Cuando el patriarcado condena experiencias obstétricas traumáticas de mujeres pobres.
El libro Dicen que tuve un bebé de las abogadas María Lina Carrera, Natalia Saralegui Ferrante y Gloria Orrego Hoyos y publicado por Siglo XXI este mes de octubre, se subtitula “Siete historias en las que el sistema judicial encarcela mujeres y a casi nadie le importa”. Siete crudos relatos en primera persona de mujeres criminalizadas, judicializadas, privadas de su libertad que desmienten una verdad establecida para quienes se niegan a apoyar la legalización del aborto: “en este país, ninguna mujer va presa por abortar”.
Ese argumento resonó en el Congreso durante el debate que tuvo lugar en el 2018. “Es necesario aclarar que las mujeres que causan su aborto no van presas con la legislación vigente”, decía el profesor de Derecho Penal de la Universidad Católica Argentina, Hernán Munilla Lacasa, durante las reuniones plenarias de las comisiones en Diputados. “Casi todos queremos que no pase lo que de todos modos sabemos que no pasa. Nunca pasa. No hay ningún caso de una mujer presa por eso”, escribía el senador Federico Pinedo, de Juntos por el Cambio, en el diario La Nación del 21 de junio de 2018.
Los datos que presentan las autoras de Dicen que tuve un bebé demuestran que esto no es cierto. Se registraron 447 condenas por delito de aborto entre 1990 y 2009. Algo que, en distintas proporciones ocurre en diferentes lugares del país: entre 2011 y 2016 se iniciaron 167 causas contra mujeres por el delito de aborto en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y dos fueron condenadas; entre 1992 y 2012, en Tucumán, 534 abortos fueron criminalizados y en el 97 % de los casos, las mujeres fueron imputadas y solo 5 sobreseídas. Los años y los lugares demuestran, además, que gobiernos de distinto signo político avalan, justifican y son responsables de mantener esta situación, impidiendo que se legalice el aborto en Argentina a pesar del insistente reclamo del movimiento de mujeres y de la aprobación de la mayoría de la sociedad.
Fuera de los radares feministas
Sin embargo, el libro no tratará de estas historias, sino de las de
… otras mujeres que fueron perseguidas penalmente y privadas de su libertad tras haber transitado abortos espontáneos, partos prematuros, en avalancha, en los que los bebés nacieron sin vida, algunas de las cuales ni siquiera sabían que estaban embarazadas [1].
Por eso, enseguida pensamos en Belén, esa joven tucumana que debió soportar dos años de prisión por sufrir un aborto espontáneo –cuando desconocía que estaba embarazada– y ser acusada de homicidio doblemente agravado, por el vínculo y por ser cometido con alevosía. Esa historia se transformó en bandera del movimiento de mujeres en Argentina y también llegó a otros lugares del mundo. Fue una bisagra entre la multitudinaria movilización por Ni Una Menos, de 2015, y las masivas concentraciones que culminaron en la vigilia frente al Congreso de la marea verde de 2018.
El caso de Belén se parece a estos que se presentan en este volumen porque se trata de mujeres perseguidas judicialmente por hechos que no pudieron controlar ni evitar. Además, son pobres y no accedieron a educación sexual. Pero estos testimonios, al contrario que el caso de Belén, son de “mujeres cuyas historias quedaron por fuera de los radares de los feminismos, que no llegaron a identificarlas ni a hacerse eco de sus reclamos por libertad” [2]. Entonces, sus casos nos retrotraen más bien a la historia de Romina Tejerina, aunque las autoras no la mencionan; lo que hubiera permitido profundizar la reflexión sobre la reemergencia del movimiento de mujeres y los feminismos, con la marea verde y la historia pasada.
Romina era una joven jujeña, que había sido violada y fue acusada de homicidio agravado por el vínculo después de parir, a escondidas de su familia, en el baño de su casa y herir al recién nacido causándole la muerte. Esa historia culminó con una condena a 14 años de prisión, ratificada por la Corte Suprema (en la que se encontraban los garantistas Eugenio Zaffaroni y Carmen Argibay, que votaron el primero en contra y la segunda a favor de que se ratificara la condena). El caso de Romina Tejerina partía aguas, en aquel entonces, en el movimiento de mujeres: defenderla significaba desafiar la opinión pública mayoritariamente negativa y muchas organizaciones no estaban dispuestas a hacerlo. Muchos sectores aliados de la lucha por el derecho al aborto admitían en voz baja que mezclar las banderas de la defensa de Romina y del aborto legal, podía hacer peligrar los acuerdos conseguidos mediante el cabildeo parlamentario para el tratamiento de una ley que, finalmente, ingresó a la Cámara de Diputados demasiado tarde para centenares de mujeres que murieron en clandestinidad.
Bajo la sombra punitiva de la ilegalidad del aborto
Las autoras de Dicen que tuve un bebé, sin embargo, arriesgan la hipótesis contraria. Para ellas, “la ilegalidad del aborto proyecta una sombra punitiva sobre otros eventos obstétricos”, como los que se relatan en el libro [3]. Entienden que sin aborto legal, estos casos son indetectables para los informes oficiales, para los registros de rutina y para el movimiento feminista. Por eso exponen estos relatos, con el objetivo –como ellas mismas anuncian– de “poner de relieve cómo el Estado criminalizó a mujeres que atravesaron eventos obstétricos involuntarios y traumáticos y que, además, debieron hacerlo, en general, en condiciones precarias” [4].
Fue con ese mismo espíritu que, después de las enormes movilizaciones contra la violencia machista de 2015, se asumió el caso de Belén: libertad para la joven presa injustamente y legalización del aborto YA fueron consignas que se unieron en las manifestaciones callejeras, en las reflexiones y debates. Belén cambió la agenda feminista que, hasta entonces, prefería mantener separados los términos de una relación inocultable: la que los poderes del Estado capitalista imponen sobre la capacidad reproductiva de las mujeres mediante la punición del aborto y mediante la criminalización de ciertos eventos obstétricos traumáticos que ni siquiera tienen una palabra que los nombre, en el lenguaje cotidiano ni en los más rigurosos códigos penales.
Para las autoras, ese “afán punitivo” –como lo denominan– proviene de “un sistema patriarcal en el que los cuerpos gestantes se encuentran instrumentalizados al servicio de la reproducción” [5]. Un sistema que, mediante calificaciones arbitrarias y hasta con carátulas de figuras penales inexistentes, condena con el máximo rigor a las mujeres más pobres y vulnerables por acontecimientos que les acaecieron involuntariamente.
Así transcurren los relatos de Yamila, Paloma, Gimena, Eliana, Inés, Rosalía y Patricia, quien falleció esposada a la cama de un hospital, poco antes de cumplir 41 años, de los cuales estuvo presa los últimos cinco condenada por homicidio agravado por el vínculo. “Su crimen: haber tenido una emergencia obstétrica, sola, en su casilla, una noche de invierno” [6].
Las dificultades en el acceso a la educación, la pobreza, las situaciones de abuso y la violencia de género, son constantes en estos relatos. Sobre todo ello se construye un muro de silencios propios y ajenos, individuales e institucionales. La invisibilización es causa y efecto de la revictimización que el Estado ejerce sobre estas mujeres. Pero las autoras buscan que la rabia que provocan estas historias se transforme en lucha por ellas y por todas las otras que seguramente aún transitan sus historias en silencio. Dicen que tuve un bebé es una rajadura en ese muro que, al mismo tiempo que habilita estos relatos invisibilizados, obliga, al movimiento de mujeres –como dicen las autoras– a ponerse “al hombro la tarea de encontrarlas” [7].
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