Presentamos a los lectores una traducción directa del ruso de un breve pasaje, los dos últimos capítulos, del libro El final significa el principio (Конец означает начало) de Vadim Rogovin, publicado en 2002, cuatro años después de la muerte de su autor. Este libro constituye el tomo 7, el último que escribió y que dejó inacabado, de la monumental obra de este escritor ruso sobre el estalinismo y la historia del trotskismo soviético llamada ¿Había una alternativa? (Была ли альтернатива?), que tiene más de 3.000 páginas, muy poco conocida en Occidente (los seis primeros tomos fueron traducidos al alemán y apenas tres al inglés).
Vadim Zájarovich Rogovin (1937-1998) fue un sociólogo nacido en la Unión Soviética, investigador en la Academia Rusa de Ciencias. Simpatizó con el trotskismo y entre los años de la Perestroika a fines de la década de 1980 y los primeros tras la disolución de la URSS fue uno de los principales pioneros en redescubrir y reintroducir la obra de Trotsky y de la Oposición de Izquierda soviética en Rusia, luego de seis décadas de prohibición, censura y represión estalinista, junto con una generación de académicos y activistas, como cuenta Aleksei Gusev en una entrevista que le realizamos hace un año. En los tiempos siguientes a la disolución de la URSS, en la época más dura del discurso triunfalista del capitalismo que difundía la idea de que el comunismo y el estalinismo eran sinónimos, Rogovin recorrió el mundo dando conferencias presentando su obra y defendiendo la idea de una sociedad comunista, sin clases ni explotación, como una tarea todavía vigente, y mostrando cómo los trotskistas habían representado ese proyecto desde mediados de la década de 1920 frente a la burocracia estalinista. En el marco de esas giras inclusive visitó Argentina en 1996 (se puede leer una entrevista a Rogovin en Buenos Aires en el número 1 de La Verdad Obrera, -3/10/1996-, “El trotskismo era la alternativa socialista al estalinismo”, en la página 9 de esta edición facsimilar).
El conjunto de la obra de Rogovin sobre el trotskismo estaba dirigido a un público como el soviético de los últimos años y el ruso de comienzos de los ‘90, que, a diferencia de cierto relativo mayor conocimiento que había en Occidente, se encontraba con la paradoja de algo que era una parte central de su propia historia pero que se le aparecía como totalmente nuevo, ignorado. No obstante eso, es una fuente de información y sistematización como muy pocas para quien quiera (en cualquier país) introducirse en la historia de la oposición al estalinismo en Rusia.
A continuación, dos capítulos sobre las postrimerías del asesinato de Trotsky.
REACCIONES ANTE LA MUERTE DE TROTSKY
Durante cinco días, el cuerpo de Trotsky, rodeado de sus amigos, estuvo en las instalaciones del Ayuntamiento de la Ciudad de México. Al menos cien mil personas pasaron por delante de él en lúgubre silencio. A esto le siguió un cortejo fúnebre de muchos miles de personas en Ciudad de México que se convirtió en una gran manifestación antiestalinista. El gobierno mexicano asumió los costos y la responsabilidad por los actos de duelo.
El presidente Cárdenas no asistió a la ceremonia de despedida por razones políticas, pero el día de la muerte de Trotsky dejó la siguiente anotación en su diario (publicada por primera vez en un libro en 1972): “Los hechos y las ideas de las naciones no desaparecen con la muerte de sus dirigentes; al contrario, se confirman aún más con la sangre de las víctimas de una causa sagrada. La sangre de Trotsky se convertirá en abono en los corazones del pueblo de su patria” [1].
Las secciones de la IV Internacional, así como el POUM español, el Partido Laborista Independiente de Gran Bretaña, el Partido Obrero Socialista Revolucionario de Holanda, el Partido Socialista Independiente de Italia y otras organizaciones de izquierda, además de distintos individuos, enviaron telegramas de simpatía y condolencia. El obituario del partido trotskista de Ceilán se titulaba “El asesinato de Trotsky es obra de las manos villanas de Stalin” [2].
La declaración del Comité Central del Partido Socialista de los Trabajadores de EE. UU. (SWP), titulada "¡Acusamos a Stalin!", decía:
La vanguardia de la humanidad avanzada se ve privada para siempre de los incansables trabajos de Trotsky, de su incorruptible devoción. Se perderán sus sabios consejos, la inspiración de su inquebrantable valor. Pero para siempre quedará el fruto de sus cuarenta años de trabajo y de lucha intrépida... No hay fuerza en el mundo que pueda destruir el fructífero legado que nos dejó: el regalo de su incomparable genio a la causa de la humanidad... No olvidaremos el último testamento del camarada Trotsky: ‘Díganle a nuestros amigos que estoy seguro de la victoria de la IV Internacional. ¡Adelante!’ [3]
El apasionado y sentido discurso de James Cannon "En memoria del viejo", pronunciado en una manifestación masiva en conmemoración en Nueva York el 28 de agosto, estaba lleno de profundas reflexiones. Cannon subrayaba que:
Trotsky consideraba que las ideas eran la mayor fuerza del mundo. Se podrá aniquilar a los creadores de ideas, pero las propias ideas, una vez puestas en circulación, tienen vida propia. Este era el concepto central y dominante del camarada Trotsky. Más de una vez nos explicó: "No es el partido el que crea al programa (a la idea), sino el programa el que crea al partido”. En una carta personal me escribió: "Actuamos con las ideas más correctas y poderosas teniendo desventaja en cuanto a fuerza y medios materiales. Pero al final las ideas correctas siempre ganan y encuentran la fuerza material y los medios necesarios".
Por eso Trotsky, según Cannon, creía que "lo más importante no estaba en su vida física, ni en sus hazañas épicas, cuya escala y grandeza superan a todas las figuras heroicas de la historia, sino en lo que dejaría atrás una vez que los asesinos hicieran su trabajo" (ibíd. p. 5). La misma opinión, aunque no siempre de forma consciente, sino intuitiva, tenían sus adversarios. De allí el carácter simbólico del método que eligieron para su asesinato.
El gran cerebro de Trotsky es lo que tanto temían sus enemigos. Con él no podían hacer frente. Para él no encontraban respuestas. En la forma aterradoramente monstruosa en que lo mataron se esconde un profundo símbolo. ¡Le golpearon el cerebro! Pero los productos más ricos de ese cerebro siguen vivos. Ya han escapado, nunca serán atrapados, nunca serán destruidos (ibíd. P. 7).
Cannon expresó su confianza en que "millones de personas de las generaciones futuras buscarán cada dato, cada palabra, cada impresión que arroje luz sobre él, sobre sus ideas, sus objetivos y su vida personal". El objetivo principal de la vida de Trotsky era crear una sociedad armoniosa, en la que las personas estuvieran vinculadas entre sí por profundas relaciones humanas. El propio Trotsky “era ya, tanto en su mente como en su forma de vida, un hombre del futuro comunista... Muchas cosas pasarán de nuestra terrible época... pero el espíritu del hombre comunista que encarnaba el camarada Trotsky, ¡no morirá!” (ibíd., p. 9).
Cannon recordó que el trágico camino de Trotsky estuvo plagado de pérdidas incalculables:
Trotsky no murió de un solo golpe, en el momento en que el asesino, un agente de Stalin, le clavó el picahielo en la nuca. Ese golpe fue solo el definitivo. Lo mataron poco a poco, lo mataron muchas veces. Siete veces fue asesinado cuando siete de sus secretarios fueron asesinados. Cuatro veces fue asesinado cuando sus hijas e hijos fueron asesinados. Fue asesinado cuando fueron exterminados quienes habían sido sus compañeros en la Revolución Rusa... Todos los recursos de un Estado poderoso, puestos en marcha por el odio y la venganza de Stalin, fueron dirigidos a la destrucción de un hombre sin medios, rodeado solo por un pequeño grupo de adherentes (ibíd. Pp. 6-8).
Cannon creía que con el asesinato de Trotsky el pueblo ruso sufrió el golpe más duro. “Pero el hecho mismo de que después de once años [de exilio] la camarilla estalinista se viera obligada a matar a Trotsky, se viera obligada a extender sus manos desde Moscú, a concentrar todos sus esfuerzos para acabar con Trotsky, es la mejor prueba de que Trotsky vive en el corazón del pueblo ruso” (ibíd. p. 7).
También se asestó un golpe irreparable al movimiento trotskista internacional, a los discípulos de Trotsky, a los que había educado en más de treinta países. “Solo muy pocos de los camaradas conocían personalmente a Trotsky. Y sin embargo, era conocido en todas partes: en China, y allende los mares en Chile, en Argentina, Brasil, Australia, en casi todos los países de Europa, en Estados Unidos, Canadá, Indochina, Sudáfrica” (ibíd.).
El “Testamento”
A finales de febrero y principios de marzo de 1940, Trotsky redactó un documento al que llamó su “Testamento”. Este documento no contiene conclusiones y evaluaciones políticas, consejos a los partidarios, etc. Solo tres líneas están dedicadas a cuestiones de propiedad (Trotsky decía que entregaba tras su muerte todas las propiedades que le quedaban y todos sus derechos literarios a N. I. Sedova). El “Testamento” fue escrito en un momento en el que Trotsky ya esperaba un atentado cercano contra su vida, pero no habla de un posible acto terrorista, sino de la expectativa de un final inminente a causa de una hemorragia cerebral (“este es el mejor final que podría desear”) y de la posibilidad de suicidio en caso de que la esclerosis tomara una forma prolongada y condujera a una discapacidad permanente.
El “Testamento” es de naturaleza predominantemente personal y filosófica. Dedicando unas palabras de agradecimiento a los amigos que le fueron fieles en las horas más difíciles de su vida, Trotsky escribe con especial calidez sobre N.I. Sedova (en la literatura mundial y en las biografías de los grandes hombres hay pocas palabras tan conmovedoras de amor y ternura de un hombre en el umbral de su muerte dedicadas a la compañera de su vida, que había pasado casi cuarenta años con él).
Lo principal que contiene el "Testamento", en mi opinión, es la breve expresión por parte de Trotsky de su credo ideológico y moral, al que se ha mantenido fiel ante la proximidad de su muerte. “Moriré como revolucionario proletario, como marxista, como materialista dialéctico y, en consecuencia, como ateo irreconciliable. Mi fe en el futuro comunista de la humanidad no es menos ardiente ahora, sino más fuerte que en los días de mi juventud... Esta fe en el ser humano, en su futuro, me da ahora la fuerza de resistencia que ninguna religión puede dar”.
Un fragmento lírico, inspirado en una circunstancia concreta e incidental, pero que en definitiva “trabaja” sobre el mismo tema, se inserta inesperadamente en el “Testamento”: “Natasha se acerca ahora a la ventana desde el patio y la abre más para que el aire entre libremente en mi habitación. Puedo ver una franja de un vivo color verde debajo del muro, el cielo claro por encima del muro y la luz del sol por todas partes. La vida es bella. Que las generaciones futuras la limpien de maldad, opresión y violencia y la disfruten plenamente” [4].
Durante su estancia en México, Trotsky recibió cartas de muchos países del mundo. Sin pretender agotar el contenido de esta correspondencia, que aún no ha sido estudiada a fondo, solo me referiré a dos cartas recibidas por Trotsky en 1939 (no he conseguido encontrar las respuestas de Trotsky a estas cartas en sus archivos). En la primera de ellas, Galina Yurkevich (aparentemente una emigrada rusa que vivía en Francia) escribió a petición de su amigo, el escritor francés J. M., llamado a filas por el ejército: "Si por algún milagro sale ileso de este lío, su único deseo es llegar a México y seguir trabajando... Será una gran alegría para mi amigo recibir una carta suya. Le ayudará a soportar todos los problemas... Cómo me gustaría escuchar vuestra opinión sobre lo que está pasando en Europa. Aquí nadie entiende nada” [5].
La otra carta era de F. J. Bertum, un veterano de la Guerra Civil, miembro del Partido Bolchevique desde 1919, y capitán de barco de la flota del Mar Negro. Dirigiéndose a Trotsky como “el más antiguo revolucionario y el más importante de los comunistas que se aferran a las ideas”, Bertum relataba los amargos avatares de su destino. A principios de 1938 llegó a Rotterdam para revisar el vapor Dneprostroy. Unos meses más tarde, cuando se completó la revisión, se le ordenó que entregara el vapor a su primer oficial y partiera él mismo hacia Moscú. Dos días después recibió la noticia de que su esposa había sido asesinada por la NKVD en Odessa. Naturalmente, Bertum se negó a ir a Moscú y se convirtió en otro más de los ciudadanos soviéticos que, estando en el exterior, no volvían a su país, ya que consideraba la orden que había recibido como una “citación para ser fusilado”. La única “culpa” que tenía era haberles dado información veraz a los trabajadores holandeses sobre lo que ocurría en la URSS.
El sufrimiento de Bertum no terminó ahí. La policía holandesa ignoró su derecho de asilo y lo deportó varias veces a Bélgica, donde fue devuelto a Holanda tras permanecer en prisión durante algún tiempo. Durante todo este tiempo, Bertum sintió una intensa vigilancia por parte de los agentes de la NKVD.
“Te aseguro, Lev Davídovich, –escribió Bertum– que no soy un provocador ni un chivo expiatorio, sino una verdadera víctima y mártir de la tiranía de Stalin... Este destino en los últimos años lo sufrieron decenas de miles de los mejores comunistas rusos que se aferraban a las ideas. Junto a esto, decenas de miles de comunistas y millones de obreros, campesinos e intelectuales languidecen y mueren en los remotos campos de concentración de Stalin en las más espantosas condiciones”. Dirigiéndose a Trotsky, Bertum expresó su fe en "el triunfo de su idea, así como de la justicia en lo que hace a su persona” (ibíd., N.° 120).
Esta actitud hacia Trotsky persistió en la URSS. Hasta ahora no se han encontrado pruebas directas de la correspondencia de Trotsky con sus compañeros soviéticos a mediados y finales de los años 30. Pero hay un documento conmovedor: la carta de Trotsky a los trabajadores soviéticos, llamada "¡Los están engañando!". Este documento es una prueba indirecta de que incluso después del gran terror, que parecía haber marcado a todos los que tenían algo que ver con el “trotskismo”, las obras de Trotsky siguieron siendo enviadas a la URSS. La carta contiene referencias directas a "revolucionarios fiables dispuestos a arriesgarse por la causa del socialismo" que entregarán esta carta a la URSS, a “personas leales y fiables, en particular... marineros (obviamente, barcos extranjeros que llegaban a la Unión Soviética.- V.R.)”, a través de los cuales el pueblo soviético puede "establecer comunicación con... los revolucionarios en los países capitalistas. Es difícil, pero es posible" [6].
La carta de Trotsky, escrita en abril de 1940, llegó a sus destinatarios unos meses después. En el acto con motivo de la muerte de Trotsky, Cannon dijo que, unos días antes de este trágico acontecimiento, los editores del Boletín de la Oposición recibieron una carta de Riga, cuyos autores informaban de “una carta abierta a los trabajadores de la URSS”. “La han memorizado palabra por palabra, y la transmitirán de viva voz”. “De hecho, estamos seguros”, comentó Cannon, “de que las palabras de Trotsky perdurarán en la Unión Soviética más tiempo que el sangriento régimen de Stalin”.
Fuente original: Вадим Роговин, Конец означает начало, Москва, Антидор, 2002, capítulos XV y XVI.
Traducción e introducción: Guillermo Iturbide.
Te puede interesar: Los trotskistas en la URSS y la visión de los historiadores rusos
Te puede interesar: Los trotskistas en la URSS y la visión de los historiadores rusos
COMENTARIOS