Rita Levi Montalcini (22 de abril de 1909 - 30 de diciembre de 2012), premio Nobel de medicina, enfrentó los prejuicios machistas y las persecuciones nazis.
Lunes 30 de diciembre de 2019
"Creó un concepto a partir de un aparente caos", como la describió el Instituto Karolinska en ocasión de recibir el premio Nobel de medicina
Neuróloga italiana, desarrolló su carrera sufriendo peripecias a causa de la segunda guerra mundial y debiendo luchar contra dos grandes impedimentos, el hecho de ser mujer y su condición de judía. Nacida en el seno de una familia tradicional, relató cómo su padre sometía a su familia, a su madre, a ella y a su hermana Paola (quien llegaría a ser una artista destacada) y les negaba el acceso a los estudios universitarios pues creía que estos no iban a facilitar su futuro como esposas y madres. Las dos hermanas tuvieron que librar batallas para al final, poder realizar sus estudios.
Rita estudió medicina, se licenció en 1936 y se especializó en neurología. Trabajó en la universidad como asistente del científico Giuseppe Levi. Pero en 1938 el gobierno fascista decretó las leyes raciales por las cuales comenzaban las persecuciones a los judíos italianos. Rita debió emigrar a Bélgica, donde ingresó a un instituto neurobiológico de Bruselas. En 1940 cuando ya se preveía la invasión nazi a Bélgica, regreso en forma clandestina a Turín con su familia. Instaló en una habitación un pequeño laboratorio. Inspirada en un artículo del biólogo alemán Viktor Hamburger, quien había aplicado métodos de embriología experimental al estudio del desarrollo del sistema nervioso, Rita se aplicó al estudio del crecimiento de las fibras nerviosas en animales.
En 1941, cuando Turín es bombardeada por las tropas aliadas los Levi-Montalcini buscan refugio en una casa de campo en las montañas. Allí Rita traslada su precario laboratorio. Buscando material de investigación, visitaba a los granjeros locales y les pedía huevos fecundados para alimentar a unos hijos que no tenía.
En 1943, cuando los nazis ocupan Italia, Rita y su familia emprenden una nueva huida, esta vez a un pueblo al sur de Florencia, donde se escondieron hasta el final de la guerra en casa de amigos. Rita volvió a montar su laboratorio en un sótano. En esas condiciones precarias desarrolló investigaciones sobre los factores neurotróficos y realizó los hallazgos que, luego de la guerra, sirvieron para identificar el factor de crecimiento nervioso. En 1947 Viktor Hamburger le brindó un puesto de investigadora en su laboratorio de Washington, donde descubrió una proteína de las células nerviosas que incide en el crecimiento de las neuronas. Fue un aporte importante para el estudio del crecimiento de las células. Hamburger debió aceptar que la interpretación que Rita daba a estos mecanismos, que difería mucho de la suya, era la correcta.
Sin embargo, pasaron muchos años antes que la comunidad científica reconociera la validez de estos descubrimientos. Cuando lo hizo, fue premiada con el cuarto premio Nobel de medicina concedido a una mujer, en 1986. De cualquier modo, había sido necesario un gran esfuerzo de la imaginación para plantear en los años 50 la hipótesis según la cual una proteína se difunde en el tejido e influye sobre los procesos nerviosos. Se reconoció que su aporte “creó un concepto a partir de un aparente caos”(según palabras del Instituto Karolinska) y que abrió un nuevo campo de investigación.
En 1992, con su hermana Paola crearon la fundación Levi Montalcini destinada a conseguir becas para que las mujeres africanas pudieran estudiar y escapar de sociedades machistas. Además de colaborar en esta fundación, lo hizo con la Comisión de Derechos Humanos y el Departamento de Justicia del Senado de la República Italiana. Continuó combinando su compromiso político y su vocación intelectual: siguió de cerca la actualidad científica y política y escribió con lucidez y entusiasmo hasta su muerte en diciembre de 2012, a punto de cumplir 104 años.
Inspirada en el creciente feminismo, proclamó: “Tras siglos de letargo, ahora las mujeres jóvenes pueden dirigir la vista a un futuro moldeado por sus propias manos”. Poco antes de morir, declaraba: “He perdido un poco la vista, mucho el oído. Pero pienso mucho más claro que cuando tenía veinte años. El cuerpo hace lo que quiere. Pero yo no soy el cuerpo: soy mi mente”