Desde los 90s las patronales y sus gobiernos vienen imponiendo condiciones de vida más agobiantes y lo venden como el único modelo posible. Pero hay otra salida y los trabajadores tienen derecho a conocerla.
Pablo Minini @MininiPablo
Jueves 26 de septiembre 18:28
Cada vez es más difícil para una familia trabajadora acceder al sistema de salud por la falta de trabajadores, listas de esperas interminables para conseguir un turno, falta de insumos. Este proceso que viene recrudeciendo desde los años 90s cuando el menemismo comenzó un apoyo decidido al sistema privado de salud y el sistema de ART, que le puso valor a la vida de las personas trabajadoras como si fueran simples insumos. El kirchnerismo continuó y profundizó ese modelo con mayor descentralización, apoyo a las empresas privadas y precarización de los trabajadores del sistema. El macrismo impulsó esa especie de ARTización del sistema de salud que es la Cobertura Universal (atender con poca plata a las personas cuando se enferman y no apostar a la prevención) y la Libertad Avanza coquetea con el sistema de vouchers mientras lleva adelante el “mayor ajuste en la historia de la humanidad”.
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La precarización y la falta de inversión en salud pública se traducen en enfermedades que se vuelven crónicas desatendidas y en aumento de padecimientos que podrían haberse prevenido. Una de esas situaciones donde falta inversión es en la prevención del suicidio y en la asistencia a quien está en riesgo de llevarlo adelante.
Desde hace años se habla del individuo, de los méritos individuales, de cuidar y valorar la autoestima, del imperativo de ser feliz y resiliente. No sólo en materia económica, laboral o de consumo, sino también en materia de sentimientos y afectos. En suma: la lógica del sálvese quien pueda (y agrego: como pueda) se ha extendido a la salud y los padecimientos mentales.
Pero ese reverdecer del darwinismo social tiene como contraparte a aquellos que no logran salvarse, porque no pueden o porque no los dejan.
Según relevamientos de la OMS en Argentina 6 personas entre 100 mil llevan a cabo un suicidio. En jóvenes de entre 15 y 29 años el número aumenta a 12 entre 100 mil. Las mujeres refieren que tienen más intentos que los hombres, pero las muertes por suicidio son mayores en los hombres. A su vez, la problemática del suicidio está íntimamente relacionada con padecimientos mentales como la depresión y con consumo problemático, en especial de alcohol. Los varones mayores de 65 años tienen una tasa de suicidio entre tres y cuatro veces mayor que las mujeres de la misma edad. En el mundo cometen suicidio 726 mil personas por año. Aunque en los países de ingresos altos la tasa de suicidios es mayor que en la de ingresos bajos (11,5 cada 100.000 habitantes en los primeros contra 10,5 cada 100.000) el 73% del total de muertes sucede en países de bajos ingresos porque la población es mucho mayor.
Una cuestión Spinoza
Baruch Spinoza escribió que dado que todo lo que vive quiere permanecer en ese estado, quien se suicida ignora las causas generales que lo han llevado a padecer, no contempla la situación de conjunto y cree que su dolor presente durará para siempre. El medio, argumentaba, puede ejercer tanta presión sobre un individuo, que éste se piensa aislado y acaba por sucumbir. No hablaba solo del suicidio, sino de por qué alguien buscaría con sus acciones su propio mal. Sigamos la idea.
¿Cuál es la situación de conjunto a la que se enfrentan miles de personas? Mala situación económica que se traduce en falta de proyectos a futuro; dificultades para acceder al sistema de salud y cuidados; sistemas de salud orientados a asistir pero no a prevenir; ritmos laborales extenuantes en condiciones sumamente estresantes, riesgosas y nocivas (2,3 millones de personas mueren por año en el mundo por accidentes laborales). Hay que considerar todos estos factores para darle contenido a los números de muertes.
Pero entonces, no ver esa situación de conjunto, ¿se debe a un problema individual, una falla de la percepción de cada persona que sufre un dolor insoportable?
A todo esto, Marx
Las condiciones materiales y la forma en que la clase dominante logra imponer sus ideas sobre el mundo son determinantes para alterar la comprensión del mundo por parte de las personas trabajadoras que padecen la opresión y la explotación. El sistema obliga, por un lado, a que los trabajadores vendan su fuerza de trabajo para poder sobrevivir y a que colaboren entre ellos en pos de la ganancia capitalista y, por otro lado, exige la competencia individual. Dicho de otra forma, "todos unidos cuando se trata de hacer ganar al patrón, cada cual por su cuenta para sobrevivir y arreglar lo que el sistema corrompe". Ahí podemos encontrar la raíz de la idea de que cada cual se salva solo, como pueda, y contra quien sea.
En el capitalismo, entonces, cada cual está separado del producto de su propio trabajo, de su tiempo, de su identidad y también separado de su comunidad, porque se difunde la idea de que todos estamos solos en un mundo poblado de enemigos. Y si estamos solos cuando nos va bien por mérito propio ("nadie me regaló nada") también estamos solos cuando nos va mal. El capitalismo es el juego de la victoria individual completa sobre todos los otros o del fracaso individual estrepitoso donde otros tienen éxito. El mérito perfecto o la culpa infinita.
En busca de una salida
Quien se mata quiere acabar con un sufrimiento psíquico insoportable. Pero no se mata solo. Junto a cada muerte (por suicidio, pero también las muertes laborales que mencionamos arriba) hay un sistema que provocó un malestar en una persona y la culpó individualmente de su padecer y que, además, la abandonó a su suerte. El acto del suicida denuncia un dolor subjetivo individual y también un estado de opresión, de violencia y de explotación. Un suicidio es una alerta para toda la sociedad y un reclamo de formas de liberación y resistencia que sean comunitarias, organizadas. Claro que para eso deberíamos recuperar de manos de la clase dominante la idea de comunidad y de libertad que nos han expropiado. Y esa es la tarea militante revolucionaria: no aceptar el mundo tal cual es, sino transformarlo.
En el país de la "Libertad"
Las recetas contra el suicidio las conocemos todos. “Hablá de lo que te pasa”, “escuchá a quien está mal”, “disfrutá de las cosas buenas de la vida”. Las palabras de aliento nunca están de más, pero falta algo. Veamos.
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El 10 de septiembre fue el Día Mundial de Prevención del Suicidio. Y las redes se llenaron de recomendaciones individualizantes bien intencionadas. Pero la problemática del suicidio es multicausal y aunque hay factores subejtivos en juego, no es tan solo una problemática individual. Hay tres problemas que suelen quedar ocultos y que son responsabilidad del sistema.
Primero, prevenir el suicidio implica equipos de trabajo en salud mental. Y el trabajo requiere dinero. Desde el 2010, año en que el kirchnerismo dictó la Ley Nacional de Salud Mental, que obligaba a destinar un 10% del total del presupuesto de salud a salud mental, ningún gobierno (ni Cristina, ni Mauricio, ni Alberto) cumplieron con ese objetivo. Solo en 2023 se destinó el 10,1 %, que coincidió casualmente con año electoral. Y la falta de presupuesto redundó en precariedad de centros de asistencia, desfinanciamiento de programas de prevención, precarización de trabajadores capacitados y falta de promoción de bienestar económico y social de las personas que padecen. Porque el suicidio no es un tema solo de salud mental individual, sino también una cuestión de clase. Se trata de una cuestión transversal a las clases sociales, pero quien tiene solo a mano un sistema público de salud vaciado corre con desventaja. Sin plata se restringe el acceso al sistema de salud, al tratamiento, a la prevención. Parafraseando: plata hay, pero se la llevan unos estafadores, las patronales y el FMI.
Pero también es una cuestión de clase por otro motivo. Ya dijimos que el capitalismo se encarga de romper las comunidades con la idea del individualismo recargado y la competencia. Pero también destruye los vínculos de otra manera tangible. En las familias más golpeadas por la crisis no hay tiempo para hablar, ni para escuchar, ni para compartir con otros. En un entorno de gente agotada hacerse un tiempo para un encuentro humano y sensible con tus seres queridos es una misión que a veces parece imposible. Es una tarea primordial generar en cada lugar de trabajo y de estudio asambleas y comités de trabajadores y estudiantes que discutan (durante el horario de trabajo o cursada) el impacto de la crisis y de las condiciones de vida en los afectos y las emociones y que luche por cambiar esas condiciones. Es necesario desde ya mismo abrir el debate que permita acompañar a las personas que están en riesgo. Dicho de otra forma: hablar previene los riesgos; entonces generemos entornos de debate y acompañamiento.
Y por último, un escollo que está generalizado, pero por lo mismo parece sutil. El peronismo hizo campaña contra Milei tildándolo de loco (desde el pedido de psicodiagnóstico de Massa a Cristina que lo llamó loco hace unos días en su acto en Merlo). Milei dice que el kirchnerismo es un virus y quienes se oponen a él son enfermos que no la ven. Para La Libertad Avanza la disidencia sexual es una enfermedad mental. Las empresas condenan las carpetas psiquiátricas. La policía golpea personas en plena situación de calle y padecimiento. El que sufre es visto como enfermo o débil. Esperamos que alguien que está la pasando mal hable, pero a su alrededor hay un halo de estigma sobre las personas que sufren.
Ni podemos probar que exista un virus kirchnerista ni que haya algún dirigente “loco”; lo que sí sabemos es que llevan adelante los planes del gran capital. Ante una corriente de individualización y patologización, una suerte de reducción de los problemas sociales y políticos solo a la psicología, es necesario detener el ajuste sobre la clase trabajadora. Se necesitan espacios colectivos en todo los lugares de trabajo y estudio, como dijimos arriba. Pero también dejar de pagar al FMI y destinar presupuesto genuino para salud mental, no solo para asistir a las personas que sufren sino también para prevenir a nivel de comunidad. Y es necesario un sistema de salud público, gratuito, en manos de los trabajadores y la comunidad, para abordar integralmente las problemáticas y no para que ganen las empresas privadas de salud y los laboratorios.
Los problemas que combinan factores sociales e individuales como el suicidio requieren de una solución colectiva y organizada, interdisciplinaria de todas las disciplinas de salud en los centros de atención, donde las comunidades participen en las decidiones y tareas de cuidado de todos y cada uno de sus miembros. Como argumentaba Spinoza, vivimos en sociedades y no existen actos puramente individuales, porque nadie está solo. O, como decía John Donne, ningún hombre es una isla.