Las denuncias de violencia de género contra Alberto Fernández develan, en un solo acto, la hipocresía de la derecha recalcitrante, el doble discurso de los progresismos light y la potencia de un movimiento que no solo conquistó derechos por su lucha persistente, sino que también fortaleció a las mujeres y sembró otros valores. Lo del expresidente ¿es un imponderable o es la resultante de esa estrategia posibilista que siempre invita a conformarse con "lo que hay"?
Nada más irracional que este razonamiento: "en el gobierno de Alberto Fernández se creó un Ministerio de Mujeres; ahora, el expresidente fue acusado por su expareja de ejercer violencia de género; por lo tanto, está muy bien que el gobierno de Milei haya disuelto el ministerio y desmantelado las políticas públicas que atendían a las víctimas de violencia, porque los kirchneristas son corruptos e hipócritas." Esa es la lógica falaz de Milei, los funcionarios de su gobierno y su ejército de trolls en redes sociales. Eligieron al movimiento feminista como blanco de sus ataques, librando su batalla cultural contra la organización colectiva y el derecho a la protesta. Todas las manifestaciones oficialistas de preocupación por Fabiola Yañez son una farsa: los oscuros ideólogos de Milei se han cansado de repetir que "la violencia no tiene género" y que "todas las víctimas importan", para confundir todo y traficar la falsedad de que el feminismo es el espejo del machismo o algo peor. Una serie de falacias que, repetidas hasta el hartazgo, intentan desviar los odios contra los responsables de nuestra pobreza y falta de perspectivas, hacia las organizaciones y colectivos que se proponen alguna transformación de tal realidad. Ahora pasaron de negar la violencia de género a exponer a las víctimas como trofeos de una contienda política espuria. Respeto a la intimidad y a la autonomía de las mujeres, te la debo.
Sin embargo, los feminismos que quieren destruir, gozan de buena salud. Porque, como señalaba esta semana Celeste Murillo, en el programa El Círculo Rojo, "también, en situaciones como estas se ve lo construido por años de luchas y debates de los feminismos." Es decir, si hoy es un debate público y hay una investigación judicial en curso contra un expresidente (a diferencia de los ’90 donde situaciones muy similares constituían apenas un chisme comentado en voz baja), se lo debemos al movimiento que fue capaz de movilizar a millones contra la violencia machista, diciendo #NiUnaMenos. Y eso no lo liquidan ni las trastadas de Alberto, ni los ataques arteros de Milei y su troupe de energúmenos. Salvo que creamos que nuestras conquistas se las debemos a la buena voluntad de los de arriba, que ya nos demos por derrotadas, o que nos convenzan de que no se puede hacer nada más que esperar al próximo que prometa ponerle fin al patriarcado, administrando el mismo Estado capitalista patriarcal que reproduce y legitima nuestra discriminación, desigualdad y subordinación.
Las patas cortas del doble discurso
La exlegisladora Ofelia Fernández, del espacio que lidera Juan Grabois, fue una de las primeras en pronunciarse sobre el escándalo. No sólo señaló que el expresidente le parecía "un psicópata por haber usado durante años al feminismo y a sus militantes". También creyó necesario "hablarle a las miles de pibas a las que hace ya tiempo les pedí que me acompañaran a sumarse a esto que resultó una interminable decepción. Hacerme cargo de haber creído tanta basura." Recibió felicitaciones; pero también recogió críticas, incluso de sus propias filas, por este mea culpa. Hubo quienes le respondieron que nadie es responsable por las mentiras y la doble moral de un presidente, al que llamaron a votar sin saber que, más adelante, iba a mostrar su costado más sórdido. También hubo colectivos feministas que, sintiéndose libres de cualquier compromiso con el gobierno que hasta hace poco apoyaron, se excusaron diciendo que en todos los partidos hay machistas. Y claro, el machismo es estructural a nuestras sociedades capitalistas patriarcales, constituye nuestras subjetividades y abona las contradicciones y miserias humanas individuales de las que nadie está exento. De hecho, el impacto social de los feminismos fue tal que, incluso se incorporaron protocolos y mecanismos para prevenir, sancionar y erradicar la violencia de género en partidos, sindicatos, universidades, lugares de trabajo y otras instituciones, algo que hasta entonces era una tradición sólo de las organizaciones de izquierda.
Pero en el caso de Alberto Fernández, lo que queda al desnudo, es el cinismo en el plano personal que, bajo otras maneras, formaba parte de una práctica política pública que sí podía juzgarse y cuestionarse, en vez de acompañarse sin fisuras, pretendiendo -no sin cierta soberbia- que las voces críticas se corrieran a un lado "porque estamos gobernando".
¿Acaso no fue el mandatario de un gobierno que se apropió de las banderas feministas y que institucionalizó el movimiento repartiendo cargos entre referentes y activistas, para que sean la cara de sobreactuados relatos de derechos y políticas que eran desfinanciadas y relegadas por la misma administración? ¿No es doble discurso crear un Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad Sexual y luego, cuando el FMI ordena un ajuste fiscal, aprobar en el Congreso que esta cartera sea la que sufra el mayor recorte presupuestario?
¿No es doble discurso "volver mujeres", pero que en la provincia de Buenos Aires que concentra al 38% de la población del país, hubiera apenas 740 plazas disponibles en centros de acogida para mujeres víctimas de violencia? ¿Cómo le llamamos si no es hipocresía al anuncio rimbombante de la necesaria ley de cupo laboral trans, que establecía que el 1% de los puestos del Estado nacional debían ser ocupados por personas transgénero, y que apenas se haya cumplido el 0,15% durante el mandato de Alberto? ¿Y no es doble discurso denunciar la violencia machista, pero "no hacer olas" cuando el gobierno de Kicillof desalojó con una represión brutal a las mujeres que armaron sus precarias casillas en terrenos baldíos de Guernica, muchas de ellas escapando de hogares donde sufrían violencia de género?
Doble discurso es divertirse bautizando "AlbertA" al expresidente, por su supuesto compromiso con la lucha feminista, pero evitar movilizarse críticamente contra la brecha salarial de 34,5% entre trabajadoras y trabajadores informales. Y ni soñar con exigirle a las direcciones sindicales afines que no permitan la naturalización de esa fractura mortal de la clase trabajadora entre formales e informales. Porque las primeras en hundirse en la pobreza y la precarización, con la pandemia, fueron las mujeres que el gobierno tenía siempre a flor de labios en los discursos.
Ese doble discurso permitía autoadjudicarse la legalización del aborto (por la que el movimiento de mujeres luchó durante más de veinte años sin ser escuchado por ninguno de los gobiernos del mismo signo y del contrario) y, simultáneamente, abandonar a su suerte al millón y medio de familias con jefa de hogar sin cónyuge y con hijos, cuyos ingresos promedio siempre estuvieron muy por debajo de la canasta básica. ¿No es doble discurso priorizar los intereses de los grandes grupos empresarios, perdonarle sus deudas e ilícitos, garantizarle la quita de impuestos y gravámenes, favorecer los negocios de las corporaciones extractivistas, mientras la inflación licuaba los magros salarios de las familias trabajadoras y 135 mil personas, en su mayoría mujeres, cargaban sobre sus espaldas la responsabilidad de paliar el hambre de millones en comedores populares, a cambio de un subsidio de indigencia?
Doble discurso es acusar a las feministas críticas de ser unas privilegiadas incapaces de comprender la necesidad de nombrar al antiderechos Juan Manzur como jefe de Gabinete para darle "volumen político" al gobierno que se desinflaba; cuando poco antes la ministra de Mujeres lo había denunciado porque en la provincia que gobernaba se obligaba a una niña abusada a parir y una joven había estado presa dos años por un aborto espontáneo. ¿No es doble discurso autopercibirse como un proyecto político feminista y conciliar permanentemente con instituciones tan reaccionarias como las iglesias evangélicas y nada menos que el Vaticano? ¿Cómo es posible conciliar la demanda de separación de la Iglesia del Estado que plantea el movimiento con la intervención del Papa en los asuntos políticos y del dogma religioso contra los derechos democráticos y las libertades civiles por las que hemos peleado? ¿Se puede pedir perdón a las pibas por convocarlas a apoyar a Alberto en el pasado, pero hoy empoderar a distintos personajes que buscan recomponer el peronismo, con el dogma religioso bajo el brazo, rechazando el derecho al aborto por el cual miles de esas pibas se movilizaron hasta triunfar?
Cuando aún no se conocía la dimensión personal del doble discurso que hoy parecen revelar las denuncias de su expareja, el gobierno de Alberto Fernández y Cristina Kirchner hizo gala de un doble discurso público que, mientras se jactaba de la "ampliación de derechos" que garantizaba el Estado bajo su administración, desestimaba cínicamente la profunda degradación de las condiciones socioeconómicas de las grandes mayorías, especialmente de las mujeres trabajadoras, las más empobrecidas por el ajuste, la inflación y la profundización de la precarización de la vida. Pero cada vez que, desde la izquierda, se señalaban estos dobleces y se planteaba denunciar y enfrentar en las calles estas políticas que nos llevaban al desastre, la respuesta más fácil era que "no había que hacerle el juego a la derecha".
Este doble discurso político fue el caldo de cultivo donde se nutrió el triunfo de Milei y sus secuaces. El resultado fue que la derecha se fortaleció precisamente en esa doble cara: repudió hasta los más pequeños logros que obtuvimos con nuestra movilización y acusó a las feministas como responsables del desastre generalizado. Y aún ahora, a casi ocho meses de aquel triunfo, este doble discurso le permite al actual gobierno justificar sus políticas reaccionarias, el desmantelamiento de todos los dispositivos de atención a las víctimas de la violencia de género y que pase más desapercibida su crisis. Incluso, que quede en un segundo plano, el escabroso escándalo de la visita que hicieron los diputados de La Libertad Avanza a los genocidas presos, muchos de los cuales están condenados -entre otros crímenes aberrantes- por decenas de violaciones y abusos sexuales contra las detenidas en los centros de tortura.
Alberto pensó, alguna vez, que las mujeres íbamos a tener que agradecerle su combate contra el patriarcado. Resulta que, su doble discurso, es agradecido hoy por la ultraderecha que nos gobierna a la que esta denuncia que salió a la luz, le viene como anillo al dedo para justificar su política de la crueldad.
La resistencia a Milei y un cuestionamiento al mito irrepetible de un feminismo K
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Hambre para hoy y también para mañana
"Nosotros no queríamos saber nada con Scioli, pero cuando se lo eligió lo llamamos a votar. Nosotros lloramos en 2019 el día que nuestra estrategia se hizo polvo con el anuncio de CFK sobre Alberto, pero cuando no quedó opción lo llamamos a votar. Nosotros enfrentamos a Massa el día que las cúpulas lo eligieron, pero cuando no quedó opción lo llamamos a votar." El que dijo eso, en estos días, fue Juan Grabois, que parece reducir el problema a una limitada opción electoral. Incluso dijo que lo volvería a hacer si no hay otra. "Lo que tenemos que impedir en el futuro es que las opciones correctas sean estas", agrega. ¿Pero cómo se llega a los momentos electorales sin que las opciones sean el mal mayor o el mal menor y haya que tragar un sapo cada vez más asqueroso?
Lo que pasa es que "impedir que las opciones (electorales) sean esas", no es un problema electoral. Evidentemente, si se hace todo lo posible para fortalecer al mal menor cuando es gobierno y se obstaculiza el surgimiento de una opción políticamente independiente, que defienda los intereses de las mayorías, de la clase trabajadora y el pueblo pobre, confiando en sus propias fuerzas, en su lucha y su autoorganización, estaremos en la misma una y otra vez. Si se celebra la institucionalización del feminismo, la cooptación de las referentes, se desmoviliza a esa generación que protagonizó el movimiento más profundamente cuestionador de los últimos años, también. Si se presenta al Estado como una "zona de promesas" y se convence que solo desde su administración se puede aspirar a una distribución de los recursos un poco menos injusta, sin cuestionar el sometimiento del país a los ajustes dictados por el FMI, tenemos más de lo mismo. Si se espera que el movimiento feminista se subordine a los intereses partidarios de quien gobierna, pero se silencia u obstruye cualquier crítica y se evita confluir con los sectores que luchan, que se movilizan, seguimos en la misma.
Si se siguen todos esos caminos durante el gobierno del mal menor, es obvio que llegado el momento electoral, otra vez se nos presentará un dilema sin solución: llegaremos debilitados para establecer una relación de fuerzas favorable a la mayoría del pueblo trabajador; todo el horizonte quedará reducido a que hay que apoyar esto (aunque sea indigno, como dice Grabois) o (le haces el juego a) la derecha. Ya escuchamos a otros dirigentes amigos de Alberto Fernández decir -mientras se disponían a arrodillarse ante el FMI en un pacto de ajuste fiscal que terminó hundiéndonos en una situación insoportable- que el problema es que "no da la relación de fuerzas". Claro, la relación de fuerzas hay que construirla en la víspera.
El malmenorismo, sosteniendo ese doble discurso que constituye su propia esencia (neoliberalismo en lo económico con algo de progresismo en lo político siempre que sea necesario para sostener la hegemonía), desnuda su hipocresía en los momentos de crisis, sembrando el desencanto, la desilusión y la desmoralización en quienes confiaron en sus promesas incumplidas y abonando, de esa manera, al triunfo de la demagogia de la derecha.
Feminismo socialista: contra la distopía ultraliberal y la utopía de reformar el capitalismo
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Asumamos el desafío de los tiempos que corren
Como escribimos apenas nos enteramos de las denuncias contra Alberto Fernández por violencia hacia su expareja, se trata de que los movimientos sociales deben ser independientes del Estado y del régimen de partidos que son garantes de los intereses capitalistas, para que la lucha legítima que libramos en las calles nunca esté condicionada, atada, subordinada, limitada, vilipendiada, utilizada por quienes ejercen el poder de ese Estado capitalista patriarcal. Y esto que parece obvio cuando hay gobierno de derecha, resulta menos evidente cuando se trata de gobiernos que tienen discursos de cierto "estatismo progresista", que ofrecen cierta ampliación episódica de derechos en circunstancias extraordinarias, aunque se vuelvan a perder con cada crisis económica y política o cuando vuelve a triunfar la derecha.
En las vísperas del 37º Encuentro Plurinacional de Mujeres y Diversidad Sexual que será en Jujuy, en octubre, proponemos unir las fuerzas del movimiento feminista para enfrentar las políticas reaccionarias del gobierno de Milei, sacando las lecciones de la experiencia reciente, para que no cunda el desánimo y la desmoralización que siembran quienes usaron nuestras banderas y reclamos para encubrir su doble discurso. Frente a la la política de la crueldad y los discursos de odio del gobierno, que cuenta con la complicidad de la derecha macrista y los radicales y, por otro lado, el derrumbe político y moral del peronismo que busca recomponerse -por derecha y por izquierda- de la mano del Papa, tenemos que debatir, sacar conclusiones y organizarnos para volver a poner en pie el movimiento feminista sobre nuevas bases. Hoy, la inmensa mayoría de las mujeres son asalariadas y cuentapropistas pobres, se concentran en los trabajos peor remunerados y con altos índices de precarización, a los que se les suman las horas impagas del extenuante trabajo doméstico y de cuidados. Todas las feministas que anhelan acabar con la opresión patriarcal están llamadas a ser parte de sus luchas y tomar en sus manos también sus reivindicaciones, tejiendo lazos de solidaridad que nos harán más fuertes en nuestras peleas.
Las feministas socialistas seguiremos insistiendo en que el feminismo, con toda su diversidad, debe ser un movimiento de lucha, independiente del Estado, la Iglesia y de todas las fuerzas políticas que defienden intereses empresariales. Pan y Rosas llama a todes les feministas dispuestas a pelear esta batalla, a dar pasos en este sentido, desde ahora mismo, teniendo como norte este nuevo 37º Encuentro, que será el primero bajo el gobierno de la ultraderecha recalcitrante que nos erigió en blanco de sus ataques.
Nosotras damos esta pelea política en el movimiento, contra las corrientes que quieren subordinarlo a los partidos de gobierno que lo utilizan como base de maniobras, apropiándose de sus banderas, autoadjudicándose la autoría de lo que conquistamos con nuestras luchas e imponiendo la desmovilización para no perder su control sobre nuestros cuestionamientos. Pero además, con quienes compartimos las más diversas experiencias de lucha, movilización y organización en el movimiento feminista, los lugares de trabajo y de estudio, las asambleas barriales, debatimos la necesidad de asumir un programa político para que la crisis la paguen los grandes empresarios y, también, el objetivo de construir una sociedad socialista, que supere este capitalismo patriarcal que no tiene para ofrecernos más que miseria y destrucción. No hay ninguna posible liberación de las mujeres sin destruir este sistema que corrompe y lo destruye todo en función de la ganancia.
En estos momentos en que la ultraderecha reaccionaria no consigue imponer un gobierno estable y el peronismo, en todas sus variantes y con todas sus corrientes afines, se encuentra sumido en una profunda crisis, tenemos la oportunidad, pero sobre todo la obligación, de desplegar audazmente nuestras ideas y perspectiva. Seducir, convencer de esta perspectiva, no solo para ganar la fuerza necesaria para enfrentar las brutalidades de la derecha en el gobierno, sino también para evitar que cundan la resignación, la impotencia y la desmoralización de los que solo preparan nuevos callejones sin salida. Porque contra el capitalismo patriarcal, hay que poner en pie una fuerza política que se proponga no someterse, ni tampoco ser cómplice. Para que el derecho al pan y a las rosas deje de ser, por fin, apenas una bella metáfora.
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