El 8 de febrero de 1692, un médico del pueblo de Salem, en Massachusetts, concluyó un supuesto diagnóstico que condenó a 19 personas a la horca, en su mayoría mujeres. Dijo sobre los juegos de unas niñas: "No hay ningún problema físico que cause ese comportamiento. No hay dudas de que se trata de la influencia directa del demonio."
Miércoles 8 de febrero de 2023 09:50
Su intervención había sido solicitada cuando las hijas, la sobrina y la esclava nativa de Barbados de la familia del pastor Samuel Parris fueron vistas bailando desnudas, mientras la nodriza cocinaba algo en un caldero. Para el puritanismo de Salem, el cuadro era insoportable. La primera en ser acusada de brujería, obviamente, fue la esclava de origen caribeño. Ella debía ser la culpable de embrujar a las niñas, que eran de familias adineradas, religiosas y blancas. Las niñas fueron interrogadas y la culparon de iniciarlas en ritos satánicos.
Para evitar las torturas y salvar su vida, la esclava Tituba declaró que había visto al diablo en el bosque y que las niñas estaban al servicio de Satanás. También dijo que había visto el nombre de otros vecinos de Salem en el libro del Mal. Dijo lo que todos esperaban oír, porque nadie en el pueblo hubiera aceptado otra explicación. Las mujeres ya estaban condenadas previamente.
Esta primera confesión arrastró una serie de acusaciones que se convirtieron en una verdadera cacería de brujas. El resultado fueron 18 personas ahorcadas, una muerta por torturas en los interrogatorios, más de 150 encarceladas.
Las primeras en caer fueron otras mujeres acusadas de brujería: una anciana que no era querida por nadie en Salem, una indigente que estaba embarazada sin que se conociera el progenitor. Mujeres que se valían por sí mismas, sin relaciones con hombres: algo impensado para los puritanos de Salem.
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El juicio presentaba un mecanismo macabro que alentó la seguidilla de acusaciones: la que confesara, salvaría su vida. Las que no confesaran serían torturadas hasta que lo hicieran y si aún así no lo hacían, serían ahorcadas.
Esto permitió que muchos habitantes de Salem aprovecharan el juicio para resolver viejas disputas con otros vecinos. Un año después, los acusados y enjuiciados llegaban a ser casi 200. Finalmente, un vecino murió en la tortura, 14 mujeres y 4 hombres fueron ejecutados en la horca, 150 estuvieron en prisión y otros 20 acusados escaparon antes de ser capturados. Los bienes y propiedades de los condenados eran confiscados por un sobrino del juez.
Muchos siglos más tarde, se especuló con que el comportamiento de las niñas que bailaban desnudas pudo deberse al ergotismo, una enfermedad producida por la intoxicación por cornezuelo, un hongo que crece en el centeno con el que se hacía el pan. Este hongo contiene un alcaloide que puede provocar alucinaciones, convulsiones, gangrena y, en algunos casos, la muerte.
En 1703, el tribunal de Massachusetts rechazó casi todas las pruebas presentadas durante los juicios de Salem. Y en 1711, la justicia ordenó pagar indemnizaciones a las familias de las víctimas del juicio.
La cacería desatada con acusaciones que surgían bajo amenaza de tortura y muerte, inspiraron al dramaturgo Arthur Miller para escribir su célebre obra Las brujas de Salem, en 1950. Una metáfora a través de la cual denunciar las persecuciones del senador Joseph McCarthy contra los comunistas en Estados Unidos, en plena guerra fría. Porque las brujas no existen, pero cuando se cuestiona o desestabiliza el orden opresivo, siempre es fácil para el poder encontrarlas.