La declaración de la FT-CI está disponible para leer también en inglés, alemán, francés, portugués, italiano y catalán.
En medio de la pandemia de Covid-19 y en las puertas de una depresión económica global, el Estado capitalista muestra la brutalidad racista de su aparato represivo. El mundo quedó shockeado mirando el video que retrata el repugnante asesinato de George Floyd, un hombre negro de 46 años, por agentes de policía de la ciudad de Minneapolis, en Estados Unidos. El video muestra a Derek Chauvin, un policía blanco, presionando con su rodilla el cuello de Floyd, mientras este imploraba por oxígeno, repitiendo que no podía respirar y que sentía dolores por todo el cuerpo. En el video, el compañero de Chauvin, Tou Thao, aguarda mientras Floyd lucha por respirar hasta quedar inconsciente, mientras el resto de los presentes gritan para que Chauvin levante su rodilla. En total, hubo cuatro policías presentes en el crimen. En esta escena macabra, Chauvin mantiene su rodilla en el cuello de Floyd por cerca de 10 minutos, incluso después de que Floyd se había desmayado.
Floyd murió momentos después en el hospital. La bronca se esparció por las redes sociales y dejó una estela de indignación en todo el mundo, ubicando al hashtag #BlackLivesMatter en primer lugar de los trending topics, y protestas masivas no solo en las calles de Minneapolis sino en diversas metrópolis como Nueva York, Los Ángeles, Atlanta, Dallas, Washington, en una tendencia a la nacionalización de las protestas que se dirigen contra los símbolos del poder financiero (como el edificio del Tesoro estadounidense) y mediático (como la sede de la red CNN en Atlanta).
George Floyd fue sentenciado a muerte, y su “crimen” fue ser negro, ante el racismo estructural del Estado imperialista estadounidense. Sus frases, que se escapaban sofocadas, I can’t breathe (“no puedo respirar”) nos remiten inevitablemente a las últimas palabras de Eric Garner, asfixiado por la policía de Nueva York en 2014. Los asesinatos de Trayvon Martin en 2013 (en Sanford, Florida), de Mike Brown (en Ferguson, Missouri) y Eric Garner en 2014, dieron origen al movimiento Black Lives Matter (“Las vidas negras importan”) en Estados Unidos, una oleada de protestas contra la violencia racista del Estado, aun durante la administración de Barack Obama, en la que se registraron récords de asesinatos a la población negra.
Este asesinato sancionado por el Estado ocurre en un contexto de incesantes muertes de negros en manos del Estado y sus policías. El asesinato de Floy se suma a una creciente lista de casos destacados en los últimos meses: Ahmaud Arbery, Sean Reed y Breonna Taylor, todos tuvieron sus vidas segadas por el odio a los trabajadores y jóvenes negros.
Repudiamos esos crímenes atroces del racismo imperialista. Tienen como objetivo profundizar la sumisión de la población negra a un régimen de coerción permanente, que contenga posibles eclosiones de la lucha de clases contra los males que se delinean en el horizonte capitalista en crisis. Como dijimos en la declaración del 25/4, las grandes patronales y sus gobiernos están aprovechando la crisis sanitaria del Covid-19 para multiplicar despidos, cierres de empresas, suspensiones con recortes salariales, mayor precarización y cambios en las condiciones de trabajo. Una realidad de miseria frente a la cual una “primera línea” de trabajadores (muchas veces negros, inmigrantes, etc.) y luchas populares está surgiendo en varios países, anticipando lo que vendrá cuando pasen los picos de la pandemia y emerjan sus consecuencias sociales, políticas y económicas.
La presidencia Trump, factor agravante del racismo estructural en Estados Unidos
Trump es un agitador del racismo en su base de extrema derecha, y es el principal responsable ideológico de esta nueva barbarie. Su llamado a que las fuerzas represivas “disparen” a los manifestantes que atacan supermercados, comisarías y otros edificios, en repudio al asesinato de Floyd, lo hizo usando la frase del racista jefe de policía de Miami, Walter Headley, en 1967, “si comienza el saqueo, comienza el tiroteo”. Esto atestigua el desprecio que fomenta hacia la vida de la población trabajadora negra (desprecio que alcanza a la población inmigrante y latina). El historial racista de Trump es bastante largo: llamó “buena gente” a los supremacistas blancos que marcharon en Charlottesville en 2017 en defensa de las banderas de la Ku Klux Klan. También calificó a Haití y naciones de África como “países de mierda”. En sus constantes disputas con políticos negros, declaró que uno de ellos, de la ciudad de Baltimore, debería volver a ese distrito, un “desorden asqueroso infestado de ratas” y “el peor administrado y más peligroso distrito de Estados Unidos”.
Esa verdadera retórica de criminalización de las comunidades negras es típica del carácter esclavista de la burguesía estadounidense, que sujetó al pueblo negro a los peores suplicios en su territorio, y que los oprime en África, Asia y todo el globo. Trump, de esta manera, alienta las manifestaciones de la extrema derecha (una postura similar a la de su lamebotas Jair Bolsonaro, presidente racista de extrema derecha de Brasil), como las que vimos en Michigan, donde paramilitares blancos armados amenazaron a los trabajadores de la salud y exigieron el fin del aislamiento social.
Las expresiones de odio a los negros son incontables durante la administración de Trump, y se insertan dramáticamente en el contexto del coronavirus: la mayoría de las víctimas son negras y pobres. En Chicago, donde los negros componen un tercio de la población, representan el 73 % de las muertes por la pandemia. En Milwaukee, en el norte del país, los negros son el 26 % de la población y representan el 81 % de los muertos. En el estado de Michigan, donde los negros son solo el 14 % de la población, contabilizan el 40 % de los muertos. La proporción no es distinta en Nueva York, epicentro de la pandemia en Estados Unidos, lo que muestra que no solo en estados Republicanos, sino también en aquellos gobernados por Demócratas, los políticos de la burguesía no tienen ningún aprecio por las vidas negras. La segregación se expresa en las condiciones de vida: mientras el 14 % de la población en Estados Unidos es negra, los negros en situación de calle son el 40 %, mientras el 21 % viven debajo de la línea de pobreza, una tasa 2,5 veces mayor que la de los blancos, tornándose víctimas fáciles de la pandemia. Económicamente, son los negros quienes arriesgan sus vidas en los servicios esenciales (además de los latinos), en trabajos precarios sin cualquier tipo de derechos laborales o protección sanitaria (como muestran las huelgas en los galpones de Amazon), y son parte significativa de los 40 millones de trabajadores que se quedaron sin empleo por la saña de ganancias de los capitalistas.
Pero este crimen atroz del Estado imperialista contra George Floyd fue respondido con una explosión de indignación social en las calles. Decenas de miles de personas se manifiestan desde entonces en Minneapolis en repudio a la policía y al Estado, enfrentándose en contra de la policía, quebrando patrulleros y comisarías, e incluso incendiando edificios gubernamentales. No solo en la capital del estado de Minnesota, sino en Los Ángeles, Nueva York y otras ciudades, vieron manifestaciones de repudio al asesinato. El movimiento Black Lives Matter resurgió como una gran fuerza social que puede replantear escenarios más explosivos de la lucha de clases en un año electoral atravesado por la catástrofe sanitaria y económica organizada por los capitalistas.
La lucha del pueblo negro puede sobrepasar las fronteras permitidas por la legalidad burguesa y enfrentarse contra el régimen político estadounidense, lo que daría nuevo aliento a la lucha de los trabajadores que venía atravesando los cuatro puntos cardinales del país.
El Partido Demócrata busca contener y desactivar la explosión social
Joe Biden, candidato presidencial del Partido Demócrata, se pronunció en las redes sociales sobre el tema, “agradeciendo” al alcalde Jacob Frey por el solo hecho de haber alejado a los policías involucrados, pidiendo la apertura de investigaciones. Los hechos son claros, no hay nada que investigar. El cinismo de Biden oculta que él mismo fue el autor de la “Crime Bill”, que expandió la criminalización de los negros y que defendía la segregación en el transporte escolar. La política de contención fue la conducta general de las figuras demócratas. Nancy Pelosi consideró oportuno esperar varios días antes de pronunciarse, quedando satisfecha con el vago mensaje de que “el Congreso se compromete a encontrar soluciones para evitar esos crímenes”. Notorias referentes de los Demócratas como Kamala Harris y Amy Klobuchar, se limitaron a criticar el asesinato. Incluso Ilhan Omar, una de las diputadas progresistas del partido, redujo su exigencia a la “investigación” del caso. El propio Bernie Sanders, excandidato y ahora sostenedor de Biden, pidió una “reforma” de la policía y que el propio Estado racista, que absuelve a sus agentes represivos criminales, investigue todos los crímenes.
Más aún, el asesinato de Floyd ocurrió en un estado (Minnesota) dirigido por el Partido Demócrata, donde ese partido tiene hegemonía hace décadas. Hasta ahora, días después del crimen, el gobierno Demócrata se había negado a encarcelar a Derek Chauvin y los otros tres policías, con el increíble argumento que “no había evidencias suficientes”. Solo después de días enteros de protestas y la escalada de la presión popular el Partido Demócrata en Minnesota decidió encarcelar a Chauvin, para intentar calmar las calles, y aun así dejó libre a sus cómplices. Los que dieron la orden para que la Guardia Nacional de Trump entrase a Minneapolis fueron el alcalde, Jacob Frey, y el gobernador Tim Walz, ambos demócratas. Un verdadero escándalo.
El Partido Demócrata, mientras organiza la represión de las protestas en Minneapolis, intenta esconder la necesidad de castigar a todos los responsables, calmar las calles, contener la explosión de odio contra el racismo estatal estructural en Estados Unidos, y canalizar la ira social hacia las instituciones de este mismo Estado. Busca de esta manera preservar la estabilidad de ese régimen político que protege los crímenes racistas de su aparato represivo. Así lo hicieron en los últimos años, incluso después del surgimiento del movimiento Black Lives Matter, intentando neutralizarlos. No es una alternativa a Trump.
Una política independiente para enfrentar al racismo capitalista y conseguir justicia por Floyd
El asesinato de George Floyd encendió nuevamente la llama de la lucha contra el racismo estatal, organizado de manera eximia por el régimen bipartidista imperialista entre Republicanos y Demócratas. Es fundamental construir un movimiento masivo en las calles y en los lugares de trabajo para golpear de manera unificada contra la brutalidad del racismo estatal. Esto significa unificar el movimiento por justicia a George Floyd con la lucha de los trabajadores de la “primera línea” frente de la pandemia, que exigen derechos básicos de protección sanitaria. Implica también exigir a los sindicatos que lideren la lucha contra la violencia racista de la policía.
El esfuerzo coordinado –de la juventud, las comunidades negras, de los trabajadores, la movilización de los sindicatos en huelgas y protestas en las calles– podría transformarse en una fuerza imparable, como muestra la furia en Minneapolis, golpeando al racismo del sistema capitalista donde más le duele, oponiendo una fuerza unificada contra el aparato represivo del Estado.
La autoorganización desde las bases (unidad de la lucha entre blancos y negros, nativos e inmigrantes) es fundamental, para que la propia población trabajadora se enfrente a este régimen que protege a los asesinos del Estado e imponer que esta vez no salgan impunes. Sin ninguna confianza en la odiosa institución policial, guardiana de la propiedad privada capitalista, cabe al movimiento obrero, a las organizaciones del movimiento negro y al conjunto de la izquierda defender que todos los policías involucrados en los asesinatos de negras y negros sean condenados y presos, tanto en los casos de George Floyd, Breonna Taylor y Sean Reed. Es fundamental poner en pie una comisión de investigación que sea independiente, sin el control de órganos aliados de esa misma policía asesina. Debemos imponer al Departamento de Justicia que la evidencia para el juicio tiene que emanar de esta investigación independiente, y no de la policía y los órganos de inteligencia que son abiertamente enemigos de las comunidades negras. La regularización de las condiciones de todos los migrantes y el cierre de los centros de detención son medidas urgentes, en medio de la crisis del Covid-19.
En el marco de esta batalla común, surge una gran oportunidad de batallar por la unificación de las banderas absolutamente legítimas del pueblo negro con un programa de independencia política de la clase trabajadora, que se dirija contra los capitalistas. Durante la pandemia, en los últimos meses, vimos focos de lucha de los trabajadores en todo Estados Unidos, contra la precarización del trabajo y el sacrificio de sus vidas sin los insumos sanitarios básicos para protegerse. Amazon, Whole Foods, Target, Walmart, Instacart, General Electric, y otras multinacionales se vieron sacudidas por protestas por derechos laborales. Los trabajadores de la salud también se movilizaron contra la violencia racista. Existe una creciente sensación de que se está empezando un nuevo período de lucha obrera, precipitado por el catastrófico escenario causado por la pandemia y por el desempleo.
Eso se puede transformar en un punto de partida único para que los socialistas se organicen en sus lugares de trabajo, construyan corrientes militantes en los sindicatos, y lo que es más importante, influyan políticamente a los trabajadores que dirigen las luchas. Los socialistas revolucionarios deben, al contrario de lo que pide el Partido Demócrata, alentar esa rabia social y ayudar a transformarla en odio de clase políticamente organizado.
Solidarizándose con el dolor de sectores de masas, hay que difundir una idea poderosa: que nuestra sociedad está fracturada por intereses de clase, y que para enfrentar el racismo estatal es necesario construir un partido de los trabajadores, socialista y revolucionario, que tome en sus manos las banderas de los negros, de los latinos, de las mujeres, de los homosexuales y del conjunto de los oprimidos. Un partido de trabajadores independiente para luchar contra el sistema capitalista, y que no caiga en la seducción del “cementerio de movimientos sociales” del Partido Demócrata.
El desarrollo de una política independiente, con ese programa, en Estados Unidos, podría generar respuestas obreras en todo el mundo. Al mismo tiempo, el renacimiento de las protestas en Estados Unidos contra los crímenes racistas de la policía podrían dar un nuevo impulso a los movimientos de repudio a las violencias y a los crímenes policiales, muchas veces agravados por motivaciones racistas, en otros países del mundo, como Brasil y Francia, que conocieron un incremento de la represión policial en los últimos tiempos.
La crisis plantea un ataque sobre a clase trabajadora y los sectores populares en todo el planeta, lo que va revelando que cada conquista de condiciones de trabajo, salarios, contra los despidos, por sistemas universales de salud de calidad, contra la destrucción del medio ambiente que suscitan los cambios climáticos, y también por los derechos de la población negra, deberán ser arrancadas por medio de la lucha, en una perspectiva anticapitalista y socialista.
Solo podremos destruir el racismo destruyendo también al capitalismo, que se alimenta de la opresión al pueblo negro (y a las minorías raciales en Estados Unidos, como en muchos otros países imperialistas) para debilitar a nuestra clase y a nuestros aliados. Por eso nuestra organización necesita trascender las fronteras nacionales, alcanzando los grandes centros del capitalismo mundial con un programa internacionalista.
La Fracción Trotskista se pronuncia contundentemente en repudio al crimen de George Floyd, nos solidarizamos activamente con la lucha de la juventud y de los trabajadores estadounidenses contra el racismo estatal y ponemos la energía de nuestra organización internacional, que edita la red internacional La Izquierda Diario (en 14 países y en 8 idiomas) en primer lugar con los compañeros de Left Voice en Estados Unidos, en la campaña por justicia a George Floyd y toda la población negra asesinada por el Estado capitalista.
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