El miércoles 19 de mayo falleció nuestro camarada Lucas Luna. Fue militante de la Juventud del PTS y La Red De Trabajadores Precarizados.
Jueves 27 de mayo de 2021 18:52
Empiezo escribiendo esta nota sintiendo odio hacia las obras sociales y a este sistema nefasto donde los únicos que perdemos todo estamos siempre del mismo lado, como Lucas lo sentía.
Hace unas semanas nos despertábamos con la noticia de que Lucas se había desvanecido en la puerta del hospital Santamarina cuando esperaba para hacerse estudios. Él sabía que algo tenía, y así fue. Dijeron que tenía células malas, que había que transfundirle sangre.
Con mucho miedo, pero con todas las esperanzas, esperamos todo el día afuera del hospital hasta que le dieran el traslado, para que puedan diagnosticarlo y medicarlo. El hospital, explotado de gente. En frente, una carpa de vacunación, vacía. Del lado de enfrente, muchísima más gente ingresando por COVID-19 para ser atendida.
A Lucas lo tenían en un pasillo con una puerta grande al costado, por donde entraba mucho frio. Mi vieja estaba al lado, sentada en una silla. Las horas pasaban y del traslado de Lucas no había noticias. Salieron los médicos, que recomendaron esperar hasta el otro día para que la obra social acepte el traslado, además de conseguir cama en otro lugar. Entre todos decidimos que lo mejor era que Lucas aguante esa noche ahí, en el pasillo del hospital Santamarina, para que al otro día lo lleven a un lugar mejor. Le llevamos frazadas, comida. Quería “sánguches de miga, juguito de naranja, y la gelatina de la abuela”.
Lucas no quiso saber lo que los médicos nos habían dicho. Solo sabía que algo andaba mal, y que teníamos que esperar que lo trasladaran a otro lugar. Podíamos pasar a verlo de a uno. Al viejo le dijo “dale llevame a casa”. Cuando entré yo, tenía carita de asustado. “¿Qué hacés acá todavía? Hace frío”, me dijo. Eran las 22h, pero no podía irme a mi casa todavía. Hablamos de que tenía que ser fuerte un ratito más, que faltaba poco para que esté en una cama más cómoda. Mi mamá se quedó con él toda la noche. El resto nos fuimos a casa a dormir lo que se pudiera, así al otro día íbamos temprano a donde lo llevaran.
A las 6am me llegó un WhatsApp de mi mamá, que a Lucas lo trasladaban al sanatorio Bernal, que había una cama esperando. La ambulancia llegaba a las 11am pero apareció a las 9am. No sabíamos qué podía pasar. Corrí a casa, me bañé, guardé una muda de ropa, y me tomé el Roca.
Cuando llegamos al sanatorio Bernal, lo difícil de conseguir atención médica en medio de una crisis sanitaria, no terminaba. Para nada. Cuando recibieron a mi mamá, le dijeron que la cama ya la habían ocupado, que en realidad no había lugar para Lucas, que iban a pedir traslado. Otra vez. Todo de nuevo.
Lo aislaron porque tenía las defensas bajas. Pasó todo ese día solito en el consultorio. Nosotros afuera, bancando de igual manera. Mi mamá, peleando con administración para que le den el traslado. Habíamos conseguido una cama en el Hospital Italiano de La Plata, esa era una mejor solución. Después de firmar toda la burocracia de papeles, charlé con mamá. “¿Sabes lo que me dijo un empleado, muy bueno? Me apartó y me dijo ’miré mamá la enfermedad que puede llegar a tener Lucas, para la obra social, es plata y van a tardar mucho en dar el traslado porque al sanatorio le conviene, así que pida el traslado y llévelo a donde usted quiera’".
Al sanatorio le convenía que ingresen un caso como Lucas porque podía ser un tratamiento muy largo. No había certezas, pero podía llegar a tener leucemia. Con tanto odio, como el que sentíamos cuando charlábamos con Lucas, me acordaba de cómo roban las obras sociales, sin importar quién ingresa, qué tiene, o quién esta en la camilla. No solo las obras sociales que lucran con la salud para llenarse de plata son responsables. El Estado que no invierte en salud. Porque la gente no sólo se está muriendo de COVID-19. Los jóvenes precarios pasamos de trabajo en trabajo y no tenemos acceso a la salud. Nos desmayamos en las guardias de los hospitales más cercanos sin siquiera saber qué carajo nos pasa.
Pero no todo terminaba ahí. Un poco más tranquilos porque estaban tramitando el traslado y había un lugar para Lucas en el Hospital Italiano, nos sentamos a almorzar. Esperamos y esperamos un rato al sol. Pasaron las 17h, las 18... Lucas nos mandaba como podía WhatsApp para que lo llamemos. Su vista estaba mal, veía borroso y no podía ni leer el celu. Hablamos. Nos preguntaba qué pasaba, qué estábamos esperando. Con toda la paciencia, le decíamos que tenía que esperar un rato más. Dijeron que la ambulancia llegaba a las 21hs. Dónde mierda está esa ambulancia, pensaba. Adentro del auto por el frío. Afuera fumando un pucho. Se hicieron las 22hs. Volvimos a preguntar. Esta vez dijeron que se retrasaron, que en dos horas venía la ambulancia. Otra vez, a esperar.
Llegó y eran los mismos pibes que habían trasladado a Lucas a las 9am. Todavía seguían dando vueltas, trabajando. Ya era cómo la una de la mañana. Lucas estaba muy nervioso por toda la espera. Nos había contado por llamada que le habían puesto oxígeno para ayudarlo a respirar. Apenas nos veía, pero desde adentro de la ambulancia levantó su puño y se golpeó el corazón. Mi vieja, una guerrera que nunca nos abandona, lo acompañó una vez más. Cuando se fue rompimos en llanto. La espera. El estrés. El no saber qué hacer. La desesperación de no saber qué carajo va a pasar.
Decidimos con la familia ir a descansar, ya que ninguno iba a poder ingresar al Hospital de La Plata, más que mí mamá. Por protocolo solo podía ingresar uno. Así que nos fuimos para volver al otro día temprano, para cuando nos den un diagnóstico.
Llegué a mi casa, me esperaban mis compas con un rico guiso. Sin mucho hambre intenté comer, mientras esperaba con ansias que mi mamá mande alguna novedad. Mandó una foto. El hospital estaba tan colapsado que a los que ingresaban por guardia los mantenían en una capilla, con camillas. Ahí iban a tener a Lucas, que lo estaban por revisar y hacer estudios.
En un lapso de 20 minutos, mi mamá mandó otro audio. Todo volvía a estar mal. Lucas se había descompensado totalmente. En menos de media hora su estado era más que crítico. Los médicos le dijeron que llame a su marido. En medio del caos, del llanto, algunos de los que estaban en casa salieron para allá. Siempre vivimos en Canning, a una hora y media hasta La Plata. Cuando llegaron, el parte médico no fue alentador. Lucas tenía leucemia fulminante y una infección pulmonar. Todo dependía de su fuerza.
A las 4 de la madrugada salimos para allá con mis compañeros. Había que esperar en la puerta. A las 11.30 iban a dar un parte. Con mucho frío, nos bancamos mucho entre todos. Nadie aún sin poder creer lo que estaba pasando. Sin poder hacer demasiado, más que seguir esperando.
Se hizo la mañana. La angustia me invadió. Tenía esperanzas de que todo mejorara y que Lucas pueda empezar un tratamiento. Mensajitos de todos lados mandando fuerzas. Se acercaban las 11, 11 y media. Aun no decían nada. Se hicieron las 12.
Me crucé con mi vieja. Nos abrazamos.
Nos quedamos ansiosos, esperando en el sol. En menos de 20 minutos, salió mi papá.
Solo se escuchaban gritos, llantos. Recién habían llegado más camaradas. No podía creer cómo tan rápido todo puede irse al carajo. La persona con la que más viviste tu vida, casi un mellizo, ya no estaba más. Un final muy duro.
Se acercaron más camaradas a abrazarnos fuerte. Yo seguía mirando a la puerta del hospital, como había hecho a la madrugada. Sin entender, sin poder despedirme, sin haber podido compartir más. Sentía que tenía que estar con mis camaradas, con mi familia comunista, que está en todo momento, más en momentos dónde el capitalismo nos quita a uno de los nuestros. La irracionalidad en los hospitales, sanatorios, en medio de una crisis sanitaria donde no contaban con los recursos necesarios, se notó en todas las esperas que pasamos.
Tuvo una despedida que merecía, lleno de gente, amigos de distintos laburos, del barrio, primos, camaradas de todo zona sur. Por protocolo, al ser tantos, nos dejaron pasar de a pocos, pero todo el que quería podía entrar a despedirse. Solo había una hora, luego cerraban la sala.
Mi mamá, en medio de llantos y con la fuerza enorme que tiene, rompió el silencio, reivindicando las ideas por las que Lucas peleaba. Contra este sistema donde muchos tienen poco, y algunos pocos tienen mucho. No pude decir nada, pero mi gran camarada Agustina dijo todo lo que quería decir. Con aplausos enormes, nos despedimos de Lucas.
Los días son difíciles, estresantes. No se encuentra mucha solución a cómo seguir, cuándo va a dejar de doler. Solo se trata de utilizar toda esa fuerza con la que Lucas lo dio todo. Con la que encontró esa pasión por contar la realidad todos los días. Con la que intentaba explicar, con paciencia, su odio hacia las patronales, su odio a la burocracia de las obras sociales, su odio contra la yuta asesina que nos mata, contra la precarización que sufrimos todos los días. Y sus ganas. Sus ganas incansables por cambiarlo todo. A través de su ojo en una cámara. A través de canciones, de poemas. Con ese carisma y felicidad que siempre transmitía. Y sobre todo, con la fuerza con la que peleamos codo a codo en las mismas filas.
Así te llevaré como cada bandera en cada grito, en cada victoria o derrota. Con esa fuerza seguiremos dando batalla, para darlo vuelta todo.
HASTA EL SOCIALISMO SIEMPRE HERMANO!
LUCAS LUNA PRESENTE, AHORA Y SIEMPRE!