“Cuanto peor, mejor”. Así reza el cliché al que echa mano cierto periodismo ramplón a la hora de despotricar contra la izquierda. Esta semana Fernando González fue el encargado de revivirlo en un artículo titulado “Cuanto peor, mejor’: el kirchnerismo desafía a Milei con cartas trotskistas”. Es parte de una campaña que foguean medios como Infobae, Clarín o La Nación. El objetivo: impugnar cualquier oposición en las calles al plan “motosierra” de Milei. Aquel apotegma sintetizaría la estrategia trotskista actual adoptada por el marxismo a partir de Lenin.
Con ínfulas de historiador de las ideas, González nos cuenta que:
Años antes de liderar la revolución rusa de 1917, Vladimir Lenin leyó un artículo del filósofo Nikolai Chenyshevski (sic). Partidario de terminar con el zarismo como él, Lenin se quedó maravillado con un concepto del académico: ‘Cuanto peor, mejor’. Allí explicaba como impulsar acciones violentas que aceleraran la decadencia y la descomposición de la monarquía hasta que esta cayera por su propio peso, y por el enojo de una sociedad hastiada del caos.
Frases casi calcadas pueden googlearse y se encontrarán por montones en artículos periodísticos. Un firulete enlatado siempre a mano para la defensa del statu quo. Lo cierto es que Lenin no leyó “un artículo” de Chernyshevski (con “r”) sino prácticamente toda su obra. Sus ensayos sobre estética, arte y literatura, todos sus artículos sobre la cuestión campesina, sus comentarios sobre Stuart Mill y, sobre todo, su novela ¿Qué hacer? Relatos sobre la gente nueva, de la que tomará el título para su clásico libro sobre el partido revolucionario. Decía Lenin: “Antes de conocer a Marx, Engels y Plejanov, Chernyshevski es el único que ejerció sobre mí una influencia principal, dominante, y ella comenzó con el ¿Qué hacer?”.
Chernychevski fue el gran inspirador del movimiento populista ruso de la segunda mitad del siglo XIX, los narodniki. Fue un ferviente enemigo del zarismo, pero mucho más que eso. Claudio Ingerflom, en su estudio El revolucionario profesional. La construcción política del pueblo, sostiene que con Chernychevski “nacen los esfuerzos del populismo para pensar la política en el camino al socialismo”. Su novela ¿Qué hacer? fue libro de cabecera de dos generaciones de revolucionarios y de una juventud que aspiraba a la libertad y a la igualdad de género. El abordaje de Chernychevski tenía un fuerte componente antropológico. Luego de siglos de servidumbre, consideraba que para constituir una esfera política era necesaria una instancia de emancipación de cada individuo respecto al sistema, los llamaba “la gente nueva”.
En este sentido era escéptico de la pura espontaneidad y de una liberación evolutiva que viniese desde arriba. Su apuesta era a la larga duración. Veía pocas posibilidades a corto y a mediano plazo de lograr una transformación democrática. Pero, al mismo tiempo, todos sus escritos eran una convocatoria inmediata a la acción. Algunos refieren a esta combinación como crudo realismo, otros como utopismo. Muchas disquisiciones sobre su obra en relación a aquello de “cuanto peor, mejor” pueden entenderse en este marco. Como señala Tibor Szamuely en The Russian Tradition aquella idea solía estar asociada a las posiciones críticas de Chernyshevsky sobre el edicto de 1861 de emancipación de los siervos, el cual opinaba que era funcional a mantener aletargada a la masa campesina y al pueblo. Razones tenía, los edictos significaron nuevas cadenas para los campesinos aplastados por las deudas.
Ahora bien, reducir el pensamiento de Chernyshevsky a “cuanto peor, mejor” linda con la estupidez. Pero sostener que su influencia sobre Lenin pasa por ahí es directamente fake. Cuando las grandes mayorías protagonizan acciones revolucionarias no lo hacen porque sí, sino por las condiciones que les impone el sistema, especialmente en los momentos de grandes crisis. Por eso Lenin destacaba como una de las características de las situaciones revolucionarias el agravamiento “superior al habitual” de los padecimientos de las clases oprimidas. De ahí que “los de abajo ya no quieran vivir como hasta entonces”, intensifiquen sus luchas y sean empujados por la situación a “acciones históricas independientes”. En estas situaciones, paralelamente, las clases dominantes tampoco pueden dominar como hasta entonces, se ven obligadas a intentar redefinir la relación de fuerzas en contra de las mayorías.
Estos son procesos políticos, económicos y sociales profundos. No dependen de la voluntad de ningún partido u organización revolucionaria. Las crisis están en el ADN del sistema capitalista, y la que atraviesa en la actualidad Argentina es especialmente profunda. Para Lenin y el marxismo revolucionario en general, no se trata de “cuanto peor, mejor” por el simple hecho de que no existe una relación mecánica entre las crisis y el triunfo revolucionario de la clase trabajadora. La historia dio ejemplos a montones. No se trata de que los planes de las clases dominantes “caigan por su propio peso”. Por eso la clave de Lenin pasa por la política revolucionaria. Lo mismo su apropiación de Chernyshevsky. Entre muchas de las ideas de este que dejaron huella en el dirigente bolchevique se destaca una que refiere a un determinado tipo de realismo político. Por ejemplo, en una de sus referencias explícitas a Chernychevsky más conocidas, en El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo, señala:
Nuestra teoría, decían Marx y Engels, no es un dogma, sino una guía para la acción, y el gran error, el inmenso crimen de marxistas “patentados” como Karl Kautsky, Otto Bauer y otros consiste en no haber entendido esto […]. “La acción política no se parece en nada a la acera de la avenida Nevski” (la acera limpia, ancha y lisa de la calle principal de Petersburgo, absolutamente recta), decía ya N.G. Chernyshevski, el gran socialista ruso del período premarxista. Desde la época de Chernyshevski, los revolucionarios rusos han pagado con innumerables víctimas el hacer caso omiso u olvidar esta verdad. Hay que conseguir a toda costa que los comunistas de izquierda y los revolucionarios de Europa Occidental y de América fieles a la clase obrera paguen menos cara que los atrasados rusos la asimilación de esta verdad.
Que la acción política no se parecía a la acera de la avenida Nevski implicaba para Lenin que la perspectiva de la revolución socialista no era un camino llano y lineal donde bastaba con acelerar la decadencia del régimen para generar caos y que cayera por su propio peso como sugiere el citado columnista de Infobae. La cuestión central era conformar una fuerza social y política capaz de darle una salida a las crisis políticas, económicas y sociales que genera el capitalismo a favor de los intereses de la clase trabajadora, los sectores medios empobrecidos y los oprimidos en general. Para Lenin enfrentar con éxito a los capitalistas implicaba aprovechar hasta la más mínima grieta entre los enemigos (entre las burguesías de los diferentes países y al interior de cada país) y toda posibilidad, por menor que fuera, de lograr aliados entre las masas (aunque sean temporales, vacilantes, poco seguros).
Este realismo político no tiene nada que ver con el “cuanto peor, mejor”. Si nuestro periodista quisiera comprender a la izquierda trotskista haría bien en enfocarla desde este ángulo. Fue la izquierda, junto a sectores de los sindicatos y movimientos sociales, quien enfrentó en 2017 el saqueó a los jubilados de Macri y lo obligó a congelar el plan de ataque “estructural” que había anunciado. También la que articuló el polo que movilizó decenas de miles contra el acuerdo con el FMI ratificado por el gobierno de Alberto Fernández. La que estuvo en cada conflicto parcial durante los últimos 4 años mientras la burocracia sindical peronista y los movimientos sociales oficialistas avalaban la degradación de las condiciones de vida de las mayorías. Al contrario del “cuanto peor, mejor” fue la izquierda, en la medida de sus fuerzas, la primera que combatió el empeoramiento de la situación del pueblo trabajador.
El realismo político al que Lenin hace referencia con la cita de Chernyshevski tampoco tiene nada que ver con el pretendido realismo del “mal menor” que proclama la moderación de los objetivos y termina sacándole el powerpoint a la derecha supuestamente para “frenarla”. Bajo esta idea luego de las jornadas de diciembre de 2017 se dijo que había que esperar hasta el recambio electoral de 2019. Después, que Alberto nos iba a salvar del reinado del FMI con Macri. Ya bajo el gobierno de Alberto y Cristina, se planteó que no había que salir a las calles porque se le hacía el juego a la derecha mientras esta crecía exponencialmente producto de las políticas del Frente de Todos. Y, más recientemente, que Massa nos protegería del ajuste de Milei mientras su viceministro, Rubinstein, nos dice que si hubieran ganado habrían hecho algo bastante parecido.
El realismo de Lenin es un realismo revolucionario que apunta a la constitución de la clase trabajadora como clase no corporativa sino hegemónica, capaz de articular las fuerzas suficientes para terminar con el orden existente donde reinan los capitalistas. De ahí la importancia que le diera, por ejemplo, a una política como la del “frente único”, traducida como “golpear juntos, marchar separados”. Su significado es que la izquierda debe buscar que la clase obrera golpee junta, incluyendo a sus sectores conciliadores y a las conducciones burocráticas o semiburocráticas, contra el gobierno y las patronales. Y “marchar separada” para agrupar a los sectores más perspicaces y decididos de la clase detrás de un programa independiente que vaya contra los capitalistas.
Trotsky explicaba esta política del frente único con aquel mismo realismo de Lenin. Decía que:
Los reformistas no son traidores porque siempre, y con cada uno de sus actos, cumplan las órdenes de la burguesía. Si así fuera, no tendrían influencia en el movimiento obrero y, por consiguiente, la burguesía no los necesitaría. Justamente a fin de contar con la autoridad necesaria para traicionar a los obreros en el momento decisivo, los oportunistas se ven obligados, en el período preparatorio, a dirigir las luchas obreras, sobre todo en las primeras etapas de la radicalización de las masas. De ahí la necesidad de la táctica del frente único, que nos obliga, en aras de la mayor unificación de las masas, a concertar alianzas circunstanciales con sus dirigentes reformistas” (“El tercer período de los errores de la Internacional Comunista”).
Traducido a la actualidad. Frente la convocatoria al paro del 24 de enero realizada por la CGT y las CTA, que vienen de 5 años de una tregua escandalosa, se trata participar con todo del paro y la movilización pero sabiendo que la burocracia querrá utilizar la fuerza de la clase trabajadora para negociar en el parlamento –negociación que ya está siendo preparada por los diferentes bloques del macrismo, el radicalismo y el peronismo– dejando pasar gran parte de los ataques para conservar sus privilegios. De ahí la importancia de tomar la preparación y el paro mismo en nuestras propias manos desde cada lugar de trabajo. De unir desde las bases a los trabajadores formales e informales, a movimientos sociales, a los pequeños comerciantes y a todo el pueblo. De articular un polo independiente que levante un programa claro que parta de derrotar el DNU, la ley ómnibus, el protocolo represivo de Bullrich y los despidos en el Estado.
El verdadero “cuanto peor, mejor” es el que defienden periodistas como González. Una especie de comparsa mediática del gobierno de Milei cuando acaba de lanzar un plan de guerra en toda la línea contra el pueblo trabajador para redefinir la relación de fuerzas entre las clases. Sin embargo, es una buena excusa para recordar aquello que Lenin retoma de Chernychevsky: la acción política no es como la acera de la avenida Nevki. Se trata de aprovechar las grietas entre los enemigos –y la sumatoria del DNU más la ley ómnibus ya comienza a provocarlas, así como a horadar la base social del gobierno–, y de explotar toda posibilidad de conquistar aliados entre las masas sabiendo, como en el frente único, de qué están hechos realmente cada uno de ellos. Para Lenin, y para nosotros, la cuestión pasa por las vías para la emergencia de una clase trabajadora hegemónica capaz de articular una fuerza social y política que pueda darle una salida a la situación favorable a los intereses de las grandes mayorías. Lejos del “cuanto peor, mejor”, como decía Walter Benjamin, el problema actual es activar el “freno de emergencia”.
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