El 25 de octubre, tras 41 días en los piquetes, el United Automobile Workers (UAW) logró un primer acuerdo contractual provisional con Ford. En tan solo cuatro días, General Motors y Stellantis siguieron su ejemplo y acordaron aumentos salariales, primas y paquetes de prestaciones casi idénticos, poniendo fin a una de las huelgas automovilísticas más importantes, dinámicas y notorias de las últimas décadas. Una huelga histórica que por primera vez paró sincrónicamente plantas e instalaciones de las “Tres Grandes” del automóvil en Estados Unidos [1].
Aunque los miembros de la UAW todavía están debatiendo y votando los acuerdos provisionales, y aunque no han conseguido todo lo que pretendían (de hecho, como demuestra el reciente voto NO al acuerdo tentativo en la planta de Flint, Michigan, probablemente podrían haber conseguido más si las bases hubieran estado al frente), se trata de una victoria para los trabajadores del automóvil. Los logros de estos contratos propuestos son sustanciales y representan un restablecimiento significativo de las concesiones en materia de salarios y beneficios que la dirección sindical anterior había hecho a las Tres Grandes en los últimos 15 años. El sindicato no solo ha conseguido aumentos salariales del 25 % a lo largo de la vigencia del convenio, con un 11 % el primer año y una prima de firma de 5.000 dólares, sino que también ha dado pasos significativos hacia la eliminación de los niveles salariales en los tres fabricantes de automóviles y ha logrado recuperar los ajustes por el coste de vida que protegerán esos salarios contra la inflación en el futuro.
Además de estas cuestiones fundamentales, el sindicato pudo utilizar la huelga para obligar a las tres empresas automovilísticas a realizar grandes inversiones en nuevas fábricas y para garantizar la sindicalización de las plantas de baterías y de vehículos eléctricos (VE, por sus siglas en inglés), lo que contribuirá a proteger los puestos de trabajo y los salarios a medida que la industria se orienta hacia la producción de VE. Esto incluye la reapertura de la planta de montaje de Belvidere, en Illinois, y la incorporación de la planta de baterías Ultium Cell de Warren, Ohio, al convenio contractual, una medida que incorporará al sindicato a unos 1.000 trabajadores más. Sin embargo, de todos los logros conseguidos en este contrato, el más importante podría ser la inclusión en el mismo del derecho de huelga por el cierre de plantas, una importante victoria contra los posibles despidos y cierres patronales que mantiene la opción de huelga sobre la mesa en el futuro.
Pero la huelga de la UAW no es solo una victoria de los trabajadores del automóvil; es una victoria de toda la clase trabajadora, que ha estado observando con atención y tomando notas. Las conquistas conseguidas en estos acuerdos, posibles gracias a los más de 50.000 miembros de la UAW que finalmente se declararon en huelga y a todos los demás que les apoyaron, son una demostración del poder que pueden ejercer los trabajadores cuando se organizan y se mantienen unidos y solidarios. Esto, a su vez, ha servido de inspiración a los trabajadores de todo el mundo, muchos de los cuales acudieron a los piquetes y a concentraciones de solidaridad –como en México– para apoyar a la UAW, añadiendo un calor considerable al nuevo movimiento obrero, aún latente, que está tomando forma en Estados Unidos.
Aprender las lecciones de esta huelga y ayudar a construir el poder y la militancia de nuestros sindicatos, y del nuevo movimiento obrero en general, es una tarea importante que deben asumir tanto los trabajadores sindicalizados como los no sindicalizados, especialmente en este momento de creciente crisis política, económica y ecológica marcado por la ofensiva imperialista y sionista sobre Palestina.
Mientras la policía sigue matando impunemente, mientras las personas trans y las mujeres siguen siendo despojadas de sus derechos democráticos, mientras Estados Unidos derrocha cientos de miles de millones de dólares de los contribuyentes e innumerables vidas para imponer su poder en el extranjero, y mientras las bombas financiadas por Estados Unidos siguen cayendo sobre Gaza, es imperativo que construyamos sindicatos capaces de adoptar una postura contra la opresión y el imperialismo, así como contra la explotación.
Una huelga histórica para toda la clase
La huelga de la UAW es sin duda una de las acciones sindicales más importantes de Estados Unidos en décadas. Pero la huelga no se construyó en el vacío, y no habría sido posible si no fuera por el cambio masivo en la conciencia de la clase trabajadora y la lucha laboral que ha tenido lugar en los últimos años. Desde la ola de huelgas de maestros que comenzó en 2018, el levantamiento de 2020 contra la violencia policial, la explosión de nueva organización en los centros de trabajo peleando por sindicatos que siguió a la pandemia, y las huelgas masivas de 2023 (que incluyeron a casi 200.000 actores y escritores), la clase obrera estadounidense ha estado reconstruyendo lentamente la militancia que perdió contra la ofensiva neoliberal reaccionaria de las últimas cuatro décadas.
Fue esta nueva combatividad y este espíritu de creciente conciencia de clase lo que allanó el camino para la huelga del UAW, que a su vez ha contribuido a catalizar el poder ya en desarrollo del nuevo movimiento obrero. Esto quedó claro al principio de la huelga, cuando a los más de 12.000 trabajadores del UAW que abandonaron inicialmente sus puestos de trabajo en Ford, Stellantis y GM, se les unieron miles de simpatizantes, y se vieron inundados por la solidaridad de sindicatos, sindicalistas, ambientalistas y trabajadores de todo el mundo, cuyas acciones dejaron claro que su lucha es nuestra lucha. De hecho, no mucho después de que comenzara la huelga, las encuestas mostraron que un enorme 78 % de la gente en los EE. UU. dijo que apoyaba al UAW contra las Tres Grandes, un número mucho mayor que el que apoya a Trump o a Biden.
El UAW y sus aliados se comprometieron entonces a una batalla de semanas de duración que finalmente llegó a incluir a uno de cada tres trabajadores del automóvil del sindicato. Incluso mientras otros miembros seguían trabajando y ganando sus salarios habituales, estos trabajadores acudieron a la llamada y sacrificaron valientemente sus propios medios de vida para salir a las líneas de piquete en defensa de sus hermanos del sindicato. Se presentaron bajo el frío y la lluvia, marcharon frente a las puertas, bloqueando camiones y vehículos de reparto, y utilizaron duros piquetes para enfrentarse a los directivos rompehuelgas y a los esquiroles que intentaban sustituirlos.
Desafiando las leyes antisindicales que prohíben a los huelguistas bloquear las entradas de los centros de trabajo, los piquetes se convirtieron en una escuela de guerra en la que los trabajadores se enfrentaban cara a cara no solo con el poder del patrón, sino también con el del Estado. Y fue precisamente este espíritu de militancia y dedicación a luchar un día más lo que permitió al UAW obligar primero a Biden y luego a Trump, y después a toda la industria, a reconocer que esta vez era diferente. Los esfuerzos de organización de los trabajadores de la planta de GM en Flint, Michigan, que acaban de votar en contra del contrato propuesto porque no proporcionaba pensiones a los contratados después de 2007, es también una demostración de la militancia de las bases de la UAW y de su voluntad de seguir luchando.
Aunque la militancia y el poder de las bases y la retórica combativa del nuevo líder de la UAW, Shawn Fain, dieron la impresión de que se trataba de una huelga ofensiva, en realidad estos acuerdos pretendían recuperar lo que se había perdido en contratos anteriores. Antes de esta huelga, la UAW llevaba casi dos décadas en la cuerda floja. Tras la crisis económica de 2008, cuando los fabricantes de automóviles apenas consiguieron mantenerse con vida gracias a los rescates del gobierno, los dirigentes del UAW acordaron una serie de importantes concesiones en la errónea idea de que lo que era bueno para la empresa era bueno para los trabajadores. Este enfoque, bien extendido entre el sindicalismo “amarillo” (aliado de los patrones), que fue hgemonico durante la era neoliberal, había sido el principio organizativo dominante de la UAW hasta la llegada de Fain al poder a principios de 2023, y había conducido a décadas de disminución de la militancia y el poder del sindicato como herramienta de lucha.
Como era de esperar, las Tres Grandes aprovecharon enormemente la ofensiva neoliberal y los miles de millones que recibieron del gobierno federal para amasar beneficios récord, ninguno de los cuales devolvió a los trabajadores. Cuando el sindicato finalmente fue a la huelga en 2019, lo hizo siguiendo el viejo modelo de intentar arrancar migajas haciendo huelga en una sola empresa. Esto fue en gran medida un fracaso que condujo no solo a aumentos salariales por debajo de lo esperado, que no hicieron casi nada para deshacer el daño de los 11 años anteriores, sino que fue seguido por cierres de plantas y despidos masivos que dejaron una cicatriz duradera en la memoria de los miembros del sindicato.
Para recuperar esas concesiones y hacer frente a los despidos, la nueva dirección de la UAW sabía que tenía que hacer algo más que movilizarse para otra huelga más. Tenía que plantear reivindicaciones ambiciosas que encendieran e inspiraran a los afiliados, tenía que golpear a los tres fabricantes de automóviles al mismo tiempo y, lo que es más importante, tenía que fomentar la solidaridad de toda la clase; y eso es lo que hicieron. Al presentar de forma agresiva un conjunto de reivindicaciones audaces y sin precedentes, acompañadas de una retórica de lucha de clases y solidaridad, el UAW fue capaz de crear una huelga que captó la atención de los trabajadores de todo el país, que rápidamente vieron la lucha como suya. A través de una denuncia sistemática y concertada de los superricos, incluidos los consejeros delegados y los ejecutivos de las Tres Grandes, Fain y la UAW pudieron llamar la atención sobre el modo en que los ataques contra el nivel de vida y el bienestar de los trabajadores del automóvil formaban parte de un ataque más amplio contra los trabajadores de todo el mundo, y reafirmar lo que todo defensor de los sindicatos sabe: que las conquistas de los miembros de los sindicatos contribuyen a elevar el nivel de vida de todos los trabajadores. De hecho, solo unos días después de la propuesta de Ford, Toyota aumentó espontáneamente los salarios de su personal de producción en un 9 % y Honda en un 11 % con el fin de evitar posibles intentos de organización por parte de la UAW y competir con las Tres Grandes en lo que sigue siendo un mercado laboral estrecho.
En un discurso tras otro, Fain aprovechó la atención mediática en torno a la huelga para hablar no solo a sus miembros, sino a toda la clase, sobre la desigualdad, la explotación, la dignidad del trabajo y el poder de la solidaridad y del arma de la huelga. A través de eventos programados regularmente en Facebook con audiencias en directo de más de 60.000 personas, habló de la forma en que las empresas privatizan los beneficios y socializan las pérdidas; de la importancia de la solidaridad entre trabajadores de distintos sindicatos y entre trabajadores sindicalizados y no sindicalizados, tanto a escala nacional como internacional, y subrayó una y otra vez que son los trabajadores los que hacen funcionar la economía. En un mitín celebrado en Belvidere, Illinois, el 9 de noviembre, Fain volvió a insistir en este punto cuando dijo a la audiencia de miembros del UAW que volverían a sus puestos de trabajo en esa localidad: "los trabajadores dirigen esta economía, y nosotros los trabajadores tenemos el poder de cerrar esta economía si no funciona para la clase trabajadora". Estas muestras de rabia y solidaridad de clase chocan directamente con la política del sindicalismo empresarial y el chovinismo laboral estadounidense, que considera a los trabajadores extranjeros, y a veces incluso a los trabajadores de otras empresas, como competencia. De hecho, Fain afirmó directamente que los trabajadores sindicalizados de otras empresas automovilísticas no debían ser vistos como competidores, sino como futuros miembros de la UAW, socavando así los intentos de la patronal de dividir a los trabajadores. También sacó a relucir con frecuencia las luchas de los sobreexplotados trabajadores mexicanos de la automoción, diciendo claramente que la única forma de impedir que la patronal utilizara la amenaza del cierre de plantas y la deslocalización era unir a toda la clase obrera internacional en lugar de competir entre sí.
Pero no se trataba simplemente de una estrategia para conseguir un buen contrato o para recuperar algunas concesiones de las Tres Grandes. En muchos sentidos, esta huelga fue la primera batalla de lo que podría ser el comienzo de un UAW revitalizado y combativo. Fain y la nueva dirección del sindicato parecen legítimamente decididos a aprovechar el impulso de esta huelga para ayudar a que el UAW siga creciendo, así como para hacer crecer y potenciar el floreciente nuevo movimiento obrero. El sindicato ha dejado claro que planea organizar agresivamente a otras empresas automovilísticas como Toyota, Hyundai y Tesla, y los trabajadores de la planta de Tesla en Fremont, California, ya han formado un comité de organización con la UAW. En un movimiento que habría parecido imposible incluso hace solo cuatro años, también fijaron la fecha de vencimiento de los tres contratos para el 30 de abril, de modo que cualquier huelga futura se produjera el Primero de Mayo, y luego instaron a todos los demás sindicatos del país a hacer lo mismo para poder hacer una huelga conjunta, lo que desafiaría y socavaría en gran medida las draconianas prácticas antisindicales puestas en marcha por las empresas. Esta medida, de llevarse a cabo, desafiaría y socavaría en gran medida la prohibición de la huelga solidaria de la Ley Taft Hartley, aumentando significativamente el poder político de los sindicatos.
La orientación combativa de la dirección actual del sindicato no es el resultado de un cambio “por arriba”. Faine llegó a la dirección del sindicato como el producto de la bancarrota de la dirección sindical oficial que permitió la avanzada neoliberal sobre los trabajadores autopartistas y del hartazgo de la base del sindicato automotriz con la osificada burocracia de la AFL CIO y nuevas ideas en la base trabajadora, inyectada de energía por las nuevas generaciones de obreros que están revitalizando al movimiento obrero de conjunto.
La construcción de un verdadero movimiento obrero combativo, independiente y de lucha de clases requiere autoorganización
Esta huelga y los importantes logros conseguidos representan claramente un cambio con respecto a la fracasada estrategia sindical empresarial de los anteriores dirigentes de la UAW. Sin embargo, dar la vuelta a un buque tan masivo como el UAW, con sus casi 400.000 afiliados, no es tarea fácil y no puede hacerse de arriba abajo. A pesar de las grandes ambiciones de Fain, de su retórica de lucha de clases y de su admiración por el combativo ex presidente de la UAW Walter Reuther, el sindicato sigue estando controlado y limitado por una dirección burocrática que continúa obstaculizando la autoorganización de sus miembros y sigue vinculada al Partido Demócrata imperialista.
Gran parte de las críticas de Fain a la "clase multimillonaria", por ejemplo, se hacen eco de la retórica de la campaña de las primarias de 2020 del senador Bernie Sanders, y sus vínculos cada vez más estrechos con el presidente Biden y otros políticos del Partido Demócrata muestran las contradicciones inherentes al modelo burocrático verticalista del sindicalismo. Esta relación con el Partido Demócrata –que recientemente culminó con el respaldo no oficial de Fain a Biden– representa un peligro existencial para la UAW y el movimiento sindical. El Partido Demócrata, al fin y al cabo, es la herramienta que el Estado utiliza para atar más estrechamente a las direcciones sindicales con el fin de impedir que ejerzan todo su poder. Precisamente en esta huelga vimos cómo Biden intentó utilizar su "apoyo" a la huelga para impulsar un acuerdo rápido y revitalizar su imagen de progresista que se preocupa por las inquietudes de la clase trabajadora de cara hacia su carrera por la reelección.
Estas contradicciones se pusieron de manifiesto durante toda la campaña de la huelga. Como táctica, la huelga de brazos caídos fue un método innovador de perturbación que mantuvo a la patronal expectante en cada momento y a menudo la enfrentó entre sí.
Anunciar nuevos paros cada semana también permitió al sindicato mantener la atención de los medios de comunicación y la huelga en las portadas. Sin embargo, esta estrategia también limitó el número de miembros de la UAW que pudieron participar en la huelga. Muchos de los centros de producción más importantes, incluidas la mayoría de las plantas de motores, ejes y transmisiones, siguieron funcionando, lo que permitió a empresas como GM continuar con la mayor parte de su producción sin interrupciones. Esto no solo significó que nunca se empleó toda la fuerza de la huelga (una razón, quizás, por la que el sindicato no consiguió más de sus reivindicaciones, incluido el pleno restablecimiento de las pensiones en GM), sino que, dado que la huelga estuvo en gran medida contenida y controlada desde arriba, también significó que muchos trabajadores quedaron al margen de la lucha y del proceso de toma de decisiones. De hecho, los trabajadores de la automoción no solo no decidieron cuándo iniciar la huelga, sino que incluso la decisión de volver al trabajo mientras se debatían los Acuerdos Tentativos se tomó unilateralmente por adelantado, sin ningún debate ni aportación de las bases.
Conseguir buenos contratos es importante y los sindicatos necesitan direcciones combativas, pero la autoorganización del movimiento obrero y de las bases es clave para construir el poder necesario para desafiar realmente a la patronal y a la tiranía del capital, es decir, la forma en que las decisiones sobre la producción son tomadas por una pequeña minoría con fines de lucro, no de necesidad. Si queremos hacerlo, tenemos que insistir en que huelgas como estas sean dirigidas desde abajo por comités de huelga en cada lugar de trabajo, donde se debatan y discutan abiertamente las decisiones sobre dónde, cuándo y cómo hacer huelga, y que las negociaciones sean públicas y abiertas a todos los miembros durante todo el proceso de negociación. Como Luigi Morris –trabajador de bodega en UPS y teamster– y yo explicamos en nuestro artículo "Ahora más que nunca, la clase obrera necesita sindicatos independientes y democráticos":
Para construir sindicatos verdaderamente democráticos, debemos empoderar al máximo a los miembros de base, ya que es ahí donde reside el poder de cualquier sindicato. Esto significa crear asambleas abiertas y democráticas para la discusión, el debate y la toma de decisiones regulares entre todos los miembros del lugar de trabajo. Significa una negociación abierta y transparente y la elección directa de los delegados sindicales y los miembros del comité de negociación, sujetos a revocación inmediata por la mayoría del sindicato. Y significa la elección directa de los dirigentes sindicales locales y nacionales dentro del lugar de trabajo, comprometidos con los intereses de la clase obrera, sujetos a revocación inmediata y que no ganen más que el salario anual del trabajador medio.
Esto también –y esto es importante– tiene que incluir el derecho de los trabajadores colectivamente, no solo de la dirección y los equipos de negociación, a decidir cuándo desconvocar la huelga y cuándo volver al trabajo. Fain afirmó que la vuelta al trabajo en Ford fue una decisión táctica, destinada a presionar a las demás empresas automovilísticas que aún no habían llegado a un acuerdo, y aunque esto puede ser cierto, no deja de debilitar la posición del sindicato para seguir luchando por más, y debería haber sido decidido por el conjunto de los trabajadores.
El UAW debe posicionarse contra el genocidio en Gaza, la opresión y el imperialismo
Tal vez la mayor contradicción y límite de la nueva dirección del UAW y del movimiento obrero estadounidense en general sea su silencio generalizado sobre la opresión estatal y su apoyo, y a veces complicidad, con el imperialismo estadounidense, como se está evidenciando en la crisis abierta por Palestina con la planta mayor de la AFL CIO alineada tras Biden. Salvo algunas excepciones, como la defensa de los derechos trans por parte de los trabajadores de Starbucks y la defensa activa de la liberación palestina por parte de la ILWU, la mayoría de las direcciones sindicales han tendido a centrarse casi exclusivamente en las denominadas demandas de “pan y mantequilla” por los salarios, las prestaciones y las condiciones laborales, evitando enfrentarse al Estado en cuestiones políticas. Cuando los sindicatos intervienen en política suele ser para conseguir legislación directamente relacionada con los derechos de los trabajadores o en forma de meras resoluciones. Esta timidez es en parte producto de la cooptación histórica de los sindicatos por el Estado y el Partido Demócrata, que han ofrecido legalidad y protecciones limitadas a cambio de paz laboral y conformidad ideológica. El resultado es que el movimiento obrero organizado sindicalmente se ha reducido considerablemente y lo que queda se ha ido burocratizando y debilitando políticamente. Las direcciones tradicionales se han retirado durante más de medio siglo de una estrategia de lucha de clases a otra de conciliación y reconciliación de clases con nada más y nada menos que un régimen imperialista.
Este proyecto de reconciliar a los trabajadores con los intereses del Estado ha producido y continúa siendo reforzado por una perspectiva ideológica que considera los intereses de los sindicatos, y de los trabajadores estadounidenses en particular, como ligados a las fortunas del Estado y separados de cuestiones más amplias de opresión y explotación dentro y fuera del país. Cuando dirigentes por lo demás progresistas como Fain (que critica a la "clase multimillonaria") se suben orgullosos a escenarios adornados con las barras y estrellas, hablan con orgullo de cómo la UAW ayudó a construir armas para el "arsenal de la democracia" o graban felices videos selfies con el presidente de Estados Unidos, dan cobertura a la represión estatal de las luchas más amplias de la clase obrera y abren una brecha entre los trabajadores de su país y los que son víctimas de la violencia imperialista estadounidense. Y esto se aplica igualmente a las bases de sindicatos como la UAW, muchos de los cuales comparten este punto de vista.
La nueva burocracia de izquierda a la Fain está tomando esta deriva con el continuo silencio del UAW nacional sobre la creciente ocupación israelí de los territorios palestinos y su masacre genocida de más de 11.000 civiles en Gaza, perpetrada con armas proporcionadas por Estados Unidos y sus aliados. El argumento de que tomar partido en tales acontecimientos o utilizar el poder de los trabajadores para enfrentarse a los autores de tales atrocidades, está de alguna manera fuera del ámbito de los sindicatos, solo divide aún más a la clase trabajadora allí donde es más poderosa: en los lugares de trabajo donde ya está bien organizada y donde tiene el potencial de causar trastornos masivos al servicio de la justicia.
En este período de crisis y guerras que amenazan el bienestar y el sustento de los trabajadores de todo el mundo, es más importante que nunca que los sindicatos se liberen de las cadenas ideológicas y estructurales del Partido Demócrata y del Estado y aprendan de nuevo a utilizar el poder de su fuerza organizada y sus métodos de lucha para librar luchas políticas y antiimperialistas en favor de toda la clase. Las importantes victorias obtenidas por la huelga de la UAW y el movimiento obrero cada vez más envalentonado al que ha contribuido, demuestran que las condiciones están maduras para construir una alternativa independiente de la clase obrera al Partido Demócrata. Es muy auspiciente la posibilidad de que el movimiento obrero sea tocado por el movimiento por Palestina, horizonte que quiere evitar a toda costa Joe Biden y todo es establishment bipartidista junto a las patronales que, dicho sea de paso, están también con el Estado sionista.
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