“La batalla cultural hay que darla tanto en las aulas como en la política, en todos lados. No la pueden dejar de dar en ningún lado porque si no, los zurdos nos van a llevar puestos”.
Con estas palabras, Javier Milei cerró su show en el Luna Park el 22 de mayo. Así ratificaba que está embarcado en una explícita disputa ideológica que libra palmo a palmo munido de todos los instrumentos estatales. A eso remite su referencia a la “batalla cultural”. En ese marco, también son recurrentes las denuncias del gobierno nacional sobre el adoctrinamiento que los docentes de los distintos niveles educativos practicamos diariamente y que “les lava la cabeza a los jóvenes”. De ese modo, pretende difuminar el papel central que tiene la ideología en el sistema educativo, sistema a través del cual generan dispositivos para naturalizar y reproducir las condiciones de existencia que predominan en función de los intereses de los sectores dominantes.
Abren líneas de denuncia y amenazan con sanciones si nos referimos al gobierno iniciado en 1976 como una dictadura cívico-militar y eclesiástica que impuso el terrorismo de Estado. En cambio, si lo denominamos Proceso de Reorganización Nacional y nos referimos a la subversión y al terror que impusieron los grupos guerrilleros, no estaríamos “ideologizados”. Si enseñamos que la conquista española resultó en un genocidio y en la explotación y desestructuración de las poblaciones locales, adoctrinamos. Por el contrario, si hablamos de “encuentro de dos culturas” y de los adelantos que trajeron los europeos, reponemos lo que sucedió. La lista podría extenderse varias páginas, pero resulta suficiente para comprender que estamos en un nuevo momento, más agudo, de una disputa que reconoce una prolongada historia y que no comenzó hace cinco meses.
Incluso, en la caracterización de determinados períodos de nuestro pasado es posible identificar coincidencias sustanciales entre la interpretación del actual gobierno y de las corrientes historiográficas dominantes en el “mundo académico”. Tal es el caso de la visión que predomina en torno a la Revolución de Mayo. Allí se ubica como el principal factor explicativo de la ruptura del orden colonial la invasión napoleónica a la Península Ibérica y la prisión de Fernando VII. Ese “vacío de poder” habría motorizado la necesidad de resolver la situación de las colonias. En esta perspectiva, se unilateraliza un aspecto, se opacan los procesos políticos y sociales que se desarrollaron en las décadas previas y se secundariza el protagonismo que tuvieron diversas clases y sectores en la insurrección y la revolución. Tal como afirmó un historiador que opina con recurrencia en Clarín y La Nación, se trataría de una “revolución que cayó del cielo”. De este modo, niegan el papel determinante de los factores locales a la hora de explicar el cambio y el movimiento histórico y proyectan hacia el futuro una visión que sólo deja como alternativa aguardar pacientemente que los sucesos exteriores permitan modificar las condiciones de opresión y explotación en que vivimos.
Una operación similar se puede verificar en el análisis que predomina sobre el denominado “modelo agroexportador”. En principio, en base a datos que no tienen ningún sustento, se afirma que Argentina se habría convertido en potencia mundial dado que en 1895 tenía el PBI más “alto” del mundo. Además, se enfatiza la existencia de condiciones muy favorables para que los inmigrantes recién arribados a estas costas pudiesen instalarse y ascender en la escala social, se sostiene que los obreros conseguían con facilidad trabajos con elevadas remuneraciones, que el estado velaba por sus intereses, que los terratenientes pampeanos tuvieron un papel modernizador en el desarrollo local, que el latifundio no resultó una traba al desarrollo económico y que existía un dinámico mercado de tierras. Incluso, estas posiciones relativizan las limitaciones que generó la penetración del capital monopolista extranjero a través del control del transporte y comercialización de granos y carnes, inversiones que son resignificadas como un factor decisivo de progreso en la configuración de la Argentina moderna y a las que suelen anteponer la palabra “gracias” para que no queden dudas de su papel “benefactor”. En definitiva, retomando la frase de Hobsbawm, nuestro país habría garantizado una verdadera “carrera al talento” donde los espíritus emprendedores tenían todas las condiciones a disposición para progresar y enriquecerse. Según esta perspectiva, en la que convergen diversas corrientes que exceden a los llamados “libertarios, aquella “Argentina potencia” tendría que transformarse en el espejo donde proyectar el futuro del país para pasar de “granero” a “supermercado” del mundo a través de la explotación de los recursos primarios por parte del capital extranjero y sus socios locales. Con esta operación pretenden ocultar que en aquel período se sentaron los pilares de la Argentina “moderna” caracterizada por la dependencia, el predominio de la gran propiedad, el saqueo de los recursos naturales por parte de las empresas foráneas y la oligarquía local, la explotación y opresión de las grandes mayorías populares y la represión al movimiento obrero.
La disputa ideológica en el terreno de la historia
Estas concepciones en disputa que se evidencian que la producción historiográfica, al igual que todas las disciplinas, está recorrida por una profunda y encarnizada confrontación ideológica que resulta imposible eludir tanto en el plano de la investigación como de la docencia. Al respecto, es posible identificar una heterogénea corriente interpretativa que tiende a naturalizar el pasado, secundariza los conflictos y las contradicciones sociales, brega por el orden, exalta las “virtudes” del régimen y analiza los procesos históricos desde la óptica de las clases dominantes. Es, en lo fundamental, una historia que justifica o funciona como sustento de aquellos sectores que detentan el poder. Estas lecturas del pasado logran imponerse porque al ser funcionales al orden establecido cuentan con múltiples canales de difusión que van desde los contenidos obligatorios que se enseñan en los diversos niveles educativos (inicial, primaria, secundaria y superior) hasta los medios de comunicación hegemónicos y los organismos estatales de investigación y formación terciaria y universitaria.
Como contrapartida, se desarrolló otra corriente historiográfica –también heterogénea-, que busca comprender el pasado en función de la transformación del presente. Se propone dar cuenta y reponer los conflictos y las luchas, los proyectos en lucha, los cambios cualitativos y cuantitativos y las múltiples contradicciones que se manifiestan en los diversos planos de análisis (político, económico, social y cultural) en cada proceso histórico. Los docentes y/o investigadores que se reconocen como parte de esta perspectiva libran la disputa dentro del sistema educativo y científico, difunden sus conocimientos por todos los canales disponibles e intentan generar condiciones que abonen el camino del cambio social.
Estas disputas en el terreno del conocimiento del pasado se evidencian tanto en el plano de la reconstrucción histórica como en los conceptos y categorías que cada corriente selecciona para referirse a distintos sucesos. Explicitar estas profundas diferencias no significa “caer” en una historia simplificada de “buenos” y “malos” sino reconocer que desarrollamos nuestra actividad en una sociedad desigual y divida donde resulta imposible desprendernos de nuestra subjetividad a la hora de encarar nuestro trabajo: no es posible la neutralidad. Considerar que uno/a no tiene condicionamientos o puede ser neutral resulta en una de las mayores cegueras científicas. Por el contrario, el punto de partida necesario para un conocimiento científico es adoptar una posición, estrechamente relacionada con las formas de ver el mundo y con la finalidad de dicho conocimiento: ¿qué quiero transmitir, reproducir, desarrollar e investigar? ¿Al servicio de qué sectores sociales? ¿En función de qué futuro? Porque el pasado se estudia para comprender y transformar el presente y desde este presente nos interrogamos sobre el pasado. Eso implica y requiere asumir una posición. Entonces, como propone Chesneaux, la pretensión de neutralidad es vana, porque es ingenua o engañosa. Sería el peor encubrimiento pretender ser neutral y tras la apariencia de neutralidad, identificada con cientificidad, explicar un proceso de manera mutilada y parcial. La llamada neutralidad refiere o piensa que uno puede indagar un proceso sin ideología, sin conceptos, sin subjetividad como si hubiese una mirada que no valora, que no siente, que no pondera, que no jerarquiza. No hay conocimiento sin sujetos y sujetos sin ideas.
Aquellos historiadores y/o docentes conformes con el presente, resignados o confundidos en torno a estas problemáticas tenderán a buscar en el pasado aquello que lo confirme en esta posición, consciente o inconscientemente. Este punto de vista condiciona su forma de mirar y reconstruir lo sucedido porque lo lleva a excluir o tergiversar sucesos, evitar situaciones conflictivas y de ese modo colaborar –aunque no se lo proponga- en mantener el “orden” establecido. Por el contrario, quienes pretenden transformar el presente deberán indagar muy profundamente en el pasado para alcanzar un conocimiento multilateral y riguroso del proceso histórico y sus contradicciones de modo de descubrir cómo, cuándo y dónde fue posible avanzar en transformaciones progresivas de la sociedad y cuáles fueron sus condiciones de posibilidad y sus límites. Sólo así, su práctica tiene posibilidades de incidir, en algún grado y medida, en el decurso del proceso.
Frente a cada hecho histórico fundamental, afirma Pierre Vilar, surgen por lo menos dos interpretaciones históricas distintas y opuestas. Existen puntos de vista que limitan la propia reconstrucción histórica mientras que otros funcionan como condición de posibilidad para alcanzar un conocimiento más profundo y “razonado”. Y esos puntos de vista surgen de posiciones en el tejido social, no son individuales y singulares. Las ideas dominantes son resultado de la proyección del punto de vista de los que dominan. No podría ser de otro modo. Necesitan preservar el orden social y económico y cuentan con los medios materiales y espirituales para ejercer ese dominio cultural. Por eso no debería sorprendernos cuando los sectores oprimidos asumen como propias las ideas de los de arriba. Lo sorprendente y maravilloso es como en condiciones de tan abrumadora hegemonía de ideas dominantes y conservadoras surgen, producto en la práctica social, concepciones cuestionadoras protagonizadas por los que luchan. Y esta es una dialéctica, una interacción contradictoria en el plano de las ideas, que permite comprender cómo aquello que está subordinado puede, en determinadas circunstancias, pasar a predominar.
Al mismo tiempo, aunque existen diversas y heterogéneas interpretaciones históricas de nuestro pasado no todas son válidas per se. Que sea imposible la neutralidad no implica la inexistencia de objetividad. La objetividad está relacionada a la noción de conocimiento de las diversas contradicciones y aspectos de un proceso o un fenómeno, aunque siempre resulte incompleto e inacabado. Conocer implica entender ese elemento en sus relaciones y la adopción de un punto de vista, que se propone reponer en profundidad esas múltiples relaciones motorizado por la necesidad de transformar, es una de las condiciones imprescindibles del rigor científico de dicho conocimiento. A diferencia de la física (que repite los experimentos en el laboratorio), en la historia se puede constatar un hecho del pasado, pero en el pasado no puede verificarse su interpretación. La historia es única e irrepetible y, como argumenta Claudio Spiguel, tiene un carácter predictivo ya que en el futuro se pueden verificar las conclusiones que se extraen del pasado: se puede verificar la correspondencia entre conocimiento y proceso real. Por lo tanto, se trata de realizar una previsión inteligente de los hechos a partir de una análisis profundo y sistemático de los diversos factores del pasado que permita descubrir las regularidades y elaborar categorías y conceptos que sinteticen y guíen el trabajo de reconstrucción histórica e interpretación del presente. Es en el terreno de la práctica social donde se zanja la veracidad de un conocimiento histórico y no en el veredicto del “grupo de pares”. Al respecto, el historiador francés Jean Chesneaux afirmaba que el rigor científico no es una exigencia intelectual abstracta sino condición de eficacia para la praxis presente porque el que posee un conocimiento más profundo de los múltiples factores y contradicciones puede actuar con mayor eficacia.
En definitiva, nos referimos a puntos de vista, de ópticas, de intereses, de ideologías, en el sentido de formas de ver que se corresponden con distintas clases y grupos en una sociedad contradictoria. La ideología es un componente de las relaciones sociales más generales, que son facultad de la humanidad. Entonces siempre hay una visión conservadora y otra que busca cambiar, por lo menos en los hechos fundamentales y decisivos.
La cátedra de Historia Social General paralela
En el marco de estas disputas, con el objeto de incidir y proponer otra interpretación historiográfica y como resultado de un momento histórico muy particular, surgió la cátedra paralela de Historia Social General. Orientados por concepciones que pretendían modificar el orden social dominante y por la necesidad disputar con las visiones dominantes en el terreno de la historia, en el año 2004 logramos la apertura de una cátedra paralela de Historia Social General en un contexto caracterizado por la movilización popular, el Argentinazo de 2001, la crisis de hegemonía y la sed de historia de amplias capas de la población que buscaban entender el pasado para comprender lo que sucedía en el presente.
Fue la primera cátedra paralela en la carrera de historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires desde el regreso de la democracia en 1983. En aquel momento, el inicio de la materia generó un fuerte cimbronazo en Puan 480 porque abrió una pequeña hendija y puso en evidencia que no existía una única interpretación de la historia. La magnitud del impacto, que en su momento resultó difícil de medir, pudimos advertirlo a través de los reiterados artículos que se publicaron en los diarios de mayor tiraje del país. En el momento en que la materia fue aprobada por el Consejo Directivo de la Facultad, la noticia fue tapa de La Nación (22/10/2003) y en el inicio de la nueva cursada se redoblaron las denuncias de “prestigiosos” profesores que nos acusaban de “destrucción académica”, “facilistas”, “dogmáticos”, “ideologizantes”, “idealistas”, “setentistas” (La Nación, 3/4/2004; La Nación, 23/4/2004; Revista Debate, 9/4/2004; Revista Ñ; Clarín, 7/5/2004; Clarín, 26/4/2004). No cabían dudas: estaban preocupados, tenían mucho por perder.
Hoy se cumplen veinte años de aquel suceso y el espíritu, los objetivos y contenidos que enseñamos y debatimos en la materia se tornan aún más relevantes en medio de la “batalla” que está planteada. Hace dos décadas que nos proponemos compartir una propuesta histórica, teórica y pedagógica que gira en torno a la necesidad de comprender la relación genética entre pasado-presente y futuro como una tarea de primer orden. Entendemos que el estudio de la historia refiere al análisis del devenir y la dinámica de las sociedades, lo que implica atender a sus movimientos permanentes. Indagar en las tendencias de su desarrollo, en sus conflictos, en sus cambios cuantitativos, pero fundamentalmente en sus saltos cualitativos. Para ello seleccionamos una serie de problemáticas fundamentales que los introduzcan en un modo de pensar, analizar, relacionar e investigar la historia. Al mismo tiempo no entendemos lo “social” como el desgajamiento de un plano de la realidad, sino que aludimos a las relaciones sociales que establecen los hombres y las mujeres en las diversas instancias: la producción, la política, las prácticas culturales, los sentimientos. Esas relaciones se desarrollan, recrean y despliegan en sociedades concretas y los seres humanos no existen por fuera de esas relaciones. El ser humano es un ser social que se constituye con otros y otras. Finalmente, por “general”, referimos a la historia universal. No oponemos lo particular (América Latina) a lo universal sino, al contrario, apuntamos a demostrar cómo se puede y debe aprehender como un todo interconectado. En este sentido, apostamos a romper con el eurocentrismo hegemónico rescatando la historia construida desde la opresión, la resistencia y la rebelión. Esta historia viva de América, tan convulsionada y abierta en la actualidad nos estimula a resistir las presiones del medio para asociar lo “universal” con lo “europeo” y lo “social” con lo “dominante”. Desde este posicionamiento analizamos los procesos históricos con el objeto de aportar a la corriente que adopta el punto de vista de lo/as oprimido/as y explotada/os e intervenir en la disputa ideológica, que es otro de los terrenos donde se libra la lucha de clases, con la aspiración de transformar la realidad.
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