisconsin donde había triunfado en el 2016. Sin embargo al mantener una base de 70 millones de votos, el Partido Republicano sostiene su discurso de “representar a los trabajadores”.
Esa idea (que se replica en analistas de todo tipo como si fuera una verdad revelada) presenta, sin embargo, una serie de problemas sobre los que es necesario enfocarse.
No fue un invento de Trump sino del establishment demócrata cuya versión brutal la dio Hillary Clinton en 2016 con el elitismo propio de su ubicación política, cuando habló de los “deplorables” votantes del magnate. No se refería, por supuesto, al deplorable sector empresarial que dio su apoyo a la candidatura de Trump (apoyo por el que Hillary competía repartiendo promesas a granel) sino a sectores de clase media y de trabajadores del “interior del país” empobrecidos en un proceso de largo plazo pero acelerado desde la crisis de 2008. Es decir, fue el Partido Demócrata (PD) –y sus múltiples aparatos de difusión– el que tiró la primera piedra de la demonización de la clase trabajadora a través de endilgarle el sayo que le cabe a Trump. Y Trump (con la habilidad de un mercenario) transformó esa acusación en orgullo, en identificación político-ideológica. Sobre esta operación de demonización de los demócratas se podría trazar un paralelismo con lo que Owen Jones analiza en su libro Chavs como proceso de demonización de la clase obrera inglesa y que sirve, salvando las diferencias, para pensar el caso norteamericano también.
La pregunta que recorre todo el libro de Jones es: ¿cómo es posible que en Inglaterra, cuna de la Revolución Industrial, cuna de la clase obrera mundial, ser trabajador pobre sea ser un “chavs”, mezcla de vago, vivillo que vive del estado? ¿Cómo puede ser que ser obrero haya pasado de significar un orgullo a motivo de vergüenza? La respuesta que da el libro apunta a varios procesos pero coloca en el centro, como uno de los principales agentes de esa demonización, al Partido Laborista con su giro social-liberal, con las derrotas obreras que ayudó a legitimar, con la implementación de políticas neoliberales, el abandono de toda política de protección hacia los trabajadores y los sindicatos, su postulación de la ideología de la meritocracia y las diatribas contra “la era en que el Estado te regalaba todo”; en síntesis: el giro Tony Blair (con Anthony Giddens como consejero).
Esto nos lleva a una cuestión, directamente asociada a esta fantasía del trumpismo como “partido de la clase trabajadora” que es la idea que sostiene que la grieta norteamericana es entre los trabajadores blancos que viven en el interior del país (que vota republicano) vs. la clase media ilustrada y multiétnica que vive en las grandes ciudades (que vota demócrata). Uno puede encontrarlo en el análisis electoral de Jorge Castro en el diario Clarín: “lo que está en juego en EE. UU. es el choque de dos legitimidades: por un lado, los trabajadores industriales del medio oeste, fervorosos partidarios de Trump; y por otro, la clase medida de profesionales y especialistas de las ciudades” [1].
Leer el voto a Trump sin poner en el centro del análisis al PD y sus políticas en los últimos 30 años, puede servirle a los progresistas, como dijo Daniel James en 2016, como “instancia terapéutica para llegar a un acuerdo con su dolor” pero no sirve como explicación del fenómeno.
Durante los últimos cuarenta años, lo que se conoce en los EE. UU. como la “América media” (Middle America), básicamente trabajadores y clase media baja, ha visto sus salarios estancados y sus empleos degradados o destruidos, sin seguro médico ni jubilación, especialmente en el sector de servicios. Este proyecto neoliberal tuvo en su centro el crecimiento exponencial del sector financiero encarnado en Wall Street. Fue un proyecto bipartidista que aumentó en intensidad desde los años noventa con la desaparición de la más mínima regulación de ese sector y el crecimiento de los acuerdos internacionales de libre comercio. Sus víctimas pueden verse (aunque rara vez son reconocidas por las elites liberales de los medios) en las comunidades destrozadas y en las esperanzas amputadas que los estadounidenses llaman “el corazón del país” (the heartland). (…) Si bien este ha sido un proyecto bipartidista, en el último cuarto de siglo quedó asociado cada vez más con el Partido Demócrata, que ocupó la Casa Blanca durante 16 de los últimos 24 años [2].
Kim Moody, en su libro On New Terrain, donde desarrolla un muy interesante análisis de la clase obrera norteamericana en la actualidad, profundiza esta idea cuando se pregunta: ¿Quién puso a Trump en la Casa Blanca? Y responde: el PD. ¿Por qué? Porque contra la idea de que Trump había ganado por los votos conquistados en la base trabajadora (ex votante del PD), lo que decían los datos es que si bien Trump atrajo votantes del PD, esto no fue lo determinante para su triunfo en los estados del denominado cinturón del óxido sino que su triunfo en 2016 se explicaba en gran parte porque una porción de esa base demócrata no fue a votar, es decir, que mostraba el desencanto con su histórico partido de representación, más que una adhesión masiva de esos trabajadores a Trump. En una estimación sobre el comportamiento del voto de los “hogares sindicalizados” Kim Moody señala que: “sin embargo, en 2016 un número relativamente pequeño pasó a Trump en tres puntos porcentuales, del 40% para Romney en 2012 al 43% en 2016”. Y luego dice que “el voto entre los trabajadores para los demócratas cayó siete puntos entre 2012 y 2016” [3].
Elementos sobre la reconfiguración de la clase obrera
También KM nos ayuda a problematizar esto: ni el interior del país es la tierra de la clase obrera (hay mucha clase media empobrecida que muchos medios leen como parte de los trabajadores por mirar solamente los bajos niveles educativos); ni las grandes ciudades están representadas por Sex and The City. Muy por el contrario, como describe en detalle Moody, las grandes concentraciones de trabajadores de los EE. UU. (lo que podríamos llamar “los nuevos Detroit”) se encuentran en las áreas metropolitanas de Chicago, New York/New Jersey y Los Ángeles y están compuestas por millones de trabajadoras y trabajadores entre los que son centrales los empleados de las mega compañías de servicios de logística y distribución, constituyendo lo que Moody llama los nuevos clusters. Su planteo central es que la clase obrera norteamericana se ha reconfigurado en los últimos 40 años, que la ofensiva del capital contra el trabajo ha generado una pérdida de puestos de trabajo en la industria no solo por el fenómeno de las relocalizaciones de grandes plantas industriales que se trasladaron a China o México o a otros estados de EE. UU. con legislaciones más pro-empresa, sino también porque la ofensiva neoliberal impuso una intensificación de la explotación de los obreros aumentando la productividad de cada trabajador industrial a través de la organización del trabajo just in time (justo a tiempo), reorganización productiva (tecnificación) que incluye todo tipo de mecanismos de control (biométricos y otros), la tercerización laboral, etc. Esto se vio agravado con la crisis del 2008 aumentando la pérdida de puestos de trabajo en muchas industrias.
Sin embargo, en las grandes ciudades se encuentra una clase trabajadora con un fuerte poder de fuego en la logística, que combina grandes almacenes vinculados estrechamente al transporte como los puertos, ferrocarriles, camioneros, etc. Enormes concentraciones de trabajadores y trabajadoras que a pesar de soportar una gran precarización en sus empleos tienen la llave para paralizar las cadenas de valor en puntos nodales denominados choke points (puntos de estrangulamiento). Otros sectores que destaca son los de las comunicaciones y los hoteles. También otorga relevancia el sector que se concentra en la reproducción social haciendo especial hincapié en los hospitales donde trabajan miles de trabajadores y en la educación.
Gran crecimiento de las huelgas y procesos de organización sindical
Kim Moody le otorga una importancia decisiva a estos sectores que a su vez vienen protagonizando procesos huelguísticos y de organización fundamentalmente desde 2015 donde las horas de trabajo en huelga pasaron de un mínimo de 6,4 millones de horas en 2014 a más de 39 millones de horas en 2015. Las huelgas de ese año y de 2016 marcaron un cambio drástico, donde más trabajadores van al paro por más tiempo logrando al menos victorias parciales.
En 2018 se dio el proceso conocido como la Teacher´s Spring (Primavera docente). En otro artículo Kim Moody dice:
[…] 373 mil trabajadores de la educación en seis estados rojos (porque están gobernados por el PR), sin derecho de negociación colectiva realizaron huelgas de base, cosechando victorias significativas […] 84 mil trabajadores de hospitales se declararon en huelga, al igual que 19 mil de hoteles. Además, más de 9 mil miembros del sindicato de trabajadores de comunicación y medios en todo el Medio Oeste hicieron huelga en de AT&T durante varios días. Otros 3200 de telecomunicaciones hicieron huelga en situación de negociación colectiva [4].
También menciona que 20 mil trabajadores tecnológicos de Google no sindicalizados abandonaron el trabajo en protesta por la tolerancia al acoso sexual. En los hoteles de Marriott de todo el país fueron a la huelga miles de trabajadores con la consiga “un empleo debería ser suficiente” en oposición a la precarización que obliga a muchos a tener dos o más empleos. Luego de dos meses arrancaron importantes conquistas. Moody afirma que 2018 puede haber sido el año que convenció a más trabajadores de que la huelga es el tipo de golpe necesario para mover a los gigantes corporativos de hoy y a los gobiernos. En enero de 2019, más de 35 mil docentes fueron a la huelga en el estado de California contra los intentos de privatización. Durante la pandemia también se desataron huelgas y protestas desde los almacenes de Amazon hasta los hospitales donde el sector de enfermería volvió a estar a la vanguardia.
Las contradicciones del voto de la mayoría de la clase trabajadora al Partido Demócrata
Contra quienes hacen la operación política de decir que los trabajadores están en el interior y las clases medias ilustradas en las ciudades resultan gráficos algunos datos sobre la última elección.
Podemos decir que el voto de la clase obrera norteamericana fue mayoritariamente demócrata y mucho más aún entre la clase obrera de las grandes ciudades y mayor entre los trabajadores afroamericanos y latinos. También fue mayoritario entre las mujeres. Una encuesta de boca de urna señala que entre quienes tienen ingresos inferiores a 50 mil dólares (38 % de los votantes) la diferencia fue 57 % a 42 % a favor de Biden. Michael Roberts afirma en este artículo que
Los estadounidenses peor pagados, el grupo más grande de votantes, votaron por Biden por un buen margen, mientras que los pequeños empresarios y los de ingresos medios respaldaron por poco a Trump. Pero la mayoría de los estadounidenses de la clase trabajadora rechazaron el trumpismo. Las áreas urbanas (65 % de los votos) respaldaron fuertemente a Biden, mientras que los pueblos pequeños y las áreas rurales respaldaron fuertemente a Trump.
Esto, lejos de ser algo para festejar, coloca sobre la mesa una serie de interrogantes y de problemas enormes. Uno de los más importantes es: las y los trabajadores de esos grandes centros urbanos, parte de esa “EE. UU. profunda pero urbana” que es la que garantiza el movimiento de bienes de consumo, bienes de capital y servicios de reproducción social, ¿votaron a favor de Biden o votaron contra Trump? Una encuesta de boca de urna muestra que del total de votantes, un 24% lo hizo en rechazo al otro candidato, de ese porcentaje un 70% votó a Biden. Como dice Michael Roberts: “Biden cuenta con el respaldo de la mayoría de trabajadores, minorías étnicas, jóvenes y habitantes de la ciudad. Votaron para deshacerse de Trump: pero es posible que no esperen mucho de Biden y tendrán razón”.
Esto permite ver que en importantes sectores su voto para sacar a Trump no implica el apoyo a la política de Biden. Sabemos que una parte de esos votos eran de Bernie Sanders que representa el ala izquierda del PD (apoyado por miembros del DSA como Alexandria Ocasio-Cortez) a quienes Biden no se dirigió en toda la campaña excepto para negarlos cuando dijo, orgulloso, “yo soy quien derrotó a Bernie Sanders”, para dejar clarito que él y el socialismo (¡del de Sanders, inspirado en la socialdemocracia nórdica!) no tienen nada que ver. También sabemos que muchos de sus votantes apoyan el Black Lives Matter que ha generado el movimiento nacional de protesta más importante de los últimos 30 años. Como ha salido en declaraciones públicas en los últimos días, el establishment del PD está pidiendo moderación al BLM. Y sabemos también que parte de estos trabajadores son los que protagonizaron las huelgas que han revitalizado el movimiento sindical desde las bases.
Sin embargo, en el país del norte la clase trabajadora viene de décadas de perder conquistas, peor incluso que en otros países. Por ejemplo, no es fácil armar un sindicato. Existen múltiples trabas, una de ellas es que las y los trabajadores deben votar en un plebiscito si aceptan o no estar representados por un sindicato. En el documental American Factory puede verse un ejemplo de cómo son los plebiscitos. Eso genera todo tipo de presiones y chantajes de las patronales para evitar el avance de la sindicalización. La propia campaña de Biden cuenta acá que: en “casi todas las campañas sindicales, las corporaciones realizan una campaña contra el sindicato. Tres de cada cuatro empleadores contratan consultores antisindicales, gastando aproximadamente mil millones de dólares cada año en estos esfuerzos”.
Los desafíos de la clase trabajadora y la izquierda
Pero, como parte de los cambios por abajo que venimos señalando, el apoyo a la existencia de los sindicatos viene creciendo a la llamativa cifra de 65 % de la población según la encuesta anual de Gallup y 60 millones de trabajadores se unirían a un sindicato si pudieran. Esto llevó a que Biden prometiera impulsar la “Ley PRO” como parte de su gestión. Es una ley votada en la Cámara de Representantes pero no en el Senado, que favorece las condiciones de sindicalización, aunque es más moderada que la impulsada bajo la presidencia de Obama, que este finalmente nunca promovió, ni siquiera cuando tuvo mayoría en las dos cámaras.
Uno los desafíos planteados para la clase trabajadora, empezando por sus sectores avanzados, será el de impulsar y extender las luchas por aumento de salarios (la demanda de 15 dólares la hora ha sido parte de la campaña de Biden) y por conquistar el derecho pleno a la sindicalización, fortaleciendo las alianzas que ya hemos visto entre sectores de la clase trabajadora con los movimientos sociales como BLM contra la violencia racista, organizaciones de latinos que reclaman derechos civiles y el movimiento de mujeres. Incluso rescatando la alianza entre docentes y padres que también se dieron en los últimos años en las huelgas docentes. Para eso será necesario enfrentar la política neoliberal de Biden. Sin embargo muchos trabajadores pueden tener expectativas por las promesas que hizo en campaña. Grandes sectores quieren salud para todos, educación gratuita, derecho a la ciudadanía para los inmigrantes (empezando por sus hijos e hijas, los llamados dreamers), combatir las energías contaminantes, derechos laborales y el fin del racismo. Distintos movimientos convergen en la denominada “insurgencia” demócrata de Sanders y congresistas como Alexandria Ocasio Cortez o Ilhan Omar, tendrán que dar respuesta a su propia base que tiene aspiraciones que chocan con el programa de gobierno que aplicará Biden.
Al servicio de estas apasionantes peleas y experiencias que vendrán, pondrán sus esfuerzos nuestras compañeras y compañeros de Left Voice que vienen de participar en el proceso de movilizaciones contra el racismo y la violencia policial, el más grande que se ha conocido en la historia de EE. UU. En estas batallas apostamos a que emerja en el corazón del imperio un partido de los trabajadores y trabajadoras, socialista y revolucionario.
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