La aplastante victoria de Johnson, que hegemonizó sin fisuras al Brexit, saca al proyecto del "leave" del empate catastrófico en el que se encontraba.
Sábado 14 de diciembre de 2019 00:52
El 12 de diciembre Boris Johnson fue electo primer ministro del Reino Unido con una aplastante victoria. Después de un interinato tumultuoso, el líder conservador tuvo su baño de legitimidad en las urnas y obtuvo un mandato claro para concretar el Brexit (“Get Brexit Done” fue su eslogan de campaña).
El resultado no fue inesperado –las encuestas venían señalando que Johnson aventajaba al candidato laborista Jeremy Corbyn por varios puntos- aunque la magnitud del triunfo fue una sorpresa. Un supersticioso diría que la tercera es la vencida. Efectivamente, esta es la tercera elección general en cinco años, lo que habla por sí mismo del nivel de crisis política en la que se encuentra el Reino Unido desde el triunfo del “Leave” en el referéndum de 2016.
Los tories ganaron por una diferencia de más de 11 puntos (43,6% contra 32,2% de los laboristas). Sumaron 50 bancas, y con 365 diputados tendrán una mayoría absoluta en la Cámara de los Comunes (39 parlamentarios más de lo necesario). Hay que retroceder en el almanaque hasta 1987, cuando Margaret Thatcher consiguió su tercer mandato, para encontrar con qué comparar esta arrolladora victoria conservadora. Y hasta la década de 1930 para encontrar una debacle similar del Partido Laborista.
El significado profundo de este viraje político será materia de análisis en las próximas semanas. Pero en una primera lectura se podría afirmar que es hasta el momento el intento más serio de la clase dominante británica de cerrar por derecha la crisis orgánica abierta que viene devorando sucesivos liderazgos políticos y puso al Reino Unido al borde del colapso.
Para empezar por lo más general, las consecuencias geopolíticas y económicas de esta reafirmación del Brexit exceden con creces las fronteras británicas e incluso europeas. Es la manifestación más elocuente de la crisis de la globalización y la emergencia de tendencias nacionalistas en los países centrales. Como era de esperar, uno de los que más celebró el resultado electoral fue Donald Trump que sumó un poroto en su guerra sorda contra la Unión Europea donde también se disputa la guerra comercial y tecnológica con China. El presidente norteamericano se apresuró a felicitar al flamante primer ministro por Twitter y a ofrecerle una relación comercial privilegiada. No es ningún secreto que Trump viene trabajando sistemáticamente para fortalecer las expresiones de la extrema derecha euroescéptica y nacionalista. Con el fracaso de Matteo Salvini en Italia, Johnson se ha transformado en la figura exitosa de la “internacional populista” que se dirige desde la Casa Blanca.
En el cortísimo plazo, el triunfo categórico de Johnson sacó al Brexit del impasse catastrófico en que se encontraba. Si no hay sorpresas y el calendario parlamentario sigue su curso, el 31 de enero de 2020 el Reino Unido estará fuera de la Unión Europea. La perspectiva de un Brexit amigable, después de haber visto el abismo de una separación unilateral del bloque europeo, trajo alivio en los círculos de poder. Aunque no se puede descartar, la probabilidad de un “hard Berxit” tiende a cero. La burocracia de Bruselas, que no oculta su desprecio por Johnson, saludó la elección porque quiere que el Reino Unido se vaya de una vez después de tres años de negociaciones traumáticas.
La gran patronal británica, que se opuso desde el comienzo al Brexit porque lo considera contrario a sus intereses, también respiró con la victoria conservadora. La libra se fortaleció y subió la bolsa. Para la clase dominante, Boris Johnson es un “mal menor” comparado con lo que hubiera significado un gobierno de Corbyn, que se presentó a elecciones con un programa de marcado tono reformista que incluía nacionalizaciones de servicios públicos, aumento del financiamiento del sistema de salud, la gratuidad de la educación, y la reconversión de la matriz energética financiada con impuestos a las empresas, entre otras medidas.
Pero una cosa es concretar el divorcio y otra distinta es la relación que tendrán los antiguos socios. Y aquí están todos los escenarios abiertos, desde el “modelo Noruego” hasta la relación privilegiada con Canadá. Según el esquema de plazos que rige el Brexit negociado, Johnson tendrá solo 11 meses desde que abandone la UE para negociar la relación comercial que mantendrá el Reino Unido con la Unión Europea, que es el destino de prácticamente la mitad de sus exportaciones. Es probable que haya por delante otro año de tironeos y negociaciones a cara de perro porque la Unión Europea tratará de condicionar el acceso al mercado común al cumplimiento de regulaciones y tarifas lo más parecidas a las que rigen para los miembros de la UE para evitar que el Reino Unido se convierta en un competidor desleal. Tanto Emmanuel Macron como Angela Merkel se pronunciaron en ese sentido. Johnson tendrá que buscar un difícil equilibrio entre las condiciones que imponga la UE y la promesa de desregulaciones que le hizo al capital británico para compensar la pérdida del acceso automático al mercado común.
Además no se puede descartar que la concreción del Brexit reactive las tendencias centrífugas que amenazan con disgregar la continuidad estatal del Reino Unido. Es probable que el Scottish National Party, que se consolidó como una fuerza pro Unión Europea y dio un batacazo electoral, intente convocar a nuevo referéndum independentista con el argumento de que en Escocia se impuso el “remain” por un amplísimo margen. El segundo frente de tormenta es Irlanda del Norte, donde la precaria resolución para no restablecer las fronteras con la República de Irlanda no conforma ni a los unionistas pro británicos y tampoco a los republicanos.
En el plano doméstico todavía prima el estupor ante el cimbronazo electoral. No es para menos. Los conservadores perforaron, o mejor dicho demolieron, la “pared roja” que les vedó durante décadas el acceso a los distritos laboristas. Ganaron en las ciudades mineras y en otras concentraciones de la vieja clase obrera industrial que fueron diezmadas por la “revolución conservadora” de Margaret Thatcher, con la misma demagogia “antiglobalizadora” con la que Trump ganó el voto obrero en el “rust belt”. A mediano plazo, ya está abierta la discusión sobre si esta penetración tory en el corazón laborista significará un realineamiento duradero del mapa político o se agotará en un voto para resolver el Brexit.
Johnson hegemonizó sin fisuras el Brexit y esa fue una ventaja cualitativa con respecto al laborismo, que tiene su base dividida entre un sector juvenil y dinámico furiosamente anti Brexit, y su base tradicional que en gran medida se vio representada por el discurso soberanista del campo del “Leave”. Pero yendo a los números, sigue la división en mitades, solo que el voto anti Brexit se fragmentó en diversas alternativas políticas.
En un sentido similar a la transformación del partido republicano de Estados Unidos bajo Trump, Johnson ha transformado al partido conservador en varios sentidos. Lo purgó del ala liberal y sacrificó en clave populista su coherencia ideológica, combinando promesas de concesiones económicas con una agenda de mano dura y políticas antiinmigrantes, que van desde criminalizar a gitanos y confiscarles sus propiedades, hasta reformar el sistema judicial. Con el mismo énfasis que Johnson le prometió a su base rica del sur desregulaciones y libertad para explotar sin restricciones, le prometió a los sectores postergados –los perdedores de la globalización- terminar con la austeridad, aumentar el gasto público, en particular en el sistema de salud, mejorar la infraestructura y darle protección estatal a industrias condenadas a la quiebra, lo que más temprano que tarde quedará expuesto como pura demagogia electoral.
En cuanto a las causas de la derrota laborista, aún está pendiente un análisis profundo. Por ahora priman las interpretaciones interesadas, en particular del ala derecha del partido que busca aprovechar la ocasión para desplazar a Jeremy Corbyn y sacarse de encima las corrientes internas –como Momentum- que han promovido el giro desde las políticas hegemonizadas por el discurso neoliberal heredado de Tony Blair hacia un programa de tono reformista más clásico. La base del “fenómeno Corbyn” está en los cientos de miles de jóvenes que en su mayoría sufren una precarización sin precedentes, con contratos de cero horas, y que despertaron a la vida política con la ilusión de regenerar al Partido Laborista. La clave está en superar por izquierda esa ilusión.
Claudia Cinatti
Staff de la revista Estrategia Internacional, escribe en la sección Internacional de La Izquierda Diario.