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Francia. Daniela Cobet: "La única causa por la que vale la pena luchar: la revolución"

Reproducimos el discurso que Daniela Cobet, dirigente de Révolution Permanente -parte de la Red Internacional La Izquierda Diario-, dio en el gran acto que organizaron en París. El objetivo: "volver a poner la revolución en la agenda", partiendo del atractivo que despiertan las ideas revolucionarias, frente a la reacción.

Sábado 9 de marzo 12:42

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Este último miércoles 6 más de 1200 personas siguieron el acto organizado en París por Révolution Permanente (RP), parte de la Red Internacional La Izquierda Diario, bajo la consigna “Volver a poner la revolución en la agenda”.

Al menos 800 abarrotaron la sala principal del centro cultural y artístico La Bellevilloise, y los dos bares que habían sido acondicionados para la ocasión con pantallas gigantes. Varios cientos que no pudieron entrar porque ya estaba colmado el lugar, lo siguieron por la transmisión simultánea en Youtube. En el acto participaron entre otros el trabajador ferroviario y dirigente de RP Anasse Kazib, el economista y filósofo Frédéric Lordon, el abogado de derechos humanos franco-palestino Salah Hamouri, la militante de la lucha de los sin papeles Mariama Sidibé, el dirigente sindical perseguido Christian Porta, la dirigente de RP Daniela Cobet y Sasha Yaropolskaya.

A continuación reproducimos el discurso de Daniela Cobet.


Buenas noches a todas y a todos. "Volver a poner la revolución en el orden del día". En primer lugar, si han venido tantos a una reunión que pretende "volver a poner la revolución en el orden del día", es porque están convencidos, como nosotros, de que este mundo ya no funciona.

Al panorama ya sombrío de crisis económicas repetidas, de crisis climática que amenaza la existencia misma del planeta y del emerger de fuerzas reaccionarias en casi todo el mundo, se ha sumado recientemente una perspectiva que durante décadas creíamos lejana: la de la guerra.

En primer lugar, porque como decía Sala Amouri, asistimos hoy a un auténtico genocidio en Gaza, ante los ojos del mundo entero, y por eso debemos gritar lo suficientemente alto: ¡Palestina vivirá, Palestina vencerá!

Pero también, porque desde hace dos años la invasión rusa de Ucrania ha devuelto la guerra al corazón de Europa. Se demuestra cada día que no se trata de un conflicto más, sino que, por el contrario, marca la apertura de una nueva etapa. Una etapa en la que, con la ausencia de Estados Unidos en el rol de "gendarme del mundo", es probable que nos enfrentemos a nuevos conflictos armados locales o regionales, con consecuencias cada vez más graves.

Por eso, la insistencia de Macron en enviar tropas a Ucrania nos hace ver la irresponsabilidad de este personaje. Tampoco debemos tranquilizarnos rápidamente por la distancia que tomaron sus homólogos europeos. Por si hace falta convencerse, les voy a citar a alguien que, desde el otro lado del Canal de la Mancha, sabe un par de cosas sobre el tema, el ministro de Defensa británico, declaró recientemente que ya no vivíamos "en un mundo de posguerra", sino "en un mundo de preguerra".

Este tipo de declaraciones se hacen eco de otros momentos de la historia. A principios del siglo XX, ante el comienzo de la Primera Guerra Mundial, Lenin, el revolucionario ruso, de quien este año conmemoramos el centenario de su muerte, explicó que se abría una nueva época del capitalismo, la época imperialista, caracterizada por la recurrencia de crisis, guerras y revoluciones. Más de un siglo después, esta perspectiva histórica se reactualiza hoy.
Sin embargo, todavía no estamos a las puertas de una 3ª guerra mundial, pero es importante comprender que el imperialismo lleva en sí el germen de la guerra. Si el periodo de globalización desde los años 70 había permitido un cierto respiro, este está llegando ahora a sus límites. Y ante este retorno del espectro de la guerra, las soluciones al estilo de la ONU nos parecen en gran medida inadecuadas.

Pero este camino hacia la guerra tampoco es inevitable. Encuentra un obstáculo tenaz en la conciencia de las jóvenes generaciones, denominadas a veces "generación Z", que están ampliamente representadas en esta sala. Los mismos que en los últimos años les han recordado a los capitalistas su responsabilidad en la destrucción del planeta y, por lo tanto, de su futuro, los que se han movilizado masivamente por el pueblo palestino, desde Nueva York a Londres, pasando por París, estos jóvenes no parecen estar encantados hoy con la idea de ir al frente en nombre de los supuestos "intereses de la patria".

Es un dato que preocupa a los especialistas en cuestiones militares en un momento en que el mundo se prepara de nuevo para la guerra.

Así, dos especialistas del Instituto Naval estadounidense tratan de tranquilizarse afirmando que "los jóvenes soldados y los reclutas no saben lo que es la competencia entre grandes potencias. La Generación Z puede luchar y lo hará. Pero primero tienen que entender por qué".

Nosotros, como ustedes, camaradas, queremos precisamente lo contrario, que estas jóvenes generaciones comprendan que la lucha entre las potencias imperialistas no es la suya y que la única causa por la que realmente vale la pena luchar es la de una revolución que ponga fin a todas las formas de explotación, a todas las formas de opresión y a la destrucción del medio ambiente.

Pero la cuestión de la guerra no implica solamente a los jóvenes, lejos de eso. En una entrevista reciente, un exministro de Asuntos Exteriores defendía la idea de la entrada de Francia en una "economía de guerra", señalando que se trata de hacernos trabajar más para producir más, en particular, más armas para alimentar su maquinaria asesina. ¿Y saben lo que citaba como principal obstáculo para este objetivo? El movimiento contra la reforma de las pensiones de hace un año atrás. Este es un resumen de su economía de guerra: más explotación y menos libertad para los trabajadores y los jóvenes.

Pero hay que reconocer que en un punto este exministro tiene razón: el mejor obstáculo a la carrera hacia la guerra es la lucha de clases, es la unión de los trabajadores y los jóvenes contra el capitalismo. Porque una cosa es cierta: cuando la burguesía tiene miedo a la revolución, piensa dos veces antes de ir a la guerra, sobre todo, cuando esto significa armar a su propia población.

Pero no vamos a mentir, si nos remontamos a la fórmula de Lenin para la época imperialista como una época de crisis, guerra y revoluciones, últimamente hemos tenido que lidiar más con crisis y guerras que con revoluciones. Y a los "intelectuales" que sirven al orden dominante les gustaría que esto no cambie. Por eso hoy, cuando atacan a Lenin 100 años después de su muerte, apuntan contra la idea misma de revolución. Les gustaría que nadie volviera a creer, como hicieron los bolcheviques en 1917, que la victoria era posible, que los explotados y oprimidos podían derrocarlo todo. Y hoy, cuando es tan urgente derrocarlo todo, no podemos más que alegrarnos al ver, por la asistencia a esta reunión, que no lo han logrado y que la idea de la revolución está “vivita y coleando”.

Pero Lenin no es solo un símbolo de la revolución, su pensamiento es la encarnación de una brújula estratégica que ha demostrado su valor a lo largo de la historia. Y todavía tiene cosas que enseñarnos hoy.

Frente a la gran prueba de la guerra de 1914, por ejemplo, lo que mostró su singularidad, junto con otros revolucionarios, fue ante todo su oposición intransigente a la guerra imperialista. Con este fin, Lenin propuso la idea, muy actual para nosotros, de que, frente a la amenaza de guerra entre potencias imperialistas, nuestro principal enemigo está en casa. En nuestro caso, los enemigos son los Bernard Arnaults, los Bolloré, los Blandinières, el patrón de InVivo que intenta despedir a nuestro camarada Christian, y por supuesto, también, son los Macron y los Le Pen.

Lo que significa hoy, por ejemplo, en el contexto de las próximas elecciones europeas, no caer en la trampa de la retórica soberanista, como lo hace una parte de la izquierda. En un mundo y en una Europa dirigidos por capitalistas, sea cual sea su nacionalidad, los trabajadores nunca serán soberanos.

Su soberanía no puede ser otra que una soberanía de clase, y desde luego no será con la familia Peugeot, como tampoco con Serge Dassault, sino con los proletarios de todos los países porque como dice una canción latinoamericana, de donde vengo yo, (lo digo en español pero creo que lo entenderán): "¡la clase obrera es una y sin fronteras!"
Hay un filósofo y militante húngaro, Lukacs, de quien hemos publicado un excelente libro recientemente, por Communard.e.s y que sostiene que la fuerza de Lenin estuvo también en haber considerado siempre que la revolución era una perspectiva profundamente actual.

A pesar de los vaivenes de la lucha de clases, la revolución es una perspectiva actual. Era su asunto, y que el curso de la historia podía ser cambiado por los trabajadores, con la condición de que se prepararan seriamente para ella. Con esta brújula forjó con paciencia, incluso en los peores periodos de la reacción, el partido y los militantes capaces de dirigir el asalto al cielo operado por las masas rusas en octubre de 1917.

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Sin embargo, camaradas, hoy es evidente que el siglo XX ha pasado y ha dejado su huella. Como dijimos, tuvimos una gran convocatoria a esta reunión, pero en las redes sociales, no nos libramos de ciertos comentarios que deben conocer, como "váyanse al gulag" si no les gusta el capitalismo.

La realidad es que el hecho de que la primera revolución obrera y socialista victoriosa de la historia quedara aislada y luego degenerara en un régimen burocrático fue durante mucho tiempo el argumento central de todos los defensores del capitalismo como único horizonte posible. Durante mucho tiempo, esto sirvió para invalidar la idea misma de revolución, al hacer creer que cualquier proceso de este tipo estaba condenado de antemano a desembocar en los llamados regímenes totalitarios.

Por eso, aunque en los últimos años hemos asistido a un renacimiento de la lucha de clases, cada vez es más importante rehabilitar el proyecto de una sociedad comunista que no tiene estrictamente nada que ver con lo que antes se llamaba "socialismo real".

Porque, en ausencia de un proyecto emancipador, de un imaginario comunista, estaremos desgraciadamente condenados a reproducir sin parar el esquema en el que la bronca de las clases trabajadoras termina siendo capitalizada en el terreno político por las fuerzas de extrema derecha. O incluso, si mañana cambia la correlación de fuerzas, podríamos reencontrarnos con nuevos gobiernos llamados de "izquierda" que, como los experimentos del Frente Popular de los años 30, desempeñan el papel de contener el enojo, a costa de algunas concesiones, para que no desborde los marcos del sistema capitalista.

Sin embargo, la situación actual no solo permite actualizar la perspectiva de la revolución, sino también la del comunismo. Quisiera intentar demostrarlo con tres ideas, que lejos de ser una ideología superada por las transformaciones del siglo pasado, la perspectiva comunista nunca ha sido tan actual y tan realista. Estas tres ideas se corresponden con tres pilares importantes de una futura sociedad comunista: la reducción masiva de la jornada laboral, la democracia obrera y la planificación económica.

Por un lado, el desarrollo de la industria, de la robótica, de la inteligencia artificial, si está puesto al servicio del bien común y no de la ganancia, permitiría ya hoy la eliminación completa del desempleo y una reducción masiva de la jornada laboral, hasta un nivel que nada tiene que ver con el de la Rusia de 1917. Todo el resto del tiempo libre podría entonces utilizarse para otras actividades, sociales, deportivas, culturales, artísticas, etc. ¡Porque estamos hartos de desperdiciar nuestra vida intentando ganárnosla!

Por otro lado, Internet y las nuevas tecnologías de la comunicación, que ya han demostrado su utilidad para organizar algunas de nuestras movilizaciones, podrían ponerse al servicio de formas de democracia directa, inspiradas en los consejos que fueron la base del poder revolucionario durante los primeros años de la revolución rusa, los soviets. Un sistema en el que cada trabajador pueda participar en las decisiones que afectan al conjunto de la sociedad.

Por último, los procesos desarrollados por las grandes multinacionales para dirigir enormes flujos logísticos y comerciales, puestos al servicio de una lógica no mercantil, permitirían también una planificación democrática y más eficaz de la economía, teniendo en cuenta no solo las obligaciones medioambientales, sino también las necesidades y preferencias de los ciudadanos. Si hoy Google o Amazon usan nuestros datos para mandarnos su publicidad, mañana esos recursos podrían ponerse al servicio de una planificación racional y democrática de la economía, casi en tiempo real, dando acceso a una gran variedad de bienes y servicios, muy lejos de la imagen de planificación burocrática que ocurrió en la Unión Soviética.

Porque no, camaradas, contrariamente a lo que nos quiere hacer creer el mito liberal, el comunismo no es la supresión de la individualidad de cada uno, sino la posibilidad de desplegar plenamente la propia individualidad, en armonía con la naturaleza y con la comunidad.

Al mismo tiempo, como decía Marx, el comunismo no es solo la sociedad futura por la que luchamos, es también el movimiento real que suprime el capitalismo.

Pero para que este movimiento tenga éxito, estamos convencidos, junto con Lenin, de que debe encarnarse en una fuerza política, en un partido, no en el sentido de los partidos tradicionales, sino en el sentido de un colectivo de militantes que comparten un proyecto emancipador y una estrategia común, y que están decididos a poner todo su peso para ofrecer a la humanidad un futuro distinto al de la nueva carnicería mundial.

Un partido que considera que el fracaso de los primeros experimentos revolucionarios no invalida una perspectiva de emancipación y no nos condena a asistir pasivamente a la destrucción del mundo por los capitalistas. Una organización de militantes conscientes que aprenden de las derrotas del pasado y que consideran, un siglo después de la muerte de Lenin, que la revolución y la lucha por el comunismo son solo un asunto actual, son nuestro asunto. A este proyecto, el de un leninismo 2.0, los invito a formar parte junto con mis camaradas de Revolución Permanente.