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Cuba: causas y consecuencias del 11 de julio

Claudia Cinatti

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Cuba: causas y consecuencias del 11 de julio

Claudia Cinatti

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El 11 de julio fue una jornada de movilizaciones, enfrentamientos y represión en Cuba, que terminó con unas centenas de detenidos, entre ellos referentes y activistas de la izquierda cubana. El desencadenante inmediato fue el “efecto Covid” sobre un trasfondo de crisis económica y social, aunque en las causas profundas se anudan fenómenos coyunturales y estructurales, y se solapan la economía y la política. Para encontrar un antecedente similar hay que retroceder 27 años, hasta el “Maleconazo” de 1994.

Probablemente las represalias que desplegó el Estado desalentaron nuevas acciones. El Partido Comunista Cubano retomó el centro de la escena con una movilización oficialista a la que asistió Raúl Castro, retirado formalmente de la conducción del Estado y del partido en el VIII Congreso partidario de abril de este año. Con su presencia intenta transferir la legitimidad de la “vieja guardia” al deslucido presidente Miguel Díaz Canel para hacer frente al cuestionamiento más importante de las últimas décadas. Pero difícilmente haya un retorno sin consecuencias al status quo ex ante. Contra el sentido común creado por el imperialismo y la derecha, pero también por la propia burocracia gobernante, de que la única respuesta ante la crisis es avanzar con mayor o menor velocidad en medidas procapitalistas, nuestra apuesta es a que los trabajadores y los sectores populares tomen en sus manos el destino de la primera revolución triunfante de América Latina, restableciendo una perspectiva obrera y socialista.

Qué pasó el 11 de julio

Antes de pasar al análisis de las causas, las consecuencias y las perspectivas políticas que se abren, es importante tratar de establecer la objetividad de los hechos, oscurecida por una sobreproducción de relatos interesados y una catarata de fake news, amplificadas hasta el cansancio por los medios norteamericanos y de la derecha regional. Los propagandistas del capital ven la oportunidad de agitar las banderas “anticomunistas” recubriendo su carácter profundamente reaccionario con el concepto abstracto de “libertad”. La hipocresía no puede ser mayor. Estos falsos paladines de la “libertad” y la “democracia” (burguesa) son los mismos que planificaron con la embajada norteamericana el golpe de Estado en Bolivia, que reprimen y asesinan manifestantes como Iván Duque en Colombia, o que promueven ideologías fascistizantes como Bolsonaro en Brasil, para dar solo algunos ejemplos.

Esquemáticamente, dos versiones dominan la escena. Para Estados Unidos, los sectores más recalcitrantes del exilio cubano en Miami y sus aliados en la Isla, y en general para la derecha continental que funge de “republicana”, se trató de una “rebelión contra la dictadura comunista”, a la que trata de manipular a favor de la restauración capitalista pura y dura en la Isla. Y de paso reforzar la propaganda “anticomunista” en general. Ese fue el sentido del discurso del presidente norteamericano Joe Biden para quien el destino de Cuba es un problema de política electoral, ya que no quiere volver a perder los votos de los gusanos de la “Little Havana” que en las elecciones de 2020 fueron para los republicanos y le hicieron perder el estado de Florida.

Para el gobierno cubano, los que se movilizaron fueron “elementos contrarrevolucionarios” alentados y financiados por el imperialismo norteamericano para desestabilizar al régimen del Partido Comunista. Incluso el presidente Miguel Díaz Canel llegó a hablar de un “golpe blando”.

Sin embargo, la propia mención en el relato oficial de que la mayoría de quienes protestaban estaban manifestando su descontento pero que habían sido “confundidos” y manipulados, y sobre todo las medidas adoptadas posteriormente para facilitar el ingreso de medicamentos, alimentos y otros bienes en las valijas particulares de los que viajan a Miami, fue la manera que tuvo la burocracia gobernante de reconocer que esta vez no estaba enfrentando grupúsculos de conspiradores (o mejor dicho, no solo a estos grupos) sino a sectores populares con padecimientos y reclamos legítimos.

Evidentemente la realidad es más compleja y contradictoria.

Sin dudas la derecha pronorteamericana, ligada al gusanaje de Miami, participó en las movilizaciones con sus consignas tradicionales (“Abajo el comunismo”, “Cuba libre” y la más reciente “Patria y Vida”). Pero como plantean en su descripción de los hechos los editores del blog Comunistas:

La gran mayoría de los manifestantes no estaban vinculados a organizaciones contrarrevolucionarias, ni las protestas estuvieron dirigidas por organizaciones contrarrevolucionarias. La principal causa de las manifestaciones fue el descontento generado ante la terrible escasez provocada por la crisis económica, las sanciones económicas impuestas por el gobierno estadounidense y la cuestionable e ineficiente gestión de la burocracia estatal.

Y agregan un dato interesante, que es que a diferencia de protestas anteriores protagonizadas por intelectuales y artistas (como el Movimiento San Isidro de noviembre de 2020, que tomó un curso abiertamente derechista) esta vez se originaron en los barrios obreros y populares que padecen las carencias más acuciantes y están agotando su ingenio para la supervivencia.

En síntesis, las movilizaciones tuvieron un carácter contradictorio. No hay dudas de que fueron utilizadas por medios y redes sociales financiados por Estados Unidos. Según una nota reciente del diario The Guardian, el Estado norteamericano invierte unos 20 millones de dólares al año en internet para “promover la democracia” (es decir el derrocamiento del régimen del PCC y su reemplazo por partidos capitalistas). Entre los medios que bombardean las redes sociales de los cubanos están Cubanet, ADN Cuba y Diario de Cuba, financiados por el Departamento de Estado.

Estos medios, así como los bots, los influencers y las celebrities cooptados por el imperialismo, existen desde hace años. Pero las explosiones de descontento popular como la que hemos visto el 11 de julio tienen su base material en la combinación poco virtuosa entre los efectos de la pandemia, el recrudecimiento del bloqueo norteamericano y las medidas procapitalistas que viene tomando la burocracia del Partido Comunista, que conserva sus privilegios mientras mantiene un férreo control policial sobre todo lo que respira en la Isla.

¿Un nuevo “Período especial”?

No se puede entender el “mini estallido” del 11 de julio sin hacer referencia a la situación crítica que atraviesa Cuba. La sola comparación con el “Período especial” de la década de 1990 y sus miserias, que es un trauma en la memoria colectiva de la población, habla por sí misma del nivel de crisis.

La combinación de Covid, bloqueo imperialista y medidas antipopulares tomadas por el gobierno hizo su trabajo. Todos los factores parecen conjurarse para producir una tormenta perfecta. Entre los varios elementos de “coyuntura” hay al menos tres que desde nuestro punto de vista precipitaron los acontecimientos.

1) La maldita pandemia

La pandemia aceleró tendencias y crisis que venían de antes. A pesar de que el gobierno puso en marcha la investigación y producción de vacunas propias contra el Covid 19, la situación sanitaria se desbordó.

Hasta abril de este año, a más de un año de iniciada la pandemia, Cuba tenía 87.385 casos positivos y 467 fallecidos. Pero la curva tomó un acelerado curso ascendente en los últimos tres meses y escaló a los 224.914 casos y 1.579 fallecidos a mediados de julio. A lo que se suma la falta de medicamentos básicos y para otras enfermedades y la escasez de insumos hospitalarios producto del endurecimiento del bloqueo norteamericano y las restricciones que impuso el Covid.

Como consecuencia de la pandemia, durante 2020 el PBI se contrajo un 11 % (el promedio para la región es 6,8 %). Esta es la mayor caída después del -14,9 % de 1993, el peor año de la crisis del “Período especial”. Además, en el primer semestre de 2021 la economía volvió a contraerse un 2 %, por lo que difícilmente el “rebote”, si es que existe, sea suficiente para alcanzar el objetivo de crecimiento del 6 % que se había puesto la burocracia del PCC. Esta crisis persistente no se explica solo por los vaivenes de la pandemia y la dinámica de la vacunación, que afectan a todo el mundo pero sobre todo a los países atrasados y dependientes, sino porque el turismo internacional, la víctima número uno del coronavirus, tiene una importancia decisiva en Cuba. Es una de las principales actividades generadoras de divisas (la tercera fuente después de la exportación de servicios profesionales y las remesas), de empleos y rebusques de todo tipo –desde alojamientos en casas particulares hasta taxis improvisados y propinas– que implican ingresos para el Estado y contribuyen sensiblemente a las estrategias de supervivencia de amplios sectores de la población.

2) La crisis de Venezuela

Desde la llegada de Hugo Chávez al poder se había transformado en el principal aliado estratégico del régimen cubano, reemplazando en cierto sentido el rol de sostén internacional que había jugado la Unión Soviética hasta su desaparición en 1991. Pero la profunda y prolongada crisis económica y social hizo que el régimen encabezado por Maduro reduzca significativamente la compra de servicios profesionales (médicos y otros), las inversiones directas y sobre todo la provisión de petróleo subsidiado del que depende en gran medida la generación de energía, por lo que han vuelto los apagones de entre 4 y 12 horas diarias, uno de los símbolos del “Período especial” de los ‘90.

3) La unificación monetaria

Por último, en el marco de la aceleración de las medidas promercado que favorecen la restauración capitalista que definió la burocracia del PCC en su último congreso, el gobierno llevó adelante la unificación monetaria, un saneamiento macroeconómico a favor de la inversión capitalista, conocida como “Tarea Ordenamiento”.

Desde mediados de la década de 1990 (en parte como consecuencia del “Maleconazo”) el régimen cubano había instaurado una doble circulación monetaria: el CUP (peso cubano) y el CUC, que era una suerte de sustituto interno del dólar y otras divisas, con una cotización de 24 pesos cubanos para la población general y de “uno a uno” para las empresas estatales. El gobierno venía postergando la unificación, pero decidió terminar con esta doble moneda en el peor momento económico, lo que agravó las condiciones de penuria.

Como consecuencia de la liquidación del CUC el peso cubano se devaluó un 2.400 %. Según el economista Pavel Vidal (economista del Banco central de Cuba hasta 2006) la previsión de inflación del 500 % podría llegar al 900 % a fin de año. Si bien el gobierno dio un aumento compensatorio de salarios y pensiones –los primeros pasaron de 30 a 87 dólares– esta recomposición modesta fue literalmente comida por la inflación. En un artículo publicado en marzo, cuando aún no se habían alcanzado estos índices de inflación, Vidal estimaba que el salario perdería un 15 %.

El problema central es que con la unificación se liquidó la doble circulación pero no la dualidad de la economía, que sigue fuertemente dolarizada. Muchos bienes básicos, como alimentos y productos de higiene personal, se venden en tiendas que solo operan con divisas a través de un sistema de tarjetas bancarias. Lo que sigue profundizando la desigualdad entre los sectores que tienen acceso al dólar, incluida la alta nomenclatura del PCC, y los que solo perciben pesos cubanos.

Además de la escasez de bienes de consumo básico, la gota que colmó el vaso fue la decisión del gobierno de suspender temporalmente los depósitos en dólares en los bancos, indispensables para comprar bienes en tiendas de moneda libremente convertible. El costo financiero de acceder a otras divisas (euros o francos suizos) se trasladó así a los ciudadanos particulares. Según el gobierno, esta medida responde a que el bloqueo norteamericano y las sanciones impuestas por Trump hacen muy difícil la utilización del dólar norteamericano como medio de pago. Pero Vidal señala que puede haber un beneficio secundario para el gobierno ya que absorbería dólares para financiar importaciones cargándole el costo a la población.

Estos fenómenos de coyuntura reactúan con dos condiciones estructurales que sobredeterminan la situación de largo plazo: en el plano externo el bloqueo de Estados Unidos y su versión “trumpista” recargada; y en el plano interno el curso de restauración capitalista que ha emprendido desde los ’90 el Partido Comunista Cubano, inspirado en el “modelo vietnamita”.

El bloqueo norteamericano (el imperialismo existe)

El bloqueo contra Cuba está a punto de cumplir 60 años, y constituye el más prolongado de la historia moderna. Fue impuesto por J.F. Kennedy el 7 de febrero de 1962 pos intento fallido de invasión de Bahía de Cochinos y crisis de los misiles. Y desde entonces, como todo bloqueo y embargo comercial, actúa como una medida de extorsión imperialista para extraer concesiones en una eventual negociación o activar cláusulas más duras que podrían llevar al colapso del régimen cubano. Durante la administración de Barack Obama la Casa Blanca impulsó una política de “deshielo” con Cuba, porque consideraba que la línea dura había fracasado y que la mejor táctica era la cooptación, teniendo en cuenta la buena voluntad demostrada por Raúl Castro y el PCC. Esa política incluyó gestos políticos como el restablecimiento de relaciones diplomáticas a fines de 2015 y la visita de Obama a Cuba, y algunas concesiones como el relajamiento por parte de Estados Unidos de medidas restrictivas al turismo y los viajes en general, la facilitación del envío de remesas, y el retiro de la Isla de la lista de “países patrocinadores del terrorismo”. Pero mantuvo intacto el embargo. Estas concesiones relativas fueron revertidas por Donald Trump, que endureció el bloqueo, impuso nuevas sanciones financieras y volvió a Cuba a la lista negra del terrorismo internacional. Estas medidas tienen importantes consecuencias. Por la implementación del Título III de la Ley Helms-Burton (1996) Estados Unidos puede emprender acciones legales contra empresas y personas extranjeras que negocien con Cuba. Según el economista Carmelo Mesa Lago, esto redundó en demandas certificadas por 8.000 millones de dólares, más otras decenas de miles no certificadas. Trump prohibió a los turistas norteamericanos alojarse en hoteles y comer en restaurantes gestionados por las Fuerzas Armadas cubanas, también los cruceros. Impuso un límite de 4.000 dólares anuales para remesas y reforzó las sanciones a la empresa cubana importadora de petróleo y a los bancos extranjeros que realicen transacciones con Cuba, lo que restringe operaciones comerciales y el crédito.

Con la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca, el régimen cubano esperaba que Estados Unidos volviera a la era Obama, pero eso no sucedió. Biden continúa la política de “máxima presión” de Trump, por problemas de política interna (las elecciones de medio término de 2022) y porque un sector no despreciable del establishment demócrata, como el senador Robert Menéndez (que preside la comisión de relaciones exteriores del Senado) adhiere a las políticas de “cambio de régimen” del exilio cubano.

Como sucedió durante el ataque del Estado de Israel a Gaza en mayo de este año, el ala progresista del Partido Demócrata encabezada por el senador Bernie Sanders y Alexandria-Ocasio Cortez salió a diferenciarse de la política de Biden. Unos 80 legisladores demócratas firmaron una carta pidiéndole al presidente el fin del bloqueo, aunque sin cuestionar la política imperialista de conjunto y menos aún su pertenencia a las filas del partido de Biden.

En líneas generales, hay sectores del imperialismo y la burguesía en general –incluidos sectores del exilio cubano– partidarios de levantar el bloqueo en línea con la política de Obama, porque ven que sobre todo castiga duramente a la población y abroquela al régimen del PCC. En esta línea se inscriben las votaciones folklóricas en las Naciones Unidas que desde 1992 llaman a levantar el embargo, con los votos en contra de Estados Unidos, Israel y a veces el acompañamiento o la abstención de otros aliados incondicionales como Colombia. Mientras que otros no solo están por mantener y endurecer el bloqueo, sino incluso llegan a plantear una intervención norteamericana directa.

Lo novedoso es el intento de medios de la derecha, como La Nación y Clarín en Argentina, que intentan contra toda evidencia, instalar la idea de que el bloqueo no existe, que es apenas un embargo parcial y que responde a una vieja narrativa antiimperialista. Como se ve, una operación ideológica berreta que ni siquiera es consistente con el propio imperialismo norteamericano.

Enfrentar la restauración capitalista

Desde la extinción de la Unión Soviética y la crisis del “Período especial”, el régimen cubano ha adoptado como estrategia el llamado “modelo vietnamita”, es decir, medidas de apertura económica manteniendo el monopolio político estatal del Partido Comunista Cubano. Junto con el bloqueo y la política imperialista hostil de Estados Unidos, esta estrategia de reintroducción gradual de relaciones capitalistas ha degradado de manera cualitativa las bases materiales del Estado obrero –deformado y burocratizado– luego de la expropiación de la burguesía tras la revolución de 1959.

Estas medidas procapitalistas alternaron momentos de aceleración con otros de recentralización estatal. Entre las más importantes están las distintas reformas de la ley de inversiones extranjeras facilitando la entrada de capital imperialista; la erosión de la planificación económica (a excepción de educación, salud y defensa) y del monopolio del comercio exterior (aunque en este caso con mecanismos de control estatal); el surgimiento de un sector amplio de cuentapropistas. Y la transformación de las Fuerzas Armadas Revolucionarias prácticamente en una Sociedad Anónima que maneja un holding de las principales empresas de turismo, tiendas de divisas y otros negocios. Este proceso de avance de relaciones capitalistas fue más lento durante los últimos años de Fidel Castro –sobre todo en el período llamado la “batalla por las ideas” y volvió a acelerarse con la llegada de Raúl Castro a la presidencia en 2008 (un estudio detallado de esos años puede leerse en: Cuba: From Fidel to Raul and Beyond, de Vegard Bye publicado en 2020). Bajo sus dos mandatos, Raúl dispuso la ampliación del sector privado de la economía, el despido de unos 500.000 empleados estatales y un nuevo código de trabajo, aprobado en 2014, que facilita la explotación de los trabajadores, permitiendo jornadas de 10 o 12 horas sin pago extra, y obviamente sin ningún derecho a la libre organización sindical.

El gobierno de Díaz Canel está profundizando este curso pro capitalista, refrendado en el VIII Congreso del PCC realizado en abril de 2021.

En síntesis, además del imperialismo y la burguesía cubana de Miami, las principales fuerzas de la restauración interna están en el propio Estado –en los altos escalones de la burocracia del Partido Comunista y en particular en la cúpula de las Fuerzas Armadas– y en los sectores proto burgueses que están haciendo aún una acumulación primitiva y que probablemente se expandan a partir de la aprobación de la nueva ley de empresas (Mipymes).

La dificultad que tiene el régimen cubano para seguir el camino del Partido Comunista de Vietnam es su proximidad al imperialismo norteamericano y sobre todo la existencia de una burguesía en el exilio, que no está dispuesta a tolerar la mediación de la burocracia gobernante, sino que busca abiertamente derrocarla y hacerse con el poder económico y político.

En la izquierda internacional hay abierto un debate sobre Cuba. Los sectores populistas latinoamericanos son defensores acríticos del régimen cubano. Con el desgastado argumento de que cualquier crítica “le hace el juego a la derecha” justifican la injustificable para cualquier militante de izquierda: la desigualdad, los privilegios de la burocracia gobernante, las medidas pro capitalistas y la represión del régimen policial del PCC. Con el mismo argumento apoyan al régimen autoritario de Maduro en Venezuela.

Algunas corrientes que se reclaman trotskistas consideran que la restauración es un proceso terminado, y que por lo tanto se trata de luchar contra una “dictadura capitalista” como cualquier otra. Desde una lógica prácticamente liberal, de “revolución democrática”, ignoran que el imperialismo es una fuerza organizadora de la reacción y niegan que haya aún conquistas que defender, entre otras que aún no se haya recompuesto una clase burguesa local. En Argentina, los compañeros de Izquierda Socialista han llegado sostener en contra de toda evidencia de economistas burgueses (y del propio Estados Unidos) que el bloqueo norteamericano fue derrotado (sic) y hoy “es muy limitado y parcial”.

No hay forma de enfrentar los planes de restauración capitalista del régimen cubano y el control policial que ejerce sobre los trabajadores si no es a partir de la lucha antiimperialista e internacionalista contra el bloqueo norteamericano, que repudia y resiste la amplia mayoría del pueblo cubano.

Los procesos de restauración capitalista iniciados en 1989 han recreado relaciones de explotación, profundizaron la desigualdad y, contra toda ilusión democrática, instauraron regímenes autoritarios (bonapartistas) y llevaron al poder a fuerzas reaccionarias, xenófobas y racistas, como en Hungría y Polonia, donde están atacados derechos democráticos básicos como el aborto legal.

Para enfrentar la restauración capitalista, ya sea a través del imperialismo y sus agentes o de la propia burocracia, es preciso levantar un programa que parta de la lucha contra el bloqueo y de las demandas más sentidas y urgentes de las amplias masas como el aumento general de salarios, el control de precios por parte de la población, terminar con los privilegios de la casta gobernante y el régimen de partido único mediante la legalización de las organizaciones políticas comprometidas con la defensa de las conquistas de la revolución, el derecho a la libertad de reunión, a la manifestación, a la libertad de prensa, el pleno derecho a la libertad de los sindicatos (una medida elemental que defendió Lenin en los años 20 en la Unión Soviética) y toda forma de organización que se puedan dar los trabajadores, para que se transforme en la verdadera clase dirigente del Estado, recomponga el monopolio del comercio exterior y la planificación democrática de la economía. Más que nunca, el destino de Cuba está indisolublemente ligado a la dinámica de la lucha de clases en América latina.


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Claudia Cinatti

Staff de la revista Estrategia Internacional, escribe en la sección Internacional de La Izquierda Diario.